viernes, 20 de junio de 2014

Dos rostros de la multitud

No sé si somos ángeles o demonios.
Quizás dos humanos como la mayoría, nada especial.

Pero en medio de la multitud nos vimos. Entre todos los rostros, nuestros ojos se encontraron.
Puede ser un guiño del destino. Pues sí. El destino está en todos lados, para todos por igual.

Tiramos nuestras cartas a la mesa, con la intención de aceptarnos tal cual éramos. Entonces comenzamos una carrera, un largo camino con el intento de hacerlo eterno, intocable.

Pero más allá de lo que se construye, son las raíces las que se vuelven arquitectas, diseñadoras de un futuro. No menosprecio el poder de la voluntad, ni mucho menos el dedo de la inmensidad, pero la tierra ya cultivada tiene destino, su destino.

Comenzaron las batallas personales, las infidelidades, las eternas discusiones, todo revuelto con las fragilidades propias de una relación. Pasamos de ser hermanos del alma a enemigos.

Y el círculo se hizo enorme, vasto, inalcanzable, aunque no pudiéramos ver su longitud exacta, algo era cierto: siempre cubre el interior y llega al mismo punto. Fueron tantas veces que juramos y otras tantas que nos arrepentimos que parecía que el destino nos tenía apartadas dos butacas en primera línea para una buena historia.

Sin embargo, nos preparó dos asientos para ver nuestra guerra civil. Y ahí, con lágrimas, remordimientos y sentimientos de querer volver atrás, nos quedamos viendo la pantalla, avergonzados.

Tu quizás un ángel; yo, quizás un demonio. Aunque los dos tenemos un poco de todo, también de ingenuos, amorosos, chistosos e interesantes. Cuando unimos nuestros seres, hay una explosión que nos separa, como si la naturaleza estuviera diseñada para mantenernos lejos.

Tu, un demonio que cree tener el poder de la omniscencia; yo, un simple ángel caido, perdido entre las dimensiones de la eternidad. En conclusión: dos seres especiales sin paz.
Hermanos, amantes, novios, compañeros o enemigos, de todo probamos y nada llenó las expectativas.

El tiempo corre y no tiene piedad. Especiales o no, culpables o no, estamos condenados.

El tiempo pasa... y nuestra historía permanecerá intacta, como la imaginamos, con un pequeño detalle: entre las multitudes seguiremos.
 



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