sábado, 18 de febrero de 2017

Fernanda Parte XVI



"Piensa, piensa, no puede ser que por matar a este cerdo pases el resto de tus días en una cárcel. ¡Piensa, maldita sea!"

La desesperación comenzó a surtir efecto en el corazón de la pequeña prostituta. Disfrutó matar a Vaquero a tal punto de ser uno de los placeres más atractivos de su corta vida. La descarga de furia, encendida por un odio profundo, fue liberadora. Pero no dura mucho.

Debía salir de la escena y no sería sencillo. Su cuerpo desnudo estaba cubierto de sangre, fluidos, cocaína y alcohol. No tenía la menor idea de cómo actuar, nunca había asesinado pero debía concentrarse. La única ventaja que tenía era que estaba en un terreno baldío en las afueras de la ciudad, sin casas en los alrededores y eso le daría tiempo. 

Comenzó a revisar los bolsillos del pantalón del criminal, ahí encontró suficientes dólares como para no prostituirse en tres semanas. El resto de pertenencias, el arma, un cuchillo, la billetera, el celular y varias bolsas con cocaina y éxtasis las dejó regadas cerca del cadáver.

Tomó la camisa del hombre y se limpió el cuerpo, fue una tarea complicada por el temor que no la dejaba tranquila. Se vistió y se percató de no dejar ninguna de sus pertenencias, se arregló el cabello y colocó un poco de maquillaje en su rostro. Miró por última vez el rostro de Vaquero y supo que para consumar la venganza era necesario que no la atraparan, o al menos que no la culparan por este crimen. Sin ningún remordimiento y con un impulso de supervivivencia, salió del auto y comenzó a buscar el camino hacia la carretera. Avanzó lento pero sin detenerse, pendiente que nadie la observara. 

Los siguientes minutos parecieron horas para Fernanda: la desesperación y el temor de ser detenida no la dejaban pensar bien. Siguió el camino hasta que llegó a la vía.


Mientras caminaba sobre el asfalto se dio cuenta que su vestimenta no era de mucha ayuda para pasar desapercibida, aunque era cerca de medianoche desde los pocos autos que circulaban se escuchaban insinuaciones subidas de tono.

Entonces siguió su instinto. La seducción.

Cada cierto tiempo volvía a ver los autos y le hacía frente a las insinuaciones. Cuando eran hombres jóvenes o adultos fornidos no cedía a las invitaciones, lo que menos quería era otro abusador en potencia que la oprimiera hasta penetrarla. Seguía adelante esperando un cliente manejable. Hasta que apareció.

"¿A dónde se dirige, señorita?" la frase la escuchó desde un sedán viejo, una carcacha andante.  La voz era cálida, ronca, cansada por los años. Cuando la prostituta volvió a ver, sabía que era el cliente que buscaba: un anciano delgado, con lentes, demacrado pero con los ojos aún brillando por la posibilidad de ayudar a una jovencita y quizás conseguir algo más. El cuerpo de Fernanda, adecuadamente proporcionado, no pasaba desapercibido ella lo sabía y la mirada del señor no le dejaba duda.

"Voy al centro de la ciudad", dijo con un tono agradable y una mirada coqueta, suficientes atractivos para ganarse una pequeña parte de la confianza del anciano. "Vamos, sube te dejaré cerca", exclamó el hombre.

"Me llamo Julio ¿cómo te llamas, jovencita?", lo dijo en confianza.
"Carolina", respondió Fernanda con una sonrisa. A casi ningún cliente le decía su verdadero nombre, no había necesidad.

"No deberías caminar por estos rumbos y a esta hora, en estos tiempos te puedes encontrar la muerte en cualquier momento, en cada esquina", Don Julio lo dijo con ese tono paternal y seguro.
"Esta vez, esta noche, yo soy la muerte", imaginó Fernanda sin ningún reparo, temor o remordimiento. Su mirada no se apartó del parabrisas, de la carretera, simplemente no respondió.

El anciano la vio de reojo, se percató que estaba perdida en sus pensamientos pero eso no evitó que segundos después apreciara los labios, los senos y las piernas de la mujer. Entonces renació ese instinto casi olvidado. "¿Quieres ir a dar un paseo antes de que te deje en el centro? podríamos tomar algo." agregó el hombre. Fernanda encontró la que buscaba, esa cita para salir de la desesperante noche que había tenido.

"Está bien. Nos podemos relajar Julio...", la mano de la chica en la rodilla del señor. No había más que decir. La velocidad aumentó y el auto se perdió en la carretera oscura.

La madrugada fue confusa para Fernanda. No importó la cita con el anciano, solo se dio un baño y no tuvo que dar mucho placer para cumplir con el deseo del hombre. Fue automática, casi sin pensar se movió en la cama, entre el cuerpo del hombre. Su mente estaba perdida, los pensamientos se concentraban en el asesinato, en el deseo de escapar, en el porvenir, en encontrar algún sentido a su vida ahora que estaba consumada su particular venganza. No encontró nada, seguía perdida.

"Ahora me voy, muchacha, aquí tienes el dinero, cuídate", Don Julio fue amable, no tenía más que decir después de esa hora de placer, se sentía satisfecho.
Fernanda no dijo nada y esperó a que saliera. En la soledad encendió un cigarrillo y su mirada se perdió en el techo del cuarto, estaba semidesnuda y también su alma no tenía cobijo, calor, estaba fría y sin dirección.



El humo en los ojos la hizo volver a la realidad, a esa paranoia y necesidad de sentirse a salvo. Pero estaba sola, sin poder acudir a nadie. Sintió un vacío en la boca del estómago que se mezcló con el humo en su garganta.
A los pocos minutos pidió un taxi y a las 3:45 de la mañana entró a su pequeño, oscuro y desordenado cuarto. Se tiró a la cama y la adrenalina, los restos de droga y todo lo que pudo estimularla desapereció. Un cansancio tremendo se apoderó de ella. Se quedó dormida boca arriba.

Esta vez no soñó...

Continuará.

   
  

  

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