Daniel se ve al espejo todas las mañanas. Es un ritual de autosatisfacción, o en casos críticos, una llamada de atención ante el deterioro físico provocado por la intensa atracción hacia la fiesta y el placer.
Aunque han pasado los años, siempre que se ve a los ojos se percata que el chiquillo sigue vivo en su interior. Ese ser capaz de pegarse una carcajada en una reunión seria, ese niño con infinita capacidad de divertirse con un simple juego, o también el rebelde adolescente que sin complejo ataca a las bases de una sociedad hipócrita. Daniel no se ve de la edad que tiene.
Ama la soledad y es su mejor aliada. Ese espacio único, la libertad de sentirse tal cual lo dicta el momento, sin necesidad de protocolos familiares.
Trabaja, se divierte, se ejercita, coquetea, compra, habla, socializa. Vive la plenitud de la vida, al menos eso cree.
Y sin la presión de que alguien examine su diario vivir, Daniel se da a la tarea de examinar a quien quiera. Y es duro con lo que ve. No es tolerante con lo que no se acopla a su particular visión de la vida.
Por eso le encabrona particularmente cuando ve al viejo solitario ir y venir. Sus canas, su sobrepeso, su voz, sus ojos. Simplemente no lo soporta.
La existencia de Daniel está llena de retos. A pesar de todo, cuando resume de vez en cuando, se topa con que no es feliz del todo. Siempre falta algo.
Un día cualquiera se dio cuenta que en su constante análisis de las personas, el viejo solitario salía a la luz una y otra vez. "Por qué hace ésto ese viejo, por qué hace lo otro... cómo es posible que ande así, caminé así, diga así"... en fin. Ese viejo solitario de verdad que le encabronaba.
En medio del ir y venir de un día más de trabajo, Daniel escuchó la plática de dos ancianas. Pensó en lo aburrido del tema, hablaban de los gastos diarios, de sus esposos y sus hábitos de como preparar la cena, ver a los nietos y más de todo lo que el joven consideraba una vida deprimente. "Nada como estar solo", pensaba. Y se reconfortaba.
Cuando Daniel tuvo un día para el olvido, llegó a su casa, y la soledad no le sirvió de nada. Sus hábitos de libertad no le aliviaron su preocupación. Nada era suficiente. Molesto consigo mismo salió a dar un paseo. Y como si el día no le había dado suficiente malestar, se topó con el viejo solitario.
Le molestó de sobremanera verlo caminar. Ese viejo cabrón le sacaba de quicio. Se preguntó: "¿este viejo que habrá hecho para terminar así?" Y una serie de respuestas se le vinieron a la cabeza. Ninguna de ellas le cambió la mentalidad para ver al anciano de otra forma. "¡Ese viejo...!". Mejor se regresó a su casa y trató de dormir.
Un nuevo día comenzaba y Daniel, como de costumbre, no pudo evitar escuchar la plática de dos mujeres maduras. Una le contaba a la otra que acababa de divorciarse. Un sin número de excusas y señalamientos en contra de su ex marido, que eran suficientes para sentenciarlo a muerte si fuera posible para ella. La otra mujer, después de varios minutos de escuchar, y con un tono desinteresado, le dijo a su compañera: "por eso terminan solos, y después ahí andan viejos, dando lástima y dependiendo de la caridad de sus hijos, porque una pudiera estarse ahí con ellos a pesar de todo, pero a los hombres les importa una comino que uno se desgane por ellos. No saben agradecer". Daniel pensó por un momento, y luego, recalcó en su mente: "por eso es mejor estar solo".
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"Por eso terminan solos...", las palabras de la mujer llegaron a la mente de Daniel, a la mañana siguiente, en el justo momento de verse al espejo. Pensó en eso todo el día.
Pasó tiempo hasta toparse nuevamente con el viejo solitario, esa vez intercambiaron saludos y por alguna extraña razón, Daniel emparentó aquella plática de las señoras maduras con la visión que tenía del anciano que caminaba de un lado a otro con la mirada perdida. "Este viejo algo hizo... claro que sí", pensó.
Como si el destino apurara a desencadenar un cambio, con el pasar de las semanas, el joven se dio cuenta que no era feliz, y que la soledad, si bien es cierto le daba muchos espacios, no le llenaba del todo. Entonces su hábito de analizar al mundo cambió. Comenzó a analizarse internamente, y encontró un sin fin de carencias y debilidades. No tuvo piedad al autocriticarse.
Una noche, con viento y luna plena, mientras caminaba cerca de su casa, vio a lo lejos el lento andar del viejo solitario. Se dio cuenta que había sido cruel con el análisis hacia el señor, fue injusto sin siquiera darle el beneficio de la duda al hombre canoso. Ni siquiera le vio a los ojos cuando pasó cerca de él. Daniel se sentía mal.
Al dia siguiente la verdad fue tan contundente que le dejó sin aliento. Luego de una noche sin paz, se vio al espejo, como siempre. Haciendo a un lado la vanidad, se puso a pensar en el viejo solitario. Entendió que el inmenso descontento y enojo que le causaba, era en realidad una preocupación.
Daniel se veía a si mismo en el viejo solitario. Parpadeó un poco al pensar eso, y se sintió ansioso al saber que era cierto. Uno puede mentirle a quien sea, pero nunca a si mismo. No era mentira. Daniel, con el niño interior aún vibrando en su interior, se proyectó en la vida, y cuando quiso imaginarse como sería a los sesenta y pico de años, el lento andar del viejo solitario rondaba su mente como una obsesión, como una condena. Los ojos del anciano, la risa del viejo y sus hábitos que tanto le molestaban, todo eso le golpeó la conciencia.
Hacerse viejo le preocupaba al joven Daniel. El tiempo pasa sin misericordia, y lo sabe. Ni siquiera se acordaba de su cumpleaños número 26. "¿En dónde quedaron los años veinte de mi vida?" pensó, y no pudo más que entristecerse al saber que todo ha pasado tan rápido, como sino lo hubiese vivido. El viejo solitario se convirtió en una alarma, y fuerte, en su vida.
"Pero quizás ese es el objetivo", se dijo a si mismo. Los años están contando. Los días pasan y quizás no haya mayor objetivo que ser feliz, nada más. Daniel no disfrutaba en su soledad liberadora, ni tampoco el viejo solitario en su andar, ni las mujeres maduras en su verdad.
Frente al espejo, viendo su cuerpo joven, comenzó una nueva etapa. Se acabó el análisis del mundo y la sociedad, ahora simplemente queda tratar de tener paz y felicidad, y solo, aunque sea inmensamente liberador, no es posible. El tiempo no tiene misericordia de nadie, y es más cruel con los solitarios, con los que pasan su vida sin compartir.
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