sábado, 7 de noviembre de 2020

Perdiste, mi hermano


Primero fue respeto. Pero eso dura poco, mucho más si el sujeto en cuestión tiene las credenciales de imbécil con una maestría en hipocresía, y con el agravante de ser políticamente obsoleto. Respetar a esta persona solo es posible por una obra del cielo; pero, como soy muy terrenal, y con esta carne que corrompe, tenerle cortesía a semejante adefesio sería una injusticia lógica.

Segundo, fue competencia. ¡Soy competitivo hasta en sueños!
Mucho más cuando mi contrincante cree que es bueno y tiene una falsa humildad. 
Al tenerle enfrente quiero tumbarlo en el juego, con nivel pero sin compasión. Sus contrincantes no son los míos, la mira está en él. Si lo hago caer, el resto se disipará.

Tercero, fue la edad. Ya pasó la gran inseguridad. Ahora todo sabe distinto, el olfato es agudo, los sentidos en su máxima expresión. Su mirada se turba, olfateo su miedo, detecto su falsa sonrisa, sus palabras son inseguras, se confunde... huelo sangre, como un tiburón a la distancia.

Cuarto. La ofensiva. Primero fue un desastre, porque me perdí en el juego que impone. No se lo atribuí a su inteligencia, de cierto que es una de sus carencias; su mejor arma es el poder, el don de la palabra para hacer creer que está de tu lado. Ahí se han perdido muchos. Lo detecté a tiempo como para reorganizarme.

Pero no se trata de atacar sin pensar. No. Primero me reforcé, pensé cada paso y con la evidencia cambiaba el camino hasta que me perdí de su mira, la que tiene en todos aquellos que atentan a su poder. En público me uní a su juego, seguí el plan sin que nadie sospechara nada. En ese tránsito, sin anuncio apareció el lobo interno, desde las sombras y los arbustos hasta el cuello. De ahí no quité el colmillo. Y brotaba  la sangre a cada movimiento de mi mandíbula.

Antes me derrotaron bien, por mi estupidez de atacar de día y a terrreno abierto. Las derrotas ayudan y ahora, en esta pelea, ya era tarde para mi contrincante intentar zafarse. No tuvo oportunidad, solo pudo ser testigo del ascenso de su enemigo. La disputa interna se la gané, entre la noche y su estupidez.

Quinto. La separación. Dos machos alfa no pueden estar en la misma manada, mucho menos el derrotado; la diferencia es que la batalla era interna, no en carne y sangre. Al líder le tumbaron el ego y sintió la inseguridad hasta en el mas recóndito de sus orificios; y fue su apuesta, su soldado escogido quien apretó el gatillo para desplomar su frágil y diminuta burbuja de seguridad. Cuando todo quedó evidenciado solo pude sentir una mezcla de victoria y anhelo de esperar a un contrincante mucho más preparado. Nunca mas mi mirada se posó en la suya. El depredador no sabe de compasión.

Entonces el destino legal estaba marcado, había que salir del campo de batalla; y así fue, caminé sin volver atrás. El tiempo pone en su lugar a cada uno y los senderos se dividen, se pierden para siempre. 

Mi plan ya estaba armado, era el arma escondida en la batalla. Y si un día mi camino se atraviesa con el perdedor, con gusto volveré a darle una clase; no me malinterpreten, no soy fuerte o seguro, para nada, soy humano; sin embargo, lo que me sobra es fuego de competencia y esa fuerza, cuando encuentra egos construidos en bases muy inseguras, sacia su hambre al destruirlos. No queda más que tumbarlos internamente, en el campo de las ideas y los sentimientos, a donde duele más que un puñetazo en la cara.  


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