Los románticos retratan la belleza de los parajes, enfocan lo precioso y ensalzan los campos majestuosos.
Y se afanan con pasión desmedida o por inercia del abandono, con la misma ansiedad de los pubertos.
Buscan la paz en la tierra de los muertos.
Lamento interno con cada gota de realidad. Cada tiempo desnuda sollozos y furia ante la verdad.
Porque lo natural no esconde lo criminal.
En el terreno maldito, no hay paz.
¡Cuidado con los infectados, que llaman a esta tierra bendicida por su nombre!
¡Un nombre no define a los habitantes!
¡Y no hay bondad en estirpes inmundas y detestables!
No malinterpreten mis palabras, calmen su venganza.
No se apresuren a señalar mi desgracia.
Porque solo soy un espejo, viejo y destartalado.
Pero en mi hoguera sus cenizas se consumen de pena.
En el terreno maldito no hay santo ni centrado, ni pulcro o resguardado.
Son un puñado putrefacto.
No son la belleza y, mucho menos, hijos de alguna realeza.
Son estirpe hedionda, en tierras de miseria.
En el terreno maldito todos pelean como fieras, porque son de guerra, hijos de la muerte.
En el terreno maldito se ensalza la envidia, la avaricia y la falsa armonía.
Y aquellos que hablan, solo escupen diatribas.
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