sábado, 14 de octubre de 2017
Fernanda Parte XIX
Los primeros rayos del sol fueron penetrantes. Era un día bello con cielo azul y una brisa fresca que animaba a la ciudad a comenzar un nuevo movimiento, a continuar con este camino llamado vida.
Pero la luz no penetraba en el cuarto que alquilaba Fernanda, mucho menos inspiraba al corazón de la pequeña prostituta. Tirada en el desorden de su cama no podía dormir, su mente era un conflicto y estaba presa del miedo. Volvió a pensar en la muerte y en el terror que le causaba perder la vida en medio de un gran sufrimiento.
"Ya no puedo con esta situación. Díos mío. Debo hacer algo...", en ese momento la sorprendieron varios golpes en la puerta. "¿Quién es?", su voz se entrecortó por el temor.
"Soy yo, señorita", era la dueña de la casa y por el tono de voz la anciana parecía preocupada.
Fernanda se arregló el cabello y se preparó para mostrar serenidad. Cuando abrió la puerta la dueña se sorprendió del rostro de la joven y del hedor a humo de cigarro, algo que no soportaba.
"Sigue fumando. Mire estoy preocupada porque en los últimos días, semanas diría, no la he visto y mi esposo cree que es necesario, de vez en cuando, que nos mencione si todo marcha bien. Por cierto ya se retrasó cuatro días con la renta", la viejecita fue sincera pero recalcó lo que más le interesaba: el dinero.
"Claro. Lamento el retraso lo que sucede es que he tenido que arreglar muchos asuntos con mi familia y, la verdad, se me olvidó. Le dejaré el dinero en el mueble de la sala, como siempre", Fernanda contestó con cierta seguridad a tal punto que convenció a la señora quien trataba de ver más allá del pequeño espacio entre la puerta y la joven. "Muy bien, señorita. Espero todo esté bien, con permiso", poco a poco la anciana se alejó y Fernanda esperó a que desapareciera para cerrar la puerta.
La visita de la viejecita le dio un impulso para sobreponerse al miedo. Como si se tratara de una fuerza interna sobrenatural, un presentimiento nunca antes experimentado, rompió con las cadenas mentales que la esclavizaban y ante el inminente peligro de que la dañaran tomó la decisión: escapar, dejar atrás todo lo conocido, su territorio, su ciudad. Todo debía quedar atrás... para siempre.
Las siguientes horas las dedicó a escoger la poca ropa adecuada que tenía, algunos recuerdos como fotos, accesorios y prendas que con el tiempo guardó celosamente, todo lo que consideró de valor lo acomodó en una maleta vieja. Tomó un baño largo pero no pudo zafarse de las interrogantes: ¿seguiré prostituyéndome? ¿a dónde puedo ir? ¿a quién debo buscar? ¿podré salir de esta difícil situación? era un momento complicado. Las lágrimas se mezclaron con el agua que humedecía su rostro, su mirada directa en sus pies y el suelo.
En una hora ya estaba vestida con un pantalón de mezclilla, camisa blanca y unas botas cafés, su cabello y rostro sin arreglar pero se veía limpia. En sus bolsillos tenía el dinero de la renta para dejarlo en la sala de la casa y le quedaba plata suficiente para sobrevivir al menos dos semanas. Fernanda sabía que sería una misión complicada pero era preferible arriesgarse a quedarse en la ciudad y perder la vida.
Esperó a que llegara la noche para retirarse y no cedió a la ansiedad; observó todo por última vez y luego de un suspiro profundo no hizo ruido al salir por la puerta trasera. Caminó rápido y sin ver al rostro a nadie. La oscuridad de la noche, su eterna acompañante, le daba cierta seguridad y eso la calmó.
Parte de su plan era moverse a las afueras de la ciudad, a un pueblo llamado Zamora. Ese lugar es reconocido por su vida nocturna bohemia pero sin el acoso criminal y los índices delincuenciales de la ciudad capital. "Ese podría ser un buen inicio, aunque sea de mesera o limpiando baños puedo comenzar a recolectar un poco de dinero", con esas ideas trataba de darse ánimo para continuar.
Justo cuando esperaba por un taxi que la llevara a la terminal de buses su celular comenzó a vibrar. Era César. Fernanda contuvo la respiración y espero un poco para contestar.
"Necesito verte ahora", César parecía molesto y fue directo al grano. "Quiero verte, en estos momentos voy a donde estés", dijo el joven. Era lo que menos esperaba Fernanda en pleno escape de la ciudad y sintió esa presión en el pecho, durante algunos segundos permaneció en silencio a tal punto que César se desesperó. "Aló, aló, contesta por favor".
La prostituta se decidió. Si alguien podía ayudarla en estos momentos, y no era un hombre a quien temer, ese era César. "Estoy en colonia Maravilla voy a caminar hasta un bar llamado La Taberna, estaré en la esquina."
Diez minutos después Fernanda estaba en el asiento del copiloto y sintió el aroma de César, esa loción de lujo mezclada con el olor corporal del joven le llamaban poderosamente la atención. Él parecía ansioso y eso también le atraía. En general, César era un hombre que le gustaba, sin importar nada.
"Estoy cansado de aparentar. Ya no soporto tener que demostrar que soy exitoso en todos los ámbitos de mi vida. Lo que me sorprende es que ni siquiera me siento exitoso, solamente hago lo que debo hacer y no me queda ningún orgullo o placer... ni siquiera con mi prometida", esa última frase fue la que interesó a Fernanda. "Puedes fallar en muchas cosas pero cuando falla el sexo, todo cambia. ¡Cuántos me buscan debido a esa falla!", la prostituta no explicó sus pensamientos solamente se dedicó a escuchar, por alguna razón sabía que eso le daría muchos beneficios. El silencio acorta el tiempo para determinados resultados y discutir atrasa todo, eso también lo sabía Fernanda por experiencia.
Cuando César terminó de desahogarse sintió la necesidad de explicar el motivo que lo impulsó a buscar a Fernanda. Guardó silencio unos minutos. De vez en cuando, al revisar el retrovisor, observaba por algunos segundos el perfil de la joven. Ese rostro le gustaba, ese cuerpo le atraía y los recuerdos de la desnudez, del sexo frenético e intenso, y de todo lo que la mujer lo hacía sentir, completaban un poderoso coctel de emociones. "¿Cómo una prostituta llegó a envolverme tanto?" esa interrogante permanecía en su mente.
El auto recorrió varias veces los mismos lugares de una parte de la ciudad, en ningún momento César pensó en estacionarse y hablar tranquilamente. Parecía que esperaba el momento para dirigirse al lugar que deseaba: en una cama con Fernanda.
Si algo había aprendido la prostituta era a guardar las emociones y hacerlas a un lado en determinados momentos. Este era uno de esos lapsos de tiempo. Guardo silencio hasta que fuera necesario; entonces, cuando César tomó una calle a donde estaba ubicado un hotel dijo: "quieres entrar, este lugar no es como los hospedajes a los que estoy acostumbrada", la voz, sus labios, sus ojos, sus expresiones tenían esa atracción natural que la caracterizaban, una atracción difícil de pasar por alto. Junto a esa sensualidad, la prostituta también imprimió sentimiento. Pese a que su alma oscura y dañada por la vida se resistía a ceder, ella lo sabía: sentía algo por César.
El hombre no pudo resistirse y sin hablar dirigió el auto al estacionamiento. 15 minutos después estaban en el cuarto. Eran las 10:35 pm.
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"La noche de emociones comenzó."
"Pero mi tarea no tiene tiempo, ni preferencia. Solamente a los escogidos les llega su momento... mi momento."
La Muerte
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Pasión, sangre, fluidos, amor, odio, venganza, lujuría, éxtasis... muerte. A las 10:35 pm comenzaron a moverse las fuerzas, los impulsos humanos más degradantes y especiales. Todos acompañados de placer sin importar el cometido. Tan crudo como el ser humano mismo.
Mientras César y Fernanda se devoraban en la cama y se envolvían en lujuria y pasión desbordante, la red de contactos y fuentes del grupo criminal de Bruno comenzó a atacar, una a una, a todas aquellas mujeres que habían sido identificadas como "extrañas" en sus territorios.
Estos criminales, que operaban en buena parte de la ciudad, creían que sus enemigos estaban utilizando mujeres, prostitutas específicamente, para infiltrarse y atacar. Bruno no dudaba que detrás de la muerte de Vaquero, estaba una mujer.
En el preciso momento que el sudor de Fernanda y César lubricaba los movimientos bruscos de sus cuerpos, una pareja fue acribillada en un motel del centro de la ciudad. Eran sospechosos para el jefe criminal.
Cuando la pequeña prostituta se retorcía de placer, en una ola de orgasmos múltiples, tres mujeres fueron privadas de libertad en la calle Montserrat del centro capitalino, la sentencia: muerte.
En los segundos que César golpeaba suavemente a Fernanda, esa muestra de pasión y bajos instintos que provocaba un dolor extremadamente placentero en la joven, los golpes que propinaban los secuaces de Bruno en contra de otra pareja, esta vez dos meseros, no cesaban. Los asustados trabajadores aparentemente colaboraban con las bandas criminales enemigas. Bruno sospechaba, pero el objetivo era darles terror para convertirlos en informantes.
Y mientras Fernanda se relajaba con un cigarrillo después de una sesión casi perfecta en la cama, una prostituta que ella conocía, Julia, con la que compartía calles en busca de clientes, fue privada de libertad. La sentencia era la muerte.
El saldo en los dos escenarios contrastaba. En una habitación dos cuerpos estaban expuestos al placer más especial y se relajaban uno a otro; en el otro escenario, en la noche de la ciudad cinco mujeres y hombre asesinados, además de dos lesionados.
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Cuando Bruno ordenó que desaparecieran el cuerpo de Julia, la última prostituta que ubicaron, comenzó a revisar las pertenencias de la mujer. En la amplia cartera encontró maquillaje, perfumes, cigarros, algunas joyas baratas y un celular. Le llamó la atención que el teléfono no tenía un código de seguridad por lo que revisó mensajes e imágenes.
Minutos después encontró unos mensajes enviados a un usuario llamado "Fer". Ahí encontró una foto que llamó su atención. Julia posaba con una joven pequeña, atractiva y de piel canela, la mirada que tenía llamaba mucho la atención. "Te conozco", susurró el criminal.
Se concentró en la imagen y tardó pocos minutos para que sus recuerdos se aclararan, "esta es la mujer que estaba con Vaquero en la casa de seguridad ¡Ella es!", sentenció.
Tomó una imagen con su celular y se la envió a dos de sus hombres de mayor confianza. "Esta es otra que hay que ubicar. No la toquen", era una orden y en minutos el archivo se compartió con el resto de móviles de la particular red de limpieza del grupo criminal. Fernanda estaba ubicada.
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Fernanda abrió sus ojos mucho antes que César.
Ella, despojada de su frialdad, no le quitó la mirada. "Creo que el pueblo de Zamora puede esperar unos días más", pensó mientras apreciaba al mejor cliente de su corta pero intensa carrera como prostituta. Por primera vez en mucho tiempo iba a darse un pequeño espacio en su oscuro y dañado corazón para experimentar algo distinto.
Un espacio, que por las nuevas circunstancias podría hacer la diferencia entre la vida y la muerte para la joven.
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En la esquina del hotel a donde Fernanda pasaba las horas con César, estaba un taxi pirata estacionado. En el interior del vehículo un hombre gordo, ojeras extensas, un bigote poblado y tenía entre sus labios un cigarrillo, así luchaba contra el estrés. Era uno de los tantos contactos del grupo criminal de Bruno.
La atención que el taxista tenía de su alrededor se detuvo por la vibración de su celular. Era la foto de un objetivo más, en el mensaje especificaban a la mujer que debían ubicar. Era Fernanda.
"Linda perra", dijo el hombre mientras el humo salía de su boca y nariz.
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Continuará...
sábado, 20 de mayo de 2017
El pecador nocturno. La aceptación.
El hombre entró a su cuarto y se acostó. Atrás quedaron las sensaciones del almuerzo cuando todos creyeron que él había compartido un momento agradable. "Solo me dediqué a observarles, a escudriñarlos, a encontrar en sus detalles más insignificantes alguna pista sobre su realidad."
"¿En qué momento me decepcioné del ser humano? ¿Cuándo dejó de tener valor o emoción el compartir con los demás? No lo sé y sinceramente no tengo el mínimo interés de averiguarlo", el cuarentañero atractivo, con algunas canas en su cabellera negra y esplendorosa, volvía a interrogarse y a contestarse. Ese proceso de adentrarse en sus íntimos pensamientos, en la esencia de su ser, era una de sus actividades más interesantes. Claro, él en el centro de todo era mucho más placentero que darle un lugar al resto de las personas. Estaba cómodo con su realidad.
Cuando su mirada comenzó a concentrarse en el techo del cuarto, volvió a sincerarse. "He sido una persona funcional ante los ojos de los demás, respetuoso según el estándar y acorde a los momentos de la vida. Me han amado intensamente y me han querido dañar como le sucede a todo ser humano. Soy un tipo interesante y digno de atención. Lo digo porque me lo han dicho, lo repito porque lo he notado con los que me he relacionado, lo reafirmo porque así me lo han dado a entender. ¿Me mintieron? no lo creo, en todo caso se mintieron a ellos mismos. En lo profesional soy sumamente formado, con credibilidad entre mis colegas y autoridades. Soy el arquetipo de muchos frustrados."
"Esa es mi imagen exterior. La imagen que tengo para los demás y reafirmada por ellos mismos. Pero en mi interior soy otro. Soy desapegado en la mayoría de los casos, poco interesado en las felicidades del resto de los de mi especie, sumamente contrario a aceptar las debilidades y la maldad evidente de las personas. Me ha costado trabajo comprender hipocresías, la doble moral, la soberbia, el orgullo, el interés encaminado a dañar, la debilidad humana enmascarada en derechos y justicias...", hizo una pausa necesaria.
"Un momento. Tu eres orgulloso a veces y si dices que tienes una personalidad y una imagen en el exterior pero eres distinto en el interior ¿no es esa hipocresía y debilidad humana?", esa sinceridad de interrogarse sus propios sentimientos es parte de su ser. "No he dañado a nadie con esconder mi verdadero ser, nadie ha sido víctima, nunca. Claro que mi ser interior ha permanecido en las sombras, no es correcto sacarlo abrúptamente en este momento de mi vida, no sería inteligente... al menos eso he creído", su respuesta le dio solvencia para continuar. Sus ojos seguían en dirección al techo.
"Ser distinto a los demás no me ha impedido vivir con ellos", hizo otra pausa en su pensamiento.
El ruido de la ciudad lo desconcentró por un momento y los gritos de una nueva pelea entre sus vecinos, una pareja problemática y grosera, lo incomodaron. Unos minutos necesitó para volver a ensimismarse.
"Pero debo reconocer que ha llegado el momento de abrir un espacio a mi verdadero ser, no puede ser que me quede con la imagen exterior. No, eso sería matarme poco a poco. Solamente porque soy opuesto al orden social no debo quemarme por dentro. ¿Debo aniquilar mi esencia, sea esta buena o mala? no. Nunca. Eso sería un suicidio."
La tarde terminaba y con eso llegaba el irremediable cambio.
La división entre él y el resto de personas estaba consumada. Una nueva era comenzaba. No cambiaría mucho su cotidianidad. Seguiría siendo Leonardo Sevilla, el hombre maduro, profesional, atractivo, buen tipo, interesante, respetuoso, amable, cordial, ameno, protocolario, paciente, sumamente paciente con el mundo.
Solo una modificación: comenzar a recolectar lo bueno y lo malo de su alrededor, según lo que dictaba su propia razón. El sería el juez y todos esos detalles los guardará en su corazón para darles, en el momento preciso y justo, una solución.
Pero con la caída del sol también se perdería su imagen social con todas las bondades que incluye.
Con la oscuridad de la noche se despojaría de su máscara.
Su mirada se perdió en el gris del techo. El pecador nocturno entraba a escena.
sábado, 6 de mayo de 2017
Fernanda Parte XVIII
Locura.
La herida fue profunda y la navaja quedó clavada en el cuello. Fue suficiente para detener cualquier arremetida de Saúl, suficiente para un hombre alcoholizado, drogado y con la vulnerabilidad que conlleva los excesos. La sangre no dejó de brotar y eso tuvo un efecto inmediato: la presión aumentó, la necesidad de aire acabó con las fuerzas del sujeto.
Fernanda salió del auto, cerró la puerta, la adrenalina disparada por la venganza consumada no la inmovilizó; al contrario, se quedó observando la escena: los desesperados sonidos de ahogamiento y las manos tratando de detener la muerte crearon un escenario tétrico. Los ojos de "El negro" eran desesperación y terror, nunca esperó un ataque de alguien que parecía indefensa. Sin fuerza, sin ayuda, solo en la noche y en medio de una agonía horrible terminó su vida.
La prostituta, con el corazón a punto de salirse de su pecho por la impresión, caminó rápido y se perdió en las oscuras calles. Diez minutos después se detuvo cerca de un predio baldío y se escondió porque estaba temblando. Con gran esfuerzo logró tener control para encender un cigarro y sentarse.
Era demasiado todo lo que había vivido en las últimas semanas: daño físico, mental, dejarse manipular como un pedazo de carne sin valor con tal de consumar su particular venganza. El odio, el combustible perfecto que la convirtió en una asesina, cedió ante la desesperación. No había remordimiento pero al descargar ese sentimiento quedó con un vacío tremendo. La mujer sintió como si alguien hubiera licuado su interior, ese vacío que hace retorcerte de desesperación. Algo se quebró en su interior: sintió miedo, del más auténtico.
"Van a venir, me van a encontrar y me matarán... voy a morir de la peor forma", su mente no le daba tregua. "Dios mío", salió de su boca como un susurro. "Esto se acabó, Dios mío", su voz se quebró y lloró intensamente, con la desesperación del abandono.
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Al día siguiente la escena del crimen era analizada por las autoridades y en las cercanías los compañeros de Saúl esperaban alguna información sobre el móvil, algún detalle para comenzar a trabajar en la venganza de su amigo.
"Lo atacaron con una navaja, no hay otros signos de violencia y no le robaron nada... es la segunda víctima en las últimas semanas que es atacada en su auto, con un cuchillo y no le han robado ni dinero ni alguna de sus pertenencias", dijo un investigador a uno de los compañeros de "El negro".
"¿La otra víctima fue Vaquero verdad?", replicó inmediatamente Adolfo, un hombre de mediana estutura, fornido de piel blanca, bien parecido y uno de los nuevos integrantes del grupo de Saúl.
"¿Cómo lo supo?", interrogó el policía. "Todos conocían a ese criminal, la noticia impresionó a todos, ese hombre dominaba todo el centro de la capital. En el periódico destacaron que no había sido robo", explicó Adolfo, quien omitió, por obvias razones, que él, Sául y el resto de tipos en la escena eran parte de una de las tantas celulas colaboradoras del grupo de Vaquero.
"Lo que se sabe es que entre la evidencia habían cabellos de mujer y fluidos en el auto. En las últimas noticias aparece ese detalle. ¿Una mujer lo habría asesinado? aún investigan eso", dijo el policía. "Dime ¿tu amigo estuvo acompañado ayer por la noche?"
Adolfo no dudó. "La pequeña prostituta que estaba maltratando en el bar...", pensó.
"No lo sé, al menos sé que salió a beber como siempre", dijo el hombre y se alejó del policía para preguntar al resto de compañeros que estaban en la escena.
"Por cómo lo atacaron ¿no sospechan de alguna prostituta? El negro tenía esa obsesión con las mujeres y nunca salía sin una de ellas. Ayer recuerdo que maltrató a una, como siempre. Pero este policía dice que al Vaquero lo habría matado una mujer, investigan eso. Ambos con debilidad por las prostitutas, atacados en lugares apartados, oscuros, dentro del auto y todos sabemos que ese tipo de estaciones son o para drogarse o para cogerse a una mujer, o ambas. Este podría ser otro método de los enemigos para infiltrarse y matar a los nuestros. Ya van dos... ¿no les parece extraño?", señaló Adolfo.
Todos guardaron silencio. Todos pensaron también en el atentado en donde casi matan a Bruno, el número dos de la banda hasta hace unas semanas. Para ellos no había duda: sus enemigos estaban infiltrándose y atacando por la vía menos esperada. No había necesidad de discutir tanto ante las sospechas de Adolfo, era una hipótesis fuerte. Había que actuar y el primer paso era terminar con los detalles de la muerte de Saúl y no dejar sospechas ante los uniformados que estaban en la escena.
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Una hora después...
"Lo sabía. Están sobre nosotros y ocupan prostitutas. ¡Malditos!", gritó Bruno en su nueva casa de seguridad. Estaba reunidos con sus hombres y tres integrantes de la banda de Saúl, entre ellos Adolfo.
"Correrá la sangre", sentenció el jefe criminal.
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"Mis caminos no terminan. Mi misión es eterna. Mi presencia le da sentido a todos"
La Muerte
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En el cuarto con poca luz el sonido del encendedor rompió el silencio y el humo del cigarrillo le dio un toque lúgubre a la escena. Esta vez Fernanda no durmió, presentía algo, sentía como el vacío y el miedo la carcomían. Sentía la sombra de la muerte. Tenía que actuar.
Continuará...
sábado, 29 de abril de 2017
Medianoche
Medianoche, la antesala.
De todas las sensaciones que la vida permite, y al menos las que he experimentado hasta la medianoche de mi existencia, me quedo con el espacio en el que todo se aclaró. La forma que se me ocurre para explicarlo es: la sacudida cerebral junto a una reactivación extraña de los sentidos que provoca, como una fuerza desproporcionada que hace pedazos una barrera, encontrar el sentido a cosas, personas, sentimientos, relaciones, incluso a una parte de la existencia.
Pero no es una reacción producto de la casualidad. Hay procesos personales que son necesarios para llegar a esa etapa y lo digo exclusivamente por mi experiencia. No sé cómo ni cuándo le pueda suceder a las personas ese cambio, quizás no les sucede a todos; en todo caso, no le pongo atención a esas posibilidades. Esto es personal, aunque todas las intimidades que he tenido tarde o temprano las he compartido, eso no es un incoveniente ni una molestia. Lo que he vivido está a disposición como un archivo en la web, solamente hay que inscribirse. Y este momento se vuelve hasta una responsabilidad expresarlo.
Sucedió en una de esas etapas límites propias de las personas, cuando las emociones y la realidad se combinan en una crisis. Me parecen más aleccionadoras y productivas las situaciones desafiantes y complicadas que esos momentos de felicidad dictados por la mayoría.
Y esta crisis no fue un error, ni un momento de debilidad, fue el natural curso del tiempo conjugado con todo lo que he recogido en la vida.
"Esto soy, esto pienso, esto tengo, esto puedo dar", pensé. Pero lo más importante: "esto quiero".
Y todo ese resumen pudiera adaptarlo para alinearme a los roles que la sociedad impone, "pudiera, claro que pudiera, pero ¿eso te satisface?" fue la primera sensación.
Y las interrogantes aparecieron para cada una de las realidades que me rodean. ¿Quiero? ¿debo? ¿me conviene? pero conforme aparecían automáticamente se acomodaban a los estándares mentales, naturales, que ya están predispuestos. Para preguntas hay toda una gama de respuestas disponibles por las relaciones humanas, miles de opciones que ya están ahí desde hace cientos de años, medianamente transformadas pero en general bien escritas y señaladas. "Dentro del menú solo me toca escoger la que mejor me convenga", pensé en un momento de calma.
Nuevamente, como para salir del impasse, acepté que no hay verdades absolutas. Acepté los roles que los seres humanos tienen, lo que se espera de cada uno. Volví a revisar el grado de control que nos imponemos, desde el trabajo, el dinero hasta el amor y la búsqueda de la felicidad. Las posibles salidas, los ángulos para analizar lo que nos sucede. En pocas palabras repetí el mismo proceso para superar el momento complicado. La misma historia pero con matices distintos, la búsqueda de una solución, una salida cuando las emociones han vuelto a traicionar. Toda ya está armado.
Los minutos pasaron y comenzó a construirse una nueva visión, una que no había experimentado. Los rostros de mi vida desparecieron junto a los vínculos mentales y sentimentales que me atan a ellos, al menos en ese pequeño espacio de tiempo.
Revisé cada una de las relaciones que he construido y que me han sido impuestas con tal de convivir. Analicé como otras relaciones se desenvuelven. Todos los protagonistas ocultan cierta parte de su ser, corrompen algo de su alma, tienen mentiras de todos colores y verdades a medias, de esas necesarias con tal de encajar en la obra llamada vida.
¿Hay relaciones que valgan la pena? Claro, pero todas están cimentadas en las bases impuestas, las mismas que trazaron cientos de generaciones en el mundo.
Todo está claro: el ser humano, en esencia, es maligno. Pero esta sentencia no nace por un daño recibido, no es el resultado de una herida, no es el lamento ni la venganza de un golpeado. No.
Un ser limitado con una ansiedad milenaria de trascendencia es capaz de todo: moldear un marco existencial, un orden en donde todo está permitido con tal de lograr desarrollarse.
En ese ir y venir de procesos ha programado el manual para analizar la realidad, para vivir y darle una explicación a la desgracia de unos, la plenitud de otros y, en la mayoría de casos, mantener a la mayoría fuera de foco, desorientados, confundidos. En primer plano ofrece como objetivos la libertad, la superación, el desarrollo, la satisfacción de necesidades y la experiencia de emociones sublimes. Pero entre líneas está la esencia: un sistema casi perfecto para esclavizar y oprimir, con todo lo que eso conlleva.
Señalar perversidades es sencillo, el manual humano nos enseña eso. Poco novedoso es cuando lo detectamos en nuestra naturaleza y medianamente importante cuando lo aceptamos. Esos procesos están dentro de lo esperado. Sobre cambios y trascendencia también hay suficientes apartados analizados durante cientos de años.
"Renuncia. Después de la renuncia está la respuesta. Renunciar no es atractivo en el manual humano impuesto, el mundo te esclaviza al decirte 'no renuncies'. Borra los datos. Fuera del sendero del mundo te despojarás del rol programado, limitado, controlado y previsible", las palabras invitaban a dar solo el primer paso, nada más. El resto hay que descubrirlo.
Cuando todo el panorama está frente a mis ojos me preparo para una adaptación necesaria, un lugar estratégico para convivir sin demostrar el conocimiento de las artimañas de una vieja sociedad decadente. Con el tiempo y el trabajo el escenario estará listo.
Camino en la medianoche pero con la certeza que, en poco tiempo, llegará el amanecer. Mi amanecer.
sábado, 18 de marzo de 2017
Fernanda Parte XVII
Los principales noticieros destacaban el enfrentamiento en el centro de la capital. ¡Guerra de bandas! ¡Masacre! ¡Venganza entre mafias! los principales titulares asombraron a muchos. De los cinco muertos, el más significativo, el más repetido: el despiadado Vaquero.
Bruno fumaba un cigarrillo mientras revisaba los periódicos junto a él estaban cuatro hombres, el núcleo del grupo de Vaquero. Tres hombres del grupo enemigo, entre ellos un lugarteniente, fueron asesinados, Bruno se salvó porque descubrió que los seguían y no dudó en atacar. "Estos malditos tenían todo preparado, querían aniquilarnos a todos", dijo sin titubear.
"Nos siguieron, sabían de nuestros pasos y seguramente conocen nuestras casas de seguridad", se levantó y camino por la casa.
"¿Pero quién pudo seguir y matar a Vaquero?" exclamó uno de los hombres, un fornido de mediana edad que sostenía un vaso con whisky. "En las últimas semanas Vaquero se rodeaba de mujeres, algunas nunca las conocimos pero todas eran de su confianza, al menos eso parecía", dijo antes de dar un sorbo.
Bruno, quien nunca apreció al jefe, pensó bien sus palabras. "Eso de acostarse con todas y drogarse lo hizo perder la disciplina y seguramente eso aprovecharon los enemigos para infiltrar su espacio. La última vez que lo ví estaba con una chica, no la recuerdo muy bien pero dudo mucho que ella fuera un blanco a tomar en cuenta, parecía perdida y Vaquero la tenía sometida", recordó el criminal tatuado.
"Él nos dio la misión de atacar al grupo de Jorge, se escuchaba ansioso y no dio muchas explicaciones. Está claro que había perdido la preocupación, seguramente salió por más diversión, lo siguieron y le tendieron una trampa. Al mismo tiempo a nosotros nos estaban siguiendo", Bruno hizo una pausa y se puso al frente del grupo.
"Está muerto. Esto debe continuar, ahora yo estoy al mando. Desde este momento vamos a cambiar las casas de seguridad, vamos a reclutar al resto de hombres y destruiremos a esos malditos, comenzando desde nuestro territorio. Todo hombre sospechoso, que no pertenezca a esta zona, estará en la mira. ¿Escucharon bien?", Bruno era de la misma línea de Vaquero, imponía su posición, inspiraba temor. Sus hombres se vieron entre ellos y aceptaron las condiciones. Había nuevo jefe, nuevas misiones.
"Qué bueno que te mataron Vaquero, ahora estoy en el lugar que pertenezco", Bruno pensaba mientras miraba a sus lugartenientes y comenzaba su reinado criminal.
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Fernanda abrió los ojos y por varios segundos no sabía a dónde estaba, su mente trataba de estabilizarse y determinar si estaba soñando o estaba despierta... o quizás muerta.
Cuando sintió el olor a cigarro en su ropa y se vio vestida, saltó de golpe de la cama. Los recuerdos del momento en que atravesó con el cuchillo el pecho de Vaquero, los ojos perdidos del hombre, la atacaron constantemente. Pensó en Angie. "Estás vengada, chelita", sintió que la culpa que cargaba por el suicidio de su amiga desapareció.
Como sucedió después de la muerte de Don Carlos, el viejo abogado, el pervertido sexual que falleció con el traje de sadomasoquista puesto, salió por información. Compró periódicos, cigarros, vio todos los noticieros y permaneció en su cuarto los siguientes dos días. No había indicios que la incriminaran, no había, al menos hasta ese momento, una evidencia de su participación.
Entre toda la pesadilla recordó que César, el jovencito delgado, bien vestido y de clase, la había llamado en los momento en que estaba con Vaquero. No le importó.
"Solo falta que me reconozcan los dos hombres que estaban con Vaquero en la casa. Qué importa, de todos modos ya no me queda nada", dijo sin dudar. Fernanda había perdido las posibilidades de volver a una vida normal, alejada de los infiernos. Ella era un infierno, una alma perdida; como un demonio, sabía su condición y ya no lo lamentaba. Su corazón estaba oscuro.
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Cinco días después...
Los tacones rompieron el silencio en la calle. Era medianoche. La mujer caminaba léntamente, dejaba una estela de humo de cigarrillo y un olor a perfume barato. Fernanda había vuelto al trabajo.
La importancia de las noticias sobre Vaquero habían pasado. Tres asesinatos en los últimos días, vinculados a bandas criminales, habían ganado notoriedad. El grupo de Bruno estaba limpiando su territorio.
La gente, los borrachos, los vendedores de droga y sus clientes volvieron a la normalidad, a la cotidianidad de excesos, riesgos, placeres, dinero... perdición.
Fernanda también volvió a sus escenarios, a las calles que le abrieron las puertas a la prostitución. Se sentía en su zona, en sus bares, en ese amplio sector que estaba pasando al olvido, que no tenía la afluencia del centro de la ciudad.
Esta vez no había clientes. Encendió otro cigarro y a los minutos vio acercarse un auto que le pareció conocido. Era César. Fernanda sintió algo extraño en la boca de su estómago y por un momento no supo si ignorarlo o enfrentarlo. No hizo falta.
César tomó la iniciativa: "Estoy acá porque quiero disculparme, sé que parece una tontería pero me quedé pensando en lo que te dije y no estuvo bien. No me ha sentando bien esa doble vida, ese sentimiento extraño sobre lo que tengo y lo que deseo", lo dijo sin vacilar. "La tengo a ella, el soporte de nuestras familias, un futuro prometedor, pero no siento la mínima pasión por ella. Y las veces que me acosté contigo fue el mayor placer que pude haber sentido. Aunque no tengas el resto de cosas, sí haces la diferencia."
Fernanda mostró una media sonrisa. "Lo sabía", se dijo a si misma. Antes de responder una palabra siguió fumando, se tomó su tiempo y vio a los ojos a César. "Ya sé que solo soy buena para dar placer, a eso me dedico. También sé que no tengo ni clase, ni títulos, ni familia, ni nada, no hace falta que me digas ambas cosas", pareció que el mundo se detuvo y solo existía la mirada entre ambos.
"¿Pretendes estar con tu esposa y verme cada semana para hacerlo? jajaja, hombres, por esa debilidad tenemos trabajo. Para mí no hay problema", Fernanda fue sincera pero ocultó un punto importante: ella también por primera vez había sentido algo distinto al acostarse con César, algo cercano a hacer el amor, algo especial que sobresalía de tanta carnalidad habitual por la que ha pasado su vida.
"A veces pienso, si nos fuéramos juntos lejos y me olvidara de todo...", César se atrevió a decirlo. La chica no lo podía creer. "No sabes lo que dices", se dio la vuelta, tiró el cigarrillo y caminó léntamente.
"Solamente digo que es placentero imaginarlo y todo un desafío si lo hiciéramos, pero no lo sé...", el joven comenzó a seguirla. La tomó del brazo y la puso frente a él. Fernanda se mantenía inmóvil, su corazón no estaba para emocionarse con un cariño, ella nunca había tenido ese sentimiento, lo rechazaba, luchaba para no caer en él, pero César tenía esa mezcla varonil y suave, ese aroma, esa sinceridad, ese toque que para ella era complicado no atender. Se quedaron en silencio unos segundos.
Era el momento de definir. ¿Está mal querer a una mujer así? ¿Por qué siento que ella tiene algo que podría atraparme? ¿Acaso de la pasión puede surgir amor? ¿Tienes el valor de romper moldes y buscar en esta mujer el sentido de una relación? ¿Por qué siento que tiene algo que quiero para mi vida? ¿Por qué siento que podría enamorarme? Las interrogantes habían angustiado a César en las últimas semanas y su juventud también pesaba en esa tortuosa indecisión. El joven no daba el paso. Fernanda no podía apartarse de él y también tenía muchas interrogantes: ¿Una mujer como yo merece amor? ¿Después de todo lo hecho en mi vida? ¿Después de tanta oscuridad y perversión? ¿Podría merecerlo?
No rompieron el silencio. Se alejaron poco a poco sin apartarse la mirada por un momento. César abrió la puerta del carro y le hizo un gesto que daba a entender que volvería, que esto no se quedaría así.
Fernanda asintió sin quererlo.
Cuando se alejó el auto Fernanda encendió otro cigarrillo. Hacía frío y comenzó a caminar. Decidió tomarse la noche e ir por unas cervezas, había un nuevo bar a seis cuadras y quería conocer.
----------------------------------------------------------------------
El humo, la música y el olor a alcohol se mezclaban por todo el lugar. Se acomodó al final de la barra y pidió una cerveza, la tomó con una calma que no había sentido en mucho tiempo.
El bar estaba lleno. Muchas eran prostitutas, algunas de ellas le eran conocidas pero no intercambiaron palabras, como era una zona neutral a donde no había lucha por los clientes cada mujer estaba a la disposición de lo que su pareja o cualquier tipo les ofreciera.
Cuando tomaba su tercera cerveza vio a una joven primeriza, nerviosa, tratando de agradar a un hombre mediano, delgado y con un rostro serio, orgulloso. Fernanda recordó sus inicios en la prostitución y estuvo pendiente de ella. El sujeto estaba bastante alcoholizado, en un momento de la plática se molestó y no dudó en tomar la muñeca de la chica y retorcerla hasta provocar dolor. La joven no pudo zafarse y sus ojos mostraron esa incapacidad de hacerle frente al tipo. El hombre le habló fuerte a la cara, se sacó unos billetes y se los restregó en la cara. La prostituta trató de hacerse la fuerte, pero no pudo y en los alrededores no había el mínimo interés en ayudarla. Parte de la vida de las venderores de sexo.
--- Cuando has sido la muerte, cuando has tomado una vida... no hay retorno ---
Fernanda sintió esa punzada en su corazón. Su primer sentimiento: odio.
Al ver al hombre, sus ojos, su actitud, su violencia en contraste con la incapacidad de la mujer de zafarse, la inseguridad propia de una jovencita primeriza, fue un detonante en su interior. Después de todo lo vivido, del sufrimiento, de la venganza y de la oscuridad por la que había pasado, no había nada que perder y mucho que ganar: era el momento de descargar.
El sujeto arrastró a la mujer al fondo del lugar, cerca de los baños y la golpeó. Sus amigos no evitaron nada, le tenían miedo y al parecer era alguien de respeto. Un criminal en ascenso.
Cuando Fernanda se dirigió a los baños alcanzó a verlo en el momento que dejó a la chica en el suelo y se encontró con él cara a cara en el pasillo, pero guardó silencio y apartó la mirada.
La jovencita tenía un labio ensangrentado, estaba a punto de explotar en lágrimas, era una chica inofensiva. La escena hizo enfurecer a Fernanda.
Su corazón estaba nuevamente impactado. No era dolor o impotencia ¡era, otra vez, el odio más puro!
Ayudó a la jovencita, le dio un papel para limpiarse y le aconsejó que se fuera del lugar.
Fernanda volvió a la barra y no le perdió la pista al hombre.
------------------------------
Una hora después...
Saboreó la cuarta cerveza y se fumó tres cigarrillos. Su mente era manejada por el sentimiento de venganza. Cada cierto tiempo su mirada se posaba en el hombre, sin que nadie lo sospechara, sin que su objetivo pudiera advertirlo.
A las tres de la mañana comenzaron a retirarse y dos sujetos que acompañaban al hombre que golpeó a la chica buscaron cuartos para acostarse con sus acompañantes. El agresor, Saúl mejor conocido por sus amigos como "El negro", quedó solo y fue a su auto a drogarse, clásico de estos tipos pensó Fernanda.
Estaba parada en la esquina del bar, en la oscuridad. Ahí tomó la decisión. Revisó su cartera, ahí estaba la navaja.
Tomó un dulce para recuperar el aliento, caminó léntamente se acercó a la ventana y tocó suavemente. Saúl no se sobresaltó, terminó de consumir y abrió la ventana. "Quieres divertirte, guapo", el poder de seducción de Fernanda ya estaba en acción.
El sujeto no la vio sospechosa, al contrario, vio a una joven indefensa y atractiva. No lo pensó mucho y abrió la puerta. "Me voy a divertir", pensó. "Te vas a arrepentir", pensó Fernanda al cerrar la puerta.
La ruta era directo a un motel que Fernanda conocía muy bien.
Luego de varias cuadras la mujer reconoció que Saúl perdía el control, a pesar de haber consumido sus fuerzas y su juicio se tambaleaban. La borrachera no había pasado del todo y el hombre estacionó el auto en una esquina desolada y cubierta por unos árboles. Sin dirigirse a la mujer comenzó a revisar su bolsillo izquierdo, estaba confundido y su cabeza se movió en esa dirección. Perdió contacto con su acompañante.
La locura.
Con toda la fuerza de su brazo derecho y sin titubear Fernanda clavó la navaja en la garganta del hombre...
Continuará...
Los tacones rompieron el silencio en la calle. Era medianoche. La mujer caminaba léntamente, dejaba una estela de humo de cigarrillo y un olor a perfume barato. Fernanda había vuelto al trabajo.
La importancia de las noticias sobre Vaquero habían pasado. Tres asesinatos en los últimos días, vinculados a bandas criminales, habían ganado notoriedad. El grupo de Bruno estaba limpiando su territorio.
La gente, los borrachos, los vendedores de droga y sus clientes volvieron a la normalidad, a la cotidianidad de excesos, riesgos, placeres, dinero... perdición.
Fernanda también volvió a sus escenarios, a las calles que le abrieron las puertas a la prostitución. Se sentía en su zona, en sus bares, en ese amplio sector que estaba pasando al olvido, que no tenía la afluencia del centro de la ciudad.
Esta vez no había clientes. Encendió otro cigarro y a los minutos vio acercarse un auto que le pareció conocido. Era César. Fernanda sintió algo extraño en la boca de su estómago y por un momento no supo si ignorarlo o enfrentarlo. No hizo falta.
César tomó la iniciativa: "Estoy acá porque quiero disculparme, sé que parece una tontería pero me quedé pensando en lo que te dije y no estuvo bien. No me ha sentando bien esa doble vida, ese sentimiento extraño sobre lo que tengo y lo que deseo", lo dijo sin vacilar. "La tengo a ella, el soporte de nuestras familias, un futuro prometedor, pero no siento la mínima pasión por ella. Y las veces que me acosté contigo fue el mayor placer que pude haber sentido. Aunque no tengas el resto de cosas, sí haces la diferencia."
Fernanda mostró una media sonrisa. "Lo sabía", se dijo a si misma. Antes de responder una palabra siguió fumando, se tomó su tiempo y vio a los ojos a César. "Ya sé que solo soy buena para dar placer, a eso me dedico. También sé que no tengo ni clase, ni títulos, ni familia, ni nada, no hace falta que me digas ambas cosas", pareció que el mundo se detuvo y solo existía la mirada entre ambos.
"¿Pretendes estar con tu esposa y verme cada semana para hacerlo? jajaja, hombres, por esa debilidad tenemos trabajo. Para mí no hay problema", Fernanda fue sincera pero ocultó un punto importante: ella también por primera vez había sentido algo distinto al acostarse con César, algo cercano a hacer el amor, algo especial que sobresalía de tanta carnalidad habitual por la que ha pasado su vida.
"A veces pienso, si nos fuéramos juntos lejos y me olvidara de todo...", César se atrevió a decirlo. La chica no lo podía creer. "No sabes lo que dices", se dio la vuelta, tiró el cigarrillo y caminó léntamente.
"Solamente digo que es placentero imaginarlo y todo un desafío si lo hiciéramos, pero no lo sé...", el joven comenzó a seguirla. La tomó del brazo y la puso frente a él. Fernanda se mantenía inmóvil, su corazón no estaba para emocionarse con un cariño, ella nunca había tenido ese sentimiento, lo rechazaba, luchaba para no caer en él, pero César tenía esa mezcla varonil y suave, ese aroma, esa sinceridad, ese toque que para ella era complicado no atender. Se quedaron en silencio unos segundos.
Era el momento de definir. ¿Está mal querer a una mujer así? ¿Por qué siento que ella tiene algo que podría atraparme? ¿Acaso de la pasión puede surgir amor? ¿Tienes el valor de romper moldes y buscar en esta mujer el sentido de una relación? ¿Por qué siento que tiene algo que quiero para mi vida? ¿Por qué siento que podría enamorarme? Las interrogantes habían angustiado a César en las últimas semanas y su juventud también pesaba en esa tortuosa indecisión. El joven no daba el paso. Fernanda no podía apartarse de él y también tenía muchas interrogantes: ¿Una mujer como yo merece amor? ¿Después de todo lo hecho en mi vida? ¿Después de tanta oscuridad y perversión? ¿Podría merecerlo?
No rompieron el silencio. Se alejaron poco a poco sin apartarse la mirada por un momento. César abrió la puerta del carro y le hizo un gesto que daba a entender que volvería, que esto no se quedaría así.
Fernanda asintió sin quererlo.
Cuando se alejó el auto Fernanda encendió otro cigarrillo. Hacía frío y comenzó a caminar. Decidió tomarse la noche e ir por unas cervezas, había un nuevo bar a seis cuadras y quería conocer.
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El humo, la música y el olor a alcohol se mezclaban por todo el lugar. Se acomodó al final de la barra y pidió una cerveza, la tomó con una calma que no había sentido en mucho tiempo.
El bar estaba lleno. Muchas eran prostitutas, algunas de ellas le eran conocidas pero no intercambiaron palabras, como era una zona neutral a donde no había lucha por los clientes cada mujer estaba a la disposición de lo que su pareja o cualquier tipo les ofreciera.
Cuando tomaba su tercera cerveza vio a una joven primeriza, nerviosa, tratando de agradar a un hombre mediano, delgado y con un rostro serio, orgulloso. Fernanda recordó sus inicios en la prostitución y estuvo pendiente de ella. El sujeto estaba bastante alcoholizado, en un momento de la plática se molestó y no dudó en tomar la muñeca de la chica y retorcerla hasta provocar dolor. La joven no pudo zafarse y sus ojos mostraron esa incapacidad de hacerle frente al tipo. El hombre le habló fuerte a la cara, se sacó unos billetes y se los restregó en la cara. La prostituta trató de hacerse la fuerte, pero no pudo y en los alrededores no había el mínimo interés en ayudarla. Parte de la vida de las venderores de sexo.
--- Cuando has sido la muerte, cuando has tomado una vida... no hay retorno ---
Fernanda sintió esa punzada en su corazón. Su primer sentimiento: odio.
Al ver al hombre, sus ojos, su actitud, su violencia en contraste con la incapacidad de la mujer de zafarse, la inseguridad propia de una jovencita primeriza, fue un detonante en su interior. Después de todo lo vivido, del sufrimiento, de la venganza y de la oscuridad por la que había pasado, no había nada que perder y mucho que ganar: era el momento de descargar.
El sujeto arrastró a la mujer al fondo del lugar, cerca de los baños y la golpeó. Sus amigos no evitaron nada, le tenían miedo y al parecer era alguien de respeto. Un criminal en ascenso.
Cuando Fernanda se dirigió a los baños alcanzó a verlo en el momento que dejó a la chica en el suelo y se encontró con él cara a cara en el pasillo, pero guardó silencio y apartó la mirada.
La jovencita tenía un labio ensangrentado, estaba a punto de explotar en lágrimas, era una chica inofensiva. La escena hizo enfurecer a Fernanda.
Su corazón estaba nuevamente impactado. No era dolor o impotencia ¡era, otra vez, el odio más puro!
Ayudó a la jovencita, le dio un papel para limpiarse y le aconsejó que se fuera del lugar.
Fernanda volvió a la barra y no le perdió la pista al hombre.
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Una hora después...
Saboreó la cuarta cerveza y se fumó tres cigarrillos. Su mente era manejada por el sentimiento de venganza. Cada cierto tiempo su mirada se posaba en el hombre, sin que nadie lo sospechara, sin que su objetivo pudiera advertirlo.
A las tres de la mañana comenzaron a retirarse y dos sujetos que acompañaban al hombre que golpeó a la chica buscaron cuartos para acostarse con sus acompañantes. El agresor, Saúl mejor conocido por sus amigos como "El negro", quedó solo y fue a su auto a drogarse, clásico de estos tipos pensó Fernanda.
Estaba parada en la esquina del bar, en la oscuridad. Ahí tomó la decisión. Revisó su cartera, ahí estaba la navaja.
Tomó un dulce para recuperar el aliento, caminó léntamente se acercó a la ventana y tocó suavemente. Saúl no se sobresaltó, terminó de consumir y abrió la ventana. "Quieres divertirte, guapo", el poder de seducción de Fernanda ya estaba en acción.
El sujeto no la vio sospechosa, al contrario, vio a una joven indefensa y atractiva. No lo pensó mucho y abrió la puerta. "Me voy a divertir", pensó. "Te vas a arrepentir", pensó Fernanda al cerrar la puerta.
La ruta era directo a un motel que Fernanda conocía muy bien.
Luego de varias cuadras la mujer reconoció que Saúl perdía el control, a pesar de haber consumido sus fuerzas y su juicio se tambaleaban. La borrachera no había pasado del todo y el hombre estacionó el auto en una esquina desolada y cubierta por unos árboles. Sin dirigirse a la mujer comenzó a revisar su bolsillo izquierdo, estaba confundido y su cabeza se movió en esa dirección. Perdió contacto con su acompañante.
La locura.
Con toda la fuerza de su brazo derecho y sin titubear Fernanda clavó la navaja en la garganta del hombre...
Continuará...
sábado, 18 de febrero de 2017
Fernanda Parte XVI
"Piensa, piensa, no puede ser que por matar a este cerdo pases el resto de tus días en una cárcel. ¡Piensa, maldita sea!"
La desesperación comenzó a surtir efecto en el corazón de la pequeña prostituta. Disfrutó matar a Vaquero a tal punto de ser uno de los placeres más atractivos de su corta vida. La descarga de furia, encendida por un odio profundo, fue liberadora. Pero no dura mucho.
La desesperación comenzó a surtir efecto en el corazón de la pequeña prostituta. Disfrutó matar a Vaquero a tal punto de ser uno de los placeres más atractivos de su corta vida. La descarga de furia, encendida por un odio profundo, fue liberadora. Pero no dura mucho.
Debía salir de la escena y no sería sencillo. Su cuerpo desnudo estaba cubierto de sangre, fluidos, cocaína y alcohol. No tenía la menor idea de cómo actuar, nunca había asesinado pero debía concentrarse. La única ventaja que tenía era que estaba en un terreno baldío en las afueras de la ciudad, sin casas en los alrededores y eso le daría tiempo.
Comenzó a revisar los bolsillos del pantalón del criminal, ahí encontró suficientes dólares como para no prostituirse en tres semanas. El resto de pertenencias, el arma, un cuchillo, la billetera, el celular y varias bolsas con cocaina y éxtasis las dejó regadas cerca del cadáver.
Tomó la camisa del hombre y se limpió el cuerpo, fue una tarea complicada por el temor que no la dejaba tranquila. Se vistió y se percató de no dejar ninguna de sus pertenencias, se arregló el cabello y colocó un poco de maquillaje en su rostro. Miró por última vez el rostro de Vaquero y supo que para consumar la venganza era necesario que no la atraparan, o al menos que no la culparan por este crimen. Sin ningún remordimiento y con un impulso de supervivivencia, salió del auto y comenzó a buscar el camino hacia la carretera. Avanzó lento pero sin detenerse, pendiente que nadie la observara.
Los siguientes minutos parecieron horas para Fernanda: la desesperación y el temor de ser detenida no la dejaban pensar bien. Siguió el camino hasta que llegó a la vía.
Mientras caminaba sobre el asfalto se dio cuenta que su vestimenta no era de mucha ayuda para pasar desapercibida, aunque era cerca de medianoche desde los pocos autos que circulaban se escuchaban insinuaciones subidas de tono.
Mientras caminaba sobre el asfalto se dio cuenta que su vestimenta no era de mucha ayuda para pasar desapercibida, aunque era cerca de medianoche desde los pocos autos que circulaban se escuchaban insinuaciones subidas de tono.
Entonces siguió su instinto. La seducción.
Cada cierto tiempo volvía a ver los autos y le hacía frente a las insinuaciones. Cuando eran hombres jóvenes o adultos fornidos no cedía a las invitaciones, lo que menos quería era otro abusador en potencia que la oprimiera hasta penetrarla. Seguía adelante esperando un cliente manejable. Hasta que apareció.
"¿A dónde se dirige, señorita?" la frase la escuchó desde un sedán viejo, una carcacha andante. La voz era cálida, ronca, cansada por los años. Cuando la prostituta volvió a ver, sabía que era el cliente que buscaba: un anciano delgado, con lentes, demacrado pero con los ojos aún brillando por la posibilidad de ayudar a una jovencita y quizás conseguir algo más. El cuerpo de Fernanda, adecuadamente proporcionado, no pasaba desapercibido ella lo sabía y la mirada del señor no le dejaba duda.
"Voy al centro de la ciudad", dijo con un tono agradable y una mirada coqueta, suficientes atractivos para ganarse una pequeña parte de la confianza del anciano. "Vamos, sube te dejaré cerca", exclamó el hombre.
"Me llamo Julio ¿cómo te llamas, jovencita?", lo dijo en confianza.
"Carolina", respondió Fernanda con una sonrisa. A casi ningún cliente le decía su verdadero nombre, no había necesidad.
"No deberías caminar por estos rumbos y a esta hora, en estos tiempos te puedes encontrar la muerte en cualquier momento, en cada esquina", Don Julio lo dijo con ese tono paternal y seguro.
"Esta vez, esta noche, yo soy la muerte", imaginó Fernanda sin ningún reparo, temor o remordimiento. Su mirada no se apartó del parabrisas, de la carretera, simplemente no respondió.
El anciano la vio de reojo, se percató que estaba perdida en sus pensamientos pero eso no evitó que segundos después apreciara los labios, los senos y las piernas de la mujer. Entonces renació ese instinto casi olvidado. "¿Quieres ir a dar un paseo antes de que te deje en el centro? podríamos tomar algo." agregó el hombre. Fernanda encontró la que buscaba, esa cita para salir de la desesperante noche que había tenido.
"Está bien. Nos podemos relajar Julio...", la mano de la chica en la rodilla del señor. No había más que decir. La velocidad aumentó y el auto se perdió en la carretera oscura.
La madrugada fue confusa para Fernanda. No importó la cita con el anciano, solo se dio un baño y no tuvo que dar mucho placer para cumplir con el deseo del hombre. Fue automática, casi sin pensar se movió en la cama, entre el cuerpo del hombre. Su mente estaba perdida, los pensamientos se concentraban en el asesinato, en el deseo de escapar, en el porvenir, en encontrar algún sentido a su vida ahora que estaba consumada su particular venganza. No encontró nada, seguía perdida.
"Ahora me voy, muchacha, aquí tienes el dinero, cuídate", Don Julio fue amable, no tenía más que decir después de esa hora de placer, se sentía satisfecho.
Fernanda no dijo nada y esperó a que saliera. En la soledad encendió un cigarrillo y su mirada se perdió en el techo del cuarto, estaba semidesnuda y también su alma no tenía cobijo, calor, estaba fría y sin dirección.
El humo en los ojos la hizo volver a la realidad, a esa paranoia y necesidad de sentirse a salvo. Pero estaba sola, sin poder acudir a nadie. Sintió un vacío en la boca del estómago que se mezcló con el humo en su garganta.
A los pocos minutos pidió un taxi y a las 3:45 de la mañana entró a su pequeño, oscuro y desordenado cuarto. Se tiró a la cama y la adrenalina, los restos de droga y todo lo que pudo estimularla desapereció. Un cansancio tremendo se apoderó de ella. Se quedó dormida boca arriba.
Esta vez no soñó...
Continuará.
"Voy al centro de la ciudad", dijo con un tono agradable y una mirada coqueta, suficientes atractivos para ganarse una pequeña parte de la confianza del anciano. "Vamos, sube te dejaré cerca", exclamó el hombre.
"Me llamo Julio ¿cómo te llamas, jovencita?", lo dijo en confianza.
"Carolina", respondió Fernanda con una sonrisa. A casi ningún cliente le decía su verdadero nombre, no había necesidad.
"No deberías caminar por estos rumbos y a esta hora, en estos tiempos te puedes encontrar la muerte en cualquier momento, en cada esquina", Don Julio lo dijo con ese tono paternal y seguro.
"Esta vez, esta noche, yo soy la muerte", imaginó Fernanda sin ningún reparo, temor o remordimiento. Su mirada no se apartó del parabrisas, de la carretera, simplemente no respondió.
El anciano la vio de reojo, se percató que estaba perdida en sus pensamientos pero eso no evitó que segundos después apreciara los labios, los senos y las piernas de la mujer. Entonces renació ese instinto casi olvidado. "¿Quieres ir a dar un paseo antes de que te deje en el centro? podríamos tomar algo." agregó el hombre. Fernanda encontró la que buscaba, esa cita para salir de la desesperante noche que había tenido.
"Está bien. Nos podemos relajar Julio...", la mano de la chica en la rodilla del señor. No había más que decir. La velocidad aumentó y el auto se perdió en la carretera oscura.
La madrugada fue confusa para Fernanda. No importó la cita con el anciano, solo se dio un baño y no tuvo que dar mucho placer para cumplir con el deseo del hombre. Fue automática, casi sin pensar se movió en la cama, entre el cuerpo del hombre. Su mente estaba perdida, los pensamientos se concentraban en el asesinato, en el deseo de escapar, en el porvenir, en encontrar algún sentido a su vida ahora que estaba consumada su particular venganza. No encontró nada, seguía perdida.
"Ahora me voy, muchacha, aquí tienes el dinero, cuídate", Don Julio fue amable, no tenía más que decir después de esa hora de placer, se sentía satisfecho.
Fernanda no dijo nada y esperó a que saliera. En la soledad encendió un cigarrillo y su mirada se perdió en el techo del cuarto, estaba semidesnuda y también su alma no tenía cobijo, calor, estaba fría y sin dirección.
El humo en los ojos la hizo volver a la realidad, a esa paranoia y necesidad de sentirse a salvo. Pero estaba sola, sin poder acudir a nadie. Sintió un vacío en la boca del estómago que se mezcló con el humo en su garganta.
A los pocos minutos pidió un taxi y a las 3:45 de la mañana entró a su pequeño, oscuro y desordenado cuarto. Se tiró a la cama y la adrenalina, los restos de droga y todo lo que pudo estimularla desapereció. Un cansancio tremendo se apoderó de ella. Se quedó dormida boca arriba.
Esta vez no soñó...
Continuará.
sábado, 21 de enero de 2017
Tiempo
Hoy me acosté por la tarde
El techo como escenario
Los momentos pasados
Uno a uno, sin cesar
Hoy cerré los ojos
Sin soñar, sin descansar, sin paz
Sombras y recuerdos
En una danza en la oscuridad
Hoy intenté vivir
Cada momento, cada segundo
Y el tiempo como testigo
Susurrando dolor
Hoy perdí
Hoy no me levanté
Hoy dejé pasar la vida
Hoy no me importó
Podría explicar, excusarme, discutir
Y continuar una eterna disputa
Pero el tiempo como testigo
Advierte una pronta partida
El techo como escenario
Los momentos pasados
Uno a uno, sin cesar
Hoy cerré los ojos
Sin soñar, sin descansar, sin paz
Sombras y recuerdos
En una danza en la oscuridad
Hoy intenté vivir
Cada momento, cada segundo
Y el tiempo como testigo
Susurrando dolor
Hoy perdí
Hoy no me levanté
Hoy dejé pasar la vida
Hoy no me importó
Podría explicar, excusarme, discutir
Y continuar una eterna disputa
Pero el tiempo como testigo
Advierte una pronta partida
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