sábado, 3 de agosto de 2013

Fernanda Parte III


Se quedó dormida y soñó mucho. Estaba en un valle y sentía el viento en su cuerpo, caminaba en libertad, sin temor. Se adentró a un bosque cercano y fue ahí donde sintió miedo, cada árbol era una amenaza, los sonidos silvestres la desesperaban. Se quedó sentada temblando, y mucho más cuando escuchó unos pasos que se acercaban, que rompían las pequeñas ramas. Levantó los ojos y vio a un hombre, con ojos rojos. Gritó como nunca lo había hecho, antes de ser atacada a golpes.

Se levantó desesperada. La pesadilla hizo que su corazón latiera más fuerte. Casi nunca tenía pesadillas, lo cual la dejó pensativa. Vio el reloj y salió de la cama a toda prisa. Eran las 11:34 de la noche y tenía que salir a trabajar, debía hacerlo tanto para escuchar las voces de la calle en torno a la muerte de Don Carlos y también porque escaseaba el dinero.

Tenía hambre y sólo había galletas y restos de frijoles. Prefirió el último cigarrillo que le quedaba, se sentó y lo disfrutó a medias porque era tarde. Se bañó rápido y se vistió con la ropa más ajustada que tenia. A esa hora los ancianos que le rentaban el cuarto estaban dormidos.

Salió, compró chicles y cigarrillos en una gasolinera y comenzó a caminar a paso rápido. La angustia y la incertidumbre la tenían al borde de la desesperación. "¿Qué dirá la gente sobre la muerte de Don Carlos? Ojalá no pase nada, espero que no pasé a más, Dios mío", se dijo a si misma. En cuestión de 30 minutos ya estaba en una de sus esquinas, poco transitada por sus colegas lo cual era una ventaja.

Era la 1:33 de la madrugada y no había clientes a la vista. Algo pasaba. Caminó un poco más hasta un bar conocido. Entró y pidió una cerveza al encargado del lugar, José, un tipo rudo, mal encarado con cabello largo y vestido de negro. Pese a la dureza que mostraba el personaje, tenía cierta compasión por Fernanda.

"Te mirás de la patada, vos", le dijo mientras le dio la botella. Fernanda ni siquiera lo vio a los ojos, tomó la cerveza y le dio un trago enorme, con el cual esperó que la tensión del día cediera, pero lo que provocó fue un fuerte ardor en su estómago vacío. Aún así, no demostró el malestar.

"Hoy las niñas andan preocupadas, ¿supiste lo de un pistudo que se le paró el corazón anoche?", dijo José en voz baja. Fernanda sintió un pinchazo en el pecho y volvió a ver a José con cara de incredulidad. "¿Cómo?", salió de la boca de la chica lo suficientemente contundente como para no delatarse. "Si, aunque lo raro es que ese viejito se fue a un motel de tercera, era un abogado reconocido, de billetes, por eso es lo raro. Gente como él van al norte de la ciudad, a lo más lujoso a buscar damas de compañía profesionales", expresó el hombre para luego ver con cara de pena a Fernanda. "Sin ofender", agregó.

Fernanda dio otro sorbo a la cerveza y dijo: "Qué raro y ¿has visto a la policía cerca?". José la vio con extrañeza. "¿Por qué andaría la jura por acá? no se sabe si andaba con una mujer o con un bicho, o solo, al menos eso dicen las noticias. Te noto rara ¿ya comiste?".

"Bingo", pensó la chica. "Nada he comido, ni clientes he tenido", dijo. "¿Me podés dar un par de bocas de costilla y otra cerveza? Te las pagaré más tarde cuando venga alguien", prometió Fernanda.
José, que tenía cara de no darle fiado a su propia madre, sonrió a medias. "Ya sabés mi niña, y con lo chula que sos ya va a caer algún hombre", le dijo y al mismo tiempo guiñó un ojo.

Fernanda se quedó pensativa. Sabía que iban a investigar, a ella y a sus amigas. "Calmate, calmate que no pasará nada", pensó. Se comió las dos bocas de costilla de cerdo y la segunda cerveza la tranquilizó un poco, justo a tiempo cuando el bar estaba más lleno de personas. En el camino hacia los baños vio a un par de hombres que estaban bastante tomados, uno de ellos la tomó de la cintura por sorpresa; Fernanda no lo soportó. pero calló. No tenía cliente directo y el borracho podría ser la opción para salvar una noche sin suerte.

Le sonrió y le dijo que necesitaba ir al baño pero que ya volvía para hablar.

Mientras orinaba se puso a rezar. Era demasiada la presión que sentía, no quería más estar preocupada. "Señor, sacame de esto", dijo en voz suave, luego perdió la atención en la oración cuando dos mujeres entraron al baño. Una de las chicas encendió un cigarro mientras esperaba a su amiga, quien entró en uno de los baños aunque parecía que no iba a utilizarlo. Fernanda se levantó y no quiso escuchar lo que hacía la chica ahí adentro.

Salió y se encontró con los dos hombres. Uno de ellos no tenía ni una intención de hablar con ella y se concentró en su bebida; el otro, el que la abordó, le sonrió y la invitó a sentarse en su pierna.

Hablaron largo rato, hasta que se hicieron las 3:00 de la mañana. Fernanda había agotado sus prácticas para enamorar a un hombre. Ya estaba harta, hasta que por fin, el sujeto, llamado Gilberto, se decidió.
"Quiero quedarme con vos hasta mediodía. ¿Te parece?", dijo con lentitud. "Vamos, ya quiero salir de aquí", respondió la chica.

Mientras iban hacia el motel, se puso a pensar en Don Carlos. Algo pasaba en su interior. Sentía culpa, demasiada. Esa actitud de Fernanda, no cayó en gracia a Gilberto, quien rápidamente la tocó con fuerza en la espalda y luego la tomó del rostro. "No te quiero ver así, nena. Se supone que tenés que estar sexy y con ganas", dijo bruscamente. La chica se molestó, pero se guardó el comentario.

Entraron al cuarto.

Fernanda se esforzó, hizo lo que pudo para mostrarse sensual y "con ganas" como dijo Gilberto. Pero no funcionaba. El hombre parecía intentarlo de todas formas, pero el que no mostraba ganas era él.
El alcohol, el cansancio, mezclados con lo ya entrada que estaba la madrugada, no permitieron que estuviera listo. Simplemente no podía tener sexo.

Ella también se desesperó porque no se sentía bien. Su cabeza no estaba ahí, no dejaba de pensar en Don Carlos. Quería irse a casa. "Sabés qué, mejor dejemos esto así, no tengamos prisa", dijo la chica con un tono despreocupado. Gilberto no hizo caso y siguió. Pero todo era en vano.

Cuando Fernanda le dio a entender que no quería más, el hombre se puso violento. "Aquí el del dinero soy yo, ¡¿entendés?!", gritó mientras la sometía con extrema dureza. Fernanda no soportó la humillación y lo golpeó en el rostro. Gilberto, por lo alcoholizado que estaba, no sintió el dolor y se enfureció. Golpeó a la chica en el rostro en tres ocasiones. Fernanda gritó.

Eso no detuvo al endemoniado sujeto quien siguió oprimiéndola para hacerla suya. La chica pataleó, gritó y trató de defenderse, pero fue inútil. El hombre estaba encima y comenzó a golpearle una vez más.

Los golpes hicieron su efecto inmediatamente. Los pómulos de Fernanda se inflamaron y una ceja se cortó. Sus lágrimas se mezclaban con la sangre y el sudor. Era un infierno.
Sus brazos estaban morados, con las pocas fuerzas que le quedaron, gritó lo más fuerte que pudo. "¡Auxilio!".

Gilberto trató de callarla pero no pudo, porque Fernanda le mordió la mano. El teléfono sonó y eso lo detuvo. Escucharon los gritos de la mujer.

El hombre se vistió como pudo y Fernanda aprovechó la oportunidad. Salió corriendo desnuda a la puerta, la abrió y comenzó a gritar. Gilberto la tomó del cabello y la aventó a la cama.

Pero la acción desesperada de la chica surtió efecto, el  vigilante del motel se acercó a la habitación y llamó a la policía antes de tocar la puerta. Gilberto, ya vestido, salió a discutir con el agente de seguridad. Pensó que iba a convencerlo que todo había sido un malentendido, pero a los siete minutos la policía llegó al lugar.

La escena que encontró uno de los agentes fue desgarradora. La sangre en el rostro desfigurado, el pequeño cuerpo temblando y el llanto apenado. El olor a intimidad, a loción barata y alcohol, con la escena de Fernanda, provocaron enojo en el agente policial. Apresaron a Gilberto, quien todavía bajo los efectos de la bebida se opuso. Eso lo aprovechó el agente que estaba impactado por la escena, quien lo golpeó ferozmente en el estómago. El hombre ni siquiera pudo quejarse, cayó en el suelo intentando respirar. El otro policía se molestó con la acción de su compañero. "Calmate, tampoco es así la onda, a cuantas prostitutas no les pasa lo mismo, ¿cómo sabes que la chava que está adentro es del todo inocente? De estas no podés confiar", dijo el uniformado.

Lo que contestó su compañero ya no lo escuchó Fernanda. Sintió un dolor indescriptible, una rabia mezclada con impotencia por lo que le había sucedido.

Nunca la habían golpeado tan fuerte en sus 25 años de vida. Lo que le hizo Don Carlos, lo que le hizo Gilberto y el comentario del policía golpearon su alma con tal fuerza, que se oscureció su corazón. Sus lágrimas se derramaban mientras de su boca salía una especie de rugido de furia, de odio... otra noche en el infierno.

Continuará...







lunes, 22 de julio de 2013

Fernanda Parte II

Revisó su bolso y se dio cuenta que nada había dejado en el cuarto, eso la alivió por un momento.
Mientras salía del motel, escondió su rostro para que el vigilante no la observara. Pero no había que temer porque vio al hombre uniformado dormido.

Caminó por las calles, cuando se le ocurrió que para despistar sería bueno encontrar algún cliente, conseguir dinero y volver a casa. "No puedo creer que ese anciano fuera un enfermo, y yo que pensé que por la edad sería amable y no generaría demasiada acción en la cama. Esta mierda de profesión ya comenzó a hartarme", se dijo a si misma mientras caminaba por el oscuro sendero.

A unos metros vio un auto en la esquina. Era un hombre en busca de placer. Contrario a su estrategia de quedarse parada esperando, está vez ella fue a la caza. Introdujo un caramelo en su reseca boca, le faltaba un poco el aliento luego de tremenda experiencia.

Se acercó a la ventana del auto y le sonrió al joven, que tenía un look de estudiante inteligente, con lentes y una cara nerviosa, como si estuviera cometiendo un crimen. "¿Quieres dar un paseo?", dijo Fernanda, quien trató de recuperar la calma y mostrarse sensual.

El chico no lo dudó y le abrió la puerta. Luego de diez minutos, lapso en el cual arreglaron el intercambio de carne por dinero, entraron a un motel y solo estuvieron poco más de 25 minutos. El sexo fue de lo más rápido y normal. Para el chico, primerizo, fue tocar el cielo. Para Fernanda, una mezcla de alivio con verguenza.

Tomó el dinero y lamentó no poder ahorrarlo por completo. Pidió un taxi en la calle, compró una cajetilla de cigarros, y dos paquetes pequeños de galletas, los cuales dividiría uno para cenar y otro para desayunar.

Llegó a su casa y comenzó a llorar. La experiencia con Don Carlos era demasiado y luego haber tenido que acostarse con un sujeto para tener una coartada, fue más doloroso para su interior.

.............................

El cuarto donde vivía era pequeño, desordenado, una mezcla de papeles y ropa, la mayoría era la que usaba en su trabajo. El aroma en el ambiente era de humedad, humo de cigarro y lociones baratas. No era el mejor escenario, pero le gustaba por la paz que sentía. La casa, habitada por una pareja ancianos, era amplia. El cuarto, que estaba en la parte trasera y tenía entrada propia, era el de Fernanda. Por 100 dólares, ella tenía acceso a luz, agua y nada más. Pero tenía paz, no podía temer de los ancianos, ellos eran educados y un poco ingenuos: no se percataban del trabajo de su inquilina.

Se quedó dormida abrazada a su cartera. No soñó nada. Y como si el tiempo pasara demasiado rápido, abrió los ojos seis horas después. Su corazón latía rápido, la pesadilla de Don Carlos volvió a golpearle el alma. Culpa y miedo la invadieron.

Lo primero que hizo fue encender el televisor, quería información acerca de Don Carlos. Su búsqueda fue inútil. Se levantó de golpe, se lavó los dientes, se puso un short, una camisa corta, sandalias, encendió un cigarro y fue a un ciber café a tres cuadras de su cuarto.

¡Ahí sí encontró lo que quería! Su impresión fue tal que dejó de fumar.

Don Carlos, el viejo sadomasoquista y violento, era uno de los abogados más reconocidos de la ciudad. Tenía una reputación alta: un hombre de familia, miembro de una iglesia, cercano a personajes políticos, ejecutivos y religiosos.

La información era parcial. No destacaban cómo lo encontraron, ni parte de la escena, solo habían imágenes de los familiares en las afueras del motel, ahí estaban  los hijos del señor, la esposa, los amigos. Que el cadáver fuera encontrado en ese lugar apenaba a los que fueron más cercanos al anciano.

Fernanda sintió cierta calma. Trabajar en las calles, escuchar las historias de policías y ladrones de decenas de borrachos con los que al final compartió cama en sus noches de trabajo, le hacían creer que nadie la seguiría por la muerte de Don Carlos.

Ella sabía lo que miles se preguntaban.

Por la forma que lo encontraron, con la escena de las pastillas, el traje de cuero, los utensilios sexuales y su cuerpo tendido, luego de varias indagaciones y sin un testigo claro, la primera sospecha de la Policía fue que la medicina para la disfunción eréctil, la emoción de sentir un cuerpo femenino desnudo, la edad, el padecimiento de hipertensión y colesterol alto, todos esos factores fueron los que desencadenaron su deceso.

Fernanda volvió pensativa a su cuarto. Algo la aterraba de todo lo sucedido. Se quedó pensando si era buena idea salir a trabajar. Si dependía de ella, no saldría del cuarto, pero la necesidad de comida y de pago del alquiler la hizo tomar la decisión de vender, otra noche más, su cuerpo.

¿Fue asesinato? ¿Fue defensa propia? ¿Fue inevitable? No sentía paz. Se recostó un momento en la cama desordenada y trató de conciliar el suelo. Algo había cambiado en ella, aunque nunca iba a poder imaginar el desenlace de esa mutación de su mente, alma y corazón.

Continuará...


viernes, 5 de julio de 2013

Fernanda

No pasó mucho tiempo, de hecho fueron unos minutos los que necesitó Fernanda para salir del espanto, de la desesperación.

Salió del cuarto rápido. Eso sí, miraba a todos lados. Estaba la posibilidad que un malentendido la pusiera en aprietos.

A su último cliente simplemente se le pasó la mano y lo pagó con su vida. Un gusto obsesivo por lo extremo, y un bochorno que terminó en violencia, fueron demasiado para su corazón.

Fernanda nunca tuvo un problema con las parejas a las que vendía su cuerpo. Los tres años de trabajo sexual habían pasado sin arrebatos, violencia o intimidación. Fernanda no incluye la pena moral de ser una prostituta, esa era una condena con la cual viviría el resto de sus días, no importaba si el cliente era amable, pagaba lo acordado e incluso cariñoso. Nunca iba a tener paz debido a su dedicación.

Fue un sábado negro.

Ese mismo día, pero más temprano, a las 9:54 de la mañana, Don Carlos volvió a tener un deseo sexual. A sus 68 años ya se había olvidado de la pasión, el erotismo, lo carnal. Desde que tenía 61, su vida en la cama se limitó a dormir, nada más.

No fue fácil. En sus veintes, treintas y cuarentas, siempre hubo con quien saciar sus extremos gustos en la cama. Paradójicamente nunca con su esposa. Ella es la mamá de sus tres hijos y la abuela de sus siete nietos. Demasiado título como para ensuciarlo en una de sus sesiones sexuales, al menos eso pensaba Don Carlos.

Nunca escatimó gastos, tiempo, mentiras, hipocresías, intimidaciones, amenazas y ciertamente violencia para lograr su objetivo. Don Carlos siempre tuvo una teoría: "la vida hay que disfrutarla, no importa como".

Y ese sábado, al señor se le metió en la cabeza volver a las andadas. Así de sencillo. Se armó de lo necesario para su misión: pastillas, trajes, dinero, accesorios sexuales y, por supuesto, la dosis de mentira necesaria para no asistir con su familia al cumpleaños de uno de sus nietos, Fernandito, de ocho años. Doña Laura, la esposa recatada y sin ánimos de entablar una discusión, simplemente no se tomó la molestia. Un beso de piquito y Don Carlos ya tenía el boleto al éxtasis.

Fernanda no almorzó bien ese sábado. No se sentía bien. Tenía dolor de cabeza, asco, mareos, y todos los padecimientos naturales de una vida sin vitaminas, de desvelos, cigarrillos y una alimentación deficiente tanto por el hábito cultural como por la falta de plata.

Comenzó su jornada laboral a las 8:45 de la noche. No necesitaba andar caminando por ahí, su cuerpo era lo suficientemente atractivo como para quedarse en un lugar y esperar. Tenía claro que no era bella del todo, pero tenía lo suyo: mediana altura, piel morena, delgada, con un busto bondadoso, sus piernas no tan largas, no tan delgadas. Sus ojos atractivos: amplios, color café y a eso se le sumaba una mirada sensual, pícara, inocente a veces.

Pero Fernanda no era como sus ojos se mostraban, ella no estaba a gusto, sólo actuaba en su papel de mujer sensual. Y le funcionaba.

Don Carlos la observó por un tiempo y se decidió. Eran las 9:15 de la noche. Bastante temprano y así tenía que ser. La mentira del anciano le alcanzaba para llegar a casa a medianoche luego de jugar póquer y hablar de negocios con su colega, Don Fabio, un buen hombre que su única debilidad eran las cartas.

Aunque no era el tipo de Fernanda, aceptó la proposición y se fue con el señor. Poco a poco se sintió intimidada con el aliento a cerveza, las palabras y las fantasías sexuales de Don Carlos. Había algo extraño en el anciano: daba la sensación que estaba actuando en una película. Por eso la chica se limitaba a decir "Aahhh", "¿en serio?", "Wow", "Uuuy" y nada más, un repertorio que repetía una y otra vez. No hacía falta hacerlo de otra forma, el anciano estaba tan metido en su personaje que no leyó en la mirada de la mujer la lástima, la pena y la sorpresa que expresaba.

Entraron a la habitación que rentaron por tres horas. Fernanda pensó que sería una sesión más, dentro de lo normal, pero no. Don Carlos entró al baño con una maleta. Salió diez minutos después portando un atuendo de cuero, que le quedaba bastante mal, en sus manos tenía varios accesorios de castigo. La escena era penosa, lo que provocó una carcajada en la mujer. Error.

El hombre, con el orgullo por los suelos, salió de golpe de su personaje de película de sadismo y arremetió contra la prostituta. La tomó del cuello y comenzó a gritarle todo tipo de insultos. Le recordó lo bueno que es en sus sesiones. No fue suficiente para él. La golpeó en el rostro.

Fernanda cayó en la cama. Estaba preocupada, aterrorizada porque Don Carlos parecía un demonio. La volvió a golpear. E intentó tomarla, violarla y asesinarla, el anciano no podía soportar la verguenza.

La mujer, se levantó y pudo soltarse de los brazos que la atacaban. Se le escapó y cayó al otro lado de la cama. Intentó conciliar, apostarle a la prudencia, aunque era difícil con un hombre de 68 años con un traje de cuero pegado a su cuerpo obeso y con el rostro explotando de furia.

Primero le dijo que se calmara, y que realizara tranquilamente todas sus pasiones. No funcionó.

Mientras huía del señor, le dijo que no siguiera, que no era necesario. No funcionó.

Hasta que le dijo: "¡no arruinés el momento, no seas tonto! ¿Tenés familia? si me matás no volverás a verlos, pensá en tu esposa y tus hijos... detenete viejo loco, todos ustedes son de lo peor, mas vos, ridículo!"

Don Carlos se enfureció más. "¿Cómo te atreves a decir eso, tu mujer de...?". Atrapó a Fernanda y la agarró fuertemente de los brazos mientras intentaba morderle el rostro. Su aliento a alcohol y su cara desencajada, aterrorizaron a la mujer, quien no tuvo más remedio que contraatacar, lanzó una patada sin tanta determinación, pero que dio en el punto: los genitales del señor.

Cayó de golpe al suelo y se retorció de dolor. La pastilla que tomó en el baño minutos antes no surtió efecto.

Don Carlos intentó levantarse pero sus fuerzas lo abandonaron. Su corazón latía violentamente, no de furia sino para respirar. Pero a los pulmones del anciano no llegaba aire. Sus ojos pasaron de la furia a la desesperación. Luchaba para estabilizarse, pero fue inútil. Su corazón no dio más y cayó tendido. De esta aventura no se levantó. Sus ojos quedaron abiertos, mostrando aflicción, su boca abierta como queriendo gritar. El sudor era notorio en la frente. El olor que emanaba de su cuerpo envuelto en cuero era desagradable.

No pasó mucho tiempo, de hecho fueron unos minutos los que necesitó Fernanda para salir del espanto, de la desesperación.

Salió del cuarto rápido. Eso sí, miraba a todos lados. Estaba la posibilidad que un malentendido la pusiera en aprietos.

Continuará....




martes, 25 de junio de 2013

El frasco de moscas


Fue el mejor presente de navidad que me regalé. Eran los últimos días de 1995. Siempre fue importante comprarme algo, era un adolescente, no captaba la estrategia de mercado que siempre impregna esa época. Aún así, si volviera al pasado, lo repetiría.

Ahorré lo suficiente y cada cierto tiempo me daba una vuelta por el estante de CD`s, solamente para cerciorarme que seguía ahí, esperando por mi.

Ya tenía un disco de Alice in Chains, pero no podía dejar pasar el último lanzamiento: "Jar of flies". Todo de ese trabajo musical me ha impactado.

La portada, por ejemplo.



Es un arte que sigo apreciando. Se dice que el guitarrista de la banda, Jerry Cantrell, realizó un experimento escolar con un frasco de moscas. En uno estaban sobrealimentadas y hubo vida por un tiempo, pero murieron por sobrepoblación. En el otro frasco, con poco alimento, la mayoria de estos insectos vivió por más de un año.

El color, la mitad del rostro del chico, el frasco, la mesa, los dedos. Todo en su perfecto puesto.

De una mosca tengo tres impresiones:

1. Cuando mi mamá las mataba con desesperación.




 2. La película "The fly" (1986). Es de mis favoritas y la transformación del personaje de Jeff Goldblum en una inmensa mosca... simplemente impactó mi mente infantil.



3. Y el concepto de Alice Chains para su disco.


Más allá de la apariencia, algo me invitaba a creer que el disco sería especial.

Cuando me lo compré, le dediqué mucho tiempo. Contiene siete temas y me imaginé que serían pesados, con ese sonido contundente, a veces áspero, tan deprimente, todo lo que caracteriza a Alice in Chains.



Mi sorpresa fue escuchar canciones acústicas, suaves, con sonido country a ratos, orquestales en otros. Lo que no faltó es ese toque melancólico de la banda.

"Rotten apple": un llamado a la inocencia perdida. Esas notas de guitarras y la voz de Staley, me impactaron de entrada.

"Nutshell": la calma, el toque acústico, la tristeza: "sin un lugar al cual llamar hogar..." casi me saca una lágrima la primera vez que escuché la canción. Las que derramé con el correr de los años cada que me abrazaba esta pieza de arte musical, esas, estuvieron justificadas.

"I stay away":  armoniosa, psicodélica, desesperante y la voz de Staley, otra vez te lleva a otros niveles.

"No excuses": la más aceptable para la mayoría de oídos. La pausa necesaria para no desagradar a los que esperan una canción medianamente comercial.

"Whale & Wasp": instrumental. Una guitarra única. No es un solo estridente, es penetrante... ¡es Alice in Chains para quienes saben de lo que hablo!

"Don´t follow": la que rompe el esquema, nadie se esperaría una armónica en una banda de este calibre. Me costó digerirla, pero con el tiempo le encontré la belleza.

"Swing on this": la más deprimente, la más angustiante, muy a mi estilo. "Come home... let me be. I´m alright". El final tenía que ser así para un disco único.

Mi espectro musical cambió para siempre después de mi regalo de navidad en 1995. Lo que sucedió con el disco se merece una serie de historias aparte, las cuales, sin duda, escribiré pronto.

18 años después, mientras estaba pensando en una información sin mucho sentido, una mosca trató de aterrizar en mi cara. Lo intentó varias veces. No se lo permití. Tomó un descanso en mi cuaderno y me detuve a verla. La observé por un momento y luego de unos segundos de apreciarla, voló lejos. No pude matarla. No podía hacerlo, menos luego de recordar la historia del frasco de moscas. Ese pasado revivido permitió que ese insecto volador no muriera por mi mano. Hay cosas que simplemente te marcan, de una forma u otra.

domingo, 23 de junio de 2013

El viejo solitario

Daniel se ve al espejo todas las mañanas. Es un ritual de autosatisfacción, o en casos críticos, una llamada de atención ante el deterioro físico provocado por la intensa atracción hacia la fiesta y el placer.

Aunque han pasado los años, siempre que se ve a los ojos se percata que el chiquillo sigue vivo en su interior. Ese ser capaz de pegarse una carcajada en una reunión seria, ese niño con infinita capacidad de divertirse con un simple juego, o también el rebelde adolescente que sin complejo ataca a las bases de una sociedad hipócrita. Daniel no se ve de la edad que tiene.

Ama la soledad y es su mejor aliada. Ese espacio único, la libertad de sentirse tal cual lo dicta el momento, sin necesidad de protocolos familiares.

Trabaja, se divierte, se ejercita, coquetea, compra, habla, socializa. Vive la plenitud de la vida, al menos eso cree.

Y sin la presión de que alguien examine su diario vivir, Daniel se da a la tarea de examinar a quien quiera. Y es duro con lo que ve. No es tolerante con lo que no se acopla a su particular visión de la vida.

Por eso le encabrona particularmente cuando ve al viejo solitario ir y venir. Sus canas, su sobrepeso, su voz, sus ojos. Simplemente no lo soporta.

La existencia de Daniel está llena de retos. A pesar de todo, cuando resume de vez en cuando, se topa con que no es feliz del todo. Siempre falta algo.

Un día cualquiera se dio cuenta que en su constante análisis de las personas, el viejo solitario salía a la luz una y otra vez. "Por qué hace ésto ese viejo, por qué hace lo otro... cómo es posible que ande así, caminé así, diga así"... en fin. Ese viejo solitario de verdad que le encabronaba.

En medio del ir y venir de un día más de trabajo, Daniel escuchó la plática de dos ancianas. Pensó en lo aburrido del tema, hablaban de los gastos diarios, de sus esposos y sus hábitos de como preparar la cena, ver a los nietos y más de todo lo que el joven consideraba una vida deprimente. "Nada como estar solo", pensaba. Y se reconfortaba.

Cuando Daniel tuvo un día para el olvido, llegó a su casa, y la soledad no le sirvió de nada. Sus hábitos de libertad no le aliviaron su preocupación. Nada era suficiente. Molesto consigo mismo salió a dar un paseo. Y como si el día no le había dado suficiente malestar, se topó con el viejo solitario.

Le molestó de sobremanera verlo caminar. Ese viejo cabrón le sacaba de quicio. Se preguntó: "¿este viejo que habrá hecho para terminar así?" Y una serie de respuestas se le vinieron a la cabeza. Ninguna de ellas le cambió la mentalidad para ver al anciano de otra forma. "¡Ese viejo...!". Mejor se regresó a su casa y trató de dormir.

Un nuevo día comenzaba y Daniel, como de costumbre, no pudo evitar escuchar la plática de dos mujeres maduras. Una le contaba a la otra que acababa de divorciarse. Un sin número de excusas y señalamientos en contra de su ex marido, que eran suficientes para sentenciarlo a muerte si fuera posible para ella. La otra mujer, después de varios minutos de escuchar, y con un tono desinteresado, le dijo a su compañera: "por eso terminan solos, y después ahí andan viejos, dando lástima y dependiendo de la caridad de sus hijos, porque una pudiera estarse ahí con ellos a pesar de todo, pero a los hombres les importa una comino que uno se desgane por ellos. No saben agradecer". Daniel pensó por un momento, y luego, recalcó en su mente: "por eso es mejor estar solo".

............................................................................................................................................................

"Por eso terminan solos...", las palabras de la mujer llegaron a la mente de Daniel, a la mañana siguiente, en el justo momento de verse al espejo. Pensó en eso todo el día.

Pasó tiempo hasta toparse nuevamente con el viejo solitario, esa vez intercambiaron saludos y por alguna extraña razón, Daniel emparentó aquella plática de las señoras maduras con la visión que tenía del anciano que caminaba de un lado a otro con la mirada perdida. "Este viejo algo hizo... claro que sí", pensó.

Como si el destino apurara a desencadenar un cambio, con el pasar de las semanas, el joven se dio cuenta que no era feliz, y que la soledad, si bien es cierto le daba muchos espacios, no le llenaba del todo. Entonces su hábito de analizar al mundo cambió. Comenzó a analizarse internamente, y encontró un sin fin de carencias y debilidades. No tuvo piedad al autocriticarse.

Una noche, con viento y luna plena, mientras caminaba cerca de su casa, vio a lo lejos el lento andar del viejo solitario. Se dio cuenta que había sido cruel con el análisis hacia el señor, fue injusto sin siquiera darle el beneficio de la duda al hombre canoso. Ni siquiera le vio a los ojos cuando pasó cerca de él. Daniel se sentía mal.

Al dia siguiente la verdad fue tan contundente que le dejó sin aliento. Luego de una noche sin paz, se vio al espejo, como siempre. Haciendo a un lado la vanidad, se puso a pensar en el viejo solitario. Entendió que el inmenso descontento y enojo que le causaba, era en realidad una preocupación.

Daniel se veía a si mismo en el viejo solitario. Parpadeó un poco al pensar eso, y se sintió ansioso al saber que era cierto. Uno puede mentirle a quien sea, pero nunca a si mismo. No era mentira. Daniel, con el niño interior aún vibrando en su interior, se proyectó en la vida, y cuando quiso imaginarse como sería a los sesenta y pico de años, el lento andar del viejo solitario rondaba su mente como una obsesión, como una condena. Los ojos del anciano, la risa del viejo y sus hábitos que tanto le molestaban, todo eso le golpeó la conciencia.

Hacerse viejo le preocupaba al joven Daniel. El tiempo pasa sin misericordia, y lo sabe. Ni siquiera se acordaba de su cumpleaños número 26. "¿En dónde quedaron los años veinte de mi vida?" pensó, y no pudo más que entristecerse al saber que todo ha pasado tan rápido, como sino lo hubiese vivido. El viejo solitario se convirtió en una alarma, y fuerte, en su vida.

"Pero quizás ese es el objetivo", se dijo a si mismo. Los años están contando. Los días pasan y quizás no haya mayor objetivo que ser feliz, nada más. Daniel no disfrutaba en su soledad liberadora, ni tampoco el viejo solitario en su andar, ni las mujeres maduras en su verdad.

Frente al espejo, viendo su cuerpo joven, comenzó una nueva etapa. Se acabó el análisis del mundo y la sociedad, ahora simplemente queda tratar de tener paz y felicidad, y solo, aunque sea inmensamente liberador, no es posible. El tiempo no tiene misericordia de nadie, y es más cruel con los solitarios, con los que pasan su vida sin compartir.

sábado, 15 de junio de 2013

Sin sorpresas

El día comienza. Ayer fue una batalla perdida.
Miro el cielo, no hay nubes.
Pienso en la vida y en la muerte.
No hay sorpresas, todo está en la mesa, descubierto. Sólo queda escoger.

Camino con la mirada en muchos objetivos, paso en medio de todos con la mente en un sólo pensamiento.
El tiempo no es oro, cuando los segundos están condenados.
La gente no parece diferente. Rostros variados, misma apreciación.
Pienso, convierto y defino.

El sol ardiente no hace la diferencia, en una fiebre social que quema neuronas.
El hambre es una pausa que da paso al placer, es sólo un momento.
La mirada vespertina es un declive espiritual, físico y emocional. Tampoco hay sorpresas.

El ocaso de un día, el caminar continúa, siempre fijo en un punto. El juego no para.
La noche llega. La oscuridad relaja. Pero la mente no descansa.
Miro el cielo, no hay nubes.
La vida y la muerte se unen en mi cabeza.
Vacío, dolor, alivio, esperanza y redención.
Todo en un momento, como la vida.
Pese a lo dramático...  no hay sorpresas.



jueves, 6 de junio de 2013

Flores

Colores para el campo
Aromas y éxtasis para un amor
Pétalos como tentación.

Desde el inicio
Y cuando pasa el sueño y el castigo
Una flor adornará tu destino.

Si quiero alegrarte, un ramo
En caso el perdón busque, una rosa color sangre
Para cuando no hayan detalles, una de ellas como estandarte.

Si el matrimonio llega, el blanco abundará
Y si el divorcio se aparece, los pétalos caerán
Si mueres, la tumba adornarán.

Antes que el viento se las lleve
Y el campo quede desnudo
Mantén el color
Sin importar que tu alma esté en medio de la degradación.

Sostengan una flor como en un brindis
Un deseo hay que pedir
Aunque la realidad muestre su rostro
Y no haya ilusión ni ramos para vivir.