sábado, 23 de julio de 2016

El pecador nocturno


Los susurros aumentaron entre las mesas del salón. Era el momento de entablar pláticas, protocolorias si se quiere, no importa, ese buen modal de no permitir silencios incómodos afloró en cada uno de los invitados.
Miradas de aceptación, de sorpresa, secretos al oído, sonrisas conspirativas, o naturales, quizás hipócritas, nunca lo sabrá el pecador nocturno, con esa identidad se sentía cómodo uno de los tantos hombres maduros sentado en las mesas. 

Aunque la cena era para agasajar a un grupo de trabajadores, y había lazos de mutuo interés entre organizadores e invitados, el tiempo acomodó a cada uno en sus respectivos grupos; los minutos, que parecieron largos, emparejaron gustos, trabajos, visiones y cercanías. Y en un sector, al fondo del salón, quedaron aquellos dueños de la fiesta, del sistema, de los que mueven y tensan las cuerdas de una sociedad. Y en el resto de las mesas, los asalariados agradecidos por un trabajo, aunque este fuera devaluado, extremadamente devaluado.

Ahí estaban todos con los buenos modales, mientras los meseros servían las bebidas. Se notaba quienes tenían buen gusto debido a una educación y quienes por la necesidad de acoplarse, se vieron forzados a tenerlos. Las miradas, principalmente, y la forma de actuar, delataron a unos y a otros. El pecador nocturno, con un ojo experto a fuerza de años y experiencia, analizó cada uno de los rostros, los movimientos de las manos, pero especialmente las miradas. Después de algunos minutos, ya tenía una visión general de los presentes y algunas de sus características.



El inconveniente, pensó el hombre, era hablar. Cuando le tocaba su turno era incómodo, y con el tiempo se volvía una desagradable experiencia. Aunque la sensación era interna, en el exterior, sus ojos, su sonrisa y su amabilidad estaban a la altura de las expectativas, de las reuniones. Pero su limitada capacidad para entablar conversaciones contrastaba con su bien experimentada capacidad de escuchar, sí, esa era la mejor de sus ventajas. ¿Quién no quiere ser escuchado?

El pecador nocturno habló lo necesario y si debía mantener un silencio incómodo, lo hacía, no tenía problemas con eso, mucho menos en esta era de teléfonos inteligentes y redes sociales. Pasó de ser una interesante persona con quien hablar, al tipo silencioso de la mesa.

Entonces, llegó el momento más cómico: servirse los alimentos, era de las escenas preferidas para el hombre silencioso. Sus ojos estaban fijos en las miradas de los presentes, gozaba ver como las personas mostraban sus emociones, por ejemplo al presenciar los filetes de carne. Cuando el olfato y la vista están concentrados en la comida, muchos se delatan, es una forma gratuita de presentarse, sin realmente querer hacerlo, eso lo sabía muy bien el pecador nocturno.

Comer era otro momento muy estudiado por el hombre de pocas palabras, vital para conocer a las personas. Recordó a todos los que ha visto masticar, desde los enemigos hasta los queridos, desde los jefes hasta los compañeros de estudios, incluso muchos desconocidos en centros comerciales y restaurantes. Todos fueron sus exámenes, sus pruebas y errores para afinar su ojo. 



Con sus allegados comiendo, y luego de relacionarse con ellos un tiempo considerable, logró reconocer estados de ánimo, secretos, mentiras, verdades, falsas felicidades, gozo auténtico, buenas personas y miserables hipócritas. Pero en la cena de celebración a la que fue invitado, se limitó a comer, tenía hambre.

Al finalizar su plato volvió a lo suyo. Y observó a los de la mesa exclusiva, luego a los trabajadores que se convirtieron en buscadores compulsivos de alcohol, a las mujeres de ambos estratos sociales, a los hipócritas en busca de un ascenso, a quienes simplemente reían sin quererlo, a los adictos a la tecnología quienes eran la mayoría, el poder del celular inteligente tenía a ricos y proletarios enganchados, en eso sí que no había diferencia.

Habló lo necesario, sonrió con balance, opinó con aparente interés, detalló sus experiencias con una mezcla bien trabajada de mentiras y verdades. Y así pasó el tiempo, en medio de los susurros.

No podía evitar sentirse aislado. Era una sensación añeja que muchas veces le generó tristezas pero que con el tiempo logró manejar, una de sus principales acciones fue olvidarse de los demás. Hubo un tiempo en el que tenía la necesidad de expresar todo lo que sentia, pero esa acción poco inteligente la fue desechando poco a poco.

El hombre decidió despojar, desde hace mucho tiempo, la crítica hacia a las personas. Con los años aceptó su rol, su misión, tenía bien claro que no podía ni quería ser de la multitud. En todo caso, si tenía que definir entre bueno o malo, eso de ser sociable, lo veía bien para todos menos para él. 
Pero no había reproches, ni lamentos; al contrario, había una comodidad legítima, así eran las cosas... y así comenzó su historia como pecador nocturno. En las profundidades de su corazón, en la soledad de su interior, en la noche de su vida, estaba el espacio para ser, no solo un pecador; desde el punto de vista bíblico todos sin excepción son pecadores; sino para ser, y hacer, cualquier cosa.

En medio del salón, con la música y susurros de fondo, tomó la decisión. Ya no había vuelta atrás, había una clara frontera entre su visión y el mundo. Lo más cómodo era dividir: vida, visiones, acciones, decisiones. Desde ahora, acomodaría dos identidades en un mismo cuerpo: la social, la que todos iban a ver, aquella en la que su físico le permitía dar una buena impresión; y la exclusiva, la del pecador nocturno.

Se levantó y se despidió amablemente de los presentes, sus manos saludaron a cada uno, los buenos modales en viva expresión, cuando caminó entre las mesas su mirada, su porte, su andar no pasaron desapercibidos, era un hombre bien parecido, interesante, agradable a la vista. Salió del salón y llegó al pasillo del hotel... una nueva historia comenzó.



   

jueves, 30 de junio de 2016

Fernanda Parte XV

Espasmos. Ansiedad. Éxtasis. Estimulación. Locura.

La cocaína incluso se desperdiciaba, importaba poco si se perdía. Ellos, como dueños de la dosis, podían darse ese lujo, no como aquellos adictos harapientos que cuidan su pequeña cantidad hasta con su propia vida. La escena era una gula de químicos.

Vaquero tomó una mezcla de éxtasis y viagra, dos sustancias que se sumaban a muchas noches de alcohol y estimulantes.

Con el pasar del tiempo se despertó la llama del hombre, él era un adicto al sexo violento, extremo, por lo tanto no necesitaba mayor estimulación. Estaba en sus genes, en su sangre.

A la noche se le sumó otro estimulante: una botella de vodka; además, la música rompió el silencio al interior del auto, los minutos se fueron entre caricias toscas, miradas penetrantes y sentimientos oscuros. El delincuente estaba en su locura habitual, pero Fernanda ya estaba bastante intoxicada, no sentía la mitad de su rostro, su corazón latía más rápido y por un momento se olvidó de todo. Solo fueron unos minutos de éxtasis, porque detuvo el consumo, luego fue apareciendo el odio y la sed de venganza, eso no se perdió en la locura de la noche.

La jovencita calculó hasta ver al hombre activado por el deseo y las sustancias, entonces comenzó su ritual.

A cada paso de Vaquero, ella utilizó su cuerpo. Por cada caricia del hombre, la chica imprimió lascivia. Sus movimientos, su cuerpo, su sangre, su mente, todo estaba conectado. Y si algo caracteriza a esta mujer, de pequeña estatura, senos, caderas y piernas adecuadamente proporcionadas, era su habilidad para encender los deseos más profundos de un hombre.
Su mirada era un pecado intenso, lujuría en su máxima expresión.

Vaquero cayó. Una corriente de placer lo envolvió, lo transformó y no había otro camino que deleitarse con Fernanda, con todas sus fuerzas, con todo lo que su cuerpo podía dar. Placer en estado profundo.

Fueron 20 minutos extremos, una eternidad para Fernanda. Comenzó a preocuparse porque no podía detener el acto. Aunque pudo mantener el ritmo intenso, dudó si iba a tener la oportunidad de dañar al criminal. Sintió miedo.

Entonces llegó ese complicado instante en la vida de todo ser humano. Las consecuencias de los años, la factura a pagar... la sombra de la muerte comenzó a trazarse.



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No importa el tiempo.
No importa todo lo que realizaste en este mundo, bueno o malo, da igual.
Siempre llega mi día. El momento en que mi obra maestra, significa tu final...


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En muchas ocasiones todo depende del ritmo. Nuestras vidas giran con la intensidad que, en el mejor de los casos, definimos. Pero otras fuerzas también imponen el ritmo de nuestro andar y eso suma para nuestro final.

El ritmo de Vaquero era fuerza, deseo, odio, violencia, desenfreno, poder, sin escrúpulos, sin misericordia. Eso lo imprimió desde siempre, lo vio y sufrió en su familia, lo mejoró en las calles y lo perfeccionó en el mundo del crimen.



Y en el auto, con Fernanda, el ritmo era despiadadamente placentero para el jefe criminal. "Explotaré pronto", pensó mientras se saciaba con el cuerpo de la chica. Con el sudor en su rostro, y por alguna extraña razón, aceleró la llegada del climax... hasta que logró explotar de placer.
Para Vaquero, una sensación que encadena como una adicción. Para Fernanda, el final fue un alivio y un espacio para pensar, aunque eso era lo más difícil. Sus fuerzas no eran las mismas.

El hombre, con la natural relajación posterior al encuentro sexual, mantuvo el cuerpo de la mujer encima del suyo. Fernanda esperó y no se movió.

Una sensación de calma y satisfacción recorrió el interior del criminal, pero fue por un corto tiempo. Un mareo comenzó a molestarlo mas de lo que esperaba. Cuando quiso apartar a la prostituta no tuvo la fuerza de siempre, sus manos comenzaron a temblar. "Apártate... pronto volveremos a la ciudad", dijo con cierta molestia, pero no había molestia lo que sucedía era que todo sentimiento o sensación la expresaba con enojo, seriedad o desinterés. Su voz era débil, entrecortada.

Fernanda, sin ropa, esperó en el asiento del copiloto. Por primera vez vio diferente a Vaquero, había cansancio en sus ojos. Ella no le apartó la mirada, como la de una fiera, mientras tanto el hombre miraba hacia el techo del auto.

Sudoración, pupilas anormales, temblores y desesperación envolvieron el cuerpo del criminal, su respiración comenzó a variar. A Vaquero no le respondía el cuerpo.
 A sus 39 años, luego de años de excesos y una extrema confianza en sus capacidades, la debilidad lo envolvió a tal punto que su respiración comenzó a variar. Las drogas de los últimos años, más el alcohol acumulado, con las noches de desvelos y sexo, pasaron la cuenta.

La saliva salió de a poco de su boca, le costaba respirar, los efectos de la sobredosis se profundizaron. Ahí estaba el criminal más temido, tendido, sin fuerzas, en un auto en medio de un terreno desolado en las afueras de la ciudad. No era la primera vez que las drogas lo tumbaban, pero si fue la primera vez que estaba a merced de alguien.

Fernanda mantuvo su mirada fija en el hombre, la situación comenzó a desesperarla... hasta que liberó el odio, dejó correr la adrenalina de la venganza. Recordó a Angie, recordó todo lo que sufrió con los hombres, sus clientes en las calles, trajo a su mente todo el dolor y repulsión que le provocó acostarse con Vaquero, su odiado enemigo. No pensó mucho su siguiente acción.

"Voy a ayudarte", dijo mientras buscaba algo en su bolso. La chica encontró la navaja, volvió a ver al sujeto, que respiraba con dificultad, y se subió a su enorme cuerpo. Estaba encima del criminal y fijó sus penetrantes ojos en la mirada desesperada, cansada y débil de Vaquero.



"¿Qué hacés?"... fue lo último que dijo el hombre. Fernanda empujó con determinación la navaja directo en la costilla derecha, la sangre brotó inmediatamente. El filo abriendo la carne provocó temblor en Vaquero, sus ojos se abrieron completamente, pero sus brazos no lograron alcanzar a la mujer.

La prostituta se llenó de odio, sacó la navaja solo para enterrarla una vez más, esta vez en el tórax, y empujarla con todas sus fuerzas. Los pulmones del hombre se llenaron de sangre. Vio la desesperación, el terror y la impotencia en la mirada del criminal mientras el último aliento, una mezcla de vodka, humo de cigarro y fluidos, salió de la boca del hombre.

Los ojos de Vaquero quedaron abiertos. Para Fernanda, que respiraba con fuerza, fue una descarga total. Se quedó apreciando el rostro de la muerte, mientras la sangre caliente de su enemigo recorrió su vientre, sus piernas... el fluido más excitante que haya sentido, pensó.

Continuará...
    





  


lunes, 7 de marzo de 2016

Año 4


Sin darme cuenta pasó el día de la independencia.
Suficiente afán como para diluirme en lo cotidiano.
Una estrella me recordó mi nueva vida.
Una que, espero, no sea fugaz.

Quizás me estoy sintiendo cómodo.
A lo mejor son los años.
O tal vez perdí el gusto a un triunfo épico.
Mi cabeza funciona diferente... quizás.

Los minutos de silencio dan la razón.
Desnudan la realidad.
Nos venden una libertad a la que nos sostenemos.
Mis ojos descifran cadenas que nos aprisionan.

No hay independencia en pedazos.
No hay libertad a medias.
No hay vida sin dominio.
No somos dueños del destino.

En el silencio comprendo que solo fue una batalla.
Un yugo superado, nada más.
Siento otras cadenas, menos dolorosas, pero siempre opresoras.
Un ciclo pasó. Otros me ponen a prueba.

Sometido un demonio.
Levanto la mirada.
Otros me observan.
Año 4. La batalla continúa.