martes, 5 de enero de 2021

Los días negros







Borroso, confuso, melancólico, nunca el alma se había sentido tan liviana por el dolor. En los días oscuros la vida no tiene sentido alguno; y tratar de encontrarlo, es una tarea triste, cansada y devastadora.

Los primeros momentos de la fiesta siempre son los mejores ¡la euforia es adictiva! la supuesta hermandad se siente bien. Si ese círculo de éxtasis se repitiera por la eternidad, nadie quisiera volver a la normalidad. Pero conforme avanza el carnaval de excesos, todo cambia. Mi mente muta y aparece otro ser mucho más fuerte, quizás uno de los más elocuentes, manipuladores y encantadoramente mentirosos de la historia. Mi álter ego es aterrador.

Cuando todo termina y la danza del otro yo se apaga, el vacío embarga a tal punto de ahogarte en tu propio lamento. Todo sabe a nada en los días oscuros.

Y entonces miras a la gente continuando con sus vidas como cada día. En medio de ellos, me toca contener toda la tristeza, tratar de hilar ideas lógicas, buscar un tema que compartir. Y simplemente no se puede, no se puede. Solo puedo mostrar una media sonrisa, un asentir sin sentido y una mirada perdida.

Si los que están a mi lado sintieran solo por unos minutos el inmenso vacío y la melancolía, entenderían un poco. Ni siquiera me calma el hecho de que otras personas están en peor situación, porque hasta para sufrir soy egoista.

Las lágrimas no son suficientes cuando se quiebra tu camino, cuando te das cuenta hasta que punto de maldad y mentira puedes llegar a inflingir. En ese punto no hay retorno. Nunca.

Y tomo medicinas, escucho consejos, me abrazan, me quieren, tratan de ayudarme... cualquiera podría levantarse rápido. Pero con la plena conciencia de que hay un álter ego opuesto, simplemente todo lo que puedo hacer tiene un límite. Y lo acepto: soy un ladrón de sentimientos, un mentiroso y un aterrado en los días oscuros. 

Esos malditos días que me acompañan desde que nací.

lunes, 21 de diciembre de 2020

¡Mata a la mente!

¡Mata a la mente! 

Mira el lado brillante del suicidio sin cometerlo, sin dispararte o envenenarte, sin dejar de respirar. Solo debes ser un asesino de pensamientos. ¡Mata a la mente! 

Cierra puertas a la imaginación de otros. Sumérgete en tus propios juicios y si es necesario liquidar ideas contrarias ¡liquídalas sin compasión!

Muchos pueden estar a tu lado, luchando, sufriendo como si la guerra se libra en sus vidas. Un espaldarazo único. Pero al final de la noche, solo hay dos contendientes: el ser y la mente. No hay más y la batalla se libra solo.

Alguien dice: "Jesús es el fiel amigo y te ayudará". "Es cierto", pienso. Aún así me repito ¡mata a la mente!

"Es que no es la mente el problema", agrega. "El punto es el corazón. De lo que acumule tu corazón, se llenará tu boca." 

"No sé a dónde queda el corazón", respondí al mismo tiempo que palpaba mi parte izquierda del pecho. "Siento un músculo, nada más, por eso, sin lugar a dudas hay que matar a la mente".

"¡Idólatras, todos somos idólatras y ponemos cualquier cuestión en el lugar que merece Jesús!"

"¡Mata a la mente y lo que quede, entrégalo al Hijo de Dios!" le grito en la cara. "Si él fuera mi ídolo, sería la estrella de mi mente... y esa es la que debe desaparecer".

El cristiano se compadeció, como todos, y comenzó a escudriñar la biblia. Fueron 45 minutos de explicaciones y análisis de al menos 17 versículos. Y de nada me sirvió porque lo que quiero es matar a la mente, pero vivir.

Me despedí con respeto y me olvidé de todo. "Qué Dios te bendiga", me dijo a lo lejos con una sonrisa de oreja a oreja. Y yo solo pensaba como parar esta máquina neuronal.

Pasé por una ferretería y me compré cinco clavos muy delgados, de diez centímetros, también agregué un pequeño martillo. Luego pasé a la farmacia a comprarme un fuerte sedante prescrito, tuve que pagarle de más al dispensador.

Un coctel de pastillas y tres tragos de whisky. Esperé un momento y recordé todos los videos de cirugías para remover parte del cerebro.

Me pinté unos puntos negros encima de cada ojo, exactamente a donde debía entrar el clavo. No dejé de tocarme el lugar marcardo, busqué la cama y permanecí unos siete minutos para memorizar el lugar exacto.

Estaba sedado. ¡Mata a la mente!

Introduje el primer clavo lo más profundo que pude, no me dolió porque tengo un umbral del dolor alto, uno de mis dones. Movía el clavo en círculo, una y otra vez, mi nariz no dejaba de expulsar líquido. Sentía como limpiarme una oreja, solo que le hacía cosquillas a la masa gris.

El sangramiento era profuso, pero la locura cura todo.

Repetí el proceso en la parte derecha. ¡Mata la mente!

Y llegó la noche. Había sangre por todas partes y solo se me ocurrió ponerme una toalla que cubriera el rostro y la cabeza. Me quedé dormido por la sedación.

Creo que soñé con Frances Farmer y la canción que Nirvana le dedicó a esa mujer. La canción sonaba y sonaba en mi cabeza.

Cuando abrí los ojos todo era oscuridad y lo poco que pude hilar en mi cabeza fue: "Hola Frances ¿crees que Jesús acepte nuestras mentes mutiladas?" 

 




  

  

sábado, 21 de noviembre de 2020

Desde el infierno

No hay llamas ni humo, tampoco seres oscuros destazándome con sus tridentes. No hay una alberca llena de excremento a donde alojan los cuerpos hasta el cuello. No hay anillos o pisos que lleven a un lugar u otro. No escucho el rechinar de los dientes. Todo lo que Dante describió en su particular infierno no lo veo, ni percibo olor a azufre. Nada. Absolutamente nada de lo que me contaron, leí, investigué y escuché sobre el espacio de Satanás, existe en este lugar.

Aquí veo luz y sombras cada cierto tiempo. A cada minuto hay sonidos de teléfonos inteligentes y accesorios digitales. Vibraciones, ruidos cortos, esquizofrénicos, que han moldeado la masa cerebral para siempre. Siento hambre y me debato entre perder los estribos o seguir estrictamente las medidas que ralentizan la llegada de la muerte. Siento miedo y me lo trago. El computador es mi ventana, el sol no brilla igual desde hace tiempo, a veces no me entero que existe.

En este infierno salgo a dar un paseo por recomendación. Veo, olfateo, el tacto no tiene mucho sentido cuando mis manos están en mis bolsillos, solo siento las llaves, algunas monedas y el celular, como si fuera una arma, de hecho lo es: acelera la descomposición cerebral y física, amenaza con adelantar el fin de la respiración. Menos letal, eso sí, pero es una arma. 

Siento deseos por las mujeres pero también sufro de holgazanería sentimental, ese esfuerzo del coqueteo que para muchos es lo más sabroso antes del sexo, a mi realmente me aburre.

No sé qué sienten los demás, puedo imaginarlo, anticiparlo, pero en gran medida hay cientos de cosas que no sé hacer. Esa inutilidad es con dolo.

Pero yo soy uno más. En general, aquí en el infierno, hay millones de pasos ansiosos, todos deben algo, pierden algo, anhelan mucho, entregan a medias y nunca nos libramos de nuestras propias cadenas. Todos con el mismo destino, los más ingenuos piensan que pueden crear el propio, pero eso es mentirse un poco para hacer llevadero este lugar.

En este infierno hay una esquizofrenia de identidades. Los demonios crearon la figura “persona” para identificarse. También establecieron la utopía angelical y la trascendencia. Los demonios, con el tiempo, ocultaron su identidad genuina y construyeron los cimientos para una nueva forma de relacionarse. 

Los criaturas del mal se autodeterminaron como personas con diversas realidades, sentimientos, creencias y necesidades. Y nos creimos el plan. No nos gusta mostrar nuestra esencia y hay descalificación cuando la practicamos; aunque hay millones de opciones para ser demoníacos, por ejemplo los pederestas de los monumentos espirituales o los hombres que desarrollan guerras, dos simples ejemplos.

Los demonios crearon el bien y el mal para intentar mejorar como "personas". Simbolizamos la maldad: el rostro del cabro con cuerpo de persona, en lugar de pies pezuñas. Ocupamos el arte para darle sentido al pentagrama, reconocimos la sangre para rituales y hasta nombramos al maligno por excelencia: Satanás. 

En la creación del orden social, tuvimos el cinismo de patentar la "demonología", para apartar lo bueno de lo malo. Nos inventamos los nombres para personas, en diferentes idiomas, para normalizarnos, legalizarnos: Carlos, Eugenia, Alberto, Christopher, Xi, Abdula y miles más. Todo para olvidarnos de nuestros verdaderos nombres. Por eso Belcebú, Ipus y Levatán no se usan para identificarnos en la sociedad. Eso sería "malo".

Nos creimos el mal chiste. Hay unos cuantos fanáticos que dicen creerse endemoniados, discípulos del Diablo y utilizan simbologías apropiadas, se distinguen mucho de la mayoría. Pero son lindas e inocentes aves en comparación con demonios reales, los que están al mando del rebaño: bien vestidos, bien cristianos, familiares y políticamente correctos.
  
Cuando regreso de dar una vuelta por el infierno, me encierro en mi cuarto para encontrar aquellas felicidades efímeras, creerme persona y actuar como tal, con toda la complejidad que representa. 

Soy una fuente de deseos, una masa de carne y sangre que se mueve, piensa y actúa. He olvidado mis raíces. A todos nos pasa. Perdimos la memoria, no sabemos en realidad quiénes somos, pero nos creemos personas, eso sucede con el 99 por ciento de la población.

Desde mi ventana puedo ver todo lo que realizamos, todo lo que disfrazamos de bueno, lo que catalogamos de malo y las millones de vidas que nos quitamos unos a otros y a cientos de otras especies, porque esa es una de nuestras características: matar, destruir, liquidar. Y por más que intentemos trascender, bajo el formato que sea, no somos capaces como especie dejar de aniquilarnos. 

Hoy tuve el rol de persona, es decir un demonio camuflajeado. Somos malditos porque creamos la maldición y así moriremos mientras el resto continúa con esta mentira. 

La humanidad estará por unos cientos de años más, desarrollándose, mutilándose, engañándose como siempre, negándose su naturaleza y llamando sociedad al infierno.



  


 


sábado, 7 de noviembre de 2020

Perdiste, mi hermano


Primero fue respeto. Pero eso dura poco, mucho más si el sujeto en cuestión tiene las credenciales de imbécil con una maestría en hipocresía, y con el agravante de ser políticamente obsoleto. Respetar a esta persona solo es posible por una obra del cielo; pero, como soy muy terrenal, y con esta carne que corrompe, tenerle cortesía a semejante adefesio sería una injusticia lógica.

Segundo, fue competencia. ¡Soy competitivo hasta en sueños!
Mucho más cuando mi contrincante cree que es bueno y tiene una falsa humildad. 
Al tenerle enfrente quiero tumbarlo en el juego, con nivel pero sin compasión. Sus contrincantes no son los míos, la mira está en él. Si lo hago caer, el resto se disipará.

Tercero, fue la edad. Ya pasó la gran inseguridad. Ahora todo sabe distinto, el olfato es agudo, los sentidos en su máxima expresión. Su mirada se turba, olfateo su miedo, detecto su falsa sonrisa, sus palabras son inseguras, se confunde... huelo sangre, como un tiburón a la distancia.

Cuarto. La ofensiva. Primero fue un desastre, porque me perdí en el juego que impone. No se lo atribuí a su inteligencia, de cierto que es una de sus carencias; su mejor arma es el poder, el don de la palabra para hacer creer que está de tu lado. Ahí se han perdido muchos. Lo detecté a tiempo como para reorganizarme.

Pero no se trata de atacar sin pensar. No. Primero me reforcé, pensé cada paso y con la evidencia cambiaba el camino hasta que me perdí de su mira, la que tiene en todos aquellos que atentan a su poder. En público me uní a su juego, seguí el plan sin que nadie sospechara nada. En ese tránsito, sin anuncio apareció el lobo interno, desde las sombras y los arbustos hasta el cuello. De ahí no quité el colmillo. Y brotaba  la sangre a cada movimiento de mi mandíbula.

Antes me derrotaron bien, por mi estupidez de atacar de día y a terrreno abierto. Las derrotas ayudan y ahora, en esta pelea, ya era tarde para mi contrincante intentar zafarse. No tuvo oportunidad, solo pudo ser testigo del ascenso de su enemigo. La disputa interna se la gané, entre la noche y su estupidez.

Quinto. La separación. Dos machos alfa no pueden estar en la misma manada, mucho menos el derrotado; la diferencia es que la batalla era interna, no en carne y sangre. Al líder le tumbaron el ego y sintió la inseguridad hasta en el mas recóndito de sus orificios; y fue su apuesta, su soldado escogido quien apretó el gatillo para desplomar su frágil y diminuta burbuja de seguridad. Cuando todo quedó evidenciado solo pude sentir una mezcla de victoria y anhelo de esperar a un contrincante mucho más preparado. Nunca mas mi mirada se posó en la suya. El depredador no sabe de compasión.

Entonces el destino legal estaba marcado, había que salir del campo de batalla; y así fue, caminé sin volver atrás. El tiempo pone en su lugar a cada uno y los senderos se dividen, se pierden para siempre. 

Mi plan ya estaba armado, era el arma escondida en la batalla. Y si un día mi camino se atraviesa con el perdedor, con gusto volveré a darle una clase; no me malinterpreten, no soy fuerte o seguro, para nada, soy humano; sin embargo, lo que me sobra es fuego de competencia y esa fuerza, cuando encuentra egos construidos en bases muy inseguras, sacia su hambre al destruirlos. No queda más que tumbarlos internamente, en el campo de las ideas y los sentimientos, a donde duele más que un puñetazo en la cara.  


Pasajeros de una vida ajena


Cada día es una oportunidad porque el final se acerca
Y las madrugadas son más largas porque los ojos viejos descansan menos
El tiempo avanza al desenlace inequívoco

Las dedicatorias a vivir el día son solo adornos, un papel de regalo para esconder nuestra fragilidad
Respira y siente el aroma, déjate alucinar por las maravillas del mundo
Aunque las neuronas quieran ser inmortales, aunque el cerebro sueñe ideales eternos

Y nos enseñaron el más allá. Y escuchamos de reencarciones. Y del espiritu que espera trascender
Y nos perdemos en lo que nos convenza. O quizás nos encontramos en el Dios que nos enseñaron
Nos acobijamos en las sábanas de lo desconocido, con la fe de que habrá un amanecer eterno

¿Quién soy yo? la tarea sigue en proceso
¿Quiénes me salvarán? no sé si necesito salvar o ser salvador, lo más cómodo es la espera de un héroe
¿A dónde iré? el camino es amplio si me dejo llevar, estrecho si lucho contra mis ansias

Un día prepararé una sopa somnífera, con sabor a delirio y dormiré días completos
Extraño la facilidad juvenil para el sueño, pero no extraño la ingenuidad y la torpeza
Cada día es un camino al campo de batalla, con espadas espirituales, gomas de mascar y excesos culinarios

Me fumo el futuro en medio de la lluvia. Me como las neuronas a medianoche. Muero a gotas
La luz del cuarto es mi sol, el televisor mi maestro y la computadora paga mis cuentas
Soy un maniquí con un motor adaptado. Un ser esculpido en lo material

Espíritus del más allá, fe ciega, palabras del Señor, lecturas, dichos, vengan a la inhospitalidad
Aquí hay un sujeto para el experimento, que reboza ideas y con una montaña rusa de emociones
Aquí está uno más de esta creación, uno más de la especie maldita

No hay vuelta atrás. Nadie espera a nadie. El tiempo se lo come todo y solo somos testigos
Pasajeros de una vida que no nos pertenece, invitados con máscaras a fiestas ajenas
Sin pureza esperamos a los ídolos, aunque ya los matamos en una delirante, alucinante y roja noche
  
    

sábado, 31 de octubre de 2020

Un día extrañaré la soledad

 

Mi rostro sentía la textura del colchón, áspera y difícil de soportar por algún tiempo. Las sábanas estaban desordenadas y una parte dejaba a la vista la esquina del viejo, histórico y regalado colchón; quien sabe cuántas experiencias tiene en su interior, si hablara entendería todo pero también me daría vergüenza.

Cuando me dejé caer, con todo mi peso, mi rostro aterrizó en ese espacio desnudo de la cama. Me quedé en silencio y con nada en la mente; simplemente tirado en una mañana de sábado cualquiera. El silencio, en algunos momentos es placentero, relajante y conmovedor.

Sin apartar mi mejilla de la carrasposa textura, mi mente se activó otra vez. Nunca me da tregua. Imaginé voces. Una dulce voz femenina que anunciaba el desayuno, la melodía angelical que nacía de las cuerdas vocales de una hermosa niña de dos años; y a lo lejos, poco perceptible pero suficiente para parpadear, los sonidos especiales de la inocencia. Lindos murmullos de un bebé, de esos que te rompen el corazón para sentirte vivo, de la mejor manera, de esos toques especiales para el alma. La pureza y belleza más extraordinaria.  

Me quedé inmovil para continuar con mi historia mental. En mi imaginación me levanté sin camisa y con el mismo short al que llamo pijama. Me enjuagué la boca y me acerqué a la cocina. Ahí estaba una mujer de cuerpo delicado, de estatura pequeña su cabello liso y sus manos especiales, su silueta me encantaba; ella necesitó poner sus pies de puntillas para alcanzar mis labios. Aunque era algo cotidiano de un fin de semana, lo soñé especial. 

El momento lo rompió el intempestivo arribo de la pequeña niña, quien abrazó mi pierna derecha con sus pequeños brazos. Cuando bajé la mirada simplemente me quedé enamorado de sus ojitos negros, sus cachetes gorditos, su cabello negro y de su dulce voz repitiendo: "papi... papi".

Cuando el pequeño bebé fue acomodado en su sillita quedé pasmado, era una réplica mía: sus manos, ojos y labios eran la versión celestial de mis ojos desvelados, mis manos arrugadas y mis labios rosados poco perceptibles por un bigote y una barba que ya lucía canas; esa misma fortaleza espesa de pelos hacía reir a mis hijos cada vez que los besaba intensamente en el cuello, hasta orinarse en algunas ocasiones.

Fue un momento especial. Un fin de semana de esos mágicos.

No me resultaba difícil soñar esa vida, incluso con sus altibajos naturales: sollozos por nada y por todo de parte de los pequeños, esas molestias de pareja que terminan en días sin hablarse, tratar de adaptar trabajos y momentos familiares, los paseos arruinados por detalles insignificantes. No era difícil soñarlo y aceptarlo.

Pero cada sueño tiene su contraparte. No todo sueño es pesadilla pero tampoco felicidad total. Siempre hay momentos raros, incómodos.

En la historia nunca volví a sentir el placer de la quietud. El silencio entre una pareja, provocado por detalles estúpidos o duras realidades, no es agradable. Para nada. Las complejidades de educar y ver crecer a los vástagos, que de a poco generan su propia personalidad que quizás no esté acorde a lo que esperabas, también es un paquete un poco amargo que incluye esa unidad llamada familia.

Día a día era más o menos la misma línea: tratar de seguir amando y de contenerse uno a otro, de cumplir con tu rol masculino y de padre, educar lo mejor posible. También pasar por alto y respetar las incongruencias normales que representa un empleo y trabajo en equipo; cuidar de la salud o perderla para darte un placer distinto, tratar de orar más o leer algo. Comer, besar, tener sexo, ducharse; tratar de ver una película en familia, sacar a pasear al perro, domingo de reuniones con amigos, en fin... solo imaginen una familia relativamente aceptable.

En mi historia soñada solamente volví a sentir el placer del silencio en un viaje de trabajo, cuando la madrugada para mí era la tarde para mi familia. Ahí me dejé caer con todo mi peso, sin poner las manos porque ya había revisado que la cama era acogedora y yo no sufriría daño alguno. Estaba desnudo después de una ducha caliente, mi rostro entre sábanas suaves y especiales con un aroma que relajaba. Ahí estuve varios minutos, se escuchaba el aire acondicionado. Comprendí que cada cierto tiempo es necesario no escuchar voces alrededor.

Pero hasta en sueños mi mente no da tegua ¡qué incómodo! 

Comencé a pensar en la delicada, pequeña y linda mujer que acompañaba mis días, a la niña de mis ojos y al bebito, mi réplica exacta. Imaginaba besarlos en el cuello. Imaginaba oler los pies del bebé, acariciar sus manos y ver cómo sus pupilas comenzaban a impactarse con los colores y objetos que lo rodeaban. Era una añoranza mezclada con el silencio que tanto me gusta. Me quedé dormido en mi propio sueño.

Cuando abrí los ojos, en la vida real, mi mejilla seguía reposando en la áspera textura del colchón viejo; el silencio era total. Solo mi short llamado pijama me cubría el cuerpo. Los minutos pasaban y esta vez la mente me dio más tiempo de paz.

"No tengo familia, pero tengo silencio", pensé. "Quisiera abrazar bebés, pero no me alcanza la motivación". "Quisiera a la mujer ideal, pero eso no existe." Deseo muchas cosas, como cualquiera y como todos; pero hoy, en este minuto, en el cuarto con las cortinas cerradas tengo un colchón viejo y un silencio que me enfrenta, que me interroga, que me desnuda.

El carrasposo colchón ya no molestaba, ya no importaba, el silencio se mantuvo implacable... entonces, sin quererlo, me quedé dormido.


         

sábado, 24 de octubre de 2020

La gran mentira


Alguien dijo que los seres humanos necesitamos creer en algo, en lo que sea: un amor, una pata de conejo, en dioses, ideologías, santos, filosofías, lugares y, aunque parezca ridículo, hay personas que necesitan creen en otras personas.

Esa necesidad natural tiene una contraparte, que por los siglos de los siglos ha sido señalada como inmoral: la mentira. Es tan sencillo que nos mientan, es tan sencillo mentir. Incluso, hay pensadores que consideran que no existe la verdad, que todo es relativo. A tal punto llega el análisis filosófico que muchos asumen la verdad como la mentira que superó la comprobación, la que convenció a la mayoría, la que se sobrepuso a la sospecha. 

Si la mentira es normal, pero inmoral según las normas establecidas, sospechar debería ser una regla, una capacidad especial en este planeta; al menos dudar hasta que la verdad, es decir, la mentira que se acerque a lo que llamas "real", te genere calma y confianza.

Recuerdo como el amor romántico, sutilmente y casi por obra de magia, se estableció en mi mente como un paradigma que une a un hombre con una mujer; y en estos tiempos, a personas del mismo sexo, de distintos géneros, incluso entre humanos y animales. Todo cambia y nos quedamos con lo que nos genere más verdades que dudas.

Ahora al amor romántico lo ponen en tela de juicio, como una creación social con rasgos de inequidad. Detrás de ese prototipo, hay una sutil sumisión de la mujer ante el hombre, un cariño que no permite que ellas estén en la misma posición y respeto con ellos. Que bueno poner en tela de juicio las "verdades", debo admitir que soy un admirador y militante de esa idea.

Sí. Creo que el amor romántico es dañino y solo perpetúa una inequidad. Pero vamos más allá ¿qué sucede con las relaciones sentimentales? ¿son sentimentales o de poder? ¿está en juego la complicidad y confianza, o una mera necesidad de compañía? 

Está el método de prueba y error, uno de los más utilizados por cierto. Para este se necesita una buena dosis de imaginación, paciencia, sueños e inevitablemente una ingenuidad que rompe con cualquier análisis mental. Luego de la atracción sexual, hay que comprobar que hay una conexión entre ambos, con el anhelo de encontrar a nuestra "alma gemela"; aclaro, esto no aplica para quienes creen que el ser humano es solo carne y cerebro, aquellos que dicen que no existe el más allá ni Dios, ni milagros y toda esa creación humana para darle sentido a la vida. Para estas personas no estaría mal pensar que ellos buscan a su "cerebro gemelo".

Otro método: la afinidad sexual. La más pura atracción que aumenta la sangre en los cuerpos cavernosos y en el punto con mayor sensibilidad, lo que termina en un acto de placer poderoso, adictivo. Este método para establecer relaciones entre humanos podría ser ideal, pero como el amor romántico está insertado en la conciencia, una de las dos personas demandará algo de "amor" en esa vorágine sexual. Si no hay demanda de nada más que el acto sexual, entonces hay grandes posibilidades de fallar en establecer una relación tal cual la pinta el mundo, porque somos cambiantes por naturaleza y todo lo que te llena un día, se vacía al otro; un día te llena un hombre o una mujer; al otro, los cuerpos cavernosos se desconectan del cerebro y el punto femenino se termina de secar.

Relaciones por afinidad a una creencia. Cristianos con cristianos, ateos con ateos, agnósticos con agnósticos, entre millonarios, entre la pobreza y la lista se alarga, siempre con una afinidad con tal de que el camino hacia el amor sea lo más lógico y menos tortuoso. Y ahí encontramos de todo: a los cristianos los sostiene la fe en Dios; a los ateos, lo sesudo y la libertad que solo ellos pueden sentir mientras tienen salud; los demás se las arreglan con o sin dinero en mano, ambos sufren y hacen sufrir con la diferencia que la plata permite cambiar de amores cuando sea. La afinidad ayuda pero no es una garantía, menos entre seres humanos. 

Hay variedad, incluso personas que tienen relaciones sexuales y sentimentales con animales o cosas. Hay de todo en esta especie.

Pero aterricemos ¿las relaciones sentimentales serán en realidad relaciones de poder?

Uno de los dos tiene algo, físico o emocional, que el otro necesita. Entonces hay una especie de conveniencia para estar juntos, mucho más si el necesitado es conciente de la situación y trata de complacer a aquel que necesita. Pero si expresas la idea de relaciones de poder en lugar de amor romántico, estarás destinado al destierro del mundo sentimental creado por la sociedad. Es ahí donde la mentira no solo es necesaria sino aporta cierta paz a la situación. El problema, como casi en todo, está en la persona que miente. Adoptar esa posición y reproducirla día a día conlleva graves sufrimientos. Tarde o temprano la inmoralidad lo invadirá, la ansia de liberarse aumentará, con el impulso de su propio deseo puede imponerse, logrará superar esa necesidad del otro; entonces se alejará. Para la próxima relación, como reacción lógica, buscará el poder para tener el control de la situación.     

¿Y si le ponemos conciencia de pareja? Los cómplices de una relación, que a partir de la profundidad y entrega que tengan, definen el camino juntos, a ratos con tropiezos a ratos con gloria. Podría ser, pero con la prohibición de la ley del amor romántico. Que exista una precaución, un aviso, así como se advierten efectos colaterales en el consumo de medicamentos: "Si quiere una relación de pareja relativamente estable y duradera, se prohibe consumir y reproducir el amor romántico o algo similar al mismo". Le daría el beneficio de la duda a este modelo, por supuesto. El que tenga la buena tendencia a sospechar y averiguar, debe hacerlo.   

Somos seres humanos imperfectos, moldeados a la fuerza por una moral esclavizante, antinatural; personas obligadas a tener ideales, y de no tenerlos hay un sentimiento de soledad, una ruptura social; pero, al mismo tiempo, también tenemos la libertad de ejercer valores o no. Así de contradictorio el escenario, una autoreceta peligrosa para una especie decadente. Y todavía esperan que amemos, o que sintamos algo cercano a ese sentimiento.

¿Y si es una necesidad, y no un cariño o amor, la que nos empuja a tener una relación de pareja? Es una necesidad biológica, obviamente, porque somos una especie en constante reproducción; pero, tampoco se acepta moralmente una reprodución con libre albedrío, aunque sucede y con impactos negativos para la plenitud de la persona.

Somos necesitados por naturaleza, necesitamos los unos a otros para vivir aunque todavía no lo logramos para que todos alcancen la plenitud humana; ese estadio, esa trascendencia, solo es para un grupo de la población. Ese privilegio comenzó con aquellos que delinearon la moral en buena parte de la Tierra y se reproduce, generación tras generación, en aquellos que se alinean a lo impuesto, la plenitud no es permitida para los que se salen de la línea. Los irreverentes, rebeldes, extremadamente creativos y con un sentimiento antisistema han tenido que construir su propio paradigma de plenitud, aunque sea por la necesidad de llenar un vacío existencial.

Nos han dicho que nos une el amor o que debería unirnos, cuando en realidad nos une la necesidad. Tenemos que casarnos para no fornicar, es un dictamen religioso. Tenemos que amar o aparentarlo. La mayoría aparenta y así puede camuflajear una mera, llana y simple necesidad: una pinche compañía en este viaje llamado vida.