viernes, 13 de agosto de 2021
Un hombre roto
martes, 20 de julio de 2021
Lupita
domingo, 18 de julio de 2021
Grotesco
La luz color carmín era tenue. Daba la sensación de poder atravesar cuerpos, desde la carne hasta la última neurona.
Era el inicio de la obra, una trágica y desconcertante obra.
Era un pequeño teatro y en medio del escenario había una silla tallada en cedro, ahí estaba sentado un hombre casi obeso, transpiraba mucho; perdón, no estoy siendo específico: sudaba a mares y las gotas se regaban en el piso. Estaba desnudo y amarrado. Trataba de taparse sus genitales y lo lograba porque la soga de la pierna derecha era un poco más larga de la que inmovilizaba su pierna izquierda; de todos modos, su hinchado estómago lograba esconder sus partes íntimas. Parecía como un animal con la sensación de que iba a morir pronto. Los animales como los humanos sufrimos cuando sentimos claramente que se acerca el fin. Pero nosotros nos creemos especiales por nuestra muerte y damos por hecho común y trivial el final de la vida de un animal, casi no reparamos en la muerte de otro ser viviente. Qué pobres somos. Detestables. Podridos. Somos una especie maldita, maldita desde cualquier óptica. Y esta obra tenía, de alguna forma, ese trasfondo.
La luz carmín permitía observar los ojos alterados del hombre y su cabeza estaba cubierta con una maraña de cabello largo. Estaba desesperado, mal oliente, grasiento, era un asco al menos a la vista. La desesperación aumentaba porque él no percibía público alguno y no entendía cómo llegó al escenario, cómo lo desnudaron y amarraron; y lo más aterrador ¿quién se tomó el detalle de la luz carmín, tenue, que daba una sensación de misterio y terror?
"¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí!" sus gritos eran una mezcla de sollozos, rabia y locura. En sus ojos se podía ver la encarnación de Caín, de todos los malditos mencionados en la Biblia, de aquellos que copularon con demonios y vaciaron su alma hasta dejarla oscura.
El sufrimiento por las ataduras, el hambre del vicio y la sed lo aterrorizaban cada minuto. Sus gritos hacían eco en el pequeño teatro.
Un minuto parecía una eterninad. ¿Era un sueño? "¿Qué demonios sucede? ¡los mataré a todos!" los gritos eran más de terror que de convicción asesina. Era un escenario bizarro, no apto para cualquier persona, no apto para normales.
La obra mantenía la misma estructura: el obeso amarrado, el sudor en todo el escenario y su mirada endemoniada, que a ratos cambiaba por una de compasión y necesidad de ayuda. Ansiaba escuchar un sonido. Cualquiera: pasos acercándose al escenario, voces, música, lo que sea... pero todo era un silencio que desgarraba su alma. "Un castigo para los malditos... eso me dan, malditos cobardes", gemía y hablaba al mismo tiempo. En ese momento el hombre amarrado solo quería morir, de tener la oportunidad de acercarse sus manos o brazos a su boca, se habría mutilado, se habría mordido con tal fuerza que se desangraría hasta morir. Pero no podía. No había pausa en su sufrimiento. No podía dormir, no había sosiego, no había nada más que desesperación, odio y llanto. Era un rechinar de dientes, como se explica en pasajes de la Biblia sobre algunas consecuencias de estar el infierno; la diferencia, en esta obra, era la trituración de dientes de un un solo ser... un ser grotesco.
No era una obra con muchas escenas, ni de un solo día. Pasaron semanas. La misma luz carmín tenue, la silla de cedro llena de excremento, había orina y sudor que ya llegaban a la primera fila del pequeño teatro. El hombre estaba embarrado con su propio vómito, no recibía comida ni agua, pero por alguna extraña razón su cuerpo seguía viviendo. "¡Mátenme, clemencia... tengan misericordia!" gritaba con lágrimas, que recorrían sus mejillas sucias y llegaban hasta sus labios heridos; entonces saboreaba sus saladas lágrimas. Pese a sus gritos, cada día de cada semana, su cuerdas vocales no estaban desgarradas, en la obra tenía que ser así para que sus gritos no perdieran la intensidad del dolor, para poder seguir emitiendo sonidos de sufrimiento.
Un buen día, en medio de la locura, el amarrado por fin escuchó pasos y observó que desde una puerta en la parte alta del teatro, que había pasado desapercibida a su mirada, entró un hombre delgado que vestía un traje rojo, sus dedos eran delicados y adornados con anillos. Era un hombre diferente que podía, de alguna forma, reconocer. "¿Quién eres, maldito? te juro que romperé estos lazos, te alcanzaré y te comeré vivo", esta vez no había desesperación en la voz del hombre obeso, era una voz sin sobresaltos y con una carga de ira retenida. Su mirada era como la de una fiera que esperaba el momento para atacar. "Te voy a comer vivo", dijo en voz baja pero perceptible.
El hombre de traje rojo no se inmutó y seguía en una parte de las gradas en la cual, por la oscuridad y por la tenue luz color carmín, su rostro permanecía oculto. Ni el hombre amarrado ni la delgada figura en las gradas emitieron sonido alguno. Aunque no podían verse a los ojos, sabían que sus miradas se cruzaron durante mucho tiempo. Solo había silencio. Mientras el hombre grotesco trataba de librarse de la silla, el hombre de traje seguía sin moverse.
Así pasaron las horas. Cada uno en su lugar, el amarrado tenía claro su deseo: comerse viva a la delgada figura que estaba en las gradas. Entonces, se rompió el silencio. La puerta volvió a abrirse y apareció un hombre que vestía de negro. Era delgado y con ropa muy fina. Su entrada impactó al hombre amarrado en la silla de cedro. Este nuevo personaje bajó las gradas con agilidad y quedó frente al desesperado ser que estaba en medio del escenario. La luz tenue no impidió que ambos cruzaran sus miradas. El hombre de negro tenía un rostro fino con ojos en los que destacaban unas pupilas tan negras que estremecían a cualquiera, su nariz era delgada y bien formada, sus labios eran como los de un ángel: perfectos. Un rostro perfecto con una mirada penetrante que no expresaba sentimiento alguno.
"¿Quién eres?" preguntó el hombre obeso, asqueroso, lleno de excremento, orina y vómito. ¿También tendré que comerte vivo?" agregó con una sonrisa malvada.
El fino hombre no contestó y acercó su rostro a la oreja derecha del que vestía el traje color rojo. luego de unos segundos volvió a su postura original, lanzó su última mirada penetrante, subió las gradas abrió la puerta y desapareció entre las sombras.
Por fin el obeso atado a la silla soltó una carcajada y dijo con voz alta: "Me los comeré. Lo saben bien".
Entonces la figura que vestía el fino traje rojo bajó dos gradas más y su rostro quedó al descubierto. El amarrado abrió sus ojos y lo invadió el asombro: ¡se estaba viendo así mismo! era su versión limpia, bella, alucinante, tentadora, de una atracción tremenda.
"Si en la obra mueres, es decir te asesino, entonces ganas la partida; sin embargo, si te dejo en medio de esta podredumbre sin la capacidad de moverte, de autoflagelarte, de suicidarte, si te dejo vivo por siempre, entonces yo viviré y con el tiempo quien te haya conocido te olvidará. Te convertirás en un misterio mientras yo me quedaré con la audiencia", las palabras tanían un tono serio, limpio, sin sentimientos, sin sobresaltos, sin misericordia alguna. Ninguno de sus sentidos se conmovio ante tal asqueroso escenario.
Se vieron a los ojos por un tiempo. El hombre amarrado por fin pudo sonreir a medias y guardó silencio. La figura de traje rojo le dio la espalda y comenzó a subir lentamente las gradas. Antes de abrir la puerta, el hombre gordo y desnudo sentenció, "ahora que te veo, entiendo todo. Sabes bien que si me dejas vivo un día me desataré y te trituraré... te comeré vivo. Lo sabes bien". El hombre delgado, entre la oscuridad y fuera de la visión del torturado, contestó: "Lo sé. Y también puedo comerte. Solo somos diferentes por fuera. Por dentro tenemos la misma hambre que nunca encuentra saciedad, una hambre de espíritu que está maldita por los siglos de los siglos", luego de estas palabras tomó la manecilla de la puerta, la abrió completamente y antes de salir del teatro alcanzó a escuchar una risa continúa que se convirtió en carcajadas. El torturado seguía amarrado, en medio de la pestilencia, pero por fin tenía claro de qué trataba la obra... sabía que un buen día tendría la oportunidad de romper sus ataduras. La risa era tan fuerte que le dio otro escenario al teatro con la luz color carmín, tan tenue que desesperaba.
Cuando el hombre del traje rojo salió completamente del cuarto se encontró con la figura vestida de negro, caracterizada por sus ojos negros, la cual solo dijo: "¿quieres que me encargue de todo?" el hombre delgado acarició su barbilla, su rostro demostraba una tremenda introspección... "No, yo me encargo, solo permanece cerca", sentenció.
A pasos lentos el hombre de traje negro se alejó. "Si supieras que siempre te he seguido los pasos porque te envidió y te quiero conmigo... pobre hombre iluso que no tiene idea de quién soy", este pensamiento iba acompañado de una risa a medias y con su mirada que no demostraba sentimiento alguno.
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"¿De qué se encargará quién?" dijeron algunas personas alrededor del que vestía de rojo. "Todos hablamos solos, pero parece que hablabas con alguien cuando saliste del baño", dijo asombrada su pareja sentimental.
"Lo sé, lo sé... un día te contaré algo que va más allá de cualquier entendimiento", sonrió el hombre.
viernes, 14 de mayo de 2021
Desde el cuarto
El colchón viejo tuvo un desayuno de lágrimas.
jueves, 15 de abril de 2021
Una nota nocturna
Ahora camino en puntillas, no quiero hacer ruido.
domingo, 28 de febrero de 2021
El círculo enfermo
El solo abrir los ojos ya era un dolor. Levantarse y ver el desastre de una madrugada desenfrenada, era como un mazazo al corazón. La luz apenas entraba a la pequeña y desordenada habitación, las persianas a medio cerrar daban un aspecto tétrico, melancólico, asqueroso para el alma.
Entre espasmos y lágrimas, el círculo vicioso comenzaba; antes, ese proceso duraba días, ahora era cuestión de horas para cumplir su ciclo. De la tristeza a la culpa, sin dejar de lado las súplicas al supremo para detener esta vorágine. ¡Para este infierno! repetía una y otra vez... pero solo había silencio.
Cuando no hay más que repetir, el vómito del alma te deja inutilizado y la sábana es lo único que puedes abrazar en medio de temblores sudorosos, entonces comienza el natural proceso de preservación humana. En muchas personas el proceso de mejora comienza de a poco, pero avanza hasta lograr una tregua que, posteriormente, termina en salir del agujero y respirar con tranquilidad. Benditas sean esas personas.
¡Pero yo no soy una persona! ¡Soy un demonio encerrado en este cuerpo con cerebro mejorado!
El círculo acelera su proceso y en minutos paso del dolor al luto por la noche desgraciada, hasta que se activa el instinto oscuro. ¡Porque soy consciente de la maldad, la practico! Tengo claro el porvenir: destruir la tristeza con excesos. Entonces el monstruo toma las riendas del día.
El mediodía y la necesidad del cuerpo me expulsan de la cárcel en la que vivo; pero mi ser convierte un proceso natural en una operación maligna: deglutir sin piedad, sin compasión, sin ningún remordimiento. Lo normal es tener un límite, pero eso no existe en una mezcla de humano, demonio y locura.; no, apenas comienza el placer.
Corro al sendero de la perdición que siempre te da la bienvenida con éxtasis, una sensación de triunfo, de placer, toda una película falsa que nadie logra descifrar en los primeros momentos de la fiesta.
Y ahí tampoco hay compasión. La gula en su máxima expresión. Sin control, el animal traga todo con una ansiedad diabólica; mientras el resto de los visitantes del sendero de la perdición tratan de aletargar el placer y la ilusión de felicidad, el ser oscuro comienza a olfatear a su próxima víctima. Pero en esta dimensión no hay sangre ni visceras en el suelo. En este nivel es necesario unirse a la danza con la máscara de una persona común y corriente. Como un camaleón me uno al carnaval, sin que nadie sospeche que de un momento a otro el animal clavará sus dientes en el cerebro de los débiles, los moldeables, los torpes y lentos.
En el baile de máscaras mis palabras son armas y mis acciones son una invitación a la perdición. La noche golpea con toda su fuerza, no hay control. Todo está intoxicado y el entorno pierde sentido. Comienza el descenso con todos aquellos atrapados en los colmillos. La oscuridad se adueña de todo, el dueño del sendero apaga la falsa felicidad, se come lo que pensamos que era placer y observa todo mientras los malditos caemos al vacío. Todos están embriagados, perdidos. El golpe al final del vacío es una mezcla de dolor, pasión desenfrenada y ahí copulamos sin parar, animales, personas y demonios se unen a una orgía y volvemos a engañarnos; lo peor de todo, es que es una ilusión, no hay placer, no hay nada. Alzamos la mirada y vemos a lo lejos una luz brillante, son los ojos del dueño del sendero, quien escupe gozo y maldiciones. Vomita sobre nosotros.
Cada uno toma su camino. El animal lleva en los colmillos a su presa, o lo que queda de ella. Todo se borra como un sueño.
Unas horas despúes. El solo abrir los ojos ya era un dolor...
Y todo se repite para siempre.