domingo, 27 de julio de 2014

Fernanda Parte X


Aunque su vida era una suma de tragedias y desgracias, Fernanda solo sufrió profundamente la muerte de su madre. Cinco años atrás, y luego de una lucha con el cáncer de páncreas, Doña Carmen pasó a mejor vida.

No le dio una infancia feliz, ni tampoco fue del todo cariñosa, pero Fernanda la quiso, le tuvo respeto a tal punto que le ocultó su creciente promiscuidad, la cual ya había rosado con la prostitución.

Al verla en el ataúd, en la humilde casa, sintió un dolor tremendo, una frustación por no haber disfrutado lo suficiente con ella.
Ese vacío que deja una relación incompleta con un ser querido, es uno de los arrepentimientos más impactantes, se mantiene en el tiempo; un defecto que, en muchas ocasiones, no permite volver a vivir en paz.

Fernanda lloró arrepentida. Aunque vio morir a uno de sus clientes, Don Carlos el obeso anciano que era un adicto al sadomasoquismo e intentó asesinarla, la única experiencia con la muerte que la marcó fue la de su madre.

Lunes 9:00 am

Fernanda esperó a que la mañana avanzara para llamarle a la tía de Angie.
No tuvo que esperar mucho para que respondiera la mujer.

"Soy Fernanda".

La voz de la tía de Angie alteró los nervios de la joven."Fernanda, hija, Fernanda... mi Angie, Dios mío!"

"¿Dígame que pasó, por favor, dígame?" la desesperación se apoderó de ella y su voz era entrecortada.

"¡Angie se mató! ¡la Angie se mató!"

Una sensación helada recorrió la espina dorsal del cuerpo de Fernanda y el vacío dentro de su corazón se acrecentó. Tardó varios segundos en contestar, pero la voz de la mujer y la frase repetitiva una y otra vez en medio del llanto la dejó petrificada. Comenzó a temblar, antes de soltar las lágrimas.

"¿Pero qué pasó, Dios mío?", dijo en medio de sollozos.

"Se ahorcó en su cuarto... dejó una carta. Ahí dice que no pudo más con el aborto. Ella quería tanto cambiar su vida y un hijo era lo que más añoraba. Dios mío, mi niña no se recuperó de ese dolor", la tía de Angie lo dijo con tanta amargura que Fernanda no pudo controlarse.



Comenzó a gritar. Alaridos con llanto, dolor, vacío... y odio, ese sentimiento que ya tenía varios meses de acosarla. Como pudo siguió hablando para tener los detalles mínimos, la hora del velorio, también logró dar palabras de ánimo a la tía de Angie, pero fueron mínimas porque estaba destrozada.

Colgó el teléfono y se tiró a la cama. Lloró profundamente, recordó todas la experiencias que vivió con su amiga: las noches en las calles, cuando compartían el dinero producto de la prostitución, la vez que la mujer blanca y voluptuosa se tomó el tiempo para visitarla y ayudarle a curar las heridas físicas y emocionales que le dejaron una noche salvaje con un cliente, cuando salieron de fiesta por última vez.

Pero era el recuerdo en el hospital, el que marcó a Fernanda.
Ver a Angie golpeada, con los ojos desesperados cuando supo que la paliza que recibió mató al pequeño que se formaba dentro de ella. La imagen se volvió un calvario.

Angie nunca supo que estaba embarazada hasta que Fernanda cometió el error de mencionarlo. La noticia destrozó a su amiga, mucho más que los golpes del Vaquero, más allá de su patética vida de prostituta y de su alcoholismo. La dañó tanto, que el suicidio fue la única salida.

Fernanda se retorcía del dolor, pero poco a poco cedió. Se quedó en silencio, como una muerta en vida.

Tres horas después, como pudo saltó de su cama, se bañó y se preparó. No tenía una sola blusa adecuada para ir al velorio, tenía muy poco dinero pero lo suficiente para comprarse una adecuada.

Se vistió con un pantalón negro, unas botas del mismo color, una blusa blanca y salió de su casa.
Pudo dirigirse al centro capitalino, pero no tenía las mínimas ganas de ver a gente que pudiera reconocerla, entonces tomó un microbús y llegó al centro comercial más cercano, uno visitado por la clase media alta, pero ella pasó desapercibida en medio de cientos de personas, la mayoría trabajadores del mall que aprovechaban para almorzar.

No se enteró de nada ni de nadie, como si estuviera poseída. Eso sí, su mirada era dura, de pocos amigos.

Antes de llegar a la tienda de ropa, había un pequeño café, acogedor, con mesas adentro y afuera del lugar. La mayoría de los clientes eran parejas o compañeros de trabajo con laptops y tabletas.

Fernanda iba a paso rápido y sin quererlo dirigió su mirada al interior del pequeño establecimiento. Sintió un pequeño escalofrío, una confusión, una sensación extraña cuando sus ojos se concentraron en una pareja que revisaban el menú. Eran dos jóvenes; ella era delgada, vestida conservadoramente, con un rostro delicado y piel blanca. El joven, con camisa formal cómoda, su vestimenta bien combinada, piel blanca, cabello café castaño, un lindo rostro, un rostro conocido, único, encantador. Era César.

Fernanda se detuvo de golpe, su corazón se estremeció, estaba dolida y al mismo tiempo muy confundida, "como es posible que me pase esto, soy una prostituta, soy una maldita prostituta", se dijo a sí misma, fue dura, una evidencia de que el odio era total en cada latido.

Decidió entrar al café, y se sentó cerca de la mesa donde estaba César con la mujer llamada Laura, su prometida.

Pidieron su orden y César comenzó a conversar, no parecía muy interesado, a ratos solo ella era la que guiaba la plática. Entonces, en un pequeño espacio, César levantó su rostro y miró directamente a la mesa donde estaba Fernanda. El encuentro de las miradas fue como un golpe. El rostro de César palideció y el sudor comenzó a aparecer en su frente; por su parte, Fernanda no titubeó en mantener la mirada fija, como teniendo el control de la situación. Se sintió con la solvencia de reclamar, y lo tenía claro porque sabía que César era feliz entre sus brazos y sus piernas, además para ella el chico era especial, su mejor cliente, el hombre distinto a todos.

César se concentró en su prometida, quien notó el cambio. "¿Estás bien, amor? estás sudando", exclamó la chica. "Todo bien... mientras viene la comida voy a lavarme las manos, espérame un momento", César se levantó léntamente y luego apresuró su camino hacia los baños, tenía que pasar necesariamente por la mesa de Fernanda, cuando lo hizo evitó los ojos cafés de la prostituta.

Fernanda lo sintió como una bofetada y no dudó en seguirlo, no tenía absolutamente nada que perder. Esperó a que él entrara, en unos segundos vibró su celular, era César.
No contestó y entró de golpe al baño de caballeros, sorprendiendo aún más al joven.

"¿Qué haces aquí, Fernanda?"
"Solo iba pasando, cuando te vi con tu novia, parecen el uno para el otro", Fernanda lo dijo directo, como si otra fuerza tomara control de su cuerpo y de su alma.

"Oye ¿qué te pasa? te siento alterada... no te imaginaba por aquí", explicó el joven, siempre con voz amable. "¿Por qué no me imaginabas por estos rumbos, acaso no puede visitar un centro comercial como este?", contestó sin pausa la prostituta.

"Sal de aquí, nos pueden encontrar y..."
"¿Y qué? ¿tienes miedo que tu novia se entere de lo ardiente que sueles ser en la cama? ¿apuesto a que con ella no eres así?", Fernanda lo dijo con propiedad porque conoce muy bien a los hombres. Ella y sus amigas siempre consideraron que aquellos que eran ardientes, buenos amantes, incansables, creativos, eran los que en las camas de sus novias o esposas eran restringidos sexualmente.

Pero César, además de ser muy buen amante, había obsesionado a Fernanda, la joven prostituta que pese a los golpes de la vida también tenía su corazón, lo poco que tenía se extinguió con la noticia de la muerte de Angie.

El joven quedó petrificado con la respuesta de Fernanda, solo pudo caminar y apartarse de ella. "¿Tengo razón?", dijo ella.
"Ella es mi prometida, es algo diferente, algo formal... tu... tu solo eres una prostituta", expresó César, lo hizo con esa voz de hombre que casi siempre reprime sentimientos.

Si bien la frase del joven era cierta,  fue devastadora para Fernanda. Se sintió tan pequeña, tan inservible, como un objeto destruido. No pudo decir nada, no tenía argumentos para responder ante una verdad incomoda, hiriente. César quiso retractarse, pero no pudo, pesaba más el estatus de Laura, el acuerdo entre las familias, los negocios en los que formaría parte luego de casarse, una tradición de los de su clase.

El joven tenía una conexión sexual única con Fernanda, pero se acobardó.

Cuando cerró la puerta, fue como matar un buen sentimiento. Fernanda volvió a sentir ese nudo que apretaba todo su ser.

Salió del baño, de reojo observó a César y caminó de prisa. Ya no compró la blusa, no compró nada, no podía hacerlo con tanto dolor acumulado. Como una muerta viviente abandonó el centro comercial y regresó a su casa.

Lunes 8:00 pm        
  
Dio el pésame, habló con los familiares de Angie y se reencontró con algunas compañeras de trabajo de las calles, pero todo parecía destinado a que el encuento con el rostro sin vida de Angie detonaría la última emoción en Fernanda... una oscura.



Continuará.




  



sábado, 21 de junio de 2014

El guionista

Abren sus ojos, con la pereza habitual, para luego comenzar un día más.
Besan, abrazan, desayunan, van a trabajar.

Parpadean, socializan, comparten, idean, intercambian muchas palabras, para luego crear un producto o servicio.

Dan gracias a Dios, tuitean sus vidas, comparten fotografías, hasta lo más simple se vuelve digno de mostrar.

Entonces vuelven a casa, cansados, se abrazan con sus seres queridos, ven un programa de televisión, cenan, comparten, van a dormir.

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-- "¿Pero no te parece un poco simple?" menciona uno de los creativos.

-- "Pues, es una familia común", responde el guionista.

-- "Lo sé, pero creo que pudieras ser un poco más creativo ¿no lo crees?"

-- "Lo intentaré, pero por ahora me quedo acá, mis manos están cansadas", inmediatamente el guionista se deshizo de sus instrumentos de trabajo.

Y ahí quedaron las marionetas, sobre la mesa.

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Al siguiente día el guionista repite el trabajo con una mejoría notable. Arma la historia e incluso le da un nombre a su obra: "La vida".

Cada día las marionetas se sienten tan bien manejadas, tan hábiles son las manos del maestro que creen tener una vida real: cuando van a dormir sueñan, descansan y dentro del guión está determinado que son ocho horas el lapso ideal para dormir.

También saben que el desayuno es la comida más importante del día, que el amor es un sentimiento bueno, que se tienen que pagar impuestos y que al morir te vas al infierno o al cielo.

Otros datos del guión: se vive un promedio de 80 años y hay que cuidar la salud. Incluso a las marionetas les gusta el término "libre albedrío".

Cada noche descansan, cada día comen, trabajan, aman, besan y tienen intimidad.

Se preguntan si los sueños son mensajes específicos del más allá.

Y se inventa la palabra cotidianidad.

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-- "¿Te parece la obra y los personajes que he preparado?", dijo con orgullo el guionista a su compañero.

-- "Nada mal... aunque ¿no crees que es muy compleja la vida? digo, pudiera ser más sencilla".

-- "Quizás... veré que hago", la confusión fue tal para el creador del guión que no pudo descansar.

Entonces quemó a tres de las siete marionetas de su historia "La vida".

Las marionetas que amanecieron en sus camas, creyeron que el resto murieron y se fueron al cielo o al infierno. Ya sabían que ante una pérdida, se lloraba. Y lloraron.

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Con el tiempo la obra fue un éxito y en todos los países se replicó.
"La vida", creación única del guionista, se hizo común y más compleja conforme se repetía en cada país.

Fueron sumando tramas para las marionetas: la existencia de los dinosaurios, guerras civiles, conquistas, enfermedades, universo, fútbol, arte, profesiones, cirugías y más.

Como se hizo tan famosa "La vida", la obra se repitió en cada escuela, en cada barrio, en cada rincón de las casas no faltaban las marionetas para divertirse.

Y sumaron y sumaron, y volvieron a sumar tramas, accesorios, historias, a tal punto que la obra se convirtió en lo más complejo que haya existido.

De siete marionetas en la edición original de "La vida", pasaron a ser más de siete mil millones de marionetas, a las cuales, por cierto, les dan un título: personas.
Están repartidas en seis pedazos de tierra llamados continentes, pueden tuitear y comprarse algunas cosas, otras se mueren de hambre pero casi todas se vuelven locas por el dinero, el poder y el sexo.



Todas van a dormir y despiertan, creyendo que tienen vida propia, que les pertenece lo que tienen.
Y cuando muere una, que sucede muy seguido, traen otras de pequeños tamaños y con el tiempo crecen y hacen lo mismo que las demás.

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Me voy a dormir, mientras mis ojos se cierran, entonces una mano en lo más alto se siente cansada y decide dejar los hilos... solo por un momento.






viernes, 20 de junio de 2014

Dos rostros de la multitud

No sé si somos ángeles o demonios.
Quizás dos humanos como la mayoría, nada especial.

Pero en medio de la multitud nos vimos. Entre todos los rostros, nuestros ojos se encontraron.
Puede ser un guiño del destino. Pues sí. El destino está en todos lados, para todos por igual.

Tiramos nuestras cartas a la mesa, con la intención de aceptarnos tal cual éramos. Entonces comenzamos una carrera, un largo camino con el intento de hacerlo eterno, intocable.

Pero más allá de lo que se construye, son las raíces las que se vuelven arquitectas, diseñadoras de un futuro. No menosprecio el poder de la voluntad, ni mucho menos el dedo de la inmensidad, pero la tierra ya cultivada tiene destino, su destino.

Comenzaron las batallas personales, las infidelidades, las eternas discusiones, todo revuelto con las fragilidades propias de una relación. Pasamos de ser hermanos del alma a enemigos.

Y el círculo se hizo enorme, vasto, inalcanzable, aunque no pudiéramos ver su longitud exacta, algo era cierto: siempre cubre el interior y llega al mismo punto. Fueron tantas veces que juramos y otras tantas que nos arrepentimos que parecía que el destino nos tenía apartadas dos butacas en primera línea para una buena historia.

Sin embargo, nos preparó dos asientos para ver nuestra guerra civil. Y ahí, con lágrimas, remordimientos y sentimientos de querer volver atrás, nos quedamos viendo la pantalla, avergonzados.

Tu quizás un ángel; yo, quizás un demonio. Aunque los dos tenemos un poco de todo, también de ingenuos, amorosos, chistosos e interesantes. Cuando unimos nuestros seres, hay una explosión que nos separa, como si la naturaleza estuviera diseñada para mantenernos lejos.

Tu, un demonio que cree tener el poder de la omniscencia; yo, un simple ángel caido, perdido entre las dimensiones de la eternidad. En conclusión: dos seres especiales sin paz.
Hermanos, amantes, novios, compañeros o enemigos, de todo probamos y nada llenó las expectativas.

El tiempo corre y no tiene piedad. Especiales o no, culpables o no, estamos condenados.

El tiempo pasa... y nuestra historía permanecerá intacta, como la imaginamos, con un pequeño detalle: entre las multitudes seguiremos.
 



jueves, 5 de junio de 2014

Los tiempos para morir

Son pequeños espacios para enterrarse y saludar a los gusanos.
Vemos como nos podrimos y nuestra piel se deshace.
Hasta que el último rastro son los huesos, el polvo, la tierra y los cabellos.

Es solo mental.

Pareciera un escenario tétrico, oscuro o no apropiado para alguien que tiene el regalo de la vida.
Siento los dedos que me señalan, al mismo tiempo que las voces recriminan: "¡pesimista! ¡mal agradecido!"

Mientras tanto guardo mis minutos de silencio. Porque estoy vivo, pero tengo mis tiempos para morir.

No soy un fan de la muerte, pero pienso en ella todos los días. Le temo en ciertas ocasiones, pero sin quererlo, en otras, soy un muerto viviente.

Porque no amar, es morir. Si albergamos odio, asesinamos el alma. Si me atrevo a dañar una fidelidad, ciertamente estoy matando algo dentro de mi. Si traicionamos una amistad, nuestro corazón se endurece lentamente.

Somos asesinos por naturaleza. Matamos minutos con tal de vivir una experiencia, y luego de disfrutarla, la mandamos sin remedio a la caja de los recuerdos.

Matamos animales, matamos a nuestros semejantes, física o mentalmente.

Pensamos que sabemos vivir. Por momentos, nos revelamos; en otros espacios, creemos encontrar el sentido a todo. Qué equivocados.

"El regalo de la vida", pienso. "AFORTUNADO", retumba una voz en mi interior.

Esa misma voz, sin embargo, me dice que debo conciliar con la muerte. "¿Conciliar?"

"La mejor forma de conciliar, es vivir sin asesinar tiempos. Llegar a un acuerdo pasa por encontrar en cada segundo la felicidad de respirar, esa sensación de pensar, sentir y amar, no puede ser momentánea, debe ser la regla.
Cuando pasen los años, el archivo del alma solo tendrá documentos llenos de gratificación, hojas con letras escritas por el amor de la vida. Y en ese momento, llegará lo inevitable. Estarás tan acostumbrado a no morir a ratos, que cuando la muerte te tome en sus brazos, no habrá nada que perder, porque ya viviste adecuadamente."

Mantengo la mirada hacia abajo, luego veo a mi alrededor. Respiro. Me deshago de las telarañas mentales y mis pupilas cambian.

En el silencio del cuarto, otra voz, distante, más fría, diferente a la que me habló sobre lo afortunado que soy, se hace escuchar.

Nunca me había hablado. Es la que nadie quiere escuchar.

Entonces me susurra suavemente : ¿quieres conciliar?



sábado, 26 de abril de 2014

Fernanda Parte IX


"Quiero pedirte una cosa, la verdad no sé cómo decírtelo, María", César dudó demasiado.

"¿Cuándo le diré que me llamo Fernanda?", pensó la chica mientras se acomodaba en la cama.

"Quiero que andés vestida normal, menos atráctiva, no mostrés demasiada carne", trató de explicar el joven.

Fernanda se extrañó, pero no encontró problema alguno: "está bien, no hay problema ¿a qué horas nos vemos?"

"A las 4:00 de la tarde en el parque, en la misma esquina".

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Sábado 5:00 pm

La playa

"Me llamo Fernanda, no te iba a decir mi nombre original, pero ahora creo que ya no hay problema porque eres de los mejores clientes", aunque fue directa con sus palabras, fue la primera vez que se sinceraba.

César la vio a los ojos directamente. "Entiendo que tengás que ocultar tu verdadera identidad. Bueno, María es muy común, y la verdad Fernanda suena bonito, atractivo, te queda bien", el joven también se sinceró aunque fue simple.

Ambos estaban sentados en un bar a la orilla de la playa, bastante concurrido tanto por jovencitos como por adultos, la mayoría de clase alta. Fernanda vestía un pantalón de mezclilla azul, pegado a sus piernas y trasero, una blusa blanca que dejaba ver su cintura delgada, también sandalias que mostraban sus pies, los dedos estaban retocados para la ocasión.

Aunque tenía puestas las gafas de sol, no podía ocultar su incomodidad, no estaba acostumbrada a ese tipo de ambientes. La brisa y la paz del océano contrastaban con su realidad: las calles, los bares con música ruidosa, al olor a cigarro, alcohol y sexo.

Comieron cocteles de camarón y los acompañaron con un balde de cerveza. Fernanda llenó su estómago y el alcohol logró, al menos, calmarla un poco. Los minutos de silencio se acabaron cuando César se sintió desinhibido. "Decidí venir a este lugar porque estoy cansado de mi vida", dijo mientras tomaba un trago de cerveza, su mirada directa a las olas que se formaban.

"No entiendo cómo puedo adaptarme a lo mismo, a la misma cotidianidad: estudiar, trabajar, aparentar, respetar a la familia, la sociedad... no es que esté mal, simplemente estoy harto", las palabras sonaban contundentes, César estaba abriéndose frente a una mujer de la cual solo conocía su cuerpo y su arte para tener sexo, mas no su interior. Pero no le importó, estaba inspirado.

"Hay cosas en la vida que pueden ser positivas, pero hay seres humanos incapacitados para disfrutarlas y creo que soy uno de ellos", agregó.

Por primera vez Fernanda escuchó esos sentimientos de alguien acomodado, no de un pobre diablo de la calle. Le extrañó mucho, aunque comprendió la realidad porque se parecía a la suya, en cierta forma. Aunque era buena en lo que hacía, también estaba harta de ser prostituta.

"Si te hace sentir bien este lugar, entonces disfrutemos un buen momento", dijo Fernanda, aunque no era lo que quería decir, la chica quería abrirse totalmente con César, pero no se atrevía.

Terminaron sus bebidas y César se levantó para ir a pagar la cuenta cuando se encontró con un antiguo compañero del bachillerato. "¡César, brother, un placer verte!" exclamó. Se fundieron en un abrazo y en ese momento el amigo se encontró con la mirada de Fernanda.
"¿Ajá, y quién es ella, hermano? ¿A dónde está La...?", antes de mencionar un nombre, César lo detuvo y lo alejó de la mesa. "Es una larga historia que no quiero recordar ahora, ya te contaré...ya te contaré", dijo el joven de piel blanca, quien no pudo esconder el nerviosismo.

"¿Cortaste con Laura? No puede ser", rompió el amigo, de nombre Julián. "¿Acaso estas loco, brother? Además esa chica no es de tu estilo", Julián tenía tres características que gustaba mostrar: entrometido, alcanzativo y con muy poco pudor. César lo tomó del brazo y lo hizo acompañarlo a la caja registradora. "Puedes hablar más bajo, por Dios, no es lo que crees, ya te explicaré. ¿Pasarás la noche acá?"

"Claro, como siempre, me extraña tu pregunta, vine con mi familia, en la noche nos vemos en el restaurante del hotel y me explicás bien", dijo casi gritando. César se mordió los labios y le dio a entender lo molesto que estaba.

Pagó la cuenta y se fue al cuarto con Fernanda.

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Cuando tenía entre sus brazos a Fernanda se liberaba sexualmente y casi existencialmente.
Era brusco pero cariñoso, el producto del erotismo en su máxima expresión, el fuego de la pasión ardía y la fuerza que le producía compartir sábanas, besos, calor y sudor con ella eran de las mejores sensaciones de su vida. Su primera aventura con una prostituta le producía, sin exagerar, una sensación cercana a la felicidad.

Por su parte Fernanda se estaba acostumbrando a esos brazos, a esos besos y a ese aroma que emanaba del cuerpo de César. De todos los clientes, el mejor; de todos los hombres, el diferente.

Una hora y media después, los dos compartían del mismo cigarro, viendo el techo del cuarto, escuchando el sonido de los ventiladores. El silencio tenía una razón: la batalla erótica en la cama fue tal que no quedaban fuerzas, pero si una tremenda relajación. Ambos estaban saciados.

Pero Fernanda tenía la misma guerra mental porque César le daba calma, pero su vida, el remordimiento y el odio incesante a su realidad, chocaban en su interior. El pensamiento la traicionaba.

Por la noche fueron a cenar pero no en el restaurante del hotel, César no quería encontrarse con su amigo Julián. No podía. Por eso fueron a un bar juvenil para surfers, algo desconocido para Fernanda pero mucho más seguro a lo que ella estaba acostumbrada.

Tomaron ron, fumaron y bailaron, algo que Fernanda hacía poco; más por su labor que por gusto. De niña seguía el ritmo frente al espejo, de adolescente iba a las discotecas, pero como prostituta muy pocas veces un hombre la invitaba a la pista.

Fernanda sacó su lado sensual, movía sus curvas como pocas mujeres del lugar algo que llamó mucho la atención, para sorpresa de la chica gustó mucho entre los presentes. En medio de una rueda de jóvenes la pareja no paraba de mover sus cuerpos, había risas, aplausos, un momento único. "Te gusta esto", gritaba César, con un trago en las manos y viendo a la chica. "Creo que es la mejor cita que he tenido en años", contestó.

Hubo un momento natural entre ambos, y sin premeditación, al calor del baile, se besaron. Fue un beso largo y cariñoso. Se rieron casi toda la noche, se tomaron fotos con desconocidos, en todo momento con sus manos entrelazadas, sin pensarlo, sin planearlo.
Fue un sábado por la noche en la que hubo una tregua mental para la prostituta. Y lo logró con César.

Aunque pareciera extraño, sin sentido e incluso ilógico, esa noche no hicieron el amor.

Domingo 10:00 mañana

César y Fernanda dejaron el hotel, en el camino hablaron de muchas cosas: recordaron la noche en el bar de surfers, aunque la chica no pudo evitar hacer la pregunta: "¿quién era el tipo que encontraste ayer?"

"Un amigo de la escuela, nada especial", dijo. "Es que puedo sospechar que no le agradé, como si le habría sorprendido mi presencia y no me acuerdo de haberlo visto en mi vida", Fernanda volvió a ver a César, quien no quitó la mirada del camino.

"Es un amigo pero es incómodo a veces, además ya andaba tomado", mintió el joven. Fernanda no respondió.

La despedida si bien no fue fría, la chica esperaba al menos algo especial, como el resumen de una cita casi perfecta, pero no sucedió y tampoco se decepcionó por eso. "Te veo en la semana, Fernanda, te llamaré mañana", César la vio a los ojos y arrancó rápido el auto, estaba nervioso.

Fernanda solo se despidió con la mano.

Para la 1:00 de la tarde la prostituta estaba descansando en su cama. El televisor estaba encendido y por eso no escuchó los primeros toques a la puerta. Era la dueña de la casa.

"Jovencita la vinieron a buscar ayer por la noche. Me sorprendió porque fue cerca de la medianoche", dijo la anciana con tono preocupado. "Me dijo que era la tía de Angie y me dejó este número. Dijo que era urgente", la anciana no dio más detalles.

"Gracias por el recado niña Juana, le pago la renta la próxima semana", dijo Fernanda antes de cerrar la puerta.

Fijó su mirada en el papel, se concentró en el número y recordó la mirada de la tía de Angie en el hospital. Tuvo el impulso de llamar, pero no lo hizo, no quería entrar en crisis otra vez. También para un corazón atribulado, era indispensable un momento de paz; por esa razón, la prostituta decidió regalarse una tarde después de años de no hacerlo.

Pero el destino le tenía preparado una sorpresa...

Continuará.    








viernes, 18 de abril de 2014

Gabo y el día a día del periodista

”Uno de los fallos más grandes que encuentro en el periodismo actual es que le falta una base cultural; los periodistas no tienen tiempo para leer, ni siquiera de leer el periódico. Tampoco tienen tiempo para hacer su trabajo; hay trabajos que necesitan tres días y no se les da más que uno, como mucho”. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Voy a ser sincero: he tenido tres días para hacer una serie de reportajes, y siento que pude hacerlo mejor.
Cuando solo me han dado un día para armarlo, en el mejor de los casos encuentro una historia impactante que me abre el panorama y le da sabor a la investigación. En el peor de los casos, solo una historia.
Pero aquellos días en los que no sale nada del plan trazado, las fuentes te dan la espalda, huyen ante la temática, los tiempos de organización de una investigación se trastocan por la noticia del día a día, esos días, queridos colegas y amigos, son los desafiantes.
Es ahí donde hay que sacarse de donde sea la creatividad, encontrar desesperadamente ese caso humano, ese dato, esa imagen, que de paso a la historia. Entonces se ilumina todo, se hace con esfuerzo el reportaje, lo escribís, debatís ideas y puntos de vista con el jefe de prensa, con el editor, te vas tarde a tu casa, sale publicado y ¡pum! se acabó, queda para el recuerdo.
¿Y ahora que historia vas a presentar?

Entonces se repite todo el proceso, con mayor o menor organización dependiendo de los medios.

Es todo un caso ser periodista.

P.D. Y sí. Hay que buscar el tiempo para leer. Y no es opcional.

domingo, 6 de abril de 2014

Fernanda Parte VIII


Viernes 10:30 pm

Zona sur

Es una parte de la ciudad que se caracteriza por su criminalidad debido a la reducida presencia de la policía y por el olvido al que fueron condenados sus bares y calles. Lo que antes fue una zona exclusiva, 15 años después era la perfecta base para criminales de poca monta y también para algunos poderosos.

A diferencia de otras ciudades, en las que varios grupos disputan el territorio para la venta de drogas, esta amplia zona era controlada por una sola agrupación, sin competencia, con toda la oportunidad de engrandecer su poder.

Había un antro oscuro por dentro, con una barra amplia en donde un hombre y una mujer estaban encargados de los tragos, ambos no tenían rostros amigables. Un espacio pequeño era una improvisada pista de baile, con un espejo. Dos parejas bailaban, sin seguir el ritmo se besaban y compartían sus bebidas.

Las mesas estaban llenas, la mayoría ocupadas por hombres alcoholizados, la música era estridente y junto al humo de los cigarros creaban una atmósfera desesperante para una persona no adaptada a este tipo de diversiones.

Pero era el lugar adecuado para hambrientos de carne femenina y masculina, adictos a las drogas y el alcohol y graduados en criminalidad.  Al final de la barra, ahí estaba Fernanda, la prostituta delgada, de trasero redondo, de piernas a la medida, piel canela y ese rostro inocente y sensual a la vez.



No pasaba desapercibida para ningún hombre. No era la más voluptuosa, ni la más alta, simplemente era una chica atractiva, adicta al cigarro, solo que ahora mucho más fría y despiadada. Estaba sentada en ese bar desconocido, con una sola misión: venganza.

Encendió un cigarrillo y le dio un sorbo a la botella de cerveza. Era la primera bebida de la noche y le ayudó a relajarse, a olvidarse del hambre y a prepararse. Tenía que acostarse con alguien.

Lo más importante era conseguir un cliente sin ser ella la que tomara la iniciativa, estaba en un bar fuera de su territorio y habían otras chicas pendientes. Si daba la impresión de querer ganar clientes, seguramente lo lamentaría.

Tenía que esperar.

Mientras tanto fue al baño y se quedó un rato sentada, fumando. Podía escuchar como en el cuarto contiguo inhalaban cocaína. Eran las chicas, la carne de los hombres del lugar.

Salió y no dirigió la palabra a nadie, pero se sorprendió al ver que fue ignorada como una mosca. Las mujeres, con sus cuerpos demacrados, eran adictas y no tenían el mínimo interés de ver o hablar con alguien.

Volvió a la barra y pidió su segunda cerveza, no pasó mucho tiempo antes de que un hombre se acercara. Era alto, delgado y con piel pálida, estaba un poco alcoholizado pero podía conversar.

"Mamacita, no te he visto por acá. ¿Esperas a alguien?", preguntó el sujeto de ojos brillosos.

"De hecho ya me retiraba, pero creo que puedo quedarme un rato", Fernanda dijo con rostro inocente.

"Dame dos cervezas", dijo el sujeto a la mujer de la barra. "Creo que la pasaremos bien", exclamó.

Fernanda no lo quería del todo alcoholizado, de hecho esperaba una cita dentro de lo normal, pero el tipo parecía dedicado más a la botella que a la compañía femenina. Después de terminar su bebida, de su bolsillo derecho de la camisa sacó una bolsa con polvo blanco y, sin preguntar o ver a su alrededor, la vació en la barra y con un billete enrrollado la consumió sin problemas.

"No, no me puede pasar nada malo esta noche", pensó Fernanda. "Lo estás disfrutando y creo que la pasaremos mejor si vamos al suave", le dijo al oido, mientras el hombre suduroso la vio a los ojos y la tomó en sus brazos para acariciarla.

Cualquiera pensaría que Fernanda tendría una guerra mental por todo lo que estaba viviendo, pero nada de eso sucedía. Su mente y su corazón estaban lo suficientemente dañados para sentir arrepentimiento o asco. Podía ir, acostarse, besar y acariciar, para después volver a satisfacer hombres cuantas veces fuera necesario.

"¿Quieres coca?", ofreció el hombre, pero la joven fue inteligente. "Si nos vamos, creo que podría pasarla bien con eso, si quieres", ofreció la chica. El hombre, por su orgullo masculino y por la euforia del momento, no lo pensó dos veces: canceló la deuda, la tomó de la mano y salió del lugar.

A dos cuadras del bar, Fernanda se sorprendió de golpe. En una esquina estaba el auto negro que tanto respeto provocaba por las calles. Estacionado frente a un billar, la jovencita se apresuró y quiso acercarse, pero su compañía la tomó del brazo. "Por acá mamacita, por acá está mi auto".

"Oye, antes de irme quiero cigarrillos y una cerveza, voy al billar ¿me acompañas?", dijo amablemente.

"Bueno, si quieres nos échamos una ronda más, nena, la verdad no tengo prisa, estoy completo".

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Dentro del billar la mayoría eran hombres, algunos con sus parejas jugando, otros se dedicaban a beber. Todos tenían algo en común y no hacía falta tener un ojo experto, la apariencia los delataba, eran personas de peligro.

"Mamacita no quiero jugar, solo tomar, vamos de este lado", el hombre señaló una mesa alejada de las mesas de billar. "Vaya, solo voy al baño antes de tomarme mi cerveza", dijo Fernanda no sin antes acariciarlo suavemente entre las piernas. El hombre reaccionó, le tocó las piernas y le dio una nalgada. "No tardes", dijo.

Fernanda pensó "¿quién será el dueño del carro?". Caminó a paso lento por las mesas y sin quererlo, escuchó cuando un hombre indicó con enojo a un mesero del lugar: "¡ey, los baldes de cerveza son para el grupo del Vaquero, apurate!". El joven caminó apresuradamente entre las mesas de billar, Fernanda iba exáctamente atrás de él.

El mesero llegó a una mesa del otro extremo del lugar, cerca de los baños. Ahí estaban cinco hombres y no fue difícil reconocer al jefe: rostro trigueño, duro, con algunas arrugas alrededor de unos ojos claros y expresivos, entre los labios jugaba con un puro, su cabeza estaba adornada con un sombrero estilo vaquero.

Tenía un cuerpo grande, una mezcla de la constitución natural, años de gimnasio y la gordura a la que está condenado el ser humano con el pasar de los años, rondaba los 40 años de edad.
Sus acompañantes no ocupaban ni gorras o sombreros y estaban sentados alrededor de su jefe.
La mesa estaba repleta de botellas de cervezas, ceniceros llenos de colillas y habían dos espejos con algunas líneas de polvo blanco.

"¡Pone los baldes aquí, bicho!", dijo el Vaquero con tal autoridad que el joven casi se tropieza al acercarse.
Fernanda sintió una sensación extraña en el estómago: una mezcla de nerviosismo y furia, el rostro golpeado de Angie llegó a su mente, sintió como en cámara lenta sus pasos y las imágenes del rostro atemorizante del Vaquero.

Por la golpiza que le dio a su amiga, el odio rompió su ser, tenía en la mira a una de las personas más despreciables que haya conocido.





Pasó tratando de no llamar la atención, pero uno de los acompañantes del Vaquero, la observó de pies a cabeza, espero a que caminara a su lado y le dio una tremenda nalgada. La chica saltó de la sorpresa y olvidó de golpe sus pensamientos.

"¡Mmmmmm nenota!" rugió el hombre. Todos comenzaron a reir y Fernanda no pudo mas que verlos y seguir adelante.

Ni siquiera pudo orinar, solo se enjuagó con agua. La impresión le dejó reseca su boca, se quedó frente al espejo y admitió que en los últimos años no había estado en un lugar donde el peligro se sentía por todos lados. Aún así, se sentía bien. Cerró sus ojos y memorizó con obesesión el rostro del Vaquero. "Maldito, ya verás, maldito".

Salió del baño, apresuró el paso para evitar otro desafortunado encuentro pero no pasó nada. Los hombres ya estaban concentrados en el vicio.

Cuando llegó a la mesa, su acompañante estaba consumiento cocaína, ya tenía a la mitad su cerveza y le ofreció a Fernanda una en lata. "Mejor nos vamos no me siento bien en este lugar" dijo el hombre de ojos brillosos, mientras miraba insisténtemente a los baños. Fernanda sospechó que era por la presencia del Vaquero y su grupo, y no falló. El matón provocaba temor en aquellos que conocían la zona.

Tomó de la mano a la chica y salieron. Llegaron al auto y se dirigieron al motel mas cercano.
La madrugada fue una mezcla de sexo y drogas. Fernanda estaba satisfecha, el hombre si bien no estaba en sus cabales, no parecía violento. Le ofreció en varias ocasiones cocaína y, aunque tenía suficiente, solo compartía en ciertas ocasiones a la mujer.

Para la prostituta no era nada nuevo el mundo de los estupefacientes, aunque no había consumido tanto como esa noche.

Cuando el tipo decidió encerrarse en el baño, ella se acostó en la cama, encendió un cigarro y se quedó viendo una película en la televisión. No tenía sueño y se sentía despierta, alerta, un poco por la droga, pero principalmente porque ya sabía a donde llegar para cumplir su venganza. Lo que pensaba que le iba a llevar mucho tiempo, lo consiguió en la primera noche.

Eran las 3:20 de la mañana y mientras seguiá bebiendo con su acompañante, alcanzó a escuchar la vibración de su celular, lo revisó. Era César.

No contestó. Se concentró en terminar la noche de la mejor manera, cumpliendo las obsesiones del hombre de piel pálida que estaba pagando, se limitó a ser una buena trabajadora. Y por lo que vio en los ojos vidriosos y excitados de su cliente, sabía que había cumplido.

A las 6:00 de la mañana estaba entrando a su cuarto, tenía que descansar. Sin cambiarse la ropa se tiró a la cama, prometió levantarse en cinco minutos para bañarse y cambiarse, pero se quedó dormida profundamente. Como siempre soñó mucho, soñó en un mundo diferente, colorido, en donde era feliz.

Al abrir sus ojos, eran las 12:30 del mediodía, se sorprendió por el sonido de sus entrañas hambrientas y porque en su celular habían cuatro llamadas perdidas de César. Se acordó que tenía un trabajo pendiente con el chico.
"¿Acepto esta buena paga o me voy al billar donde está ese malnacido del Vaquero?", la pregunta se repetía en su mente una y otra vez mientras estaba tirada, con las piernas abiertas, sobre su cama.

En medio de todo el vacío, la soledad, la suciedad y el odio que encadenaba su corazón, César representaba el último oasis en el desierto de su vida.

Tomó el celular y llamó...

Continuará.