5 de abril 1994
Seattle, Estados Unidos.
Es una
mañana lluviosa con pronóstico de mal tiempo. Kurt Cobain está en su cuarto y
la televisión está encendida, pero sin volumen. Se quedó dormido con ropa y así
pasan unos minutos, luego pone la música de R.E.M y fuma unos cigarrillos.
Sigue con el intento de finalizar la carta para su esposa e hija.
Se
acerca al armario, a un compartimento especial y toma la escopeta que está
acomodada en una funda, luego toma dos toallas, un paquete de cigarros, sale del
cuarto con dirección a la cocina y toma una lata de cerveza del refrigerador.
El día está nublado y no sale el sol. Kurt ha guardado la carta en su chaqueta y camina
hacia el invernadero de la mansión, un lugar secreto encima del garaje. Entra y
comienza a fumar; en total, en solo minutos, se fuma cinco cigarrillos y toma
algunos sorbos de cerveza. Su nivel de ansiedad es elevado porque sabe lo que
sucederá. No le faltaba su caja metálica a donde guardaba todo lo que ocupaba
para inyectarse heroína.
Termina
la carta y la clava en una maceta vacía que estaba en ese cuarto. En ese
espacio ya estaba la escopeta cargada.
Cobain
camina por el cuarto y prepara todo: se quita la chaqueta y la dobla para
acomodarla cerca de ahí, acomoda las toallas en el piso, saca su billetera y la
coloca en el suelo con la parte de su identificación a la vista. Se sienta y de
su caja de metal saca una bolsa con un pedazo grande de heroína color negra de
origen mexicana. Comienza el proceso para consumir una vez más.
Luego de
inyectarse comienza la excitación que lo tiene atrapado desde hace años, unos
segundos después toma la escopeta, la apoya en sus pies e introduce el cañón en
su boca, al menos cinco centímetros… y hala del gatillo.
Fuente: Pure Grunge / Heavier than heaven
5 de abril 1994
Santa Tecla, El Salvador.
Martes. Esperar el bus poco antes del mediodía era de las
actividades más aburridas y desesperantes. No pasaban muchos buses de la ruta
101 C y el calor, el bolsón y el horrible uniforme no ayudaban a mejorar la
situación. Lo que necesitaba era un walkman y perderme en mis canciones
favoritas, aunque pensaba en un asalto y perder el walkman o la vida.
Lo bueno del bus es que siempre
había asientos. Y lo mejor era llegar a la escuela y esperar el primer
recreo. Algunas veces me reunía con una chica con la que coincidíamos
bastante, ella mostraba un interés diferente y yo podía explicarle parte de mi
vida sin ningún tipo de vergüenza. Lo que ella no entendía era mi gusto por el
rock y por Nirvana, y yo le explicaba toda la evolución que necesité para
llegar a ese gusto; siempre mostraba un rostro de extrañeza sobre este tema y
eso me daba mucha gracia. Reíamos bastante.
También hablaba con un compañero
que era fan acérrimo de Slash, guitarrista de Guns & Roses. Y siempre
estaba el debate sobre ¿Cuál banda es mejor, Guns o Nirvana? ¿Cuál guitarrista era
mejor, Kurt o Slash? No había dudas que Slash era un mejor guitarrista,
pero siempre repetía que Kurt y Nirvana representaban un estilo de música
rebelde y ruidoso, fuera del molde de las clásicas bandas de rockeros con
trajes de cuero y maquillados. Y ese era un debate sin acuerdo final.
Lo bueno de todo es que los
debates duraban poco; luego, por razones naturales, coincidíamos en algunos
juegos, los gustos por ciertas chicas y las clásicas babosadas de nuestras edades.
Esos días de escuela, adolescencia y Nirvana me daban cierto alivio y diversión.
El regreso a casa era otro
aburrimiento que combatía tarareando ritmos, recordando riffs de guitarra y
canciones especiales. Era cuestión de minutos para borrar el aburrimiento
porque la música me esperaba en casa.
"¿Por qué no te ponés a
estudiar? ¿Y las tareas?" las clásicas preguntas de mi mamá. Tenía razón,
no estudiaba mucho y a los deberes solo le dedicaba lo necesario para aprobar
las materias. "Ya voy a estudiar, mamá", la respuesta se repetía con
los años. Sentía que no necesitaba estudiar todos los días, de alguna u otra
forma me acordaba de los conceptos.
Lo que revisaba con suma
dedicación eran las letras de las canciones de Nirvana. No sabía nada de inglés
y el diccionario para traducir era el libro más importante que tenía. Y poco a
poco escribía las traducciones, las canciones con un lenguaje claro y sencillo
las entendía muy bien, pero con otras simplemente no encontraba el
sentido.
Me atrapó la
música, los ritmos, la actitud, la forma de cantar, la estridencia, la
distorsión, los gritos y, por momentos, la suavidad de las voces. Ahí
donde estaba el rock, ahí estaba mi espíritu.
Era una comunión que crecía a
diario.
Continuará.