martes, 31 de diciembre de 2024

A imagen y semejanza


En una hora te imaginé, te construí con la ternura que un vientre imprime a una nueva vida. 
Te quise como la última historia del milenio, con la ilusión que emana de un gran amor.
Me imaginé la vida, o lo que resta de mi existencia, entre tus brazos, entre lluvias y frío.

En dos horas te convertiste en una arma. Eres a imagen y semejanza de mi sentir.
Y así te amé, como una fiera a su cría, con un ojo en ti y el otro en el porvenir.
Te construí una choza en las arterias de mi corazón, en un lugar sangriento, pero cálido.

En tres horas eras aniquilación. Te alimenté del fruto maldito.
Eras mi luz, mi pasión, mi eterna devoción.
Te abracé con fuego para hacerte mía, para que algo de mí creciera en ti.

En cuatro horas alcanzaste mi altura. Tu belleza era mía y tus ojos eran espejos.
Nos abrazamos en el firmamento, nos juramos amor.
Y te hice mía en el atardecer, con el calor y las caricias del viento.

A la quinta hora te mostraste tal cual: un laberinto de deseos y oscuridad.
Y los cimientos de un gran amor se resquebrajaron.
Nos vimos a los ojos. Eres a imagen y semejanza de mi sentir.

En la sexta hora atravesé tu corazón hasta dejarlo seco.
Tomé de tu vientre a nuestra creación.
Amarré tus restos a mi cintura y volamos por última vez.

En la séptima hora, a mitad del vuelo, nuestra creación abrió los ojos.
Su fuerza fue tal que caímos en picada.
Y antes de estrellarnos, el engendro abrió sus fauces y nos comió.

El León con cuerpo de mujer quedó suspendido en el cielo.
Era una luz fuerte, era un rey. De sus fauces brotaba sangre; de su alma, un fuego abrasador.
Y mientras nos diluíamos en su interior, nos habló.

"Soy a imagen y semejanza de su sentir".

 

lunes, 12 de agosto de 2024

Contraseña: caos


La luz ilumina cada sueño, hasta hacerlo desaparecer. Antes era el sol el que disipaba delirios, ahora es una energía artificial proveniente de una pequeña caja, un artefacto digital, una extensión impuesta. Cada mañana me avisa algo, en la tarde me invita a una especie de olvido y en la penumbra me ofrece repasos. ¿Quién tiene el poder? ¿La caja o yo? La respuesta se pierde en el interior, lo cierto es que en esta época hay más información, pero se crece menos.     

Sin notarlo nos perdemos en las redes. En un tiempo perdíamos la brújula entre los campos, los árboles y las miradas; ahora postrado puedes extraviarte.

Los sermones se multiplican en un espiral sin control. Lo que antes, por naturaleza, era el oficio de los sacerdotes, esta vez lo reproduce cualquier ser, cientos de invitaciones para escuchar viejos discursos disfrazados de innovaciones. 

Navegamos en el mar del caos digital. Es un viaje para atragantarse, una odisea esquizofrénica. Pero por más absurdo o sin control que nos parezca, en esencia esta es una réplica del diseño humano del control. Ya sucedió en la historia, solo que esta vez tienes contraseñas.  

El ruido de este presente interconectado ha desmontado mitos antiguos, ha desnudado lo que una vez fueron secretos. Ahora se siembran nuevos mitos, se diseñan nuevos escenarios mundiales que cambiarán, en unas décadas, la forma de vernos y relacionarnos. 

Sin embargo hay algo que no puede cambiar: la necesidad de que la gente crea en algo. Todavía tenemos esa prisión. Para lograr cualquier cambio, en esencia todavía se necesitan cadenas. En las promesas nos dicen que es libertad, pero en el fondo solo son lazos para nuestros grilletes naturales. Todo está hecho a la medida.

Las millones de voces seguirán vibrando alrededor, en miles de dispositivos cada vez más efectivos. Nos llenarán de ofertas infinitas para tomar bando, para decidir el porvenir, uno que no vamos a ver y que, a fuerza, debemos construir.

El ruido aumentará. 

La histeria también. 

Espero que asimismo la apatía ante lo que nos obligan a tragarnos a diario. 

Un día vamos a tocar fondo. Ojalá sea pronto. 





viernes, 9 de agosto de 2024

El ángel y el ratón



En medio del universo de la locura, un ratón asomó su cabeza y empujó su pequeño cuerpo hacia el cuarto de la muerte.

Y todo lo que habitaba el lugar era pecado, una turbia esencia de carne y sentimientos oscuros, un agujero habitado por un ángel de seis brazos.

El roedor vio a los ojos al ángel. 

Y quien debió mostrar fuerza, palideció. Aquellas cuatro paredes cedieron al miedo.

El terror se apoderó de los seis brazos. La esencia angelical mutó a un malestar, las raíces de dolor quedaron expuestas, como la vergüenza de un desnudo, como el poder descomunal del pasar de los años y la vejez.

Con el paso acelerado del ratón también se aceleró una especie de empeoramiento. El ángel prendido en llamas de sufrimiento levantó un torbellino que arrasó con todas las cosas guardadas del cuarto. Con tal de terminar con esta pesadilla, los seis brazos dejaron expuesta la decadencia del aposento: una enorme masa de recuerdos mezclados con putrefacción y lágrimas.

Y quien debió temer actuó con naturaleza. Y quien debió sobreponerse, ahora estaba a la merced de un viejo recuerdo, de un mal enquistado hace siglos. 

El escenario era lamentable.   

Los brazos en desesperación clamaron ayuda, pero no al superior, sino a otro ser igual o más patético del que pedía auxilio. Entonces eran dos ángeles caídos, arropados por daños originales y arrugas de pecado, tratando de superar sus miedos y en busca de aquel que se atrevió a entrar al aposento maldito.

Los minutos parecieron horas en el infierno.

Y quien debió temer finalmente fue atrapado. Y quienes debieron mostrar altura, demostraron sus más bajos instintos. Tan bajos que el miedo desapareció con el crujir del cráneo del roedor.

La sangre embarró el piso.

Y quien debió temer pasó a la otra dimensión, a una mejor existencia. Se unió a la paz verdadera.

Y quien debió ser superior, cayó.

El ángel de seis brazos respiró con tranquilidad al ver la sangre del intruso. Pero, con los minutos cayó en la cama y de su interior salió su espíritu que se elevó hasta el techo del aposento. 

Y desde ahí el espíritu vio lo que estaba podrido. Observó los seis brazos, la máquina de maldad y daños enquistados desde el origen. Vio con impresión la decadencia, sintió el amargo hedor del miedo. 

El espíritu vio a los ojos al ángel.

Y lloró amargamente. 


    

martes, 9 de abril de 2024

Los días de 1994. Parte final

 





9 de abril 1994
San Salvador, El Salvador.

Sábado. La mañana pintaba bien. Era un buen día para mis discos y yo, solos en la sala; sin embargo, todo se arruinó cuando me enteré que nadie iba a salir y, de paso, mi papá me dijo que lo acompañara a comprar unos repuestos para el carro. “¡Qué aburrimiento!”, dije en mi mente. No escondí mi clásica mueca de desagrado, pero eso no importó para mis papás así que para desgracia mía tuve que ir.

Era un bendito filtro el que debía cambiarse y aunque mi papá me explicó paso a paso para que servía, solo seguía la plática, pero no entendía nada, para ser sincero no quería entender, iba en el carro y mi mente estaba en otro lado. Lo mejor que me podía pasar era encontrar ese repuesto en las primeras horas y regresar a casa, a mi cuarto.

“No tenemos de este repuesto”, la respuesta del encargado de la primera tienda. “¡No puede ser!” pensé.

“Por el momento se han agotado”, fue la respuesta en la siguiente tienda que visitamos. La mañana de sábado estaba perdida y no había nada que pudiera hacer. Los único bueno que recibimos en esa tienda fue la recomendación de ir a un lugar en la 29 Calle Poniente, una vía en la que abundan las tiendas de repuestos y los talleres mecánicos.

En todo el camino hablé lo necesario, pero no me sentía bien. Eran los momentos de mi vida en que apreciaba estar a solas en lugar de compartir vivencias con personas que estaban en otro mundo, esto incluía a mi familia.

Llegamos al lugar y había que esperar si tenían el repuesto o si podían pedirlo a otro establecimiento. Nos ofrecieron tomar asiento, encima de una vitrina tenían las ediciones de La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy. Leer era uno de mis hábitos favoritos, pero no se comparaba a la música. Al menos podía matar el tiempo leyendo algo interesante, tomé La Prensa Gráfica e inicié con la sección de deportes, de la última página hasta la portada de esa sección, luego comencé con la portada oficial del periódico e iba poco a poco hasta la parte más importante para mí: los espectáculos.

Mi papá leía más rápido y comprendía la idea principal, luego pasaba lo que no le interesaba. Él llegó primero a la sección de espectáculos de El Diario de Hoy y me dijo: "¡debés ver la noticia que aparece! mirá este periódico, mirá la parte de espectáculos". Tomé el diario y comencé a buscar la sección, la que me encantaba revisar con detenimiento por si mencionaban a mi banda favorita.

Pasé la portada y el titular de la siguiente página me tomó por sorpresa: “Líder de Nirvana se suicida”. Sentí un golpe en el pecho, un estremecimiento en la piel y me quedé sin aliento. Cerré el periódico rápido. Vi a mi papá, que tenía cara de asombro. Volví a ver a la calle, por un momento pensé que me había equivocado, sentí que había una posibilidad de que todo fuera un mal entendido. Volví con rapidez a la misma página... no había duda.

“Líder de Nirvana se suicida”

Mientras leía la noticia sentía una tremenda tristeza, confusión e impotencia. Se fue la figura que con su música me daba momentos de felicidad, emoción, que me inspiraba muchísimo creativa y sentimentalmente. Leí dos veces el texto, recordé los últimos días en los que ansiaba información sobre el nuevo video de Nirvana y me llegó de golpe la peor noticia. Se fue Kurt y me di cuenta en una tienda de repuestos en la 29 Calle Poniente.


Me perdí en una ola de sentimientos, solo ponía atención cuando el tema era Nirvana y Cobain. El resto de ese sábado fue de hundimiento.

Siempre viví en una familia nuclear, la vivencia se compartía entre cinco personas y ese día todos supieron de mi boca lo que pasó, solo recuerdo muy bien la expresión de asombro de mi hermana menor al darle la noticia. El resto de la familia opinó y luego cada quien lidiaba con lo suyo.

Y era normal esa situación. Nunca tuve contacto con primos, tíos y abuelos, en mis primeros años de vida no tuve el beneficio de ese tipo de relaciones, tampoco estuve expuesto a pérdidas o triunfos de una familia extensa; de hecho, cuando era un niño la muerte de mis dos abuelos maternos no me generó mayor sentimiento porque nunca los conocí, no supe mayor cosa sobre ellos, solo me impresionó ver las lágrimas de mi mamá. Pensaba que esa pena era la peor que podía sentir.

Pero estaba equivocado. Cuando iba a cuarto grado sentí el primer golpe anímico de mi existencia: el perrito que me hizo sentir el niño más feliz del mundo murió 26 días después de conocerlo. Ya tenía varios días de dolor, de agonizar, pero un niño siempre cree que todo mejorará. Después de la escuela lo primero que hice fue preguntar por la salud de Chipri y ahí me dieron la noticia. Lloré como nunca antes lo había hecho.

A los 14 años fue el otro golpe. No lloré, pero sentí que perdí algo que en ese momento era importante.

Duele cuando se va lo que eliges querer, aunque eso no necesariamente te quiera o incluso sepa de ti. Eso que encuentras en el camino llamado vida, y hace del mismo camino un trayecto especial, es lo que a veces hace la diferencia.


lunes, 8 de abril de 2024

Los días de 1994. Parte 10

 






8 de abril 1994
Seattle, Estados Unidos.

El electricista Gary Smith llegó a la mansión de Kurt Cobain para instalar un nuevo sistema de seguridad. Entró a la propiedad, pero nadie respondió en la puerta principal, aunque adentró había un televisor encendido. Smith comenzó el trabajo con los cables que desde el garaje llegaban a la sala del invernadero.  

Cuando llegó a este lugar alcanzó a ver un cuerpo. En un primer instante pensó que era un maniquí, sin embargo, siguió observando hasta que vio sangre cerca del oído… era un hombre rubio en el suelo. A las 8:45 de la mañana llamó a su jefe Bruce Williams.

“¿Cómo es Kurt Cobain?”, dijo Smith.

“No tengo ni idea”, contestó Williams. El jefe de la compañía de seguridad le preguntó a su asistente si conocía a Cobain y fue ella quien le dio todas las características físicas del líder de Nirvana.

Gary escuchó la información de su jefe. “Sí, es él. Creo que se pegó un tiro” dijo el electricista.

Bruce Williams inmediatamente llamó a la radio KXRX para informar de la noticia. Marty Riemer, el locutor de turno, estaba en un programa de la mañana y respondió la llamada, pero no creyó la información y colgó. Williams llamó otra vez y Marty, ante la insistencia, corroboró con la policía. Las autoridades le confirmaron que encontraron un cadáver en la casa del vocalista de Nirvana.

A las 9:40 de la mañana KXRX rompió programación con la noticia de la muerte de Kurt Cobain.

Mientras tanto Dylan Carlson y Tom Grant se dirigían nuevamente a la propiedad de Carnation y se detuvieron para llenar el tanque de gasolina. Dylan salió para hacer una llamada telefónica y cuando regresó dijo que un amigo le mencionó del hallazgo de un cuerpo en la mansión de Cobain.

No sabían si era Kurt, Cali o alguien más. Encendieron la radio y descubrieron que, en efecto, era Cobain. Dylan no mostró ninguna reacción al escuchar la información. Más tarde se anunció que el cuerpo estaba en el invernadero. Tom volvió a ver a Dylan y preguntó: "¿Cuál es el invernadero?" y Dylan le dijo que era una habitación encima del garaje.

"¿Por qué no miramos allí?" preguntó Tom. "Es sólo un cuarto pequeño y sucio. Creo que guardan algo de madera allí o algo", respondió Dylan.

Ese día el mundo se enteró de la muerte de la estrella del rock más influyente de los últimos 20 años.

Fuentes:

BBC / VH1 Rock Docs

Kurt Cobain Murdered. Primera edición.

http://www.brendanhunt.com/uploads/6/3/4/2/6342789/kurt_cobain_-_murdered_first_edition_pdf.pdf

El investigador Tom Grant asegura desde hace 30 años que Kurt Cobain fue asesinado.



8 de abril 1994
Santa Tecla, El Salvador.



Viernes. “Fetos e intestinos por todos lados ¿Qué es eso, Ricardo?” los interrogatorios de mi madre aumentaban cada vez que me veía con mis discos, por supuesto que el arte de la contraportada de In Utero no pasó desapercibida para ella, tampoco para muchas personas en el mundo.

“Es solo arte, mamá”, le respondí como para bajar la polémica y sus ojos de extrañeza aparecieron como siempre. Mi mamá y la música siempre dejaban anécdotas, en una ocasión puse a volumen considerable la canción número diez de In Utero, “Radio Friendly Unit Shifter”, en la cual los primeros 24 segundos solo son sonidos con distorsión. Mi mamá salió de su cuarto pensando que se había arruinado la bocina del equipo de sonido. “¿Y ese ruido?... ya jodieron el equipo de sonido”, nos dijo a mis hermanas y a mí. No aguantamos las ganas de reírnos y le dijimos que así era la canción. “Ah chis ¡qué música esa!” dijo ella entre risas y asombro.

Ese viernes todos estaban en sus cuartos y me quedé un rato solo en la sala. Puse la música a un volumen suave, era una noche tranquila y simplemente me quedé ante la ventana viendo la gente pasar. Cada canción me hacía sentir distintas sensaciones y eso disparaba pensamientos, anhelos, alegrías y también tristezas.

Desde muy pequeño estuve expuesto a muchos ritmos y letras, a muchos mensajes y expresiones musicales y artísticas, cada canción de las que escuchaban mis papás dejaba una huella en mi corazón. Lo especial a los 14 años es cuando tu música, tu estilo y tu grupo escogido generan una explosión de emociones y hacen de la vida algo muy especial. No todo era estridencia o rockear, también había momentos para solo pensar y darte cuenta que podías ver el mundo de otra forma, no solo como te lo cuentan los adultos.

Finalizó la noche de música, una velada bastante tranquila. Los viernes siempre tenían ese toque diferente y era la antesala a lo más emocionante: un fin de semana con la posibilidad de no ver a nadie en casa y quedarme solo con el equipo de sonido y mi caja de discos, a mis anchas, como me gustaba.

Continuará.

 


domingo, 7 de abril de 2024

Los días de 1994. Parte 9




7 de abril 1994
Seattle, Estados Unidos.


La búsqueda de Kurt Cobain continúa. Tom Grant y Dylan Carlson se detuvieron frente a la casa de Lake Washington. Tom esperó en el auto mientras Dylan caminaba solo, como habían planeado previamente. Tom no quería que Kurt supiera que estaban allí. Dylan volvió al auto al menos cinco minutos después diciendo que no había nadie en casa.

“¿Por qué tardo tanto tiempo si no había nadie?”, se preguntó Grant. ¿Es posible que se haya encontrado con Cali Thornhill (amigo de los Cobain y niñero de Frances Bean)?

Por la tarde reanudaron la búsqueda. La mayor parte del día revisaron los lugares de reunión de Kurt y hablaron con personas que podrían saber dónde estaba.

Encontraron uno de los dos autos de Cobain frente a la casa de un amigo con el anuncio de “oferta se vende” en una parte del carro. Dylan revisó el auto en busca de alguna pista sobre el paradero de Kurt, pero no encontró ninguna.

Al anochecer se dirigieron a Carnation, un pequeño pueblo a unas 30 millas al este de Seattle, donde los Cobain poseían dos cabañas vacías situadas en varios acres de propiedad. Dylan no estaba seguro de cómo llegar allí en la oscuridad y, con la creciente lluvia, decidieron regresar. Tom se detuvo frente a un teléfono público y Dylan hizo una llamada.

Cuando regresó al auto, dijo: "Courtney ha tenido algunos problemas. Ha estado arrestada y está en el hospital". Courtney quería que regresaran a la casa de Lake Washington para buscar la escopeta en un compartimento oculto dentro del armario. “¿Por qué no le había pedido eso a Cali?”, pensó Grant.

 A las 9:45 de la noche regresaron a la casa de Cobain. En el interior, Tom encontró una nota de Cali Thornhill que estaba colocada en la escalera principal. No estaba allí la noche anterior y Tom tuvo la sensación de que dejaron la carta allí para que él la encontrara. El texto de Cali era una crítica a la actitud de Kurt de no anunciar su presencia en la mansión y de no ponerse en contacto con Courtney, quien tenía varios días tratando de contactarlo.

Ese día tampoco revisaron el invernadero.


Fuente: Kurt Cobain Murdered. Primera edición.

http://www.brendanhunt.com/uploads/6/3/4/2/6342789/kurt_cobain_-_murdered_first_edition_pdf.pdf

 El investigador Tom Grant asegura desde hace 30 años que Kurt Cobain fue asesinado.

 

7 de abril 1994
Santa Tecla, El Salvador.

Jueves. En Antiguo Cuscatlán había una comunidad cercana a la escuela, la mayoría de los jóvenes del lugar asistían a clases a ese centro de estudios. Antes o después de las clases estaba la opción de acompañar a mis compañeros a la comunidad y aunque yo era un chico más de la escuela, en un primer momento pensé que no sería bienvenido. Tenía la percepción que era muy diferente a todos, que mis pensamientos e ideas eran extraños, raros, no aceptables; sin embargo, me equivoqué, la gente me veía como uno más de la escuela, uno más del territorio.

Poco a poco me sentí cómodo y comencé a compartir lo que me definía en ese momento: la música. De tanto hablar quizás algunos se identificaron, ya que ahí conocí a dos jóvenes que más adelante en el año me ayudarían con el diseño de unos instrumentos musicales a base de durapax, una de mis tantas locuras influenciadas por el rock.

Ese jueves, luego de las clases, fui a la comunidad y pasé un tiempo ahí, luego caminé con la chica que más se interesaba de mis cosas, de mi vida. “Y si tus papás se dieran cuenta que andás aquí conmigo ¿no te regañarían?” pregunté, siempre preguntaba para saber que podría hacer en caso nos encontraran en la calle. “Mi hermana también sale a pasear y luego llegamos juntas”, respondió.

Ella tenía unos ojos que brillaban, su mezcla de timidez con motivación y alegría eran sus características. “Vas a llegar a escuchar tu música loca” me decía entre risas. “Claro, no me puede faltar”, respondía siempre. Y entre pláticas de cómo eran nuestros padres, el futuro de nuestras vidas y las clásicas inseguridades adolescentes se nos pasó el tiempo.

Poco después de las 7:00 de la noche estaba esperando uno de los últimos buses. No me generaba preocupación llegar tarde a casa, por parte de mis padres solo recibiría un par de preguntas y después todo seguiría su curso. Llegué a casa y se cumplió lo de cada jueves: cené, hablé y reí lo necesario. A las 9:00 de la noche estaba listo para “90 minutos de rock”, disfruté el especial de esa noche como cada emisión, pero en el espacio para las noticias de la escena rockera mundial no dijeron nada de Nirvana. “¡Qué mi#$%!” dije con molestia.

Otro jueves sin saber nada de los que acaparaban mi atención adolescente.

Continuará.    



sábado, 6 de abril de 2024

Los días de 1994. Parte 8

 




6 de abril 1994
Seattle, Estados Unidos.

Mientras el cuerpo de Cobain yacía en el invernadero de la mansión en Seattle, desde Los Ángeles, Courtney Love trataba de contactarlo. El 4 de abril contrató a una persona para dar con el paradero de su esposo.  

Love encontró en las páginas amarillas el contacto del investigador Tom Grant, quien aceptó la misión. La mujer le mencionó que su marido tenía tendencias suicidas y probablemente estaría armado. Uno de los primeros pasos de Grant fue contactar a las personas cercanas al artista, entre ellas Dylan Carson, el amigo de Cobain que lo acompañó el 30 de marzo a comprar una escopeta Remington calibre 20 y una caja de municiones.

Ambos se reunieron en Seattle y comenzaron con la búsqueda. Pasaron la tarde hablando con personas que quizás vieron a Kurt, sin embargo, la información no era relevante, no los acercaba al paradero del cantante.

Por la noche decidieron entrar a la mansión. Al ingresar no vieron nada extraño. "Kurt, Kurt... hola... Kurt", los llamados se intensificaron. Grant pidió a Dylan Carson que lo guiara por la mansión. "¿Esto tiene otro piso?" preguntó el investigador. "Sí, tiene un ático", contestó el amigo de Cobain.

Solo unos minutos dedicaron a la búsqueda en los lugares principales de la mansión, pero Grant temía que Kurt saliera armado o llegara a la mansión y los encontrara. Salieron a prisa y pasaron por alto asomarse a la ventana del invernadero; de hecho, ni siquiera tomaron en cuenta esa estructura, no se les ocurrió.

Por este descuido el cuerpo del líder de Nirvana pasó otros dos días sin ser descubierto.

Fuente: BBC / VH1 Rock Docs


6 de abril 1994
Santa Tecla, El Salvador.

Miércoles. “Si hubiera comprado primero el Nevermind, en lugar del Incesticide ¿sería la misma pasión por esta banda?” esto me lo preguntaba cada vez que miraba la caja con los CD y aparecían las portadas de ambos discos. Cuando miraba el diseño del álbum recordaba el momento en que conocí a Nirvana: en 1992 vivía en Santa Ana y me reunía con muchos jóvenes en la esquina de una calle, la mayoría rondaba los 19 y 21 años.

Hablando de música siempre mencionaba a Guns & Roses, Skid Row, Poison, incluso Sepultura. Una vez, uno de los mayores me dijo: “¿Y ya escuchaste Nirvana?”, me extrañé porque jamás había escuchado ese nombre, me pareció más el nombre de una planta o algo por el estilo. “No, jamás” dije. “¿Qué? ¿No has escuchado a Nirvana? Son buenísimos y están sonando bastante… comprá el casete del bebé, es buenísimo”, dijo el joven que comenzaba a estudiar en la universidad.  

En ese tiempo aún guardaba un poco de dinero que mis papás me dieron luego del viaje de México a El Salvador. Pero no era suficiente, entonces comencé con la danza de peticiones a quien fuera parte de la familia, en algo me ayudó el préstamo de mi prima, el de mi mamá y uno que otro colón ahorrado en la escuela. Junté lo necesario para ir a Pop Music, una tienda en el centro de Santa Ana, a buscar al grupo llamado Nirvana. Ahí estaban los dos casetes juntos: Nevermind e Incesticide.

El bebé que aparece bajo del agua, por un lado; y por el otro, dos seres extraños y una flor. Tenía que decidirme y me dejé llevar por las portadas. Fue la oscuridad y la rareza que transmiten los dos personajes unidos, la forma de sus cuerpos y el rostro del ser más pequeño lo que me ayudó a decidirme por Incesticide. Tenía la sensación que algo extraño, pero bueno, iba a encontrar.

Y no me equivoqué. En una semana ya amaba el disco, desde la primera canción hasta la última quedé totalmente enganchado de Nirvana, el nombre que asocié con una planta.

Dos años después, un miércoles 6 de abril por la mañana, volví a dedicar la rutina de la mañana a Incesticide. Y comencé con la canción número nueve, “Beeswax”, mi favorita del disco. Agresiva, con riffs que me contagiaban, desordenadamente buena, sucia, distorsionada y con la voz de Kurt que poco a poco cambia de intensidad hasta llegar a los alaridos. 

"Beeswax" no le gustaba a nadie en casa, a nadie de los que conocía, quizás a mi hermana menor un poco. La letra muy extraña, sin una idea clara; sin embargo, para mí se convirtió en la canción por excelencia del lado ruidoso de Nirvana y la que se merecía el volumen máximo siempre.

Esa mañana fue de Incesticide, a la espera del jueves porque necesitaba alguna buena noticia de la banda.

Continuará.