El colchón viejo tuvo un desayuno de lágrimas.
La querida laptop con nuevas huellas digitales de los mismos dedos. El teclado también se mojó del salado líquido de mis ojos.
El ventilador solo apacigua el calor, pero no las quemaduras internas.
No hay nada que contenga.
Pero la noche sirvió para escuchar testimomios. Para aprender que no solo mis sábanas y mi computador reciben restos de dolor y desesperación. No soy el único en el infierno.
Por primera vez en meses dormí sin pastillas.
Y no estuve pendiente de las sombras de la ventana.
Solo hoy vale. Mañana... mañana no lo sé.
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