3 de abril 1994
Seattle, Estados Unidos.
A Kurt Cobain lo vieron en la ventanilla de Jack in the Box, una popular venta de hamburguesas, en Capitol Hill, un barrio bohemio de la ciudad. El líder de Nirvana decía que ahí vendían las mejores hamburguesas de Seattle. Cerca de ese lugar vendían heroína.
El fotógrafo Charles Petterson se encontró con Cobain frente a la Taberna Linda’s. Según el fotógrafo: "no se veía bien, pero fue agradable verlo. Me dio su nuevo número de teléfono, me pareció que estaba buscando drogas, estoy seguro".
Ese mismo día en Lake Washington llegó con una mujer y tres personas más a “Cactus”, un restaurante de comida mexicana. Según el dueño del lugar, Kurt y sus acompañantes revisaban la cartelera de cine. Iban a cenar pero empezaron con el postre, lo cual fue muy extraño para el dueño del local.
“Al parecer las personas cuando consumen heroína les gustan las cosas dulces”, dijo el propietario de "Cactus". Cobain estaba de buen humor y dicen que disfrutó mucho el plato de budín de banano salteado en azúcar y ron.
La estrella de rock llamó la atención de algunas personas porque lamió el plato sin importarle las opiniones, también lo recuerdan porque le denegaron la tarjeta de crédito y no pasó desapercibida la molestia del cantante por tener que pagar con un cheque.
Esa
noche él y sus acompañantes, seguramente personas vinculadas a la venta de
droga, fueron al cine y vieron “El Piano”.
Fuente: BBC / VH1 Rock Docs
3 de abril 1994
Santa Tecla, El Salvador.
Domingo. Si los videojuegos marcaron algunos años de mi niñez, en la adolescencia los CD me atraparon completamente. El rito de las mañanas de los domingos: poner un CD a un volumen adecuado, traducir las canciones y revisar el cartón que incluía cada CD. Repetir una canción las veces que sea necesario, revisar la letra otra vez, pensar en qué trataba de comunicar la banda.
En ese proceso se pasaban las horas. Recuerdo que los domingos eran para
salir a realizar algunas compras, pocas veces a comer algo distinto. En
ocasiones me tocaba acompañar a la familia, pero si podía evitarlo era mejor y
me quedaba en casa.
Ese domingo me quedé en la sala y escuché a muchas bandas, casi siempre
comenzaba con Skid Row, otra de mis favoritas, para terminar con Nirvana. Preparaba
todo como si fuera un concierto: el volumen al máximo, la sala era como un
escenario y en los sillones me imaginaba que estaba la audiencia. No ocupaba
una escoba como guitarra, pero me imaginaba la sensación, cada canción la vivía
al máximo, cada gota de sudor en ese momento era placer puro.
Fue en esos días que escuchar rock cambió, ya no era solo estar sentado asimilando
canciones, había algo más y debía expresarse: saltando, tirándome al suelo o al
sillón, de alguna u otra forma debía salir esa energía.
El volumen siempre a tope, pero estaba pendiente de la ventana. En caso
llegaran mis papás debía bajar el volumen y tirarme al sillón, acomodarme y
simular como que nada había pasado, poner una cara de tranquilidad, aunque la
sangre en las venas circulaba con fuerza y a mil por hora.
Continuará.