6 de abril 1994
Seattle, Estados Unidos.
Mientras el
cuerpo de Cobain yacía en el invernadero de la mansión en Seattle, desde Los
Ángeles, Courtney Love trataba de contactarlo. El 4 de abril contrató a una persona para dar con el paradero de su
esposo.
Love encontró en las páginas amarillas el contacto del investigador Tom Grant, quien aceptó la misión. La mujer le mencionó que su marido tenía tendencias suicidas y probablemente estaría armado. Uno de los primeros pasos de Grant fue contactar a las personas cercanas al artista, entre ellas Dylan Carson, el amigo de Cobain que lo acompañó el 30 de marzo a comprar una escopeta Remington calibre 20 y una caja de municiones.
Ambos se reunieron en Seattle y comenzaron con la búsqueda. Pasaron la tarde hablando con personas que quizás vieron a Kurt, sin embargo, la información no era relevante, no los acercaba al paradero del cantante.
Por la noche decidieron entrar a la mansión. Al ingresar no vieron nada extraño. "Kurt, Kurt... hola... Kurt", los llamados se intensificaron. Grant pidió a Dylan Carson que lo guiara por la mansión. "¿Esto tiene otro piso?" preguntó el investigador. "Sí, tiene un ático", contestó el amigo de Cobain.
Solo unos minutos dedicaron a la búsqueda en los lugares principales de la mansión, pero Grant temía que Kurt saliera armado o llegara a la mansión y los encontrara. Salieron a prisa y pasaron por alto asomarse a la ventana del invernadero; de hecho, ni siquiera tomaron en cuenta esa estructura, no se les ocurrió.
Por este descuido el cuerpo del líder de Nirvana pasó otros dos días sin ser descubierto.
Fuente: BBC / VH1 Rock Docs
6 de abril 1994
Santa Tecla, El Salvador.
Miércoles. “Si hubiera comprado primero el Nevermind, en lugar del Incesticide ¿sería la misma pasión por esta banda?” esto me lo preguntaba cada vez que miraba la caja con los CD y aparecían las portadas de ambos discos. Cuando miraba el diseño del álbum recordaba el momento en que conocí a Nirvana: en 1992 vivía en Santa Ana y me reunía con muchos jóvenes en la esquina de una calle, la mayoría rondaba los 19 y 21 años.
Hablando de
música siempre mencionaba a Guns & Roses, Skid Row, Poison, incluso
Sepultura. Una vez, uno de los mayores me dijo: “¿Y ya escuchaste Nirvana?”, me extrañé
porque jamás había escuchado ese nombre, me pareció más el nombre de una planta
o algo por el estilo. “No, jamás” dije. “¿Qué? ¿No has escuchado a Nirvana? Son
buenísimos y están sonando bastante… comprá el casete del bebé, es buenísimo”,
dijo el joven que comenzaba a estudiar en la universidad.
En ese tiempo
aún guardaba un poco de dinero que mis papás me dieron luego del viaje de
México a El Salvador. Pero no era suficiente, entonces comencé con la danza de peticiones
a quien fuera parte de la familia, en algo me ayudó el préstamo de mi prima, el
de mi mamá y uno que otro colón ahorrado en la escuela. Junté lo necesario para
ir a Pop Music, una tienda en el centro de Santa Ana, a buscar al grupo llamado
Nirvana. Ahí estaban los dos casetes juntos: Nevermind e Incesticide.
El bebé que
aparece bajo del agua, por un lado; y por el otro, dos seres extraños y una flor. Tenía que decidirme y me dejé llevar por las portadas. Fue la
oscuridad y la rareza que transmiten los dos personajes unidos, la forma de sus cuerpos
y el rostro del ser más pequeño lo que me ayudó a decidirme por Incesticide. Tenía
la sensación que algo extraño, pero bueno, iba a encontrar.
Y no me
equivoqué. En una semana ya amaba el disco, desde la primera canción hasta la
última quedé totalmente enganchado de Nirvana, el nombre que asocié con una
planta.
Dos años después, un miércoles 6 de abril por la mañana, volví a dedicar la rutina de la mañana a Incesticide. Y comencé con la canción número nueve, “Beeswax”, mi favorita del disco. Agresiva, con riffs que me contagiaban, desordenadamente buena, sucia, distorsionada y con la voz de Kurt que poco a poco cambia de intensidad hasta llegar a los alaridos.
"Beeswax" no le gustaba a nadie en casa, a nadie de los que conocía, quizás
a mi hermana menor un poco. La letra muy extraña, sin una idea clara;
sin embargo, para mí se convirtió en la canción por excelencia del lado ruidoso
de Nirvana y la que se merecía el volumen máximo siempre.
Esa mañana
fue de Incesticide, a la espera del jueves porque necesitaba alguna buena noticia
de la banda.
Continuará.
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