Seattle, Estados Unidos.
La mayor parte de la jornada Kurt se mantuvo en casa. En esos
días escuchaba el disco “Automatic for the people” de R.E.M. al menos ese
casete se encontró, días después, en su equipo de sonido. Fumó algunos cigarros
y comenzó a escribir una carta para su esposa, Courtney Love, y su hija, Frances
Bean, pero no la finalizó.
La heroína surtió su efecto momentáneo porque quienes vieron a Cobain por última vez coincidían en que se veía de buen humor. Una mujer
identificada como Katja conoció al líder de Nirvana en las afueras de su
mansión. Ella junto a un hombre muy influyente de la industria musical llegaron
a recogerlo la noche del 4 de abril.
“Parecía muy entusiasmado y contento… tenía una luminosidad”, dijo la
mujer, quien lo vio mientras se dirigían a otra parte de Seattle.
Kurt volvió al sector bohemio de Capitol Hill. A las 11:00 de la noche
entró a la Taberna Linda’s; ahí otra mujer, Victoria Renard, contó su
encuentro con el guitarrista: “Le dije, hola Kurt vienes a mi fiesta de
cumpleaños… y él, sorprendido, dijo no”. Según Renard, el cantante de Nirvana ni siquiera fue a
la barra y siguió su camino hasta la parte trasera de la taberna. Se veía
normal, como un visitante más.
En algún momento, cerca de la medianoche, Cobain salió del bar. Victoria
Renard fue una de las últimas personas que lo vio vivo.
Fuente: BBC / VH1 Rock Docs / Pure Grunge
4 de abril 1994Santa Tecla, El Salvador.
Lunes. La mañana se fue entre canciones de Nirvana, videos, comida y preparar todo para ir a la escuela. Un día más. En la parte trasera de la escuela había una cancha y unos cuartos abandonados, ahí permanecían al menos cinco jóvenes de una comunidad cercana, algunos no estudiaban ni trabajaban, solo pasaban el tiempo. Al menos tres veces por semana llegaban a ese lugar, pero los lunes no faltaban.
Eran amigos de muchos estudiantes, algunos de ellos de mi grado. Aunque al principio no era bienvenido, con el tiempo me aceptaron no sin antes interrogarme sobre muchas cosas. La más chistosa de todas: ¿eres satánico?
“¿Qué? ¿Se me nota?” dije entre risas. “Esa música que escuchás es satánica”, mencionó el más incrédulo del grupo. “Yo conocí a un bicho que de tanto escuchar esa música se le metió el demonio”, agregó con tono entre serio y asustado. “Quizás ese chero escuchaba Deicide o algo así, esos sí son satánicos… pero no, no soy satánico”, dije sonriendo. “Quizás Kurt adora a satanás o le cae mal Dios, jajajaja”, pensé.
Siempre estaba esa impresión de que la música que escuchaba generaba algo que no necesariamente era positivo, pero me parecía normal esa respuesta de la gente, me daba risa y también sentía la cómoda sensación de escuchar algo que muy pocos entienden. “Esta es la música que me gusta y punto”, dije en mis adentros.
“¿No te aburre eso, Ricardo?”, esa era una pregunta recurrente de mi mamá cuando me encontraba escuchando a Nirvana. Y yo, sentado en el sillón con el cartoncito del CD en las manos, la miraba y simplemente decía “no”. Y luego comenzaba a explicar cada parte de la canción, algo que podría comunicar la letra, entre otras cosas. Al final volvía la vista al cartón del disco compacto y seguía, como si nada sucediera y eso fuera lo único interesante del día.
Por las noches pensaba mucho. "Me gustaría estar en un gran concierto y ver a mis bandas favoritas... ¿algún día estaré en un escenario? ¿sería guitarrista o baterista? podría ser el bajista... sería bueno y rompería los instrumentos jajajaja".
Cómo lograr esos objetivos se volvió un pensamiento recurrente, un anhelo que se alimentaba con cada canción que sonaba en mi cuarto, con cada video que repetía, con cada paso que daba.
Continuará.
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