viernes, 18 de abril de 2014

Gabo y el día a día del periodista

”Uno de los fallos más grandes que encuentro en el periodismo actual es que le falta una base cultural; los periodistas no tienen tiempo para leer, ni siquiera de leer el periódico. Tampoco tienen tiempo para hacer su trabajo; hay trabajos que necesitan tres días y no se les da más que uno, como mucho”. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Voy a ser sincero: he tenido tres días para hacer una serie de reportajes, y siento que pude hacerlo mejor.
Cuando solo me han dado un día para armarlo, en el mejor de los casos encuentro una historia impactante que me abre el panorama y le da sabor a la investigación. En el peor de los casos, solo una historia.
Pero aquellos días en los que no sale nada del plan trazado, las fuentes te dan la espalda, huyen ante la temática, los tiempos de organización de una investigación se trastocan por la noticia del día a día, esos días, queridos colegas y amigos, son los desafiantes.
Es ahí donde hay que sacarse de donde sea la creatividad, encontrar desesperadamente ese caso humano, ese dato, esa imagen, que de paso a la historia. Entonces se ilumina todo, se hace con esfuerzo el reportaje, lo escribís, debatís ideas y puntos de vista con el jefe de prensa, con el editor, te vas tarde a tu casa, sale publicado y ¡pum! se acabó, queda para el recuerdo.
¿Y ahora que historia vas a presentar?

Entonces se repite todo el proceso, con mayor o menor organización dependiendo de los medios.

Es todo un caso ser periodista.

P.D. Y sí. Hay que buscar el tiempo para leer. Y no es opcional.

domingo, 6 de abril de 2014

Fernanda Parte VIII


Viernes 10:30 pm

Zona sur

Es una parte de la ciudad que se caracteriza por su criminalidad debido a la reducida presencia de la policía y por el olvido al que fueron condenados sus bares y calles. Lo que antes fue una zona exclusiva, 15 años después era la perfecta base para criminales de poca monta y también para algunos poderosos.

A diferencia de otras ciudades, en las que varios grupos disputan el territorio para la venta de drogas, esta amplia zona era controlada por una sola agrupación, sin competencia, con toda la oportunidad de engrandecer su poder.

Había un antro oscuro por dentro, con una barra amplia en donde un hombre y una mujer estaban encargados de los tragos, ambos no tenían rostros amigables. Un espacio pequeño era una improvisada pista de baile, con un espejo. Dos parejas bailaban, sin seguir el ritmo se besaban y compartían sus bebidas.

Las mesas estaban llenas, la mayoría ocupadas por hombres alcoholizados, la música era estridente y junto al humo de los cigarros creaban una atmósfera desesperante para una persona no adaptada a este tipo de diversiones.

Pero era el lugar adecuado para hambrientos de carne femenina y masculina, adictos a las drogas y el alcohol y graduados en criminalidad.  Al final de la barra, ahí estaba Fernanda, la prostituta delgada, de trasero redondo, de piernas a la medida, piel canela y ese rostro inocente y sensual a la vez.



No pasaba desapercibida para ningún hombre. No era la más voluptuosa, ni la más alta, simplemente era una chica atractiva, adicta al cigarro, solo que ahora mucho más fría y despiadada. Estaba sentada en ese bar desconocido, con una sola misión: venganza.

Encendió un cigarrillo y le dio un sorbo a la botella de cerveza. Era la primera bebida de la noche y le ayudó a relajarse, a olvidarse del hambre y a prepararse. Tenía que acostarse con alguien.

Lo más importante era conseguir un cliente sin ser ella la que tomara la iniciativa, estaba en un bar fuera de su territorio y habían otras chicas pendientes. Si daba la impresión de querer ganar clientes, seguramente lo lamentaría.

Tenía que esperar.

Mientras tanto fue al baño y se quedó un rato sentada, fumando. Podía escuchar como en el cuarto contiguo inhalaban cocaína. Eran las chicas, la carne de los hombres del lugar.

Salió y no dirigió la palabra a nadie, pero se sorprendió al ver que fue ignorada como una mosca. Las mujeres, con sus cuerpos demacrados, eran adictas y no tenían el mínimo interés de ver o hablar con alguien.

Volvió a la barra y pidió su segunda cerveza, no pasó mucho tiempo antes de que un hombre se acercara. Era alto, delgado y con piel pálida, estaba un poco alcoholizado pero podía conversar.

"Mamacita, no te he visto por acá. ¿Esperas a alguien?", preguntó el sujeto de ojos brillosos.

"De hecho ya me retiraba, pero creo que puedo quedarme un rato", Fernanda dijo con rostro inocente.

"Dame dos cervezas", dijo el sujeto a la mujer de la barra. "Creo que la pasaremos bien", exclamó.

Fernanda no lo quería del todo alcoholizado, de hecho esperaba una cita dentro de lo normal, pero el tipo parecía dedicado más a la botella que a la compañía femenina. Después de terminar su bebida, de su bolsillo derecho de la camisa sacó una bolsa con polvo blanco y, sin preguntar o ver a su alrededor, la vació en la barra y con un billete enrrollado la consumió sin problemas.

"No, no me puede pasar nada malo esta noche", pensó Fernanda. "Lo estás disfrutando y creo que la pasaremos mejor si vamos al suave", le dijo al oido, mientras el hombre suduroso la vio a los ojos y la tomó en sus brazos para acariciarla.

Cualquiera pensaría que Fernanda tendría una guerra mental por todo lo que estaba viviendo, pero nada de eso sucedía. Su mente y su corazón estaban lo suficientemente dañados para sentir arrepentimiento o asco. Podía ir, acostarse, besar y acariciar, para después volver a satisfacer hombres cuantas veces fuera necesario.

"¿Quieres coca?", ofreció el hombre, pero la joven fue inteligente. "Si nos vamos, creo que podría pasarla bien con eso, si quieres", ofreció la chica. El hombre, por su orgullo masculino y por la euforia del momento, no lo pensó dos veces: canceló la deuda, la tomó de la mano y salió del lugar.

A dos cuadras del bar, Fernanda se sorprendió de golpe. En una esquina estaba el auto negro que tanto respeto provocaba por las calles. Estacionado frente a un billar, la jovencita se apresuró y quiso acercarse, pero su compañía la tomó del brazo. "Por acá mamacita, por acá está mi auto".

"Oye, antes de irme quiero cigarrillos y una cerveza, voy al billar ¿me acompañas?", dijo amablemente.

"Bueno, si quieres nos échamos una ronda más, nena, la verdad no tengo prisa, estoy completo".

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Dentro del billar la mayoría eran hombres, algunos con sus parejas jugando, otros se dedicaban a beber. Todos tenían algo en común y no hacía falta tener un ojo experto, la apariencia los delataba, eran personas de peligro.

"Mamacita no quiero jugar, solo tomar, vamos de este lado", el hombre señaló una mesa alejada de las mesas de billar. "Vaya, solo voy al baño antes de tomarme mi cerveza", dijo Fernanda no sin antes acariciarlo suavemente entre las piernas. El hombre reaccionó, le tocó las piernas y le dio una nalgada. "No tardes", dijo.

Fernanda pensó "¿quién será el dueño del carro?". Caminó a paso lento por las mesas y sin quererlo, escuchó cuando un hombre indicó con enojo a un mesero del lugar: "¡ey, los baldes de cerveza son para el grupo del Vaquero, apurate!". El joven caminó apresuradamente entre las mesas de billar, Fernanda iba exáctamente atrás de él.

El mesero llegó a una mesa del otro extremo del lugar, cerca de los baños. Ahí estaban cinco hombres y no fue difícil reconocer al jefe: rostro trigueño, duro, con algunas arrugas alrededor de unos ojos claros y expresivos, entre los labios jugaba con un puro, su cabeza estaba adornada con un sombrero estilo vaquero.

Tenía un cuerpo grande, una mezcla de la constitución natural, años de gimnasio y la gordura a la que está condenado el ser humano con el pasar de los años, rondaba los 40 años de edad.
Sus acompañantes no ocupaban ni gorras o sombreros y estaban sentados alrededor de su jefe.
La mesa estaba repleta de botellas de cervezas, ceniceros llenos de colillas y habían dos espejos con algunas líneas de polvo blanco.

"¡Pone los baldes aquí, bicho!", dijo el Vaquero con tal autoridad que el joven casi se tropieza al acercarse.
Fernanda sintió una sensación extraña en el estómago: una mezcla de nerviosismo y furia, el rostro golpeado de Angie llegó a su mente, sintió como en cámara lenta sus pasos y las imágenes del rostro atemorizante del Vaquero.

Por la golpiza que le dio a su amiga, el odio rompió su ser, tenía en la mira a una de las personas más despreciables que haya conocido.





Pasó tratando de no llamar la atención, pero uno de los acompañantes del Vaquero, la observó de pies a cabeza, espero a que caminara a su lado y le dio una tremenda nalgada. La chica saltó de la sorpresa y olvidó de golpe sus pensamientos.

"¡Mmmmmm nenota!" rugió el hombre. Todos comenzaron a reir y Fernanda no pudo mas que verlos y seguir adelante.

Ni siquiera pudo orinar, solo se enjuagó con agua. La impresión le dejó reseca su boca, se quedó frente al espejo y admitió que en los últimos años no había estado en un lugar donde el peligro se sentía por todos lados. Aún así, se sentía bien. Cerró sus ojos y memorizó con obesesión el rostro del Vaquero. "Maldito, ya verás, maldito".

Salió del baño, apresuró el paso para evitar otro desafortunado encuentro pero no pasó nada. Los hombres ya estaban concentrados en el vicio.

Cuando llegó a la mesa, su acompañante estaba consumiento cocaína, ya tenía a la mitad su cerveza y le ofreció a Fernanda una en lata. "Mejor nos vamos no me siento bien en este lugar" dijo el hombre de ojos brillosos, mientras miraba insisténtemente a los baños. Fernanda sospechó que era por la presencia del Vaquero y su grupo, y no falló. El matón provocaba temor en aquellos que conocían la zona.

Tomó de la mano a la chica y salieron. Llegaron al auto y se dirigieron al motel mas cercano.
La madrugada fue una mezcla de sexo y drogas. Fernanda estaba satisfecha, el hombre si bien no estaba en sus cabales, no parecía violento. Le ofreció en varias ocasiones cocaína y, aunque tenía suficiente, solo compartía en ciertas ocasiones a la mujer.

Para la prostituta no era nada nuevo el mundo de los estupefacientes, aunque no había consumido tanto como esa noche.

Cuando el tipo decidió encerrarse en el baño, ella se acostó en la cama, encendió un cigarro y se quedó viendo una película en la televisión. No tenía sueño y se sentía despierta, alerta, un poco por la droga, pero principalmente porque ya sabía a donde llegar para cumplir su venganza. Lo que pensaba que le iba a llevar mucho tiempo, lo consiguió en la primera noche.

Eran las 3:20 de la mañana y mientras seguiá bebiendo con su acompañante, alcanzó a escuchar la vibración de su celular, lo revisó. Era César.

No contestó. Se concentró en terminar la noche de la mejor manera, cumpliendo las obsesiones del hombre de piel pálida que estaba pagando, se limitó a ser una buena trabajadora. Y por lo que vio en los ojos vidriosos y excitados de su cliente, sabía que había cumplido.

A las 6:00 de la mañana estaba entrando a su cuarto, tenía que descansar. Sin cambiarse la ropa se tiró a la cama, prometió levantarse en cinco minutos para bañarse y cambiarse, pero se quedó dormida profundamente. Como siempre soñó mucho, soñó en un mundo diferente, colorido, en donde era feliz.

Al abrir sus ojos, eran las 12:30 del mediodía, se sorprendió por el sonido de sus entrañas hambrientas y porque en su celular habían cuatro llamadas perdidas de César. Se acordó que tenía un trabajo pendiente con el chico.
"¿Acepto esta buena paga o me voy al billar donde está ese malnacido del Vaquero?", la pregunta se repetía en su mente una y otra vez mientras estaba tirada, con las piernas abiertas, sobre su cama.

En medio de todo el vacío, la soledad, la suciedad y el odio que encadenaba su corazón, César representaba el último oasis en el desierto de su vida.

Tomó el celular y llamó...

Continuará.


martes, 25 de marzo de 2014

La sintonía


Cuando no hay sintonía es imposible encontrarle gusto, incluso a la vida misma.
Una canción, un beso, un escrito, una nota, también un pensamiento, todo puede suceder frente a los ojos y perderse, pasar desapercibido y no grabarse en la memoria. Todo pasa si no hay sintonía.

Frente al teclado me encuentro todos los días, pero no puedo escribir como una máquina, no sigo el manual del disciplinado, ni tampoco, aunque así lo parezca, imprimo el sello del distribuidor de noticias.

Una vez entró en la construcción de la historia, busco la fusión entre el deber y la imaginación, El tiempo pasa y es testigo de un escrutinio pasional: no puede una palabra, una idea junto al mero y superficial trabajo producirse sin la sintonía adecuada.



Los minutos pasan y hay una guerra mental: construir el producto básico y sesudo o crear para el corazón. Siempre valdrá la pena asesinar al tiempo ¿de qué sirve ahorrarse minutos si el resultado de cada obra no pasa de ser satisfactorio? Hay que ir más allá, aunque sea en el interior.

Cuando finaliza la historia, entonces viene la creación visual: el último y más retador paso.

El sonido del teclado vuelve a romper la monotonía, las ideas vuelan. Mientras el compañero busca lo práctico, lo requerido, lo esperado y aceptado, me debato entre obedecer o retroceder e intentar otra idea. ¿Me gusta lo que veo? ¿puedo cambiar el camino? ¿encuentro la sintonía entre el trabajo que me piden y la satisfacción personal de la obra? Un momento excitante.




Una forma de ver la creación de un texto que colisiona con los tiempos requeridos. Un hábito que permanece expuesto a la crítica, a la desaprobación.

Pasa el tiempo y cuando he callado, irremediablemente llega el arrepentimiento. No importa el aplauso o las felicidades, cuando se rompe la sintonía, nada tiene sentido.

Pasa el tiempo y cuando he sido práctico, hay una sensación de tregua mental que dura cierto tiempo, muy poco diría. Un sinsabor que al menos permite seguir con el día.

Pero cuando he buscado y encontrado la inspiración para plasmar ese texto, ese trabajo diario, con las ideas, palabras e información encaminadas en un mismo rumbo, la situación es diferente. Cuando se logra fusionar la nota requerida con la creatividad personal y el ritmo visual adecuado, congruente, armonizado, entonces en ese momento, solo en ese momento, explota algo en el alma y recorre todo el ser: la sintonía entre el deber y el ser está hecha.

Todo esto pasa en las horas laborales. En ese pequeño pero tan excitante mundo.

Pero no hay que perder el sentido. No todo es trabajo. El verdadero reto es dar la misma lucha en cada faceta de la vida. Lo que está asegurado es que habrán muchas caídas y tropiezos antes de llegar al clímax.

Y la meta final: la sintonía entre el cuepo, el alma y el espíritu.

No será fácil, pero tengo tiempo para intentarlo. ¿Por qué no?


      

viernes, 14 de marzo de 2014

Que no se olviden los pasatiempos

Uno de los inconvenientes de ser periodista es que conforme pasan los años, en medio de tanta información que analizar, escudriñar, resumir y publicar hay temas que pasan a ser, irremediablemente, de primer orden.

Llega un momento, sin aviso, en el que todo gira alrededor de la información que te interesa para tus publicaciones. Eso conlleva que otros temas y pasatiempos pierdan cierta presencia.

Tuve una tremenda impresión al darme cuenta hoy, 14 de marzo de 2014, que el pasado 3 de diciembre de 2013, fue publicado el último libro de la serie de Jason Bourne: "The Bourne retribution".


He leído los diez libros de la serie, cada uno me ha dejado tantas emociones y momentos agradables, que podrán dimensionar lo que sentí con el descubrimiento. El placer de imaginar que devoraré esas páginas muy pronto, es indescriptible. Sin embargo una interrogante atacó mis pensamientos: ¿en qué he pasado tanto tiempo como para no darme cuenta de semejante lanzamiento? solo pude sentir decepción.

La historia no termina ahí: ya está en proceso el siguiente libro de la serie, "The Bourne ascendancy" para mediados de año.


Por supuesto que les contaré antes de diciembre de 2014 la trama de los libros, que desde ahora se convertirán en parte de mi lectura obligada.

Esto me deja una reflexión: hagan lo que hagan, no importa el trabajo que tengan o las responsabilidades diarias, nunca se olviden de sus pasatiempos, porque eso, al final de todo, es lo más especial en la vida.








viernes, 7 de marzo de 2014

Las frases que insultan


Hoy leí quizás uno de los peores editoriales de mi vida.
Siempre acostumbro revisarlos, tomarme el tiempo para analizar la forma en la que escribe el sujeto y comprender a dónde quiere llegar con su esfuerzo.

No importa la identidad, pero ahora el rostro de esa persona vivirá por siempre en mi conciencia. No habrá forma de olvidar a un ser humano que insultó la inteligencia promedio de los lectores.

¿Acaso creen que somos ingenuos? ¿sospechan que la ignorancia es un mal que abarca a toda una población? Leí con mucha atención una mezcla de temas históricos, conectados irresponsablemente. Y aclaro: irresponsablemente porque el objetivo del escritor era específico, pero intentó adornarlo, embellecerlo, el problema es que no lo logró.

Lo que sí logró es que aquellos sensibles ante los insultos de muy bajo nivel, lejos de apartar la vista del texto proseguimos con asombro hasta el final. Y cuando llega ese momento se siente la necesidad de reir, compartir el escrito y entrar en un estado de éxtasis cuando uno, dos o tres rostros asienten y te dan la razón: esta persona insulta a la inteligencia.

Prefiero las verdades que destrozan, comprendo las posiciones extremas y ciertamente le encuentro gusto leer a alguien que no busca agradar, que no está atado. Aunque no esté de acuerdo con su forma particular de analizar la realidad nacional, me deja la sensación de querer debatir ideas y esa es la razón que mueve al escritor: romper esquemas, incomodar, mostrar realidades polémicas pero necesarias, compararlas e invitar a una reflexión.

Cuando desayuno los fines de semana me deleito con varios escritores, algunos serios en su forma de expresar las ideas, otros jocosos, amables e irreverentes.

Pero hoy fue diferente. Al final creo que agradezco a esta persona semejante trabajo mental, porque me dejó una enseñanza:

Nunca menosprecies la inteligencia de los lectores, jamás.





 

viernes, 21 de febrero de 2014

El silencio de los culpables

Ahora las palabras se sueltan con austeridad.
Las sonrisas en exceso.
Y las miradas que se cruzan, tienen un objetivo: fortalecer el entendimiento.

Atrás quedó el tiempo de la respuesta apresurada, la desesperación por lo ideal y la necesidad de expresar.
Aquel momento de querer cambiar el mundo, de lucha de ideales, ha dejado de ser atractivo.
Simplemente perdió la pasión.

Quizás por los golpes recibidos o la necesidad de acoplarse. Lo cierto es que los estancados encontrarán razones para justificar esa muerte en vida.

Los años matan, en todo sentido. El tiempo te convierte en cómplice de la decadencia. Te acomoda en el círculo de los experimentados, los que creen tener las respuestas a base de golpes de vida.

Entre los adultos, el que disputa, pierde; el que se desespera por la verdad, es marginado; pero el hipócrita, el adulador, el de buenos modales, tiene su lugar entre la élite.

Sin embargo hay excepciones. Híbridos. Golpeados por la vida, pero vivos en el interior. Marginados regenerados, acoplados sin ser estáticos. Aquellos que no pierden la llama ideal.

Son los despiertos entre la manada. Los que aguardan el momento.

Son cómplices de la decadencia, por supuesto, pero están a la espera de dar el golpe adecuado.

Son culpables, como muchos.

Pero tienen una ventaja por sobre los demás: el silencio.

Y el tiempo los premiará.






    
 

sábado, 25 de enero de 2014

Fernanda Parte VII

Los labios se unieron después de varios intentos, era lo único que faltaba de unir entre Fernanda y César. Cuando dos cuerpos se convierten en una frenética masa de piel, carne, sudor y pasión, todo es inevitable. Fue la primera vez que Fernanda besó a un cliente, tanto fue el erotismo, que no se dio cuenta cuando sucedió.

Todo iba más allá de una simple transacción de dinero por carne, ambos sabían desde la primera ocasión que eran el uno para el otro para desahogarse de tanta presión. Ella era la más activa, decidió botar todo el peso emocional que la aprisionaba. Tomó a César y le hizo saber que cada dólar que iba a pagar, lo valía.

Sus miradas se encontraban cada cierto tiempo, porque el chico prefería verla en acción. Fernanda gustaba de apreciar cuánto puede el placer, enloquecer a una persona.

Fueron dos horas de fuego y sentimientos encontrados.

"Sabés que me quedé con las ganas de seguir viéndote", dijo César con una sonrisa pícara mientras miraba los labios de la chica. Fernanda comenzó a extrañarse de esa actitud. "Una cosa es buscar a una prostituta y otra es mostrar interés", pensó, mientras miraba los ojos de quien la acompañaba en la cama.

Desde que comenzó a vender su cuerpo se había acostumbrado a la frialdad, incluso al desprecio enmascarado de los hombres. Podía lidiar con eso emocionalmente, pero lo que este muchacho de piel blanca mostraba era algo nuevo para ella. Se sentía incómoda, pero también interesada.

"¿Vamos a quedarnos más tiempo?", preguntó la chica. César no lo dudó. "Estaremos hasta las 6:00 de la mañana y luego vemos", dijo mientras pidió una cerveza por teléfono.

Entonces Fernanda volvió a pensar, inevitablemente, en Angie. No recordaba haber visto cara a cara al tal Vaquero, aunque si recordó un auto negro, polarizado, al que muchos miraban con temor y respeto. "¿Será ese el auto del Vaquero?", la pregunta y la intriga rondaban la mente de la prostituta.

Hubo más pasión en el cuarto de motel, pero Fernanda esta vez no la disfrutó del todo, no pudo sacarse de la cabeza a Angie, al Vaquero y al inmenso vacío que era su vida.

No podía cambiar radicalmente, si de algo estaba clara era que no tenía las condiciones para ser feliz. Desde muy pequeña fue así y no había forma de cambiarlo, aunque esa noche se sinceró: acostarse con César era especialmente desestresante.

A las 7:00 de la mañana, en la misma esquina del parque, César dejó a la chica. Esta vez le pidió el número de celular y aunque Fernanda lo pensó varias veces, le terminó dando uno de los tres números telefónicos que tenía, el personal, el que menos ocupaba.

Se despidieron con una mirada.

Fernanda no pudo volver a la rutina, lo primero que hizo fue darse un baño y luego fue al hospital.

"¿Quién es el tal Vaquero? ¿Qué pasó? ¡Angie estuviste cerca de morir, por Dios!"

Fernanda no tenía los modales. En lugar de acercarse y abrazar, su forma de expresar el pesar y la preocupación había cambiado. Ahora se dejaba llevar por la rabia. "¡Quiero saberlo, ya!".

Angie no pudo contener el llanto y trató de calmar a su amiga, pero era imposible, Fernanda lloraba de odio, las lágrimas se mezclaban con la cara desencajada y la mirada en ningún momento se conmovía. Algo dentro de ella le decía que Angie le iba a ocultar, al menos, una parte de la verdad.

"Yo pensé que era la oportunidad de salir de todo esto. Pensé que por fin al menos podía vivir en pareja, por lo menos un maldito momento de esta desgraciada vida", Angie dijo estas palabras con la voz entrecortada, como cuando alguien parece que lo ha perdido todo. Su rostro golpeado y sus brazos morados hacían la escena desgarradora.

"Ahora no puedo hacer nada más que soportar este infierno, por dentro no lo quería, sé que no lo quería pero trataba, intenté ser una persona normal. Ese pendejo siempre me vio por lo que soy... una puta". Hubo un silencio antes de que Angie mirara a lo ojos a Fernanda. "Estamos marcadas, tatuadas, para no merecer algo mejor, aún en contra de nuestra voluntad".

Fernanda se sintió identificada al instante. Las palabras parecían salidas de su propio corazón. Un sentimiento de dolor la atacó, tanto que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no desmoronarse, sus manos temblaban. "¿Cómo no te pudiste dar cuenta? Nosotras sabemos bien cuando un hijo de puta tiene otras intenciones."

"Él cree que puede controlar sus adicciones, pero esa es su mayor debilidad. Ese día simplemente se volvió loco. Además, de nada sirve hablar, no puedo ni siquiera ir a la policía. Si lo hago. Estoy muerta."

Fernanda trató por última vez de ser congruente, de acompañar a su amiga en el dolor, pero no podía. Algo en su mente la controlaba, incluso en la dirección contraria a la posición de su amiga. Una fuerza la orientaba a un sentimiento: venganza.

"Tuviste que pensarlo antes de poner en riesgo a tu bebé, no debiste meterte con ese hombre"... unos segundos después se dio cuenta del tremendo error que cometió.

"¿Bebé?", susurró Angie. Ambas se vieron intensamente. "¡Fernanda qué decís! ¡Fernanda! ¡decime la verdad! ¿Estaba embarazada?  ¡No!", los gritos se escucharon incluso en los pasillos, la enfermera y el doctor corrieron a socorrer a la paciente, quien entró en un shock nervioso. El doctor pidió aplicar un sedante, mientras la enfermera trataba de controlar a Angie.

"¡Acaso no le dije que había que ayudarla, salga de aquí ahora mismo!", señaló el médico a la puerta mientras miraba a Fernanda.

La joven salió, estaba perdida, impotente, atada a un dolor incalculable por lo que sucedió. Entonces Carmen apareció en el pasillo, cargaba dos bolsas con artículos de primera necesidad. Fernanda se secó las lágrimas y habló con la tía de Angie.

"Debo irme, regresaré mañana me siento muy cansada. Ya verá que a su sobrina se le hará justicia", dijo mientras abrazaba a la mujer. Carmen sintió algo extraño, pero no sospechó nada malo.

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Fernanda durmió sin remordimientos porque estaba clara de sus propósitos.

Al día siguiente antes de salir a trabajar, tomó la navaja. Estaba decidida.


Jueves, 9:36 pm.

Antes de llegar a su zona de prostitución, sonó su teléfono. Era César. "No puede ser", pensó.
"Fijate que el fin de semana voy a estar libre y me gustaría que fuéramos a la playa, será un trabajo especial, para salir de lo común", la voz del joven parecía un calmante.

"No lo sé, llamame el viernes por la noche, pero eso sí, como siempre me pagás una parte antes y la otra en el lugar", Fernanda estaba confundida porque el odio hacia su realidad parecía contenerse cuando hablaba con César, y solo habían pasado dos noches juntos.

"Te llamo entonces", dijo el joven antes de colgar.

Fernanda volvió a lo suyo. No sería difícil dar con el auto negro, sabía que tenía que moverse en un territorio que no le pertenecía, pero confiaba en que sus piernas, su trasero y su lindo rostro le iban a permitir abrirse paso hasta dar con el Vaquero.

Por primera vez estaba decidida a ocupar su cuerpo para algo más que revolcarse en una cama. Solo tenía que perseverar y esperar el momento perfecto para matar.



Continuará.