jueves, 30 de diciembre de 2021

Recuerdos con mostaza




Las mañanas son porciones de recuerdos y sabores que llenan mi corazón en forma de tazón.
Ahí se mezclan ensaladas con miradas, postres sabor pasión y mermelada de nostalgia.
Los momentos invaden mi mente picante y quedo atrapado en una avalancha de galletas sin gluten.

Porque la memoria tiene gusto a proteína y besos, suena a carcajadas y a crujir de cereal.
Faltó entendimiento, pero nunca el plato estuvo vacío. Te recuerdo a golpe de gritos y guacamol.
Siempre fue el estricto modo con la dura dieta, en medio de batallas y café con whisky.

Éramos carne y tonteras de adolescentes, de quesos y deudas, de tenis y latte con leche de soya.
Queríamos hartarnos pero no pudimos y se nos hizo la madrugada entre sábanas y cocoa.
Si hay comida, hay recuerdos y de ambos se puede vivir, no es saludable pero qué importa.

Las tardes saben a pan y discusión, los domingos son de chicles con ansiedad.
Por las noches bebo tristeza con azúcar, ceno huevos con ilusión y tomo mi medicina con razón.
Teníamos manjares y decepción, éramos las tartaletas huntadas con depresión.

En horas de recuerdos parto un melón, me atasco con tus series de Netflix e infusiones de dolor.
No fui el príncipe con sabor dulzón, ni la bestia nocturna que sudaba jugos de emoción.
Cociné cariño a fuego lento y se enfrió el té con aroma a salvación.

Los días traen recuerdos mezclados con comida, de pescado y odio, de sopa con furia. 
Todo se nos fue en tragar y probar el menú de sensaciones. Al final no nos saciamos.  
Ahora, estoy lejos de la cocina y me pido una pizza de sentimientos para reir y soñar.
 

      


 

Los días que más nos definen



Es final de año, temporada de zambullirse en el lago del abuso; es tiempo de resumen, aderezado con ficción para darle un sabor light a la existencia. Nos urge limpiarnos, cerrar una página y comenzar a ensuciar otra, necesitamos detener la autodestrucción para tratar de asimilar la miseria disfrazada de belleza que nos rodea. Han llegado los días que más nos definen.

"¡Tiempo de amar!" gritan los más entumecidos.
"¡Tiempo de dar y recibir!" corea otro grupo de enajenados.
Para construir una religiosidad es necesario contar una de esas historias que nos haga creer en la trascendencia humana. Con el pasar de los siglos, y con la facilidad de provocar que la dopamina explote en cada cabeza, la mayoría se ha creído el cuento de estos últimos días. Es sencillo producir esclavos y, mucho más, desecharlos cuando no funcionan.

El rojo, verde y blanco destacan como símbolos del momento, pero los colores solo adornan la superficie. En las entrañas de esta temporada hay gula, esencia de avorazados, una obsesión de controlar los sentimientos que nos han dicho que son nobles y nos convertimos en repetidoras enfermizas de un mensaje que esconde perversidad: "han llegado los días que más nos definen".

En estos momentos es necesario sumergirse en la estupidez para asombrarse de la magia. Tanta es la necesidad de dominación, que acomodaron las fechas con las de un nacimiento humilde. Y como la palabra nacer genera sensaciones optimistas, entonces damos rienda suelta al cuento ¡qué importa si es verdad o mentira!

Son horas para deglutir todo lo que se pueda, como recolectores de basura. Nos comemos el mundo pintado de rosa y con sabor a turrón. Nos creemos el cuento como niños bobos en cama, que urgen de una historia para dormir. ¡Estamos dormidos y descansamos entre la inmundicia!

"¡Es tiempo de amar!" se escuchan los gritos de los afligidos. Se toman en serio el concepto de estos días, tal es su necesidad de creer como la de aquellos caminantes en el desierto que han visto, a lo lejos, un oasis.

"¡Han llegado los días que más nos definen!" dicen los más necesitados y, debo admitir, que coincido: es un tiempo muy humano, en el cual la mayoría cree en la mentira más barata, en la peor de las ficciones. Perturbador.

Y cuando el atracón acaba, la resaca se ensaña con la humanidad, los regalos pierden la gracia y los sentimientos de la temporada se esfuman, entonces, como el despertar de un adicto, la oscuridad y el vacío se apoderan de los corazones. Comienza otra etapa, en la que nos despojamos de la falsedad para volver a la realidad: es comienzo de año, momento para zambullirse en el lago fétido disfrazado de sociedad.

Unos creen otros no, unos se hacen los tontos y otros un poco. Unos mueren y otros juegan a vivir. Bienvenidos al carrusel del desastre disfrazado de existencialismo.

Ahora, sin temor, todos pueden comenzar a manchar de porquería la página en blanco. 



sábado, 25 de diciembre de 2021

También los ídolos morirán




He elegido tumbar ídolos pese a que también soy un idólatra por naturaleza; aunque hubo un tiempo en que intenté, por todos los medios, no sucumbir a esa tentación, acepto que sufro de esa condición humana estúpida y degradante. Elegimos creer en algo para proyectar nuestra naturaleza, para mostrarnos y entregarnos apasionadamente. La persona que dice no creer en algo, miente; incluso, es la que más sufre en comparación con aquellos seres humanos que exteriorizan alguna creencia con orgullo y sin temores.

Aunque he confesado mi condición, aclaro que no vale la coherencia y el respeto cuando se trata de atacar dogmas. Si levanto altares a mis ídolos, con el orden de importancia que tienen en mi interior, tendría necesariamente que callar y entender a los demás; pero no, no lo hago. Esa postura genera escozor y me han llamado egoista, irrespetuoso, hipócrita, podrían dedicarme la frase clásica: "No juzgues para que no seas juzgado (...) ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?" Aún así, debo y quiero poner en tela de juicio muchas creencias, aunque tenga carne adicta a la idolatría; el que quiera, en el momento que le plazca, puede juzgarme, esa posibilidad no tiene importancia en el rol de la destrucción de credos dañinos, no importa si estos son sociales, culturales o religiosos. 

Acepto las consecuencias cuando se trata de hacer añicos a los ídolos. Esas glorias creadas por esta raza perversa son la evidencia de nuestra peligrosidad. El trabajo de destruir modelos es una posición radical pero no especial, aquellos que aborden este tren sin retorno no deberían esperar ninguna retribución o respeto. Es un trabajo de minorías, por lo tanto sencillo de señalar, de abominar; porque, sin duda, es fácil unirse a la mayoría, estar en la fila de los que marchan a la orden del supuesto decoro, del civismo hipócrita, de los placeres nefastos, de las normas elitistas. En sencillo ser un peón en el sistema. 

¿Hay momentos de arrepentimiento al realizar esta contraproducente labor? demasiados, a mi juicio; debo ser sincero: es una tarea para solitarios, para almas inquietas, para los que han sollozado en la soledad de los senderos oscuros y empedrados que destrozan los pies. Sus dioses, sus ideologías, sus cariños prostituidos, sus eternas vanidades y la entrega que tienen a las realidades que creen buenas pero degradan, me repugnan y no puedo, ni debo, aceptar esas posturas. Jamás. El que anda en la destrucción de pasiones terrenales debe sacar de su mochila de combate aquellas emociones perjudiciales que fueron socialmente inculcadas, si el cometido le es difícil puede esconderlas por un tiempo, hasta que tenga el valor de abandonarlas en el camino.

Podría esperar a exterminar mis propias idolatrías antes del experimento de persuadir a otros a destruir sus convicciones terrenales o anhelos sobrenaturales. Es posible, pero no puedo asegurar que tendré tiempo suficiente para esta labor. Hay que actuar cuanto antes con la osadía necesaria, sin el temor a perder muchas manos amigables. No se puede tumbar ídolos y ser medianamente feliz con los demás.

También podría evitarme dolores innecesarios y abrazar las reglas que un día nos obligaron a creer que eran las establecidas. Podría, pero sería una farsa, una vil mentira insoportable. Por eso el depredaror de creencias debe tener una dotación de máscaras para confundirse en el escenario, pasar desapercibido y poder acercarse a su plataforma de acción. Es necesario camuflarse en el mundo idólatra.

Y cómo asimilo una realidad contundente: a la mayoría le importará un bledo mi actitud; por cierto, al invitar a las personas a que rompan con sus ídolos podría generar el fortalecimiento de su arraigo hacia ellos. Es una posibilidad muy clara y estremecedora para este tipo de trabajo, por lo que no puedo dejar de preguntarme cada cierto tiempo: "¿vale la pena?"

He perdido muchas oportunidades para asegurarme una realidad tranquila de cara al futuro. Tuve la opción de aceptar a ciertos humanos, y sus creencias, para poder vivir sin mayores sobresaltos. Estuvo a mi alcance forjar ese destino y lo dejé caer. ¿Me arrepiento? solo en algunos días de algunas temporadas, pero al verme al espejo agradezco no haber tenido que lidiar con esas ideologías que me generan asco. Prefiero el derrotero complicado que ver pasar los años en una calma artificial.

En la oscuridad lo veo claramente: tumbar ídolos es una tarea peligrosa; lo bueno, si se le puede encontrar el ángulo agradable, es que se pueden ocupar muchas estrategias para lograr el objetivo: la persuación, la plática sincera, el contraste de ideas, la comparación objetiva, la discusión sana e inteligente hasta el debate acalorado, la disputa o la pelea. Todo vale en este oficio incómodo pero necesario.

Estos días decapité a muchos de mis ídolos, pero debo aniquilar a varios más. Es larga y estrecha la vereda para la recuperación interna alejada de los modelos equivocados que nos venden todos los días. No voy a conceder un espacio a los apologistas de la decadencia, a los amantes de la perdición, a los ideólogos vanidosos de casa acomodada, a los entorpecidos por la bebida de la mentira y los manjares perniciosos. Aunque fui un mentiroso, aunque me haya atragantado de ruina, aún cuando me rendí al vaso de la falsa felicidad y puse precio a mi alma, no importa en lo absoluto, asumo esos pasos en falso. Ahora en mi frente está escrito: no existe la coherencia en la misión de dinamitar olimpos mundanos. 

Me levanto y camino, siento la sangre ebullir pero al mismo tiempo tengo la paciencia del depredador. Enmascarado marcho seguro pero discreto, con apetito pero sin perder la cabeza en la acción. No hay día de descanso ni aposento para dormir, la tarea exige ignorar el dolor y aprovechar la ocasión.

¿Puedo incomodar mucho más mi paseo terrenal? casi seguro. Cabe la posibilidad de que me odien y sume un puñado de personas a la gran colección de enemigos que tengo. Acepto el desenlace.
¿Podría ser desterrado y abandonado? totalmente. Mientras camine en esta tierra todo puede suceder, estoy marcado y solo soy la secuencia de una estirpe singular. No estoy solo, ni la misión se detendrá, muchos nacerán y se desarrollarán como destazadores de patrones adulterados. Viviremos con esta labor incoherente para muchos, pero necesaria para los escogidos; tarde o temprano, la meta se cumplirá aunque nos cueste la vida en tinieblas o la existencia misma, aceptamos el destino que sea porque tenemos la certeza de que también los ídolos morirán.