domingo, 18 de julio de 2021

Grotesco




La luz color carmín era tenue. Daba la sensación de poder atravesar cuerpos, desde la carne hasta la última neurona.

Era el inicio de la obra, una trágica y desconcertante obra. 

Era un pequeño teatro y en medio del escenario había una silla tallada en cedro, ahí estaba sentado un hombre casi obeso, transpiraba mucho; perdón, no estoy siendo específico: sudaba a mares y las gotas se regaban en el piso. Estaba desnudo y amarrado. Trataba de taparse sus genitales y lo lograba porque la soga de la pierna derecha era un poco más larga de la que inmovilizaba su pierna izquierda; de todos modos, su hinchado estómago lograba esconder sus partes íntimas. Parecía como un animal con la sensación de que iba a morir pronto. Los animales como los humanos sufrimos cuando sentimos claramente que se acerca el fin. Pero nosotros nos creemos especiales por nuestra muerte y damos por hecho común y trivial el final de la vida de un animal, casi no reparamos en la muerte de otro ser viviente. Qué pobres somos. Detestables. Podridos. Somos una especie maldita, maldita desde cualquier óptica. Y esta obra tenía, de alguna forma, ese trasfondo.

La luz carmín permitía observar los ojos alterados del hombre y su cabeza estaba cubierta con una maraña de cabello largo. Estaba desesperado, mal oliente, grasiento, era un asco al menos a la vista. La desesperación aumentaba porque él no percibía público alguno y no entendía cómo llegó al escenario, cómo lo desnudaron y amarraron; y lo más aterrador ¿quién se tomó el detalle de la luz carmín, tenue, que daba una sensación de misterio y terror?

"¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí!" sus gritos eran una mezcla de sollozos, rabia y locura. En sus ojos se podía ver la encarnación de Caín, de todos los malditos mencionados en la Biblia, de aquellos que copularon con demonios y vaciaron su alma hasta dejarla oscura. 

El sufrimiento por las ataduras, el hambre del vicio y la sed lo aterrorizaban cada minuto. Sus gritos hacían eco en el pequeño teatro. 

Un minuto parecía una eterninad. ¿Era un sueño? "¿Qué demonios sucede? ¡los mataré a todos!" los gritos eran más de terror que de convicción asesina. Era un escenario bizarro, no apto para cualquier persona, no apto para normales. 

La obra mantenía la misma estructura: el obeso amarrado, el sudor en todo el escenario y su mirada endemoniada, que a ratos cambiaba por una de compasión y necesidad de ayuda. Ansiaba escuchar un sonido. Cualquiera: pasos acercándose al escenario, voces, música, lo que sea... pero todo era un silencio que desgarraba su alma. "Un castigo para los malditos... eso me dan, malditos cobardes", gemía y hablaba al mismo tiempo. En ese momento el hombre amarrado solo quería morir, de tener la oportunidad de acercarse sus manos o brazos a su boca, se habría mutilado, se habría mordido con tal fuerza que se desangraría hasta morir. Pero no podía. No había pausa en su sufrimiento. No podía dormir, no había sosiego, no había nada más que desesperación, odio y llanto. Era un rechinar de dientes, como se explica en pasajes de la Biblia sobre algunas consecuencias de estar el infierno; la diferencia, en esta obra, era la trituración de dientes de un un solo ser... un ser grotesco.

No era una obra con muchas escenas, ni de un solo día. Pasaron semanas. La misma luz carmín tenue, la silla de cedro llena de excremento, había orina y sudor que ya llegaban a la primera fila del pequeño teatro. El hombre estaba embarrado con su propio vómito, no recibía comida ni agua, pero por alguna extraña razón su cuerpo seguía viviendo. "¡Mátenme, clemencia... tengan misericordia!" gritaba con lágrimas, que recorrían sus mejillas sucias y llegaban hasta sus labios heridos; entonces saboreaba sus saladas lágrimas. Pese a sus gritos, cada día de cada semana, su cuerdas vocales no estaban desgarradas, en la obra tenía que ser así para que sus gritos no perdieran la intensidad del dolor, para poder seguir emitiendo sonidos de sufrimiento. 

Un buen día, en medio de la locura, el amarrado por fin escuchó pasos y observó que desde una puerta en la parte alta del teatro, que había pasado desapercibida a su mirada, entró un hombre delgado que vestía un traje rojo, sus dedos eran delicados y adornados con anillos. Era un hombre diferente que podía, de alguna forma, reconocer. "¿Quién eres, maldito? te juro que romperé estos lazos, te alcanzaré y te comeré vivo", esta vez no había desesperación en la voz del hombre obeso, era una voz sin sobresaltos y con una carga de ira retenida. Su mirada era como la de una fiera que esperaba el momento para atacar. "Te voy a comer vivo", dijo en voz baja pero perceptible.

El hombre de traje rojo no se inmutó y seguía en una parte de las gradas en la cual, por la oscuridad y por la tenue luz color carmín, su rostro permanecía oculto. Ni el hombre amarrado ni la delgada figura en las gradas emitieron sonido alguno. Aunque no podían verse a los ojos, sabían que sus miradas se cruzaron durante mucho tiempo. Solo había silencio. Mientras el hombre grotesco trataba de librarse de la silla, el hombre de traje seguía sin moverse.

Así pasaron las horas. Cada uno en su lugar, el amarrado tenía claro su deseo: comerse viva a la delgada figura que estaba en las gradas. Entonces, se rompió el silencio. La puerta volvió a abrirse y apareció un hombre que vestía de negro. Era delgado y con ropa muy fina. Su entrada impactó al hombre amarrado en la silla de cedro. Este nuevo personaje bajó las gradas con agilidad y quedó frente al desesperado ser que estaba en medio del escenario. La luz tenue no impidió que ambos cruzaran sus miradas. El hombre de negro tenía un rostro fino con ojos en los que destacaban unas pupilas tan negras que estremecían a cualquiera, su nariz era delgada y bien formada, sus labios eran como los de un ángel: perfectos. Un rostro perfecto con una mirada penetrante que no expresaba sentimiento alguno.

"¿Quién eres?" preguntó el hombre obeso, asqueroso, lleno de excremento, orina y vómito. ¿También tendré que comerte vivo?" agregó con una sonrisa malvada. 

El fino hombre no contestó y acercó su rostro a la oreja derecha del que vestía el traje color rojo. luego de unos segundos volvió a su postura original, lanzó su última mirada penetrante, subió las gradas abrió la puerta y desapareció entre las sombras.

Por fin el obeso atado a la silla soltó una carcajada y dijo con voz alta: "Me los comeré. Lo saben bien".

Entonces la figura que vestía el fino traje rojo bajó dos gradas más y su rostro quedó al descubierto. El amarrado abrió sus ojos y lo invadió el asombro: ¡se estaba viendo así mismo! era su versión limpia, bella, alucinante, tentadora, de una atracción tremenda. 

"Si en la obra mueres, es decir te asesino, entonces ganas la partida; sin embargo, si te dejo en medio de esta podredumbre sin la capacidad de moverte, de autoflagelarte, de suicidarte, si te dejo vivo por siempre, entonces yo viviré y con el tiempo quien te haya conocido te olvidará. Te convertirás en un misterio mientras yo me quedaré con la audiencia", las palabras tanían un tono serio, limpio, sin sentimientos, sin sobresaltos, sin misericordia alguna. Ninguno de sus sentidos se conmovio ante tal asqueroso escenario.

Se vieron a los ojos por un tiempo. El hombre amarrado por fin pudo sonreir a medias y guardó silencio. La figura de traje rojo le dio la espalda y comenzó a subir lentamente las gradas. Antes de abrir la puerta, el hombre gordo y desnudo sentenció, "ahora que te veo, entiendo todo. Sabes bien que si me dejas vivo un día me desataré y te trituraré... te comeré vivo. Lo sabes bien". El hombre delgado, entre la oscuridad y fuera de la visión del torturado, contestó: "Lo sé. Y también puedo comerte. Solo somos diferentes por fuera. Por dentro tenemos la misma hambre que nunca encuentra saciedad, una hambre de espíritu que está maldita por los siglos de los siglos", luego de estas palabras tomó la manecilla de la puerta, la abrió completamente y antes de salir del teatro alcanzó a escuchar una risa continúa que se convirtió en carcajadas. El torturado seguía amarrado, en medio de la pestilencia, pero por fin tenía claro de qué trataba la obra... sabía que un buen día tendría la oportunidad de romper sus ataduras. La risa era tan fuerte que le dio otro escenario al teatro con la luz color carmín, tan tenue que desesperaba.

Cuando el hombre del traje rojo salió completamente del cuarto se encontró con la figura vestida de negro, caracterizada por sus ojos negros, la cual solo dijo: "¿quieres que me encargue de todo?" el hombre delgado acarició su barbilla, su rostro demostraba una tremenda introspección... "No, yo me encargo, solo permanece cerca", sentenció.

A pasos lentos el hombre de traje negro se alejó. "Si supieras que siempre te he seguido los pasos porque te envidió y te quiero conmigo... pobre hombre iluso que no tiene idea de quién soy", este pensamiento iba acompañado de una risa a medias y con su mirada que no demostraba sentimiento alguno.

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"¿De qué se encargará quién?" dijeron algunas personas alrededor del que vestía de rojo. "Todos hablamos solos, pero parece que hablabas con alguien cuando saliste del baño", dijo asombrada su pareja sentimental.

"Lo sé, lo sé... un día te contaré algo que va más allá de cualquier entendimiento", sonrió el hombre. 

  

viernes, 14 de mayo de 2021

Desde el cuarto


El colchón viejo tuvo un desayuno de lágrimas.
La querida laptop con nuevas huellas digitales de los mismos dedos. El teclado también se mojó del salado líquido de mis ojos.

El ventilador solo apacigua el calor, pero no las quemaduras internas.
No hay nada que contenga.

Pero la noche sirvió para escuchar testimomios. Para aprender que no solo mis sábanas y mi computador reciben restos de dolor y desesperación. No soy el único en el infierno.

Por primera vez en meses dormí sin pastillas.
Y no estuve pendiente de las sombras de la ventana.

Solo hoy vale. Mañana... mañana no lo sé.


jueves, 15 de abril de 2021

Una nota nocturna


Pensé que con los años sería un hombre completo... pensé mal.
Ahora camino en puntillas, no quiero hacer ruido.
Duermo de día y contemplo la noche. Antes pensaba que era interesante... pensaba mal.

Creí haber llegado a una meseta existencial... creí mal.
La delgada línea del bien y el mal se me pierde en el horizonte. O quizás es mi ceguera emocional.
Aseguré, por mucho tiempo, que era divertido el placer... aseguré mal.

Esperaba que con el tiempo naciera la esperanza... esperé mal.
El cúmulo de miedos y debilidades se asoma y desnuda todo.
Añoraba el día en que la experiencia me sanara... añoré mal.

Escuché voces que aseguraron que todo es relativo, que un nuevo día es una nueva oportunidad... quizás escuché mal.
Porque se me ha perdido el tiempo. El alba no sabe igual, la tarde es tediosa y la noche es un suspenso. Los minutos en esta dimensión se apresuran.
Juré durante muchos años que encontraría el amor... juré mal.

Sospechaba que con el devenir de los tiempos, tendría la certeza de conocer mi destino... sospeché mal.
Mientras escucho consejos, bajo mi piel no hay pegamento para estamparlos en mi corazón.
Un día moriré y tengo la leve certeza que me iré sin conocer respuestas de esta vida. 
Creo que puedo cambiar eso; pero, cuando veo el rastro de mis pasos y el sendero a seguir... quizás creo mal. 


domingo, 28 de febrero de 2021

El círculo enfermo

El solo abrir los ojos ya era un dolor. Levantarse y ver el desastre de una madrugada desenfrenada, era como un mazazo al corazón. La luz apenas entraba a la pequeña y desordenada habitación, las persianas a medio cerrar daban un aspecto tétrico, melancólico, asqueroso para el alma.

Entre espasmos y lágrimas, el círculo vicioso comenzaba; antes, ese proceso duraba días, ahora era cuestión de horas para cumplir su ciclo. De la tristeza a la culpa, sin dejar de lado las súplicas al supremo para detener esta vorágine. ¡Para este infierno! repetía una y otra vez... pero solo había silencio.

Cuando no hay más que repetir, el vómito del alma te deja inutilizado y la sábana es lo único que puedes abrazar en medio de temblores sudorosos, entonces comienza el natural proceso de preservación humana. En muchas personas el proceso de mejora comienza de a poco, pero avanza hasta lograr una tregua que, posteriormente, termina en salir del agujero y respirar con tranquilidad. Benditas sean esas personas.

¡Pero yo no soy una persona! ¡Soy un demonio encerrado en este cuerpo con cerebro mejorado! 

El círculo acelera su proceso y en minutos paso del dolor al luto por la noche desgraciada, hasta que se activa el instinto oscuro. ¡Porque soy consciente de la maldad, la practico! Tengo claro el porvenir: destruir la tristeza con excesos. Entonces el monstruo toma las riendas del día. 

El mediodía y la necesidad del cuerpo me expulsan de la cárcel en la que vivo; pero mi ser convierte un proceso natural en una operación maligna: deglutir sin piedad, sin compasión, sin ningún remordimiento. Lo normal es tener un límite, pero eso no existe en una mezcla de humano, demonio y locura.; no, apenas comienza el placer.

Corro al sendero de la perdición que siempre te da la bienvenida con éxtasis, una sensación de triunfo, de placer, toda una película falsa que nadie logra descifrar en los primeros momentos de la fiesta.

Y ahí tampoco hay compasión. La gula en su máxima expresión. Sin control, el animal traga todo con una ansiedad diabólica; mientras el resto de los visitantes del sendero de la perdición tratan de aletargar el placer y la ilusión de felicidad, el ser oscuro comienza a olfatear a su próxima víctima. Pero en esta dimensión no hay sangre ni visceras en el suelo. En este nivel es necesario unirse a la danza con la máscara de una persona común y corriente. Como un camaleón me uno al carnaval, sin que nadie sospeche que de un momento a otro el animal clavará sus dientes en el cerebro de los débiles, los moldeables, los torpes y lentos.

En el baile de máscaras mis palabras son armas y mis acciones son una invitación a la perdición. La noche golpea con toda su fuerza, no hay control. Todo está intoxicado y el entorno pierde sentido. Comienza el descenso con todos aquellos atrapados en los colmillos. La oscuridad se adueña de todo, el dueño del sendero apaga la falsa felicidad, se come lo que pensamos que era placer y observa todo mientras los malditos caemos al vacío. Todos están embriagados, perdidos. El golpe al final del vacío es una mezcla de dolor, pasión desenfrenada y ahí copulamos sin parar, animales, personas y demonios se unen a una orgía y volvemos a engañarnos; lo peor de todo, es que es una ilusión, no hay placer, no hay nada. Alzamos la mirada y vemos a lo lejos una luz brillante, son los ojos del dueño del sendero, quien escupe gozo y maldiciones. Vomita sobre nosotros.

Cada uno toma su camino. El animal lleva en los colmillos a su presa, o lo que queda de ella. Todo se borra como un sueño.

Unas horas despúes. El solo abrir los ojos ya era un dolor... 

Y todo se repite para siempre.




jueves, 4 de febrero de 2021

La prueba de sangre

Sólo una vez la tristeza y la impotencia se apoderaron de mi pueril corazón: esa noche, un niño le aplastó la cara a un gato, usó una piedra de gran tamaño y tomó desprevenido al felino quien tomaba una siesta. Otros jóvenes trataron de salvar al animal, pero el gato temblaba y los espasmos solo anunciaban sus últimos segundos de vida.

La escena era lamentable. Mis ojos no podían apartarse del animal, pero unos segundos mi mirada se posó en los ojos del atacante: era un niño de campo, pobre, quizás cinco años menor que yo. Y por primera vez sentí odio e ira incontenible. El chico sintió mi mirada, sabía que si tenía la oportunidad lo habría matado. Sintió miedo y apartó su mirada de mis pupilas. Esa noche solo mi madre me vio sollozar, mi corazón estaba destruido. Algo cambió en mi ser. Hice un pacto.

Con el paso del tiempo sentía como otro ser crecía en mí; no solo lo sentía en mi interior, incluso físicamente tenía la sensación que mi antiguo yo se desvanecía entre las sombras de mi corazón. Sin sentimientos. Nunca, nunca más experimenté sentimientos de debilidad, misericordia, amor, bondad... todo eso se perdió en el abismo de mi mente.

Cada año era una metamorfosis. Hablaba lo necesario, hacía lo necesario y por supuesto que nadie sabía que era otra persona. El pacto que hice en la niñez se materializó. Me convertí en otro. 

Un día, a mis 21 años, caminaba en una calle cualquiera cuando tropecé con una rama y caí sobre el asfalto. Sentí la herida en mi rodilla derecha. Cuando revisé el daño, mi sangre era más oscura de lo que pensaba. No le di importancia absoluta, me levanté y seguí mi camino con una sensación de un ser sin sentimiento alguno. Plano emocionalmente. Y me gustaba.

Cuando cumplí 30 años y después de varios amoríos sin importancia, mi mente comenzó a darme órdenes. El mecanismo era autónomo, sin mi control. Me asombró por unos momentos, pero los años sin emociones provocó que solo la ignorara. Fue hasta que la orden tomó forma: "Hazte la prueba de sangre y sigue tu instinto". Esa sentencia se repetía una y otra vez pero nunca me afectó; al contrario, me gustó la sensación de cumplir la orden. Y no esperé.

En el laboratorio clínico sólo estaba la secretaria, un doctor y una enfermera. "Quiero hacerme una prueba de sangre, un examen completo", lo dije amablemente pero por supuesto que era una mentira. Mi interés era conocer el resultado y dejarme llevar por el instinto, así como me lo repetía mi mente cada cierto tiempo.

Todo sucedió muy rápido.

Cuando la enfermera insertó la aguja en mi vena todo parecía normal. Pero en unos segundos su mirada era de terror, miedo y asombro. Cuando volví a ver la jeringa mi sangre era de color azul brillante. ¡Era de color azul!
Algo explotó dentro de mi cabeza. El instinto se apoderó de mi mente.

Antes de que la enfermera pudiera hablar, le quité la jeringa y se la enterré en el lado derecho de su cuello, con mis manos le tapé la boca y con mi fuerza la llevé al piso. Estuve sobre ella unos minutos. Observé sus ojos aterrorizados. Poco a poco su respiración cambió y la muerte comenzó con su trabajo. Sin ningún sentimiento miraba como se apagaban sus pupilas. Cuando ella murió, algo dentro de mi ser tomó todo el control.

Tomé un estetoscopio y cuidadosamente salí de la sala. El doctor estaba revisando unos documentos, estaba de espaldas y no me vio llegar. Enredé el estetoscopio en su cuello, puse mi rodilla en su espalda y apreté con todas mis fuerzas. Caímos al piso y él trataba de zafarse pero no podía emitir ningún sonido, peleaba por su vida como una fiera; la falta de aire comenzó a desesperarlo y unos segundos después ya no sentía ni su fuerza ni su pulso. Cuando lo observé, sin ningún sentimiento de culpa, sus ojos estaban fuera de sus órbitas. 

El ruido provocó que la enfermera entrara a la habitación. Sin esperar un segundo, la tomé del cuello y con mi fuerza la llevé al piso. Otra vez observé ojos horrorizados, con miedo y desesperación para no morir. Mis manos casi penetraron la piel del cuello. Murió unos segundos después.

Como si fuera un robot que sigue órdenes, recogí la jeringa que tenía la mezcla de sangre de la enfermera y la mía; mi sangre azul brillante. Mi ser se conmovió, mi respiración volvió a su normalidad, no había presión ni miedo o arrepentimiento. 

Salí del laboratio, que no tenía cámaras de seguridad, caminé en el momento en que las sombras comenzaban a tragarse al sol. Ahora todo tenía sentido.

La brisa era agradable, incluso para un ser de otra estirpe, de otra especie. Cuando llegué a casa todo estaba olvidado. 

Mi vida continuó y los asesinatos se olvidaron, como misterios sin resolver. 

No soy de aquí ni de allá. No sé quien soy. Sólo sé que mi sangre es azul brillante y dentro de mi una fuerza tomó el control. Y no sentí nada... absolutamente nada.















  


martes, 5 de enero de 2021

¿Qué tal un trío?

No es posible una sola belleza en un mundo que encierra lindas y coloridas mujeres. Civilizarnos nos obligó a establecernos con una sola belleza, aunque carnalmente tenemos la opción de observar y proceder a otros amores. Es cuestión de valores, dirán algunos; es natural, diremos otros, pero el punto es ¿por qué debe ser así?

¿El amor le gana a la pasión? ¿La vida en matrimonio es mucho más atractiva que una vida libre de contratos? ¿Por qué vemos mal la promiscuidad y alabamos la virginidad? ¿Por qué un hombre no se lo piensa mucho para perder la virginidad y una mujer sí?

¿Quién o quiénes establecieron estos valores que solamente causan confusión en los seres humanos?

El amor dura poco más poco menos, luego hay una especie de confianza, cariño y costumbre que puede mantener en el tiempo a dos seres humanos. ¿Por qué no a tres, cuatro o cinco?

Casi siempre las bodas deben llevar firmas y contratos. Hay personas que se casan ante un abogado, un par de firmas y se acabó. ¿Por qué? ¿Por los bienes que se van a repartir la "familia" cuando uno de los dos muera? ¿Eso es amor? A mi qué me importa quién se quede con mis cosas cuando muera. Estaré en una dimensión mucho más interesante.

¿Hasta que la muerte los separe? ¡Ni siquiera lo cumplen! muchos se divorcian porque les gustan otras mujeres u hombres y viven pasiones mucho más trascendentales. Así de claro. ¿Para qué hacer fiesta de boda e invitar a gente que solo llegará por la comida y el alcohol? Es una norma decadente, una evidencia de que nos equivocamos como seres humanos. Pero algunas voces dirán: "Hay parejas que perduraron 20, 30 ó 40 años". Habrá que indagar cuántos amantes quedaron grabados en esas carnes, todo en silencio durante los 20, 30 ó 40 años.

Y siempre se debe contar con una bendición: de la abuelita católica, del papá autoritario, de cualquiera; ah, y por supuesto, con la bendición de un señor llamado socialmente "sacerdote", que no sabemos cómo está su fe en Dios, que no sabemos si es pederasta o mentiroso. A fuerza tenemos que confiar que es una persona correcta. Acepto a un perfecto pecador que asume su rol a un cristiano mentiroso y orgulloso.

Y todo el montón de rituales para celebrar el inicio de una relación impuesta por la civilización. ¿Por qué no hay bodas masivas en donde se aceptan tres hombres con cinco mujeres? Al menos sería más divertido en lo pasional, dudo mucho en el entendimiento sentimental; pero bueno, no somos perfectos.

La pregunta es ¿Por qué?

Y no solo es el sentido del ser o por qué estamos en la Tierra, también hay que interrogar todo lo que nos muestran. ¿Por qué tal producto es bueno? ¿Hemos tenido la oportunidad de comprobarlo? NO y aún así lo consumimos y enriquecemos a muchos imbéciles que no lo probarían nunca. Haga usted la conclusión de esos productos y sus creadores.

El problema es que ya nos acostumbraron a una vida en la que andar interrogando se vuelve cansado y fastidioso. Ya nos moldearon. Ya nos domesticaron. Este ser de carne y hueso, con un cuerpo hecho a la medida para dar y recibir placer y otros tantos sentimientos; con un cerebro que es una obra de arte, está atrapado. Este ser no puede sacar su potencial. Le cercenaron el poder de su naturaleza conflictiva, pasional, libre, sentimental y oscura.

Pasamos de ser lobos a perros encadenados. Qué lástima.

Ahora solo queda sentarse a ver el show y hacerse el pendejo.  

   

Los días negros







Borroso, confuso, melancólico, nunca el alma se había sentido tan liviana por el dolor. En los días oscuros la vida no tiene sentido alguno; y tratar de encontrarlo, es una tarea triste, cansada y devastadora.

Los primeros momentos de la fiesta siempre son los mejores ¡la euforia es adictiva! la supuesta hermandad se siente bien. Si ese círculo de éxtasis se repitiera por la eternidad, nadie quisiera volver a la normalidad. Pero conforme avanza el carnaval de excesos, todo cambia. Mi mente muta y aparece otro ser mucho más fuerte, quizás uno de los más elocuentes, manipuladores y encantadoramente mentirosos de la historia. Mi álter ego es aterrador.

Cuando todo termina y la danza del otro yo se apaga, el vacío embarga a tal punto de ahogarte en tu propio lamento. Todo sabe a nada en los días oscuros.

Y entonces miras a la gente continuando con sus vidas como cada día. En medio de ellos, me toca contener toda la tristeza, tratar de hilar ideas lógicas, buscar un tema que compartir. Y simplemente no se puede, no se puede. Solo puedo mostrar una media sonrisa, un asentir sin sentido y una mirada perdida.

Si los que están a mi lado sintieran solo por unos minutos el inmenso vacío y la melancolía, entenderían un poco. Ni siquiera me calma el hecho de que otras personas están en peor situación, porque hasta para sufrir soy egoista.

Las lágrimas no son suficientes cuando se quiebra tu camino, cuando te das cuenta hasta que punto de maldad y mentira puedes llegar a inflingir. En ese punto no hay retorno. Nunca.

Y tomo medicinas, escucho consejos, me abrazan, me quieren, tratan de ayudarme... cualquiera podría levantarse rápido. Pero con la plena conciencia de que hay un álter ego opuesto, simplemente todo lo que puedo hacer tiene un límite. Y lo acepto: soy un ladrón de sentimientos, un mentiroso y un aterrado en los días oscuros. 

Esos malditos días que me acompañan desde que nací.