sábado, 21 de noviembre de 2020

Desde el infierno

No hay llamas ni humo, tampoco seres oscuros destazándome con sus tridentes. No hay una alberca llena de excremento a donde alojan los cuerpos hasta el cuello. No hay anillos o pisos que lleven a un lugar u otro. No escucho el rechinar de los dientes. Todo lo que Dante describió en su particular infierno no lo veo, ni percibo olor a azufre. Nada. Absolutamente nada de lo que me contaron, leí, investigué y escuché sobre el espacio de Satanás, existe en este lugar.

Aquí veo luz y sombras cada cierto tiempo. A cada minuto hay sonidos de teléfonos inteligentes y accesorios digitales. Vibraciones, ruidos cortos, esquizofrénicos, que han moldeado la masa cerebral para siempre. Siento hambre y me debato entre perder los estribos o seguir estrictamente las medidas que ralentizan la llegada de la muerte. Siento miedo y me lo trago. El computador es mi ventana, el sol no brilla igual desde hace tiempo, a veces no me entero que existe.

En este infierno salgo a dar un paseo por recomendación. Veo, olfateo, el tacto no tiene mucho sentido cuando mis manos están en mis bolsillos, solo siento las llaves, algunas monedas y el celular, como si fuera una arma, de hecho lo es: acelera la descomposición cerebral y física, amenaza con adelantar el fin de la respiración. Menos letal, eso sí, pero es una arma. 

Siento deseos por las mujeres pero también sufro de holgazanería sentimental, ese esfuerzo del coqueteo que para muchos es lo más sabroso antes del sexo, a mi realmente me aburre.

No sé qué sienten los demás, puedo imaginarlo, anticiparlo, pero en gran medida hay cientos de cosas que no sé hacer. Esa inutilidad es con dolo.

Pero yo soy uno más. En general, aquí en el infierno, hay millones de pasos ansiosos, todos deben algo, pierden algo, anhelan mucho, entregan a medias y nunca nos libramos de nuestras propias cadenas. Todos con el mismo destino, los más ingenuos piensan que pueden crear el propio, pero eso es mentirse un poco para hacer llevadero este lugar.

En este infierno hay una esquizofrenia de identidades. Los demonios crearon la figura “persona” para identificarse. También establecieron la utopía angelical y la trascendencia. Los demonios, con el tiempo, ocultaron su identidad genuina y construyeron los cimientos para una nueva forma de relacionarse. 

Los criaturas del mal se autodeterminaron como personas con diversas realidades, sentimientos, creencias y necesidades. Y nos creimos el plan. No nos gusta mostrar nuestra esencia y hay descalificación cuando la practicamos; aunque hay millones de opciones para ser demoníacos, por ejemplo los pederestas de los monumentos espirituales o los hombres que desarrollan guerras, dos simples ejemplos.

Los demonios crearon el bien y el mal para intentar mejorar como "personas". Simbolizamos la maldad: el rostro del cabro con cuerpo de persona, en lugar de pies pezuñas. Ocupamos el arte para darle sentido al pentagrama, reconocimos la sangre para rituales y hasta nombramos al maligno por excelencia: Satanás. 

En la creación del orden social, tuvimos el cinismo de patentar la "demonología", para apartar lo bueno de lo malo. Nos inventamos los nombres para personas, en diferentes idiomas, para normalizarnos, legalizarnos: Carlos, Eugenia, Alberto, Christopher, Xi, Abdula y miles más. Todo para olvidarnos de nuestros verdaderos nombres. Por eso Belcebú, Ipus y Levatán no se usan para identificarnos en la sociedad. Eso sería "malo".

Nos creimos el mal chiste. Hay unos cuantos fanáticos que dicen creerse endemoniados, discípulos del Diablo y utilizan simbologías apropiadas, se distinguen mucho de la mayoría. Pero son lindas e inocentes aves en comparación con demonios reales, los que están al mando del rebaño: bien vestidos, bien cristianos, familiares y políticamente correctos.
  
Cuando regreso de dar una vuelta por el infierno, me encierro en mi cuarto para encontrar aquellas felicidades efímeras, creerme persona y actuar como tal, con toda la complejidad que representa. 

Soy una fuente de deseos, una masa de carne y sangre que se mueve, piensa y actúa. He olvidado mis raíces. A todos nos pasa. Perdimos la memoria, no sabemos en realidad quiénes somos, pero nos creemos personas, eso sucede con el 99 por ciento de la población.

Desde mi ventana puedo ver todo lo que realizamos, todo lo que disfrazamos de bueno, lo que catalogamos de malo y las millones de vidas que nos quitamos unos a otros y a cientos de otras especies, porque esa es una de nuestras características: matar, destruir, liquidar. Y por más que intentemos trascender, bajo el formato que sea, no somos capaces como especie dejar de aniquilarnos. 

Hoy tuve el rol de persona, es decir un demonio camuflajeado. Somos malditos porque creamos la maldición y así moriremos mientras el resto continúa con esta mentira. 

La humanidad estará por unos cientos de años más, desarrollándose, mutilándose, engañándose como siempre, negándose su naturaleza y llamando sociedad al infierno.



  


 


sábado, 7 de noviembre de 2020

Perdiste, mi hermano


Primero fue respeto. Pero eso dura poco, mucho más si el sujeto en cuestión tiene las credenciales de imbécil con una maestría en hipocresía, y con el agravante de ser políticamente obsoleto. Respetar a esta persona solo es posible por una obra del cielo; pero, como soy muy terrenal, y con esta carne que corrompe, tenerle cortesía a semejante adefesio sería una injusticia lógica.

Segundo, fue competencia. ¡Soy competitivo hasta en sueños!
Mucho más cuando mi contrincante cree que es bueno y tiene una falsa humildad. 
Al tenerle enfrente quiero tumbarlo en el juego, con nivel pero sin compasión. Sus contrincantes no son los míos, la mira está en él. Si lo hago caer, el resto se disipará.

Tercero, fue la edad. Ya pasó la gran inseguridad. Ahora todo sabe distinto, el olfato es agudo, los sentidos en su máxima expresión. Su mirada se turba, olfateo su miedo, detecto su falsa sonrisa, sus palabras son inseguras, se confunde... huelo sangre, como un tiburón a la distancia.

Cuarto. La ofensiva. Primero fue un desastre, porque me perdí en el juego que impone. No se lo atribuí a su inteligencia, de cierto que es una de sus carencias; su mejor arma es el poder, el don de la palabra para hacer creer que está de tu lado. Ahí se han perdido muchos. Lo detecté a tiempo como para reorganizarme.

Pero no se trata de atacar sin pensar. No. Primero me reforcé, pensé cada paso y con la evidencia cambiaba el camino hasta que me perdí de su mira, la que tiene en todos aquellos que atentan a su poder. En público me uní a su juego, seguí el plan sin que nadie sospechara nada. En ese tránsito, sin anuncio apareció el lobo interno, desde las sombras y los arbustos hasta el cuello. De ahí no quité el colmillo. Y brotaba  la sangre a cada movimiento de mi mandíbula.

Antes me derrotaron bien, por mi estupidez de atacar de día y a terrreno abierto. Las derrotas ayudan y ahora, en esta pelea, ya era tarde para mi contrincante intentar zafarse. No tuvo oportunidad, solo pudo ser testigo del ascenso de su enemigo. La disputa interna se la gané, entre la noche y su estupidez.

Quinto. La separación. Dos machos alfa no pueden estar en la misma manada, mucho menos el derrotado; la diferencia es que la batalla era interna, no en carne y sangre. Al líder le tumbaron el ego y sintió la inseguridad hasta en el mas recóndito de sus orificios; y fue su apuesta, su soldado escogido quien apretó el gatillo para desplomar su frágil y diminuta burbuja de seguridad. Cuando todo quedó evidenciado solo pude sentir una mezcla de victoria y anhelo de esperar a un contrincante mucho más preparado. Nunca mas mi mirada se posó en la suya. El depredador no sabe de compasión.

Entonces el destino legal estaba marcado, había que salir del campo de batalla; y así fue, caminé sin volver atrás. El tiempo pone en su lugar a cada uno y los senderos se dividen, se pierden para siempre. 

Mi plan ya estaba armado, era el arma escondida en la batalla. Y si un día mi camino se atraviesa con el perdedor, con gusto volveré a darle una clase; no me malinterpreten, no soy fuerte o seguro, para nada, soy humano; sin embargo, lo que me sobra es fuego de competencia y esa fuerza, cuando encuentra egos construidos en bases muy inseguras, sacia su hambre al destruirlos. No queda más que tumbarlos internamente, en el campo de las ideas y los sentimientos, a donde duele más que un puñetazo en la cara.  


Pasajeros de una vida ajena


Cada día es una oportunidad porque el final se acerca
Y las madrugadas son más largas porque los ojos viejos descansan menos
El tiempo avanza al desenlace inequívoco

Las dedicatorias a vivir el día son solo adornos, un papel de regalo para esconder nuestra fragilidad
Respira y siente el aroma, déjate alucinar por las maravillas del mundo
Aunque las neuronas quieran ser inmortales, aunque el cerebro sueñe ideales eternos

Y nos enseñaron el más allá. Y escuchamos de reencarciones. Y del espiritu que espera trascender
Y nos perdemos en lo que nos convenza. O quizás nos encontramos en el Dios que nos enseñaron
Nos acobijamos en las sábanas de lo desconocido, con la fe de que habrá un amanecer eterno

¿Quién soy yo? la tarea sigue en proceso
¿Quiénes me salvarán? no sé si necesito salvar o ser salvador, lo más cómodo es la espera de un héroe
¿A dónde iré? el camino es amplio si me dejo llevar, estrecho si lucho contra mis ansias

Un día prepararé una sopa somnífera, con sabor a delirio y dormiré días completos
Extraño la facilidad juvenil para el sueño, pero no extraño la ingenuidad y la torpeza
Cada día es un camino al campo de batalla, con espadas espirituales, gomas de mascar y excesos culinarios

Me fumo el futuro en medio de la lluvia. Me como las neuronas a medianoche. Muero a gotas
La luz del cuarto es mi sol, el televisor mi maestro y la computadora paga mis cuentas
Soy un maniquí con un motor adaptado. Un ser esculpido en lo material

Espíritus del más allá, fe ciega, palabras del Señor, lecturas, dichos, vengan a la inhospitalidad
Aquí hay un sujeto para el experimento, que reboza ideas y con una montaña rusa de emociones
Aquí está uno más de esta creación, uno más de la especie maldita

No hay vuelta atrás. Nadie espera a nadie. El tiempo se lo come todo y solo somos testigos
Pasajeros de una vida que no nos pertenece, invitados con máscaras a fiestas ajenas
Sin pureza esperamos a los ídolos, aunque ya los matamos en una delirante, alucinante y roja noche
  
    

sábado, 31 de octubre de 2020

Un día extrañaré la soledad

 

Mi rostro sentía la textura del colchón, áspera y difícil de soportar por algún tiempo. Las sábanas estaban desordenadas y una parte dejaba a la vista la esquina del viejo, histórico y regalado colchón; quien sabe cuántas experiencias tiene en su interior, si hablara entendería todo pero también me daría vergüenza.

Cuando me dejé caer, con todo mi peso, mi rostro aterrizó en ese espacio desnudo de la cama. Me quedé en silencio y con nada en la mente; simplemente tirado en una mañana de sábado cualquiera. El silencio, en algunos momentos es placentero, relajante y conmovedor.

Sin apartar mi mejilla de la carrasposa textura, mi mente se activó otra vez. Nunca me da tregua. Imaginé voces. Una dulce voz femenina que anunciaba el desayuno, la melodía angelical que nacía de las cuerdas vocales de una hermosa niña de dos años; y a lo lejos, poco perceptible pero suficiente para parpadear, los sonidos especiales de la inocencia. Lindos murmullos de un bebé, de esos que te rompen el corazón para sentirte vivo, de la mejor manera, de esos toques especiales para el alma. La pureza y belleza más extraordinaria.  

Me quedé inmovil para continuar con mi historia mental. En mi imaginación me levanté sin camisa y con el mismo short al que llamo pijama. Me enjuagué la boca y me acerqué a la cocina. Ahí estaba una mujer de cuerpo delicado, de estatura pequeña su cabello liso y sus manos especiales, su silueta me encantaba; ella necesitó poner sus pies de puntillas para alcanzar mis labios. Aunque era algo cotidiano de un fin de semana, lo soñé especial. 

El momento lo rompió el intempestivo arribo de la pequeña niña, quien abrazó mi pierna derecha con sus pequeños brazos. Cuando bajé la mirada simplemente me quedé enamorado de sus ojitos negros, sus cachetes gorditos, su cabello negro y de su dulce voz repitiendo: "papi... papi".

Cuando el pequeño bebé fue acomodado en su sillita quedé pasmado, era una réplica mía: sus manos, ojos y labios eran la versión celestial de mis ojos desvelados, mis manos arrugadas y mis labios rosados poco perceptibles por un bigote y una barba que ya lucía canas; esa misma fortaleza espesa de pelos hacía reir a mis hijos cada vez que los besaba intensamente en el cuello, hasta orinarse en algunas ocasiones.

Fue un momento especial. Un fin de semana de esos mágicos.

No me resultaba difícil soñar esa vida, incluso con sus altibajos naturales: sollozos por nada y por todo de parte de los pequeños, esas molestias de pareja que terminan en días sin hablarse, tratar de adaptar trabajos y momentos familiares, los paseos arruinados por detalles insignificantes. No era difícil soñarlo y aceptarlo.

Pero cada sueño tiene su contraparte. No todo sueño es pesadilla pero tampoco felicidad total. Siempre hay momentos raros, incómodos.

En la historia nunca volví a sentir el placer de la quietud. El silencio entre una pareja, provocado por detalles estúpidos o duras realidades, no es agradable. Para nada. Las complejidades de educar y ver crecer a los vástagos, que de a poco generan su propia personalidad que quizás no esté acorde a lo que esperabas, también es un paquete un poco amargo que incluye esa unidad llamada familia.

Día a día era más o menos la misma línea: tratar de seguir amando y de contenerse uno a otro, de cumplir con tu rol masculino y de padre, educar lo mejor posible. También pasar por alto y respetar las incongruencias normales que representa un empleo y trabajo en equipo; cuidar de la salud o perderla para darte un placer distinto, tratar de orar más o leer algo. Comer, besar, tener sexo, ducharse; tratar de ver una película en familia, sacar a pasear al perro, domingo de reuniones con amigos, en fin... solo imaginen una familia relativamente aceptable.

En mi historia soñada solamente volví a sentir el placer del silencio en un viaje de trabajo, cuando la madrugada para mí era la tarde para mi familia. Ahí me dejé caer con todo mi peso, sin poner las manos porque ya había revisado que la cama era acogedora y yo no sufriría daño alguno. Estaba desnudo después de una ducha caliente, mi rostro entre sábanas suaves y especiales con un aroma que relajaba. Ahí estuve varios minutos, se escuchaba el aire acondicionado. Comprendí que cada cierto tiempo es necesario no escuchar voces alrededor.

Pero hasta en sueños mi mente no da tegua ¡qué incómodo! 

Comencé a pensar en la delicada, pequeña y linda mujer que acompañaba mis días, a la niña de mis ojos y al bebito, mi réplica exacta. Imaginaba besarlos en el cuello. Imaginaba oler los pies del bebé, acariciar sus manos y ver cómo sus pupilas comenzaban a impactarse con los colores y objetos que lo rodeaban. Era una añoranza mezclada con el silencio que tanto me gusta. Me quedé dormido en mi propio sueño.

Cuando abrí los ojos, en la vida real, mi mejilla seguía reposando en la áspera textura del colchón viejo; el silencio era total. Solo mi short llamado pijama me cubría el cuerpo. Los minutos pasaban y esta vez la mente me dio más tiempo de paz.

"No tengo familia, pero tengo silencio", pensé. "Quisiera abrazar bebés, pero no me alcanza la motivación". "Quisiera a la mujer ideal, pero eso no existe." Deseo muchas cosas, como cualquiera y como todos; pero hoy, en este minuto, en el cuarto con las cortinas cerradas tengo un colchón viejo y un silencio que me enfrenta, que me interroga, que me desnuda.

El carrasposo colchón ya no molestaba, ya no importaba, el silencio se mantuvo implacable... entonces, sin quererlo, me quedé dormido.


         

sábado, 24 de octubre de 2020

La gran mentira


Alguien dijo que los seres humanos necesitamos creer en algo, en lo que sea: un amor, una pata de conejo, en dioses, ideologías, santos, filosofías, lugares y, aunque parezca ridículo, hay personas que necesitan creen en otras personas.

Esa necesidad natural tiene una contraparte, que por los siglos de los siglos ha sido señalada como inmoral: la mentira. Es tan sencillo que nos mientan, es tan sencillo mentir. Incluso, hay pensadores que consideran que no existe la verdad, que todo es relativo. A tal punto llega el análisis filosófico que muchos asumen la verdad como la mentira que superó la comprobación, la que convenció a la mayoría, la que se sobrepuso a la sospecha. 

Si la mentira es normal, pero inmoral según las normas establecidas, sospechar debería ser una regla, una capacidad especial en este planeta; al menos dudar hasta que la verdad, es decir, la mentira que se acerque a lo que llamas "real", te genere calma y confianza.

Recuerdo como el amor romántico, sutilmente y casi por obra de magia, se estableció en mi mente como un paradigma que une a un hombre con una mujer; y en estos tiempos, a personas del mismo sexo, de distintos géneros, incluso entre humanos y animales. Todo cambia y nos quedamos con lo que nos genere más verdades que dudas.

Ahora al amor romántico lo ponen en tela de juicio, como una creación social con rasgos de inequidad. Detrás de ese prototipo, hay una sutil sumisión de la mujer ante el hombre, un cariño que no permite que ellas estén en la misma posición y respeto con ellos. Que bueno poner en tela de juicio las "verdades", debo admitir que soy un admirador y militante de esa idea.

Sí. Creo que el amor romántico es dañino y solo perpetúa una inequidad. Pero vamos más allá ¿qué sucede con las relaciones sentimentales? ¿son sentimentales o de poder? ¿está en juego la complicidad y confianza, o una mera necesidad de compañía? 

Está el método de prueba y error, uno de los más utilizados por cierto. Para este se necesita una buena dosis de imaginación, paciencia, sueños e inevitablemente una ingenuidad que rompe con cualquier análisis mental. Luego de la atracción sexual, hay que comprobar que hay una conexión entre ambos, con el anhelo de encontrar a nuestra "alma gemela"; aclaro, esto no aplica para quienes creen que el ser humano es solo carne y cerebro, aquellos que dicen que no existe el más allá ni Dios, ni milagros y toda esa creación humana para darle sentido a la vida. Para estas personas no estaría mal pensar que ellos buscan a su "cerebro gemelo".

Otro método: la afinidad sexual. La más pura atracción que aumenta la sangre en los cuerpos cavernosos y en el punto con mayor sensibilidad, lo que termina en un acto de placer poderoso, adictivo. Este método para establecer relaciones entre humanos podría ser ideal, pero como el amor romántico está insertado en la conciencia, una de las dos personas demandará algo de "amor" en esa vorágine sexual. Si no hay demanda de nada más que el acto sexual, entonces hay grandes posibilidades de fallar en establecer una relación tal cual la pinta el mundo, porque somos cambiantes por naturaleza y todo lo que te llena un día, se vacía al otro; un día te llena un hombre o una mujer; al otro, los cuerpos cavernosos se desconectan del cerebro y el punto femenino se termina de secar.

Relaciones por afinidad a una creencia. Cristianos con cristianos, ateos con ateos, agnósticos con agnósticos, entre millonarios, entre la pobreza y la lista se alarga, siempre con una afinidad con tal de que el camino hacia el amor sea lo más lógico y menos tortuoso. Y ahí encontramos de todo: a los cristianos los sostiene la fe en Dios; a los ateos, lo sesudo y la libertad que solo ellos pueden sentir mientras tienen salud; los demás se las arreglan con o sin dinero en mano, ambos sufren y hacen sufrir con la diferencia que la plata permite cambiar de amores cuando sea. La afinidad ayuda pero no es una garantía, menos entre seres humanos. 

Hay variedad, incluso personas que tienen relaciones sexuales y sentimentales con animales o cosas. Hay de todo en esta especie.

Pero aterricemos ¿las relaciones sentimentales serán en realidad relaciones de poder?

Uno de los dos tiene algo, físico o emocional, que el otro necesita. Entonces hay una especie de conveniencia para estar juntos, mucho más si el necesitado es conciente de la situación y trata de complacer a aquel que necesita. Pero si expresas la idea de relaciones de poder en lugar de amor romántico, estarás destinado al destierro del mundo sentimental creado por la sociedad. Es ahí donde la mentira no solo es necesaria sino aporta cierta paz a la situación. El problema, como casi en todo, está en la persona que miente. Adoptar esa posición y reproducirla día a día conlleva graves sufrimientos. Tarde o temprano la inmoralidad lo invadirá, la ansia de liberarse aumentará, con el impulso de su propio deseo puede imponerse, logrará superar esa necesidad del otro; entonces se alejará. Para la próxima relación, como reacción lógica, buscará el poder para tener el control de la situación.     

¿Y si le ponemos conciencia de pareja? Los cómplices de una relación, que a partir de la profundidad y entrega que tengan, definen el camino juntos, a ratos con tropiezos a ratos con gloria. Podría ser, pero con la prohibición de la ley del amor romántico. Que exista una precaución, un aviso, así como se advierten efectos colaterales en el consumo de medicamentos: "Si quiere una relación de pareja relativamente estable y duradera, se prohibe consumir y reproducir el amor romántico o algo similar al mismo". Le daría el beneficio de la duda a este modelo, por supuesto. El que tenga la buena tendencia a sospechar y averiguar, debe hacerlo.   

Somos seres humanos imperfectos, moldeados a la fuerza por una moral esclavizante, antinatural; personas obligadas a tener ideales, y de no tenerlos hay un sentimiento de soledad, una ruptura social; pero, al mismo tiempo, también tenemos la libertad de ejercer valores o no. Así de contradictorio el escenario, una autoreceta peligrosa para una especie decadente. Y todavía esperan que amemos, o que sintamos algo cercano a ese sentimiento.

¿Y si es una necesidad, y no un cariño o amor, la que nos empuja a tener una relación de pareja? Es una necesidad biológica, obviamente, porque somos una especie en constante reproducción; pero, tampoco se acepta moralmente una reprodución con libre albedrío, aunque sucede y con impactos negativos para la plenitud de la persona.

Somos necesitados por naturaleza, necesitamos los unos a otros para vivir aunque todavía no lo logramos para que todos alcancen la plenitud humana; ese estadio, esa trascendencia, solo es para un grupo de la población. Ese privilegio comenzó con aquellos que delinearon la moral en buena parte de la Tierra y se reproduce, generación tras generación, en aquellos que se alinean a lo impuesto, la plenitud no es permitida para los que se salen de la línea. Los irreverentes, rebeldes, extremadamente creativos y con un sentimiento antisistema han tenido que construir su propio paradigma de plenitud, aunque sea por la necesidad de llenar un vacío existencial.

Nos han dicho que nos une el amor o que debería unirnos, cuando en realidad nos une la necesidad. Tenemos que casarnos para no fornicar, es un dictamen religioso. Tenemos que amar o aparentarlo. La mayoría aparenta y así puede camuflajear una mera, llana y simple necesidad: una pinche compañía en este viaje llamado vida.


    

     


sábado, 3 de octubre de 2020

No somos la riqueza que nos venden

 

Todos tenemos límites, algunos amplios y silenciosos; otros, cortos y estrictos. Y con ciertos temas la situación puede cambiar, se estrechan, colapsan y se rompen. 

Soy alérgico a los constructores de ideales superficiales, que esconden mentiras y resaltan verdades bondadosas por fuera, pero injustas en esencia.   

Todo a nuestro alrededor es una oferta de imágenes y creencias. Todos tenemos la necesidad de creer en algo y ser parte de un grupo, añoramos que nos reconozcan por una particularidad y así se conforman los estratos de una sociedad. Unos logran sospechar y dar el beneficio de la duda, pero la mayoría se traga todo, sin filtro. Creer es una necesidad invaluable. 

Mi alergia transformada en escepticismo, perspicacia y desconfianza siempre me pone en el lugar inadecuado, pero es liberador poner en tela de juicio a los ideales, claro que sí.

Soy salvadoreño y pienso que la imagen que nos rodea es una tragicomedia penosa.

Pero aclaro, aparten estructuras mentales más allá del bien y el mal, de la regla y de la excepción, de la bondad o maldad ¡destruyan esas bases de pensamiento tan solo por un momento!  

Pensemos: 

¿Por qué dicen que los salvadoreños tenemos un espíritu trabajador? 

Ese término se repite una y otra vez  ¿no lo han notado? Otras frases: "Nuestra gente laboriosa", muchas veces escucho a una presentadora extremadamente positiva decir: "el pueblo salvadoreño que madruga para ganarse la vida."

No puedo dejar de pensar en eso ¿acaso vendrá de aquel refrán "al que madruga Dios le ayuda"? no lo sé, lo que tengo claro es que se replica  hasta la saciedad en los medios de comunicación, como una virtud salvadoreña. Quizás en Ecuador o en Afganistán no es así, a lo mejor hay personas que crean que en Nicaragua comienzan a laborar a las 10 de la mañana. Quizás algunos crean que en China las fábricas comienzan a funcionar hasta mediodía. Si la frase "el pueblo salvadoreño que madruga para ganarse la vida" es una frase que no se apega solo a nuestra nacionalidad  ¿por qué la repiten obsesivamente? y lo peor ¿por qué lo dicen con orgullo, como si fuera un ADN único en la Tierra?

Pero vamos con el dicho supremo, la más vendida de nuestras imágenes, la que representa a un salvadoreño, una frase casi bíblica: "La riqueza de El Salvador es nuestra gente".

Con el cuidado pero con el impulso provocador que se debe tener para refutar realidades que respaldan a una sociedad adicta a la adoración, hambrienta de ideales, piense un momento: ¿Por qué?

Sobran las respuestas para respaldar que "La riqueza de El Salvador es nuestra gente": porque el salvadoreño es trabajador, no le hace mala cara al momento de laborar, en otros países puede realizar los trabajos que otras personas, de otras nacionalidades, no quieren hacer. Es una verdad casi unánime.

"La riqueza de El Salvador es nuestra gente", repítalo. Una vez más. Ahora, cambie el orden: "Nuestra gente es la riqueza de El Salvador"

¿Por qué una riqueza no hace prosperar a un país? Somos más de siete millones de salvadoreños, que en conjunto nos han dado el sinónimo de "riqueza". Exageración, una imagen confusa, injusta. Un ejemplo al aire: Nigeria, país del continente africano, es uno de los tres principales proveedores de crudo de los Estados Unidos, tiene ingresos petroleros de 360 mil millones de dólares desde 1965 a la fecha. En 1970, el 36% de sus habitantes vivía en la pobreza. Ahora, en 2020, el 70% son pobres (fuente Infobae).

¿No se han preguntado si ese cliché tiene más relación con el rol de la mayoría de salvadoreños?: personas necesitadas que no les han dado oportunidades y no tienen otra opción mas que ofrecer su fuerza de trabajo a cambio de una miseria de salario, en comparación con las ganancias del empleador. Entonces cambia el sentido ¡claro que somos una riqueza, pero para una élite salvadoreña! "La riqueza de El Salvador es nuestra gente"... ahora encuentro un poco más de sentido, tampoco absoluto, pero  hace click en mi mente.   

En un ambiente de ofertas de imágenes sin cesar, hay una élite constructora de romances sutiles, que pasan desapercibidos pero que son sumamente dañinos. 

Imaginen este cuadro: una mujer de 80 años, con un vestido viejo, en la esquina de una calle del centro de San Salvador. Está sentada en un pequeño banco sucio y cerca de ella una pequeña mesa que sostiene una canasta con decenas de pequeñas bolsas con fruta, a esa oferta de alimentos se unen golosinas y cigarros sueltos.

Piensen por un momento en la imagen. ¿Qué les dice? ¿Qué genera en su conciencia?

Una vez escuché a un personaje en televisión abierta mencionar: "un ejemplo de que no hay edad para ganarse la vida. El salvadoreño no se rinde". La imagen, hecha reportaje, conmovió a muchos por el camino ancho y abierto, es decir el fácil: un ejemplo, una fuerza y cierta lástima mezclada con agradecimiento por lo que algunos tenemos. Muy pocos ponen en perspectiva y destruyen la imagen propuesta por los románticos vendidos. En ese cuadro no hay más que una injusticia penosa e insultante. Pero, un momento, calma, también hay que cuidarse de los que se aprovechan de esta realidad para querer "cambiarla" como si fueran dueños de la misma. Cuidado.

Otra percepción: la madre soltera que vende pupusas para sacar adelante a sus tres hijos, dos de ellos de diferentes papás. Para los románticos elitistas es un ejemplo de lucha. Para los destructores de ideales, el resultado de una inequidad histórica y que muchos no desean cambiar por la tremenda inversión monetaria que eso conllevaría durante años.

Hay romances que no cuadran, hay románticos pagados, algunos con buenos salarios  y otros ni se enteran que son una repetidora humana sin filtro analítico. Hay romances que deben destruirse para ver lo más cercano a la realidad. Ante la naturaleza de mentir, propia de nuestra especie, un ingrediente de perspicacia con una alergia a los adoradores de ideales hipócritas, es una posición suprema, digna.

Cada vez que escuche "La riqueza de El Salvador es su gente", en la publicidad de un banco o de una bebida asociada a la selección nacional de futbol, cuando escuche eso en la voz de un líder religioso, político o empresarial, sepa que es una imagen perjudicial formada a partir de la necesidad que tenemos de creer en algo, una frase construida para esconder una verdad: somos un pueblo históricamente golpeado, reducido, engañado por una élite que necesita de fuerza laboral que no reniegue y que, al mismo tiempo, agradezca a Dios por tener un salario en medio de la pesadilla social que alguna vez cambiará. ¿Y saben con qué otras imágenes venden cambios para pasar de la pesadilla al sueño ideal? con una sentencia convertida en verdad ineludible: "el futuro de El Salvador está en juego en estas elecciones democráticas". Son unos genios. Cada tres años ya tienen el guión preparado. Eso de genios es sarcasmo, por si me malinterpretan.

Cada vez que escuche "La riqueza de El Salvador es su gente" pero desde la voz de un familiar, de la señora que atiende un pequeño negocio cerca de su casa, del vendedor informal, identifique que hay una necesidad de creer y destruya ese ideal, aunque sea por un momento.

No somos la riqueza del país, no somos la riqueza que nos venden. Nos han engañado.     

domingo, 23 de agosto de 2020

¿Por qué corres?

 

Casi siempre es ego. Del más puro. Puede ser una sana acción; un plan productivo en el trabajo; ser el mejor padre o madre. Cualquiera de esas acciones, naturales dirían muchos, lleva el sabor dulce y adictivo del ego.

Si se trata de excesos, ya caminé por las calles más oscuras. Uno conoce muy bien sus límites y hasta dónde puede superarlos, si alguna persona no ha llegado a ese estado de comprensión, me temo entonces que no ha madurado lo suficiente. Hay que dejar rodar los cuerpos hasta que las heridas lo hagan sentir vivo. El rodaje y el aprendizaje de las cicatrices, es ego. 

¡Lograr el mayor potencial humano haciendo a un lado lo establecido! entiéndase por establecido todos los valores que nos han impuesto y que por siglos seguimos practicando casi como computadoras; cualquier agente disfuncional, por grande o pequeña que sea su desviación, es descartado o archivado.

El potencial humano puede interpretarse de muchas formas, casi infinitas tomando en cuenta el medio ambiente que nos rodea y la complejidad del cerebro humano. Lograr estudiar es para muchos el mayor de los éxitos; otros lo dan por hecho casi como una acción lógica de la sociedad, un derecho. Muchos logran tener dinero y se sienten exitosos; hay quienes consideran tan normal tener poder y millones de dólares, a tal punto de no verlo como una mera potencialidad humana, de creación de capacidades y oportunidades, nada más es el producto de la lógica que establece el medio ambiente a donde crecieron. Y así podemos contar infinidad de casos.

Queremos sobresalir y lograr cualquier objetivo mediante nuestras capacidades permitidas o prohibidas, naturales o impuestas. Y ese ego ha logrado la evolución más sobresaliente, y al mismo tiempo potencialmente devastadora, de una especie. Somos ego en estado puro.

Una madrugada, de un domingo cualquiera, salí a correr. Ya era un hábito. Pero con las primeras luces del día comenzó un debate mental. 

"¿Por qué corres?" dijo la voz.

"¿Sabes exactamente qué te mueve a realizar esa acción?" 

Y comenzó, como cascada interminable, una serie de razones personales para esa determinación: planteamientos muy lógicos, loables, saludables, la serotonina y otras sustancias, razones casi heroicas para un tipo como yo; sin embargo, y eso es ineludible: me conozco muy bien. Sé exactamente cuál es la prioridad uno: ego.

Entonces la marcha se tornó pesada, cansada, porque sé exactamente a dónde me llevará esa razón: a un muro. Y soy destructor de muros. No hay un obstáculo que me impidiera avanzar en mis objetivos, hasta ahora; pero el punto es: ¿destruiré muros y superaré barreras toda mi vida? 

"¿Para qué?" susurró la voz. 

"¿A dónde quieres llegar?"

"¿Acaso crees que todos tus destinos te harán sentir mejor? quizás... por un tiempo y lo sabes, lo has vivido, lo has sentido en carne propia."

La marcha parecía no tener sentido, aún así continué tal cual me lo había establecido. No iba a parar, no iba a dejarme vencer por pensamientos.

"¿Dejarte vencer? ¿acaso crees que esto es una guerra o alguna disputa?" la voz era firme.

"Si es así, entonces corre el doble, mucho más. Respira fuertemente, exhala con poder y determinación. Y cuando hayas cumplido tu objetivo, vuelves a tu actividad programada." 

Por unos minutos se silenció el debate.

Contemplé el cielo, estaba radiante; escuchaba a las aves, sentía el olor de la tierra mojada en algunos lugares. No dejaba de ver al cielo, no temía tropezar o ser atropellado. No importaba nada en ese momento de contemplación.

Si es ego, sé a dónde terminaré. Lo sé bien. Malo o bueno el resultado, no se trata de eso. Me conozco tan bien que sería imposible mentirme. Puedes mentirle al mundo, nunca a tu interior. 

La respiración mejoró, no había carga ni cansancio, y no era por una cuestión física ni por el hábito de trotar que cambia el cuerpo. No era eso. Fue la voz que rompió el silencio.

"¿Por qué no corres para mí?"

"Nunca te cansarás... y lo sabes. Tu corazón lo sabe."

"Rompe tu ego y dame una oportunidad."

"Te mostraré cosas que jamás has visto. Sin muros. Sin miedo."

Conozco esa voz. Entonces todo comenzó a tener sentido. Una vez más.