domingo, 6 de abril de 2014

Fernanda Parte VIII


Viernes 10:30 pm

Zona sur

Es una parte de la ciudad que se caracteriza por su criminalidad debido a la reducida presencia de la policía y por el olvido al que fueron condenados sus bares y calles. Lo que antes fue una zona exclusiva, 15 años después era la perfecta base para criminales de poca monta y también para algunos poderosos.

A diferencia de otras ciudades, en las que varios grupos disputan el territorio para la venta de drogas, esta amplia zona era controlada por una sola agrupación, sin competencia, con toda la oportunidad de engrandecer su poder.

Había un antro oscuro por dentro, con una barra amplia en donde un hombre y una mujer estaban encargados de los tragos, ambos no tenían rostros amigables. Un espacio pequeño era una improvisada pista de baile, con un espejo. Dos parejas bailaban, sin seguir el ritmo se besaban y compartían sus bebidas.

Las mesas estaban llenas, la mayoría ocupadas por hombres alcoholizados, la música era estridente y junto al humo de los cigarros creaban una atmósfera desesperante para una persona no adaptada a este tipo de diversiones.

Pero era el lugar adecuado para hambrientos de carne femenina y masculina, adictos a las drogas y el alcohol y graduados en criminalidad.  Al final de la barra, ahí estaba Fernanda, la prostituta delgada, de trasero redondo, de piernas a la medida, piel canela y ese rostro inocente y sensual a la vez.



No pasaba desapercibida para ningún hombre. No era la más voluptuosa, ni la más alta, simplemente era una chica atractiva, adicta al cigarro, solo que ahora mucho más fría y despiadada. Estaba sentada en ese bar desconocido, con una sola misión: venganza.

Encendió un cigarrillo y le dio un sorbo a la botella de cerveza. Era la primera bebida de la noche y le ayudó a relajarse, a olvidarse del hambre y a prepararse. Tenía que acostarse con alguien.

Lo más importante era conseguir un cliente sin ser ella la que tomara la iniciativa, estaba en un bar fuera de su territorio y habían otras chicas pendientes. Si daba la impresión de querer ganar clientes, seguramente lo lamentaría.

Tenía que esperar.

Mientras tanto fue al baño y se quedó un rato sentada, fumando. Podía escuchar como en el cuarto contiguo inhalaban cocaína. Eran las chicas, la carne de los hombres del lugar.

Salió y no dirigió la palabra a nadie, pero se sorprendió al ver que fue ignorada como una mosca. Las mujeres, con sus cuerpos demacrados, eran adictas y no tenían el mínimo interés de ver o hablar con alguien.

Volvió a la barra y pidió su segunda cerveza, no pasó mucho tiempo antes de que un hombre se acercara. Era alto, delgado y con piel pálida, estaba un poco alcoholizado pero podía conversar.

"Mamacita, no te he visto por acá. ¿Esperas a alguien?", preguntó el sujeto de ojos brillosos.

"De hecho ya me retiraba, pero creo que puedo quedarme un rato", Fernanda dijo con rostro inocente.

"Dame dos cervezas", dijo el sujeto a la mujer de la barra. "Creo que la pasaremos bien", exclamó.

Fernanda no lo quería del todo alcoholizado, de hecho esperaba una cita dentro de lo normal, pero el tipo parecía dedicado más a la botella que a la compañía femenina. Después de terminar su bebida, de su bolsillo derecho de la camisa sacó una bolsa con polvo blanco y, sin preguntar o ver a su alrededor, la vació en la barra y con un billete enrrollado la consumió sin problemas.

"No, no me puede pasar nada malo esta noche", pensó Fernanda. "Lo estás disfrutando y creo que la pasaremos mejor si vamos al suave", le dijo al oido, mientras el hombre suduroso la vio a los ojos y la tomó en sus brazos para acariciarla.

Cualquiera pensaría que Fernanda tendría una guerra mental por todo lo que estaba viviendo, pero nada de eso sucedía. Su mente y su corazón estaban lo suficientemente dañados para sentir arrepentimiento o asco. Podía ir, acostarse, besar y acariciar, para después volver a satisfacer hombres cuantas veces fuera necesario.

"¿Quieres coca?", ofreció el hombre, pero la joven fue inteligente. "Si nos vamos, creo que podría pasarla bien con eso, si quieres", ofreció la chica. El hombre, por su orgullo masculino y por la euforia del momento, no lo pensó dos veces: canceló la deuda, la tomó de la mano y salió del lugar.

A dos cuadras del bar, Fernanda se sorprendió de golpe. En una esquina estaba el auto negro que tanto respeto provocaba por las calles. Estacionado frente a un billar, la jovencita se apresuró y quiso acercarse, pero su compañía la tomó del brazo. "Por acá mamacita, por acá está mi auto".

"Oye, antes de irme quiero cigarrillos y una cerveza, voy al billar ¿me acompañas?", dijo amablemente.

"Bueno, si quieres nos échamos una ronda más, nena, la verdad no tengo prisa, estoy completo".

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Dentro del billar la mayoría eran hombres, algunos con sus parejas jugando, otros se dedicaban a beber. Todos tenían algo en común y no hacía falta tener un ojo experto, la apariencia los delataba, eran personas de peligro.

"Mamacita no quiero jugar, solo tomar, vamos de este lado", el hombre señaló una mesa alejada de las mesas de billar. "Vaya, solo voy al baño antes de tomarme mi cerveza", dijo Fernanda no sin antes acariciarlo suavemente entre las piernas. El hombre reaccionó, le tocó las piernas y le dio una nalgada. "No tardes", dijo.

Fernanda pensó "¿quién será el dueño del carro?". Caminó a paso lento por las mesas y sin quererlo, escuchó cuando un hombre indicó con enojo a un mesero del lugar: "¡ey, los baldes de cerveza son para el grupo del Vaquero, apurate!". El joven caminó apresuradamente entre las mesas de billar, Fernanda iba exáctamente atrás de él.

El mesero llegó a una mesa del otro extremo del lugar, cerca de los baños. Ahí estaban cinco hombres y no fue difícil reconocer al jefe: rostro trigueño, duro, con algunas arrugas alrededor de unos ojos claros y expresivos, entre los labios jugaba con un puro, su cabeza estaba adornada con un sombrero estilo vaquero.

Tenía un cuerpo grande, una mezcla de la constitución natural, años de gimnasio y la gordura a la que está condenado el ser humano con el pasar de los años, rondaba los 40 años de edad.
Sus acompañantes no ocupaban ni gorras o sombreros y estaban sentados alrededor de su jefe.
La mesa estaba repleta de botellas de cervezas, ceniceros llenos de colillas y habían dos espejos con algunas líneas de polvo blanco.

"¡Pone los baldes aquí, bicho!", dijo el Vaquero con tal autoridad que el joven casi se tropieza al acercarse.
Fernanda sintió una sensación extraña en el estómago: una mezcla de nerviosismo y furia, el rostro golpeado de Angie llegó a su mente, sintió como en cámara lenta sus pasos y las imágenes del rostro atemorizante del Vaquero.

Por la golpiza que le dio a su amiga, el odio rompió su ser, tenía en la mira a una de las personas más despreciables que haya conocido.





Pasó tratando de no llamar la atención, pero uno de los acompañantes del Vaquero, la observó de pies a cabeza, espero a que caminara a su lado y le dio una tremenda nalgada. La chica saltó de la sorpresa y olvidó de golpe sus pensamientos.

"¡Mmmmmm nenota!" rugió el hombre. Todos comenzaron a reir y Fernanda no pudo mas que verlos y seguir adelante.

Ni siquiera pudo orinar, solo se enjuagó con agua. La impresión le dejó reseca su boca, se quedó frente al espejo y admitió que en los últimos años no había estado en un lugar donde el peligro se sentía por todos lados. Aún así, se sentía bien. Cerró sus ojos y memorizó con obesesión el rostro del Vaquero. "Maldito, ya verás, maldito".

Salió del baño, apresuró el paso para evitar otro desafortunado encuentro pero no pasó nada. Los hombres ya estaban concentrados en el vicio.

Cuando llegó a la mesa, su acompañante estaba consumiento cocaína, ya tenía a la mitad su cerveza y le ofreció a Fernanda una en lata. "Mejor nos vamos no me siento bien en este lugar" dijo el hombre de ojos brillosos, mientras miraba insisténtemente a los baños. Fernanda sospechó que era por la presencia del Vaquero y su grupo, y no falló. El matón provocaba temor en aquellos que conocían la zona.

Tomó de la mano a la chica y salieron. Llegaron al auto y se dirigieron al motel mas cercano.
La madrugada fue una mezcla de sexo y drogas. Fernanda estaba satisfecha, el hombre si bien no estaba en sus cabales, no parecía violento. Le ofreció en varias ocasiones cocaína y, aunque tenía suficiente, solo compartía en ciertas ocasiones a la mujer.

Para la prostituta no era nada nuevo el mundo de los estupefacientes, aunque no había consumido tanto como esa noche.

Cuando el tipo decidió encerrarse en el baño, ella se acostó en la cama, encendió un cigarro y se quedó viendo una película en la televisión. No tenía sueño y se sentía despierta, alerta, un poco por la droga, pero principalmente porque ya sabía a donde llegar para cumplir su venganza. Lo que pensaba que le iba a llevar mucho tiempo, lo consiguió en la primera noche.

Eran las 3:20 de la mañana y mientras seguiá bebiendo con su acompañante, alcanzó a escuchar la vibración de su celular, lo revisó. Era César.

No contestó. Se concentró en terminar la noche de la mejor manera, cumpliendo las obsesiones del hombre de piel pálida que estaba pagando, se limitó a ser una buena trabajadora. Y por lo que vio en los ojos vidriosos y excitados de su cliente, sabía que había cumplido.

A las 6:00 de la mañana estaba entrando a su cuarto, tenía que descansar. Sin cambiarse la ropa se tiró a la cama, prometió levantarse en cinco minutos para bañarse y cambiarse, pero se quedó dormida profundamente. Como siempre soñó mucho, soñó en un mundo diferente, colorido, en donde era feliz.

Al abrir sus ojos, eran las 12:30 del mediodía, se sorprendió por el sonido de sus entrañas hambrientas y porque en su celular habían cuatro llamadas perdidas de César. Se acordó que tenía un trabajo pendiente con el chico.
"¿Acepto esta buena paga o me voy al billar donde está ese malnacido del Vaquero?", la pregunta se repetía en su mente una y otra vez mientras estaba tirada, con las piernas abiertas, sobre su cama.

En medio de todo el vacío, la soledad, la suciedad y el odio que encadenaba su corazón, César representaba el último oasis en el desierto de su vida.

Tomó el celular y llamó...

Continuará.


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