Aunque su vida era una suma de tragedias y desgracias, Fernanda solo sufrió profundamente la muerte de su madre. Cinco años atrás, y luego de una lucha con el cáncer de páncreas, Doña Carmen pasó a mejor vida.
No le dio una infancia feliz, ni tampoco fue del todo cariñosa, pero Fernanda la quiso, le tuvo respeto a tal punto que le ocultó su creciente promiscuidad, la cual ya había rosado con la prostitución.
Al verla en el ataúd, en la humilde casa, sintió un dolor tremendo, una frustación por no haber disfrutado lo suficiente con ella.
Ese vacío que deja una relación incompleta con un ser querido, es uno de los arrepentimientos más impactantes, se mantiene en el tiempo; un defecto que, en muchas ocasiones, no permite volver a vivir en paz.
Fernanda lloró arrepentida. Aunque vio morir a uno de sus clientes, Don Carlos el obeso anciano que era un adicto al sadomasoquismo e intentó asesinarla, la única experiencia con la muerte que la marcó fue la de su madre.
Lunes 9:00 am
Fernanda esperó a que la mañana avanzara para llamarle a la tía de Angie.
No tuvo que esperar mucho para que respondiera la mujer.
"Soy Fernanda".
La voz de la tía de Angie alteró los nervios de la joven."Fernanda, hija, Fernanda... mi Angie, Dios mío!"
"¿Dígame que pasó, por favor, dígame?" la desesperación se apoderó de ella y su voz era entrecortada.
"¡Angie se mató! ¡la Angie se mató!"
Una sensación helada recorrió la espina dorsal del cuerpo de Fernanda y el vacío dentro de su corazón se acrecentó. Tardó varios segundos en contestar, pero la voz de la mujer y la frase repetitiva una y otra vez en medio del llanto la dejó petrificada. Comenzó a temblar, antes de soltar las lágrimas.
"¿Pero qué pasó, Dios mío?", dijo en medio de sollozos.
"Se ahorcó en su cuarto... dejó una carta. Ahí dice que no pudo más con el aborto. Ella quería tanto cambiar su vida y un hijo era lo que más añoraba. Dios mío, mi niña no se recuperó de ese dolor", la tía de Angie lo dijo con tanta amargura que Fernanda no pudo controlarse.
Comenzó a gritar. Alaridos con llanto, dolor, vacío... y odio, ese sentimiento que ya tenía varios meses de acosarla. Como pudo siguió hablando para tener los detalles mínimos, la hora del velorio, también logró dar palabras de ánimo a la tía de Angie, pero fueron mínimas porque estaba destrozada.
Colgó el teléfono y se tiró a la cama. Lloró profundamente, recordó todas la experiencias que vivió con su amiga: las noches en las calles, cuando compartían el dinero producto de la prostitución, la vez que la mujer blanca y voluptuosa se tomó el tiempo para visitarla y ayudarle a curar las heridas físicas y emocionales que le dejaron una noche salvaje con un cliente, cuando salieron de fiesta por última vez.
Pero era el recuerdo en el hospital, el que marcó a Fernanda.
Ver a Angie golpeada, con los ojos desesperados cuando supo que la paliza que recibió mató al pequeño que se formaba dentro de ella. La imagen se volvió un calvario.
Angie nunca supo que estaba embarazada hasta que Fernanda cometió el error de mencionarlo. La noticia destrozó a su amiga, mucho más que los golpes del Vaquero, más allá de su patética vida de prostituta y de su alcoholismo. La dañó tanto, que el suicidio fue la única salida.
Fernanda se retorcía del dolor, pero poco a poco cedió. Se quedó en silencio, como una muerta en vida.
Tres horas después, como pudo saltó de su cama, se bañó y se preparó. No tenía una sola blusa adecuada para ir al velorio, tenía muy poco dinero pero lo suficiente para comprarse una adecuada.
Se vistió con un pantalón negro, unas botas del mismo color, una blusa blanca y salió de su casa.
Pudo dirigirse al centro capitalino, pero no tenía las mínimas ganas de ver a gente que pudiera reconocerla, entonces tomó un microbús y llegó al centro comercial más cercano, uno visitado por la clase media alta, pero ella pasó desapercibida en medio de cientos de personas, la mayoría trabajadores del mall que aprovechaban para almorzar.
No se enteró de nada ni de nadie, como si estuviera poseída. Eso sí, su mirada era dura, de pocos amigos.
Antes de llegar a la tienda de ropa, había un pequeño café, acogedor, con mesas adentro y afuera del lugar. La mayoría de los clientes eran parejas o compañeros de trabajo con laptops y tabletas.
Fernanda iba a paso rápido y sin quererlo dirigió su mirada al interior del pequeño establecimiento. Sintió un pequeño escalofrío, una confusión, una sensación extraña cuando sus ojos se concentraron en una pareja que revisaban el menú. Eran dos jóvenes; ella era delgada, vestida conservadoramente, con un rostro delicado y piel blanca. El joven, con camisa formal cómoda, su vestimenta bien combinada, piel blanca, cabello café castaño, un lindo rostro, un rostro conocido, único, encantador. Era César.
Fernanda se detuvo de golpe, su corazón se estremeció, estaba dolida y al mismo tiempo muy confundida, "como es posible que me pase esto, soy una prostituta, soy una maldita prostituta", se dijo a sí misma, fue dura, una evidencia de que el odio era total en cada latido.
Decidió entrar al café, y se sentó cerca de la mesa donde estaba César con la mujer llamada Laura, su prometida.
Pidieron su orden y César comenzó a conversar, no parecía muy interesado, a ratos solo ella era la que guiaba la plática. Entonces, en un pequeño espacio, César levantó su rostro y miró directamente a la mesa donde estaba Fernanda. El encuentro de las miradas fue como un golpe. El rostro de César palideció y el sudor comenzó a aparecer en su frente; por su parte, Fernanda no titubeó en mantener la mirada fija, como teniendo el control de la situación. Se sintió con la solvencia de reclamar, y lo tenía claro porque sabía que César era feliz entre sus brazos y sus piernas, además para ella el chico era especial, su mejor cliente, el hombre distinto a todos.
César se concentró en su prometida, quien notó el cambio. "¿Estás bien, amor? estás sudando", exclamó la chica. "Todo bien... mientras viene la comida voy a lavarme las manos, espérame un momento", César se levantó léntamente y luego apresuró su camino hacia los baños, tenía que pasar necesariamente por la mesa de Fernanda, cuando lo hizo evitó los ojos cafés de la prostituta.
Fernanda lo sintió como una bofetada y no dudó en seguirlo, no tenía absolutamente nada que perder. Esperó a que él entrara, en unos segundos vibró su celular, era César.
No contestó y entró de golpe al baño de caballeros, sorprendiendo aún más al joven.
"¿Qué haces aquí, Fernanda?"
"Solo iba pasando, cuando te vi con tu novia, parecen el uno para el otro", Fernanda lo dijo directo, como si otra fuerza tomara control de su cuerpo y de su alma.
"Oye ¿qué te pasa? te siento alterada... no te imaginaba por aquí", explicó el joven, siempre con voz amable. "¿Por qué no me imaginabas por estos rumbos, acaso no puede visitar un centro comercial como este?", contestó sin pausa la prostituta.
"Sal de aquí, nos pueden encontrar y..."
"¿Y qué? ¿tienes miedo que tu novia se entere de lo ardiente que sueles ser en la cama? ¿apuesto a que con ella no eres así?", Fernanda lo dijo con propiedad porque conoce muy bien a los hombres. Ella y sus amigas siempre consideraron que aquellos que eran ardientes, buenos amantes, incansables, creativos, eran los que en las camas de sus novias o esposas eran restringidos sexualmente.
Pero César, además de ser muy buen amante, había obsesionado a Fernanda, la joven prostituta que pese a los golpes de la vida también tenía su corazón, lo poco que tenía se extinguió con la noticia de la muerte de Angie.
El joven quedó petrificado con la respuesta de Fernanda, solo pudo caminar y apartarse de ella. "¿Tengo razón?", dijo ella.
"Ella es mi prometida, es algo diferente, algo formal... tu... tu solo eres una prostituta", expresó César, lo hizo con esa voz de hombre que casi siempre reprime sentimientos.
Si bien la frase del joven era cierta, fue devastadora para Fernanda. Se sintió tan pequeña, tan inservible, como un objeto destruido. No pudo decir nada, no tenía argumentos para responder ante una verdad incomoda, hiriente. César quiso retractarse, pero no pudo, pesaba más el estatus de Laura, el acuerdo entre las familias, los negocios en los que formaría parte luego de casarse, una tradición de los de su clase.
El joven tenía una conexión sexual única con Fernanda, pero se acobardó.
Cuando cerró la puerta, fue como matar un buen sentimiento. Fernanda volvió a sentir ese nudo que apretaba todo su ser.
Salió del baño, de reojo observó a César y caminó de prisa. Ya no compró la blusa, no compró nada, no podía hacerlo con tanto dolor acumulado. Como una muerta viviente abandonó el centro comercial y regresó a su casa.
Lunes 8:00 pm
Dio el pésame, habló con los familiares de Angie y se reencontró con algunas compañeras de trabajo de las calles, pero todo parecía destinado a que el encuento con el rostro sin vida de Angie detonaría la última emoción en Fernanda... una oscura.
Continuará.