sábado, 26 de abril de 2014

Fernanda Parte IX


"Quiero pedirte una cosa, la verdad no sé cómo decírtelo, María", César dudó demasiado.

"¿Cuándo le diré que me llamo Fernanda?", pensó la chica mientras se acomodaba en la cama.

"Quiero que andés vestida normal, menos atráctiva, no mostrés demasiada carne", trató de explicar el joven.

Fernanda se extrañó, pero no encontró problema alguno: "está bien, no hay problema ¿a qué horas nos vemos?"

"A las 4:00 de la tarde en el parque, en la misma esquina".

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Sábado 5:00 pm

La playa

"Me llamo Fernanda, no te iba a decir mi nombre original, pero ahora creo que ya no hay problema porque eres de los mejores clientes", aunque fue directa con sus palabras, fue la primera vez que se sinceraba.

César la vio a los ojos directamente. "Entiendo que tengás que ocultar tu verdadera identidad. Bueno, María es muy común, y la verdad Fernanda suena bonito, atractivo, te queda bien", el joven también se sinceró aunque fue simple.

Ambos estaban sentados en un bar a la orilla de la playa, bastante concurrido tanto por jovencitos como por adultos, la mayoría de clase alta. Fernanda vestía un pantalón de mezclilla azul, pegado a sus piernas y trasero, una blusa blanca que dejaba ver su cintura delgada, también sandalias que mostraban sus pies, los dedos estaban retocados para la ocasión.

Aunque tenía puestas las gafas de sol, no podía ocultar su incomodidad, no estaba acostumbrada a ese tipo de ambientes. La brisa y la paz del océano contrastaban con su realidad: las calles, los bares con música ruidosa, al olor a cigarro, alcohol y sexo.

Comieron cocteles de camarón y los acompañaron con un balde de cerveza. Fernanda llenó su estómago y el alcohol logró, al menos, calmarla un poco. Los minutos de silencio se acabaron cuando César se sintió desinhibido. "Decidí venir a este lugar porque estoy cansado de mi vida", dijo mientras tomaba un trago de cerveza, su mirada directa a las olas que se formaban.

"No entiendo cómo puedo adaptarme a lo mismo, a la misma cotidianidad: estudiar, trabajar, aparentar, respetar a la familia, la sociedad... no es que esté mal, simplemente estoy harto", las palabras sonaban contundentes, César estaba abriéndose frente a una mujer de la cual solo conocía su cuerpo y su arte para tener sexo, mas no su interior. Pero no le importó, estaba inspirado.

"Hay cosas en la vida que pueden ser positivas, pero hay seres humanos incapacitados para disfrutarlas y creo que soy uno de ellos", agregó.

Por primera vez Fernanda escuchó esos sentimientos de alguien acomodado, no de un pobre diablo de la calle. Le extrañó mucho, aunque comprendió la realidad porque se parecía a la suya, en cierta forma. Aunque era buena en lo que hacía, también estaba harta de ser prostituta.

"Si te hace sentir bien este lugar, entonces disfrutemos un buen momento", dijo Fernanda, aunque no era lo que quería decir, la chica quería abrirse totalmente con César, pero no se atrevía.

Terminaron sus bebidas y César se levantó para ir a pagar la cuenta cuando se encontró con un antiguo compañero del bachillerato. "¡César, brother, un placer verte!" exclamó. Se fundieron en un abrazo y en ese momento el amigo se encontró con la mirada de Fernanda.
"¿Ajá, y quién es ella, hermano? ¿A dónde está La...?", antes de mencionar un nombre, César lo detuvo y lo alejó de la mesa. "Es una larga historia que no quiero recordar ahora, ya te contaré...ya te contaré", dijo el joven de piel blanca, quien no pudo esconder el nerviosismo.

"¿Cortaste con Laura? No puede ser", rompió el amigo, de nombre Julián. "¿Acaso estas loco, brother? Además esa chica no es de tu estilo", Julián tenía tres características que gustaba mostrar: entrometido, alcanzativo y con muy poco pudor. César lo tomó del brazo y lo hizo acompañarlo a la caja registradora. "Puedes hablar más bajo, por Dios, no es lo que crees, ya te explicaré. ¿Pasarás la noche acá?"

"Claro, como siempre, me extraña tu pregunta, vine con mi familia, en la noche nos vemos en el restaurante del hotel y me explicás bien", dijo casi gritando. César se mordió los labios y le dio a entender lo molesto que estaba.

Pagó la cuenta y se fue al cuarto con Fernanda.

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Cuando tenía entre sus brazos a Fernanda se liberaba sexualmente y casi existencialmente.
Era brusco pero cariñoso, el producto del erotismo en su máxima expresión, el fuego de la pasión ardía y la fuerza que le producía compartir sábanas, besos, calor y sudor con ella eran de las mejores sensaciones de su vida. Su primera aventura con una prostituta le producía, sin exagerar, una sensación cercana a la felicidad.

Por su parte Fernanda se estaba acostumbrando a esos brazos, a esos besos y a ese aroma que emanaba del cuerpo de César. De todos los clientes, el mejor; de todos los hombres, el diferente.

Una hora y media después, los dos compartían del mismo cigarro, viendo el techo del cuarto, escuchando el sonido de los ventiladores. El silencio tenía una razón: la batalla erótica en la cama fue tal que no quedaban fuerzas, pero si una tremenda relajación. Ambos estaban saciados.

Pero Fernanda tenía la misma guerra mental porque César le daba calma, pero su vida, el remordimiento y el odio incesante a su realidad, chocaban en su interior. El pensamiento la traicionaba.

Por la noche fueron a cenar pero no en el restaurante del hotel, César no quería encontrarse con su amigo Julián. No podía. Por eso fueron a un bar juvenil para surfers, algo desconocido para Fernanda pero mucho más seguro a lo que ella estaba acostumbrada.

Tomaron ron, fumaron y bailaron, algo que Fernanda hacía poco; más por su labor que por gusto. De niña seguía el ritmo frente al espejo, de adolescente iba a las discotecas, pero como prostituta muy pocas veces un hombre la invitaba a la pista.

Fernanda sacó su lado sensual, movía sus curvas como pocas mujeres del lugar algo que llamó mucho la atención, para sorpresa de la chica gustó mucho entre los presentes. En medio de una rueda de jóvenes la pareja no paraba de mover sus cuerpos, había risas, aplausos, un momento único. "Te gusta esto", gritaba César, con un trago en las manos y viendo a la chica. "Creo que es la mejor cita que he tenido en años", contestó.

Hubo un momento natural entre ambos, y sin premeditación, al calor del baile, se besaron. Fue un beso largo y cariñoso. Se rieron casi toda la noche, se tomaron fotos con desconocidos, en todo momento con sus manos entrelazadas, sin pensarlo, sin planearlo.
Fue un sábado por la noche en la que hubo una tregua mental para la prostituta. Y lo logró con César.

Aunque pareciera extraño, sin sentido e incluso ilógico, esa noche no hicieron el amor.

Domingo 10:00 mañana

César y Fernanda dejaron el hotel, en el camino hablaron de muchas cosas: recordaron la noche en el bar de surfers, aunque la chica no pudo evitar hacer la pregunta: "¿quién era el tipo que encontraste ayer?"

"Un amigo de la escuela, nada especial", dijo. "Es que puedo sospechar que no le agradé, como si le habría sorprendido mi presencia y no me acuerdo de haberlo visto en mi vida", Fernanda volvió a ver a César, quien no quitó la mirada del camino.

"Es un amigo pero es incómodo a veces, además ya andaba tomado", mintió el joven. Fernanda no respondió.

La despedida si bien no fue fría, la chica esperaba al menos algo especial, como el resumen de una cita casi perfecta, pero no sucedió y tampoco se decepcionó por eso. "Te veo en la semana, Fernanda, te llamaré mañana", César la vio a los ojos y arrancó rápido el auto, estaba nervioso.

Fernanda solo se despidió con la mano.

Para la 1:00 de la tarde la prostituta estaba descansando en su cama. El televisor estaba encendido y por eso no escuchó los primeros toques a la puerta. Era la dueña de la casa.

"Jovencita la vinieron a buscar ayer por la noche. Me sorprendió porque fue cerca de la medianoche", dijo la anciana con tono preocupado. "Me dijo que era la tía de Angie y me dejó este número. Dijo que era urgente", la anciana no dio más detalles.

"Gracias por el recado niña Juana, le pago la renta la próxima semana", dijo Fernanda antes de cerrar la puerta.

Fijó su mirada en el papel, se concentró en el número y recordó la mirada de la tía de Angie en el hospital. Tuvo el impulso de llamar, pero no lo hizo, no quería entrar en crisis otra vez. También para un corazón atribulado, era indispensable un momento de paz; por esa razón, la prostituta decidió regalarse una tarde después de años de no hacerlo.

Pero el destino le tenía preparado una sorpresa...

Continuará.    








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