Hay días que es mejor no despertarse.
Debí quedarme en cama con las postales del alma, las imborrables y delicadas, las que rozan con sutileza a la felicidad.
Hay momentos en los cuales es muy difícil ser quien soy. No es que sea trágico, es solo cansado.
Hace unos días el tiempo me envió una misteriosa postal. El mensajero la colocó entre mis entrañas y la cabeza, cerca del corazón. No esperaba correspondencia estos días, pero tenía un leve presentimiento que ya era hora de recibir noticias.
La postal anuncia amores imposibles, pasiones encontradas, anhelos y una dosis de locura que, por contradictorio que parezca, también puede rozar con sutileza a la felicidad.
Presiento que estoy ante el mismo sismo sentimental, sospecho que se asoma la vieja sensación platónica, aquella añoranza de una función que está cerrada para mi cuerpo. Temo que una historia que ya viví, adaptada al presente, está por desnudarme otra vez.
Hay días que es mejor no despertarse, que sentido tiene si solo en sueños mis manos pueden tomar tu cintura, besar tu cuello, sentir tu aroma, hacerte cariños y ver de reojo como cierras tus ojos con una hermosa sonrisa.
Ese pequeño momento de plena felicidad, sin nada más que añadirle, queda congelado en el tiempo de los sueños para siempre.
A veces es mejor quedarse en cama.