9 de abril 1994
San Salvador, El Salvador.
Sábado. La mañana pintaba bien. Era un buen día para mis
discos y yo, solos en la sala; sin embargo, todo se arruinó cuando me enteré
que nadie iba a salir y, de paso, mi papá me dijo que lo acompañara a comprar
unos repuestos para el carro. “¡Qué aburrimiento!”, dije en mi mente. No
escondí mi clásica mueca de desagrado, pero eso no importó para mis papás así
que para desgracia mía tuve que ir.
Era un bendito filtro el que debía cambiarse y aunque mi papá me explicó
paso a paso para que servía, solo seguía la plática, pero no entendía nada, para
ser sincero no quería entender, iba en el carro y mi mente estaba en otro lado.
Lo mejor que me podía pasar era encontrar ese repuesto en las primeras horas y
regresar a casa, a mi cuarto.
“No tenemos de este repuesto”, la respuesta del encargado de la primera
tienda. “¡No puede ser!” pensé.
“Por el momento se han agotado”, fue la respuesta en la siguiente tienda
que visitamos. La mañana de sábado estaba perdida y no había nada que pudiera
hacer. Los único bueno que recibimos en esa tienda fue la recomendación de ir a
un lugar en la 29 Calle Poniente, una vía en la que abundan las tiendas de
repuestos y los talleres mecánicos.
En todo el camino hablé lo necesario, pero no me sentía bien. Eran los
momentos de mi vida en que apreciaba estar a solas en lugar de compartir vivencias
con personas que estaban en otro mundo, esto incluía a mi familia.
Llegamos al lugar y había que esperar si tenían el repuesto o si podían
pedirlo a otro establecimiento. Nos ofrecieron tomar asiento, encima de una
vitrina tenían las ediciones de La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy. Leer era
uno de mis hábitos favoritos, pero no se comparaba a la música. Al menos podía
matar el tiempo leyendo algo interesante, tomé La Prensa Gráfica e inicié con
la sección de deportes, de la última página hasta la portada de esa sección,
luego comencé con la portada oficial del periódico e iba poco a poco hasta la
parte más importante para mí: los espectáculos.
Mi papá leía más rápido y comprendía la idea principal, luego pasaba lo
que no le interesaba. Él llegó primero a la sección de espectáculos de El
Diario de Hoy y me dijo: "¡debés ver la noticia
que aparece! mirá este periódico, mirá la parte de espectáculos".
Tomé el diario y comencé a buscar la sección, la que me encantaba revisar con
detenimiento por si mencionaban a mi banda favorita.
Pasé la portada y el titular de la siguiente página me tomó por
sorpresa: “Líder de Nirvana se suicida”. Sentí un golpe en el pecho, un
estremecimiento en la piel y me quedé sin aliento. Cerré el periódico rápido.
Vi a mi papá, que tenía cara de asombro. Volví a ver a la calle, por un momento
pensé que me había equivocado, sentí que había una posibilidad de que
todo fuera un mal entendido. Volví con rapidez a la misma página... no
había duda.
“Líder de Nirvana se suicida”
Mientras
leía la noticia sentía una tremenda tristeza, confusión e impotencia. Se fue la
figura que con su música me daba momentos de felicidad, emoción, que me
inspiraba muchísimo creativa y sentimentalmente. Leí dos veces el texto,
recordé los últimos días en los que ansiaba información sobre el nuevo video de
Nirvana y me llegó de golpe la peor noticia. Se fue Kurt y me di cuenta en una
tienda de repuestos en la 29 Calle Poniente.
Me perdí en una ola de sentimientos, solo ponía atención cuando el tema
era Nirvana y Cobain. El resto de ese sábado fue de hundimiento.
Siempre viví en una familia nuclear, la vivencia se compartía entre
cinco personas y ese día todos supieron de mi boca lo que pasó, solo recuerdo
muy bien la expresión de asombro de mi hermana menor al darle la noticia. El
resto de la familia opinó y luego cada quien lidiaba con lo suyo.
Y era normal esa situación. Nunca tuve contacto con primos, tíos y
abuelos, en mis primeros años de vida no tuve el beneficio de ese tipo de
relaciones, tampoco estuve expuesto a pérdidas o triunfos de una familia
extensa; de hecho, cuando era un niño la muerte de mis dos abuelos maternos no
me generó mayor sentimiento porque nunca los conocí, no supe mayor cosa sobre
ellos, solo me impresionó ver las lágrimas de mi mamá. Pensaba que esa pena era
la peor que podía sentir.
Pero estaba equivocado. Cuando iba a cuarto grado sentí el primer golpe
anímico de mi existencia: el perrito que me hizo sentir el niño más feliz del
mundo murió 26 días después de conocerlo. Ya tenía varios días de dolor, de
agonizar, pero un niño siempre cree que todo mejorará. Después de la escuela lo
primero que hice fue preguntar por la salud de Chipri y ahí me dieron la
noticia. Lloré como nunca antes lo había hecho.
A los 14 años fue el otro golpe. No lloré, pero sentí que perdí algo que
en ese momento era importante.
Duele
cuando se va lo que eliges querer, aunque eso no necesariamente te quiera
o incluso sepa de ti. Eso que encuentras en el camino llamado
vida, y hace del mismo camino un trayecto especial, es lo que a veces hace la
diferencia.