sábado, 18 de marzo de 2017

Fernanda Parte XVII


Los principales noticieros destacaban el enfrentamiento en el centro de la capital. ¡Guerra de bandas! ¡Masacre! ¡Venganza entre mafias! los principales titulares asombraron a muchos. De los cinco muertos, el más significativo, el más repetido: el despiadado Vaquero.

Bruno fumaba un cigarrillo mientras revisaba los periódicos junto a él estaban cuatro hombres, el núcleo del grupo de Vaquero. Tres hombres del grupo enemigo, entre ellos un lugarteniente, fueron asesinados, Bruno se salvó porque descubrió que los seguían y no dudó en atacar. "Estos malditos tenían todo preparado, querían aniquilarnos a todos", dijo sin titubear.

"Nos siguieron, sabían de nuestros pasos y seguramente conocen nuestras casas de seguridad", se levantó y camino por la casa.

"¿Pero quién pudo seguir y matar a Vaquero?" exclamó uno de los hombres, un fornido de mediana edad que sostenía un vaso con whisky. "En las últimas semanas Vaquero se rodeaba de mujeres, algunas nunca las conocimos pero todas eran de su confianza, al menos eso parecía", dijo antes de dar un sorbo.

Bruno, quien nunca apreció al jefe, pensó bien sus palabras. "Eso de acostarse con todas y drogarse lo hizo perder la disciplina y seguramente eso aprovecharon los enemigos para infiltrar su espacio. La última vez que lo ví estaba con una chica, no la recuerdo muy bien pero dudo mucho que ella fuera un blanco a tomar en cuenta, parecía perdida y Vaquero la tenía sometida", recordó el criminal tatuado.

"Él nos dio la misión de atacar al grupo de Jorge, se escuchaba ansioso y no dio muchas explicaciones. Está claro que había perdido la preocupación, seguramente salió por más diversión, lo siguieron y le tendieron una trampa. Al mismo tiempo a nosotros nos estaban siguiendo", Bruno hizo una pausa y se puso al frente del grupo.

"Está muerto. Esto debe continuar, ahora yo estoy al mando. Desde este momento vamos a cambiar las casas de seguridad, vamos a reclutar al resto de hombres y destruiremos a esos malditos, comenzando desde nuestro territorio. Todo hombre sospechoso, que no pertenezca a esta zona, estará en la mira. ¿Escucharon bien?", Bruno era de la misma línea de Vaquero, imponía su posición, inspiraba temor. Sus hombres se vieron entre ellos y aceptaron las condiciones. Había nuevo jefe, nuevas misiones.

"Qué bueno que te mataron Vaquero, ahora estoy en el lugar que pertenezco", Bruno pensaba mientras miraba a sus lugartenientes y comenzaba su reinado criminal.

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Fernanda abrió los ojos y por varios segundos no sabía a dónde estaba, su mente trataba de estabilizarse y determinar si estaba soñando o estaba despierta... o quizás muerta.

Cuando sintió el olor a cigarro en su ropa y se vio vestida, saltó de golpe de la cama. Los recuerdos del momento en que atravesó con el cuchillo el pecho de Vaquero, los ojos perdidos del hombre, la atacaron constantemente. Pensó en Angie. "Estás vengada, chelita", sintió que la culpa que cargaba por el suicidio de su amiga desapareció.

Como sucedió después de la muerte de Don Carlos, el viejo abogado, el pervertido sexual que falleció con el traje de sadomasoquista puesto, salió por información. Compró periódicos, cigarros, vio todos los noticieros y permaneció en su cuarto los siguientes dos días. No había indicios que la incriminaran, no había, al menos hasta ese momento, una evidencia de su participación.

Entre toda la pesadilla recordó que César, el jovencito delgado, bien vestido y de clase, la había llamado en los momento en que estaba con Vaquero. No le importó.

"Solo falta que me reconozcan los dos hombres que estaban con Vaquero en la casa. Qué importa, de todos modos ya no me queda nada", dijo sin dudar. Fernanda había perdido las posibilidades de volver a una vida normal, alejada de los infiernos. Ella era un infierno, una alma perdida; como un demonio, sabía su condición y ya no lo lamentaba. Su corazón estaba oscuro.


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Cinco días después...

Los tacones rompieron el silencio en la calle. Era medianoche. La mujer caminaba léntamente, dejaba una estela de humo de cigarrillo y un olor a perfume barato. Fernanda había vuelto al trabajo.

La importancia de las noticias sobre Vaquero habían pasado. Tres asesinatos en los últimos días, vinculados a bandas criminales, habían ganado notoriedad. El grupo de Bruno estaba limpiando su territorio.

La gente, los borrachos, los vendedores de droga y sus clientes volvieron a la normalidad, a la cotidianidad de excesos, riesgos, placeres, dinero... perdición.

Fernanda también volvió a sus escenarios, a las calles que le abrieron las puertas a la prostitución. Se sentía en su zona, en sus bares, en ese amplio sector que estaba pasando al olvido, que no tenía la afluencia del centro de la ciudad.

Esta vez no había clientes. Encendió otro cigarro y a los minutos vio acercarse un auto que le pareció conocido. Era César. Fernanda sintió algo extraño en la boca de su estómago y por un momento no supo si ignorarlo o enfrentarlo. No hizo falta.

César tomó la iniciativa: "Estoy acá porque quiero disculparme, sé que parece una tontería pero me quedé pensando en lo que te dije y no estuvo bien. No me ha sentando bien esa doble vida, ese sentimiento extraño sobre lo que tengo y lo que deseo", lo dijo sin vacilar. "La tengo a ella, el soporte de nuestras familias, un futuro prometedor, pero no siento la mínima pasión por ella. Y las veces que me acosté contigo fue el mayor placer que pude haber sentido. Aunque no tengas el resto de cosas, sí haces la diferencia."

Fernanda mostró una media sonrisa. "Lo sabía", se dijo a si misma. Antes de responder una palabra siguió fumando, se tomó su tiempo y vio a los ojos a César. "Ya sé que solo soy buena para dar placer, a eso me dedico. También sé que no tengo ni clase, ni títulos, ni familia, ni nada, no hace falta que me digas ambas cosas", pareció que el mundo se detuvo y solo existía la mirada entre ambos.

"¿Pretendes estar con tu esposa y verme cada semana para hacerlo? jajaja, hombres, por esa debilidad tenemos trabajo. Para mí no hay problema", Fernanda fue sincera pero ocultó un punto importante: ella también por primera vez había sentido algo distinto al acostarse con César, algo cercano a hacer el amor, algo especial que sobresalía de tanta carnalidad habitual por la que ha pasado su vida.

"A veces pienso, si nos fuéramos juntos lejos y me olvidara de todo...", César se atrevió a decirlo. La chica no lo podía creer. "No sabes lo que dices", se dio la vuelta, tiró el cigarrillo y caminó léntamente.

"Solamente digo que es placentero imaginarlo y todo un desafío si lo hiciéramos, pero no lo sé...", el joven comenzó a seguirla. La tomó del brazo y la puso frente a él. Fernanda se mantenía inmóvil, su corazón no estaba para emocionarse con un cariño, ella nunca había tenido ese sentimiento, lo rechazaba, luchaba para no caer en él, pero César tenía esa mezcla varonil y suave, ese aroma, esa sinceridad, ese toque que para ella era complicado no atender. Se quedaron en silencio unos segundos.

Era el momento de definir. ¿Está mal querer a una mujer así? ¿Por qué siento que ella tiene algo que podría atraparme? ¿Acaso de la pasión puede surgir amor? ¿Tienes el valor de romper moldes y buscar en esta mujer el sentido de una relación? ¿Por qué siento que tiene algo que quiero para mi vida? ¿Por qué siento que podría enamorarme? Las interrogantes habían angustiado a César en las últimas semanas y su juventud también pesaba en esa tortuosa indecisión. El joven no daba el paso. Fernanda no podía apartarse de él y también tenía muchas interrogantes: ¿Una mujer como yo merece amor? ¿Después de todo lo hecho en mi vida? ¿Después de tanta oscuridad y perversión? ¿Podría merecerlo?

No rompieron el silencio. Se alejaron poco a poco sin apartarse la mirada por un momento. César abrió la puerta del carro y le hizo un gesto que daba a entender que volvería, que esto no se quedaría así.
Fernanda asintió sin quererlo.

Cuando se alejó el auto Fernanda encendió otro cigarrillo. Hacía frío y comenzó a caminar. Decidió tomarse la noche e ir por unas cervezas, había un nuevo bar a seis cuadras y quería conocer.

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El humo, la música y el olor a alcohol se mezclaban por todo el lugar. Se acomodó al final de la barra y pidió una cerveza, la tomó con una calma que no había sentido en mucho tiempo.

El bar estaba lleno. Muchas eran prostitutas, algunas de ellas le eran conocidas pero no intercambiaron palabras, como era una zona neutral a donde no había lucha por los clientes cada mujer estaba a la disposición de lo que su pareja o cualquier tipo les ofreciera.

Cuando tomaba su tercera cerveza vio a una joven primeriza, nerviosa, tratando de agradar a un hombre mediano, delgado y con un rostro serio, orgulloso. Fernanda recordó sus inicios en la prostitución y estuvo pendiente de ella. El sujeto estaba bastante alcoholizado, en un momento de la plática se molestó y no dudó en tomar la muñeca de la chica y retorcerla hasta provocar dolor. La joven no pudo zafarse y sus ojos mostraron esa incapacidad de hacerle frente al tipo. El hombre le habló fuerte a la cara, se sacó unos billetes y se los restregó en la cara. La prostituta trató de hacerse la fuerte, pero no pudo y en los alrededores no había el mínimo interés en ayudarla. Parte de la vida de las venderores de sexo.

--- Cuando has sido la muerte, cuando has tomado una vida... no hay retorno ---




Fernanda sintió esa punzada en su corazón. Su primer sentimiento: odio.
Al ver al hombre, sus ojos, su actitud, su violencia en contraste con la incapacidad de la mujer de zafarse, la inseguridad propia de una jovencita primeriza, fue un detonante en su interior. Después de todo lo vivido, del sufrimiento, de la venganza y de la oscuridad por la que había pasado, no había nada que perder y mucho que ganar: era el momento de descargar.

El sujeto arrastró a la mujer al fondo del lugar, cerca de los baños y la golpeó. Sus amigos no evitaron nada, le tenían miedo y al parecer era alguien de respeto. Un criminal en ascenso.
Cuando Fernanda se dirigió a los baños alcanzó a verlo en el momento que dejó a la chica en el suelo y se encontró con él cara a cara en el pasillo, pero guardó silencio y apartó la mirada.
La jovencita tenía un labio ensangrentado, estaba a punto de explotar en lágrimas, era una chica inofensiva. La escena hizo enfurecer a Fernanda.
Su corazón estaba nuevamente impactado. No era dolor o impotencia ¡era, otra vez, el odio más puro!

Ayudó a la jovencita, le dio un papel para limpiarse y le aconsejó que se fuera del lugar.
Fernanda volvió a la barra y no le perdió la pista al hombre.

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Una hora después...

Saboreó la cuarta cerveza y se fumó tres cigarrillos. Su mente era manejada por el sentimiento de venganza. Cada cierto tiempo su mirada se posaba en el hombre, sin que nadie lo sospechara, sin que su objetivo pudiera advertirlo.

A las tres de la mañana comenzaron a retirarse y dos sujetos que acompañaban al hombre que golpeó a la chica buscaron cuartos para acostarse con sus acompañantes. El agresor, Saúl mejor conocido por sus amigos como "El negro", quedó solo y fue a su auto a drogarse, clásico de estos tipos pensó Fernanda.

Estaba parada en la esquina del bar, en la oscuridad. Ahí tomó la decisión. Revisó su cartera, ahí estaba la navaja.

Tomó un dulce para recuperar el aliento, caminó léntamente se acercó a la ventana y tocó suavemente. Saúl no se sobresaltó, terminó de consumir y abrió la ventana. "Quieres divertirte, guapo", el poder de seducción de Fernanda ya estaba en acción.

El sujeto no la vio sospechosa, al contrario, vio a una joven indefensa y atractiva. No lo pensó mucho y abrió la puerta. "Me voy a divertir", pensó. "Te vas a arrepentir", pensó Fernanda al cerrar la puerta.

La ruta era directo a un motel que Fernanda conocía muy bien.

Luego de varias cuadras la mujer reconoció que Saúl perdía el control, a pesar de haber consumido sus fuerzas y su juicio se tambaleaban. La borrachera no había pasado del todo y el hombre estacionó el auto en una esquina desolada y cubierta por unos árboles. Sin dirigirse a la mujer comenzó a revisar su bolsillo izquierdo, estaba confundido y su cabeza se movió en esa dirección. Perdió contacto con su acompañante.

La locura.





Con toda la fuerza de su brazo derecho y sin titubear Fernanda clavó la navaja en la garganta del hombre...

Continuará...







  

sábado, 18 de febrero de 2017

Fernanda Parte XVI



"Piensa, piensa, no puede ser que por matar a este cerdo pases el resto de tus días en una cárcel. ¡Piensa, maldita sea!"

La desesperación comenzó a surtir efecto en el corazón de la pequeña prostituta. Disfrutó matar a Vaquero a tal punto de ser uno de los placeres más atractivos de su corta vida. La descarga de furia, encendida por un odio profundo, fue liberadora. Pero no dura mucho.

Debía salir de la escena y no sería sencillo. Su cuerpo desnudo estaba cubierto de sangre, fluidos, cocaína y alcohol. No tenía la menor idea de cómo actuar, nunca había asesinado pero debía concentrarse. La única ventaja que tenía era que estaba en un terreno baldío en las afueras de la ciudad, sin casas en los alrededores y eso le daría tiempo. 

Comenzó a revisar los bolsillos del pantalón del criminal, ahí encontró suficientes dólares como para no prostituirse en tres semanas. El resto de pertenencias, el arma, un cuchillo, la billetera, el celular y varias bolsas con cocaina y éxtasis las dejó regadas cerca del cadáver.

Tomó la camisa del hombre y se limpió el cuerpo, fue una tarea complicada por el temor que no la dejaba tranquila. Se vistió y se percató de no dejar ninguna de sus pertenencias, se arregló el cabello y colocó un poco de maquillaje en su rostro. Miró por última vez el rostro de Vaquero y supo que para consumar la venganza era necesario que no la atraparan, o al menos que no la culparan por este crimen. Sin ningún remordimiento y con un impulso de supervivivencia, salió del auto y comenzó a buscar el camino hacia la carretera. Avanzó lento pero sin detenerse, pendiente que nadie la observara. 

Los siguientes minutos parecieron horas para Fernanda: la desesperación y el temor de ser detenida no la dejaban pensar bien. Siguió el camino hasta que llegó a la vía.


Mientras caminaba sobre el asfalto se dio cuenta que su vestimenta no era de mucha ayuda para pasar desapercibida, aunque era cerca de medianoche desde los pocos autos que circulaban se escuchaban insinuaciones subidas de tono.

Entonces siguió su instinto. La seducción.

Cada cierto tiempo volvía a ver los autos y le hacía frente a las insinuaciones. Cuando eran hombres jóvenes o adultos fornidos no cedía a las invitaciones, lo que menos quería era otro abusador en potencia que la oprimiera hasta penetrarla. Seguía adelante esperando un cliente manejable. Hasta que apareció.

"¿A dónde se dirige, señorita?" la frase la escuchó desde un sedán viejo, una carcacha andante.  La voz era cálida, ronca, cansada por los años. Cuando la prostituta volvió a ver, sabía que era el cliente que buscaba: un anciano delgado, con lentes, demacrado pero con los ojos aún brillando por la posibilidad de ayudar a una jovencita y quizás conseguir algo más. El cuerpo de Fernanda, adecuadamente proporcionado, no pasaba desapercibido ella lo sabía y la mirada del señor no le dejaba duda.

"Voy al centro de la ciudad", dijo con un tono agradable y una mirada coqueta, suficientes atractivos para ganarse una pequeña parte de la confianza del anciano. "Vamos, sube te dejaré cerca", exclamó el hombre.

"Me llamo Julio ¿cómo te llamas, jovencita?", lo dijo en confianza.
"Carolina", respondió Fernanda con una sonrisa. A casi ningún cliente le decía su verdadero nombre, no había necesidad.

"No deberías caminar por estos rumbos y a esta hora, en estos tiempos te puedes encontrar la muerte en cualquier momento, en cada esquina", Don Julio lo dijo con ese tono paternal y seguro.
"Esta vez, esta noche, yo soy la muerte", imaginó Fernanda sin ningún reparo, temor o remordimiento. Su mirada no se apartó del parabrisas, de la carretera, simplemente no respondió.

El anciano la vio de reojo, se percató que estaba perdida en sus pensamientos pero eso no evitó que segundos después apreciara los labios, los senos y las piernas de la mujer. Entonces renació ese instinto casi olvidado. "¿Quieres ir a dar un paseo antes de que te deje en el centro? podríamos tomar algo." agregó el hombre. Fernanda encontró la que buscaba, esa cita para salir de la desesperante noche que había tenido.

"Está bien. Nos podemos relajar Julio...", la mano de la chica en la rodilla del señor. No había más que decir. La velocidad aumentó y el auto se perdió en la carretera oscura.

La madrugada fue confusa para Fernanda. No importó la cita con el anciano, solo se dio un baño y no tuvo que dar mucho placer para cumplir con el deseo del hombre. Fue automática, casi sin pensar se movió en la cama, entre el cuerpo del hombre. Su mente estaba perdida, los pensamientos se concentraban en el asesinato, en el deseo de escapar, en el porvenir, en encontrar algún sentido a su vida ahora que estaba consumada su particular venganza. No encontró nada, seguía perdida.

"Ahora me voy, muchacha, aquí tienes el dinero, cuídate", Don Julio fue amable, no tenía más que decir después de esa hora de placer, se sentía satisfecho.
Fernanda no dijo nada y esperó a que saliera. En la soledad encendió un cigarrillo y su mirada se perdió en el techo del cuarto, estaba semidesnuda y también su alma no tenía cobijo, calor, estaba fría y sin dirección.



El humo en los ojos la hizo volver a la realidad, a esa paranoia y necesidad de sentirse a salvo. Pero estaba sola, sin poder acudir a nadie. Sintió un vacío en la boca del estómago que se mezcló con el humo en su garganta.
A los pocos minutos pidió un taxi y a las 3:45 de la mañana entró a su pequeño, oscuro y desordenado cuarto. Se tiró a la cama y la adrenalina, los restos de droga y todo lo que pudo estimularla desapereció. Un cansancio tremendo se apoderó de ella. Se quedó dormida boca arriba.

Esta vez no soñó...

Continuará.

   
  

  

sábado, 21 de enero de 2017

Tiempo

Hoy me acosté por la tarde
El techo como escenario
Los momentos pasados
Uno a uno, sin cesar

Hoy cerré los ojos
Sin soñar, sin descansar, sin paz
Sombras y recuerdos
En una danza en la oscuridad

Hoy intenté vivir
Cada momento, cada segundo
Y el tiempo como testigo
Susurrando dolor

Hoy perdí
Hoy no me levanté
Hoy dejé pasar la vida
Hoy no me importó

Podría explicar, excusarme, discutir
Y continuar una eterna disputa
Pero el tiempo como testigo
Advierte una pronta partida








sábado, 23 de julio de 2016

El pecador nocturno


Los susurros aumentaron entre las mesas del salón. Era el momento de entablar pláticas, protocolorias si se quiere, no importa, ese buen modal de no permitir silencios incómodos afloró en cada uno de los invitados.
Miradas de aceptación, de sorpresa, secretos al oído, sonrisas conspirativas, o naturales, quizás hipócritas, nunca lo sabrá el pecador nocturno, con esa identidad se sentía cómodo uno de los tantos hombres maduros sentado en las mesas. 

Aunque la cena era para agasajar a un grupo de trabajadores, y había lazos de mutuo interés entre organizadores e invitados, el tiempo acomodó a cada uno en sus respectivos grupos; los minutos, que parecieron largos, emparejaron gustos, trabajos, visiones y cercanías. Y en un sector, al fondo del salón, quedaron aquellos dueños de la fiesta, del sistema, de los que mueven y tensan las cuerdas de una sociedad. Y en el resto de las mesas, los asalariados agradecidos por un trabajo, aunque este fuera devaluado, extremadamente devaluado.

Ahí estaban todos con los buenos modales, mientras los meseros servían las bebidas. Se notaba quienes tenían buen gusto debido a una educación y quienes por la necesidad de acoplarse, se vieron forzados a tenerlos. Las miradas, principalmente, y la forma de actuar, delataron a unos y a otros. El pecador nocturno, con un ojo experto a fuerza de años y experiencia, analizó cada uno de los rostros, los movimientos de las manos, pero especialmente las miradas. Después de algunos minutos, ya tenía una visión general de los presentes y algunas de sus características.



El inconveniente, pensó el hombre, era hablar. Cuando le tocaba su turno era incómodo, y con el tiempo se volvía una desagradable experiencia. Aunque la sensación era interna, en el exterior, sus ojos, su sonrisa y su amabilidad estaban a la altura de las expectativas, de las reuniones. Pero su limitada capacidad para entablar conversaciones contrastaba con su bien experimentada capacidad de escuchar, sí, esa era la mejor de sus ventajas. ¿Quién no quiere ser escuchado?

El pecador nocturno habló lo necesario y si debía mantener un silencio incómodo, lo hacía, no tenía problemas con eso, mucho menos en esta era de teléfonos inteligentes y redes sociales. Pasó de ser una interesante persona con quien hablar, al tipo silencioso de la mesa.

Entonces, llegó el momento más cómico: servirse los alimentos, era de las escenas preferidas para el hombre silencioso. Sus ojos estaban fijos en las miradas de los presentes, gozaba ver como las personas mostraban sus emociones, por ejemplo al presenciar los filetes de carne. Cuando el olfato y la vista están concentrados en la comida, muchos se delatan, es una forma gratuita de presentarse, sin realmente querer hacerlo, eso lo sabía muy bien el pecador nocturno.

Comer era otro momento muy estudiado por el hombre de pocas palabras, vital para conocer a las personas. Recordó a todos los que ha visto masticar, desde los enemigos hasta los queridos, desde los jefes hasta los compañeros de estudios, incluso muchos desconocidos en centros comerciales y restaurantes. Todos fueron sus exámenes, sus pruebas y errores para afinar su ojo. 



Con sus allegados comiendo, y luego de relacionarse con ellos un tiempo considerable, logró reconocer estados de ánimo, secretos, mentiras, verdades, falsas felicidades, gozo auténtico, buenas personas y miserables hipócritas. Pero en la cena de celebración a la que fue invitado, se limitó a comer, tenía hambre.

Al finalizar su plato volvió a lo suyo. Y observó a los de la mesa exclusiva, luego a los trabajadores que se convirtieron en buscadores compulsivos de alcohol, a las mujeres de ambos estratos sociales, a los hipócritas en busca de un ascenso, a quienes simplemente reían sin quererlo, a los adictos a la tecnología quienes eran la mayoría, el poder del celular inteligente tenía a ricos y proletarios enganchados, en eso sí que no había diferencia.

Habló lo necesario, sonrió con balance, opinó con aparente interés, detalló sus experiencias con una mezcla bien trabajada de mentiras y verdades. Y así pasó el tiempo, en medio de los susurros.

No podía evitar sentirse aislado. Era una sensación añeja que muchas veces le generó tristezas pero que con el tiempo logró manejar, una de sus principales acciones fue olvidarse de los demás. Hubo un tiempo en el que tenía la necesidad de expresar todo lo que sentia, pero esa acción poco inteligente la fue desechando poco a poco.

El hombre decidió despojar, desde hace mucho tiempo, la crítica hacia a las personas. Con los años aceptó su rol, su misión, tenía bien claro que no podía ni quería ser de la multitud. En todo caso, si tenía que definir entre bueno o malo, eso de ser sociable, lo veía bien para todos menos para él. 
Pero no había reproches, ni lamentos; al contrario, había una comodidad legítima, así eran las cosas... y así comenzó su historia como pecador nocturno. En las profundidades de su corazón, en la soledad de su interior, en la noche de su vida, estaba el espacio para ser, no solo un pecador; desde el punto de vista bíblico todos sin excepción son pecadores; sino para ser, y hacer, cualquier cosa.

En medio del salón, con la música y susurros de fondo, tomó la decisión. Ya no había vuelta atrás, había una clara frontera entre su visión y el mundo. Lo más cómodo era dividir: vida, visiones, acciones, decisiones. Desde ahora, acomodaría dos identidades en un mismo cuerpo: la social, la que todos iban a ver, aquella en la que su físico le permitía dar una buena impresión; y la exclusiva, la del pecador nocturno.

Se levantó y se despidió amablemente de los presentes, sus manos saludaron a cada uno, los buenos modales en viva expresión, cuando caminó entre las mesas su mirada, su porte, su andar no pasaron desapercibidos, era un hombre bien parecido, interesante, agradable a la vista. Salió del salón y llegó al pasillo del hotel... una nueva historia comenzó.



   

jueves, 30 de junio de 2016

Fernanda Parte XV

Espasmos. Ansiedad. Éxtasis. Estimulación. Locura.

La cocaína incluso se desperdiciaba, importaba poco si se perdía. Ellos, como dueños de la dosis, podían darse ese lujo, no como aquellos adictos harapientos que cuidan su pequeña cantidad hasta con su propia vida. La escena era una gula de químicos.

Vaquero tomó una mezcla de éxtasis y viagra, dos sustancias que se sumaban a muchas noches de alcohol y estimulantes.

Con el pasar del tiempo se despertó la llama del hombre, él era un adicto al sexo violento, extremo, por lo tanto no necesitaba mayor estimulación. Estaba en sus genes, en su sangre.

A la noche se le sumó otro estimulante: una botella de vodka; además, la música rompió el silencio al interior del auto, los minutos se fueron entre caricias toscas, miradas penetrantes y sentimientos oscuros. El delincuente estaba en su locura habitual, pero Fernanda ya estaba bastante intoxicada, no sentía la mitad de su rostro, su corazón latía más rápido y por un momento se olvidó de todo. Solo fueron unos minutos de éxtasis, porque detuvo el consumo, luego fue apareciendo el odio y la sed de venganza, eso no se perdió en la locura de la noche.

La jovencita calculó hasta ver al hombre activado por el deseo y las sustancias, entonces comenzó su ritual.

A cada paso de Vaquero, ella utilizó su cuerpo. Por cada caricia del hombre, la chica imprimió lascivia. Sus movimientos, su cuerpo, su sangre, su mente, todo estaba conectado. Y si algo caracteriza a esta mujer, de pequeña estatura, senos, caderas y piernas adecuadamente proporcionadas, era su habilidad para encender los deseos más profundos de un hombre.
Su mirada era un pecado intenso, lujuría en su máxima expresión.

Vaquero cayó. Una corriente de placer lo envolvió, lo transformó y no había otro camino que deleitarse con Fernanda, con todas sus fuerzas, con todo lo que su cuerpo podía dar. Placer en estado profundo.

Fueron 20 minutos extremos, una eternidad para Fernanda. Comenzó a preocuparse porque no podía detener el acto. Aunque pudo mantener el ritmo intenso, dudó si iba a tener la oportunidad de dañar al criminal. Sintió miedo.

Entonces llegó ese complicado instante en la vida de todo ser humano. Las consecuencias de los años, la factura a pagar... la sombra de la muerte comenzó a trazarse.



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No importa el tiempo.
No importa todo lo que realizaste en este mundo, bueno o malo, da igual.
Siempre llega mi día. El momento en que mi obra maestra, significa tu final...


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En muchas ocasiones todo depende del ritmo. Nuestras vidas giran con la intensidad que, en el mejor de los casos, definimos. Pero otras fuerzas también imponen el ritmo de nuestro andar y eso suma para nuestro final.

El ritmo de Vaquero era fuerza, deseo, odio, violencia, desenfreno, poder, sin escrúpulos, sin misericordia. Eso lo imprimió desde siempre, lo vio y sufrió en su familia, lo mejoró en las calles y lo perfeccionó en el mundo del crimen.



Y en el auto, con Fernanda, el ritmo era despiadadamente placentero para el jefe criminal. "Explotaré pronto", pensó mientras se saciaba con el cuerpo de la chica. Con el sudor en su rostro, y por alguna extraña razón, aceleró la llegada del climax... hasta que logró explotar de placer.
Para Vaquero, una sensación que encadena como una adicción. Para Fernanda, el final fue un alivio y un espacio para pensar, aunque eso era lo más difícil. Sus fuerzas no eran las mismas.

El hombre, con la natural relajación posterior al encuentro sexual, mantuvo el cuerpo de la mujer encima del suyo. Fernanda esperó y no se movió.

Una sensación de calma y satisfacción recorrió el interior del criminal, pero fue por un corto tiempo. Un mareo comenzó a molestarlo mas de lo que esperaba. Cuando quiso apartar a la prostituta no tuvo la fuerza de siempre, sus manos comenzaron a temblar. "Apártate... pronto volveremos a la ciudad", dijo con cierta molestia, pero no había molestia lo que sucedía era que todo sentimiento o sensación la expresaba con enojo, seriedad o desinterés. Su voz era débil, entrecortada.

Fernanda, sin ropa, esperó en el asiento del copiloto. Por primera vez vio diferente a Vaquero, había cansancio en sus ojos. Ella no le apartó la mirada, como la de una fiera, mientras tanto el hombre miraba hacia el techo del auto.

Sudoración, pupilas anormales, temblores y desesperación envolvieron el cuerpo del criminal, su respiración comenzó a variar. A Vaquero no le respondía el cuerpo.
 A sus 39 años, luego de años de excesos y una extrema confianza en sus capacidades, la debilidad lo envolvió a tal punto que su respiración comenzó a variar. Las drogas de los últimos años, más el alcohol acumulado, con las noches de desvelos y sexo, pasaron la cuenta.

La saliva salió de a poco de su boca, le costaba respirar, los efectos de la sobredosis se profundizaron. Ahí estaba el criminal más temido, tendido, sin fuerzas, en un auto en medio de un terreno desolado en las afueras de la ciudad. No era la primera vez que las drogas lo tumbaban, pero si fue la primera vez que estaba a merced de alguien.

Fernanda mantuvo su mirada fija en el hombre, la situación comenzó a desesperarla... hasta que liberó el odio, dejó correr la adrenalina de la venganza. Recordó a Angie, recordó todo lo que sufrió con los hombres, sus clientes en las calles, trajo a su mente todo el dolor y repulsión que le provocó acostarse con Vaquero, su odiado enemigo. No pensó mucho su siguiente acción.

"Voy a ayudarte", dijo mientras buscaba algo en su bolso. La chica encontró la navaja, volvió a ver al sujeto, que respiraba con dificultad, y se subió a su enorme cuerpo. Estaba encima del criminal y fijó sus penetrantes ojos en la mirada desesperada, cansada y débil de Vaquero.



"¿Qué hacés?"... fue lo último que dijo el hombre. Fernanda empujó con determinación la navaja directo en la costilla derecha, la sangre brotó inmediatamente. El filo abriendo la carne provocó temblor en Vaquero, sus ojos se abrieron completamente, pero sus brazos no lograron alcanzar a la mujer.

La prostituta se llenó de odio, sacó la navaja solo para enterrarla una vez más, esta vez en el tórax, y empujarla con todas sus fuerzas. Los pulmones del hombre se llenaron de sangre. Vio la desesperación, el terror y la impotencia en la mirada del criminal mientras el último aliento, una mezcla de vodka, humo de cigarro y fluidos, salió de la boca del hombre.

Los ojos de Vaquero quedaron abiertos. Para Fernanda, que respiraba con fuerza, fue una descarga total. Se quedó apreciando el rostro de la muerte, mientras la sangre caliente de su enemigo recorrió su vientre, sus piernas... el fluido más excitante que haya sentido, pensó.

Continuará...
    





  


lunes, 7 de marzo de 2016

Año 4


Sin darme cuenta pasó el día de la independencia.
Suficiente afán como para diluirme en lo cotidiano.
Una estrella me recordó mi nueva vida.
Una que, espero, no sea fugaz.

Quizás me estoy sintiendo cómodo.
A lo mejor son los años.
O tal vez perdí el gusto a un triunfo épico.
Mi cabeza funciona diferente... quizás.

Los minutos de silencio dan la razón.
Desnudan la realidad.
Nos venden una libertad a la que nos sostenemos.
Mis ojos descifran cadenas que nos aprisionan.

No hay independencia en pedazos.
No hay libertad a medias.
No hay vida sin dominio.
No somos dueños del destino.

En el silencio comprendo que solo fue una batalla.
Un yugo superado, nada más.
Siento otras cadenas, menos dolorosas, pero siempre opresoras.
Un ciclo pasó. Otros me ponen a prueba.

Sometido un demonio.
Levanto la mirada.
Otros me observan.
Año 4. La batalla continúa.




    

sábado, 12 de diciembre de 2015

Fernanda Parte XIV


La vibración del celular rompió con la concentración de Vaquero. En el momento que recibía el repertorio de placeres de Fernanda, ese sonido fue un retorno de golpe a su mundo lleno de violencia y principalmente paranoia.
Apartó de entre sus piernas a la prostituta y la vio con furia: "¿quién te llama?" Fernanda no supo reaccionar y a la cuarta vibración tuvo que contestar.

"Lamento lo que sucedió, sé que no me comporté adecuadamente..." era la voz de César. Aunque la sorpresa fue grande para la mujer su rostro no cambió. "Ahorita estoy ocupada", cortó la llamada y pensó que su respuesta era la correcta para no incomodar a Vaquero, pero se equivocó.

"¡No me gusta que te estén llamando cuando estoy acá, no me importa quién es o si es importante, yo decido qué se hace y cómo se hace!", parecía un endemoniado al momento de gritar. Inmediatamente se vistió y obligó a la chica a hacer lo mismo. Fernanda obedeció, incluso dio a entender que estaba incómoda por el abrupto final del acto sexual.

Vaquero, por su afición a las drogas y al sexo, olvidó por completo el plan que tenía para asesinar a aquellos criminales que osaban quitarle parte del poder que tiene sobre la ciudad. Esa soberbia, esa desmedida confianza en sus capacidades de inflingir terror, eran algunas de sus debilidades.

Tomó el celular. "Quiero que esta misma noche maten a esos malditos, actúen rápido", Vaquero lo dijo claramente. Quien escuchaba era Bruno, el segundo al mando. "Hasta te tardaste en dar la maldita orden, como siempre", pensó el hombre tatuado.

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8:00 pm

Vaquero salió con Fernanda de la casa de seguridad, después de dar la orden tenía la confianza de que todo saldría bien. Si el objetivo se cumplía no importaba si alguien de los suyos moría, siempre se mantenía fiel a su filosofía: mientras otros trabajan, él debía saciar sus más oscuros deseos.

"Mientras todo pasa iremos a divertirnos mucho más y mañana serás libre, mujercita", en realidad lo dijo para aparentar calma pero Vaquero tenía otros planes: no pagarle a la prostituta y abusar de ella. En caso ella tratara de oponerse lo solucionaría como siempre.

Pero Fernanda no cayó en la trampa, se mantenía fiel al plan, a la espera de un error, de un descuido. La chica no era una asesina ni tenía idea de como actuar, lo único que la impulsaba a seguir con esta locura era el recuerdo de su amiga Angie y el hecho de sentirse muerta por dentro, ese sentimiento de que nada importa, que el mundo completo puede acabarse en un instante y no sentir una mínima sensación de temor.

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8:45 pm

Tanto Bruno como José, el pequeño y moreno lugarteniente de Vaquero, terminaron de preparar el arsenal para la misión encomendada. Bruno portaba un fusil AK-47 y una pistola 9mm, por su parte su compañero prefirió lo de siempre: una calibre 38 y una 9mm, una para atacar y otra por si se complicaba la situación.

Cuando ambos hombres salieron del billar Bruno reconoció el auto negro estacionado en la esquina. Sospechó de inmediato pero no mostró sorpresa y decidió ser el copiloto, algo poco común.
"Cuando cruces a la derecha mantén la velocidad baja para ver si un auto nos sigue, tengo la sensación que esos malditos se nos quieren adelantar, te lo digo en serio", Bruno muy pocas veces bromeaba y José comenzó a ver el retrovisor.

En las próximas cinco cuadras el auto negro no les perdió la pista. "Síguelos para ver a dónde llegan, lo más seguro es que estos dos nos lleven hasta Vaquero", Jorge fue el hombre que dio la orden, el encargado de terminar con los líderes de la banda criminal más respetada de la ciudad.

Al recorrer la sexta cuadra, en una zona especialmente oscura del centro capitalino, la muerte apareció...

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8:56 pm

El carro negro detuvo su marcha. El conductor siguió la orden porque a 30 metros el auto gris se estacionó.

Jorge se tomó unos segundos para analizar el escenario... pero fueron los últimos de su vida. Una ráfaga de AK-47 rompió el silencio desde un pequeño espacio entre una casa y una caseta abandonada e impactó en la parte derecha del auto negro. Dos balas atravesaron la cabeza de Jorge y el resto de proyectiles mataron a dos hombres más que iban en la parte trasera.

El conductor, Antonio, y un hombre apodado Mosca, lograron salir del auto poco después de escucharse la ráfaga. Ambos cayeron al asfalto pero estaban listos para responder.

Cuando Antonio sacó su arma y disparó hacia la dirección desde donde los atacaban, del auto gris apareció José, el gordo, moreno de pequeña estatura, y atacó al conductor del carro negro.
Antonio recibió  dos impactos, en el brazo y la rodilla izquierda, pero cuando cayó le dejó la posición abierta a Mosca quien sostenía un rifle automático y sin perder el resguardo que le daba el auto apretó el gatillo. Tres balas atravesaron la puerta gris y el cuerpo de José. El criminal ya no se levantó.

Bruno continuó disparando al auto, esperando que las balas llegaran al resto de los hombres. Cuando se percató que José ya no atacaba imaginó que estaba fuera de combate. "Si dejo de disparar estos me atacarán", pensó de inmediato y no perdió tiempo, caminó a prisa sin dejar de disparar y se resguardó en un auto cercano. En ese momento recibió la ráfaga.

Mosca estaba detrás del auto negro, esperaba que Antonio se recuperara y disparara para cubrir sus movimientos. "¡Vámonos de acá Mosca, vámonos!", gritó el conductor cuando observó en el asiento principal del auto un pequeño pedazo ensangrentado del cerebro de Jorge, en la parte trasera la sangre de dos de sus compañeros estaba esparcida por todos lados. El hombre entró en shock.
"No seas cobarde y dispara maldito imbécil", gritó Mosca. Esos segundos fueron suficientes para Bruno, quien corrió hasta la esquina y volvió a disparar en repetidas ocasiones. Los disparos obligaron a Mosca a resguardarse y sacaron del estado de shock a Antonio, quien se llevó la peor parte: una de las balas se alojó en la pierna derecha mientras se arrastraba para cubrirse.

Bruno caminó unos metros y detuvo un auto. "Bájate bastardo", gritó mientras apuntaba al rostro de un anciano quien con dificultad pudo bajarse. El lugarteniente de Vaquero aceleró y salió como pudo del sector, en esos momentos la gente de los alrededores buscó refugio.

Mosca, al escuchar que las sirenas se intensificaban en los alrededores, soltó el arma y escapó dejando a su suerte a Antonio, quien estaba inmovilizado y aterrorizado.

La muerte tomó la vida de cuatro personas. Pero faltaban más.



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9:30 pm    



El auto de Vaquero estaba en las afueras de la ciudad, en un pequeño terreno a la orilla de la carretera. El lugar era conocido para él, bastante desolado, uno de los tantos puntos de encuentro que tenía con sus hombres.

¿Por qué el criminal más temido de la ciudad tenía que ir a buscar un terreno desolado para saciar, otra vez, su sed sexual con Fernanda? aunque pareciera ilógico, el corpulento hombre actuaba acorde a su plan. Conocía el lugar y ya sabía lo que tenía que hacer.

Sin que Fernanda lo supiera, en el terreno donde estaban habían seis tumbas clándestinas. Todas con los cuerpos de aquellos que no fueron del agrado del jefe criminal, no eran cadáveres de enemigos, de hecho fueron personas cercanas a la banda de Vaquero.

"Aquí nos quedaremos un rato", la voz grave de Vaquero se hizo sentir en la noche silenciosa. "Y esta vez vamos por todo", sacó de su chaqueta cuatro bolsas de cocaína, una de metanfetaminas y dos fármacos que Fernanda no reconoció.

"Esta vez comenzás", Vaquero le ofreció cocaína. Antes de que Fernanda probara el polvo, el criminal ya tenía listo su coctel para una nueva noche en el infierno.

Entonces comenzó el último viaje...