El día comienza. Ayer fue una batalla perdida.
Miro el cielo, no hay nubes.
Pienso en la vida y en la muerte.
No hay sorpresas, todo está en la mesa, descubierto. Sólo queda escoger.
Camino con la mirada en muchos objetivos, paso en medio de todos con la mente en un sólo pensamiento.
El tiempo no es oro, cuando los segundos están condenados.
La gente no parece diferente. Rostros variados, misma apreciación.
Pienso, convierto y defino.
El sol ardiente no hace la diferencia, en una fiebre social que quema neuronas.
El hambre es una pausa que da paso al placer, es sólo un momento.
La mirada vespertina es un declive espiritual, físico y emocional. Tampoco hay sorpresas.
El ocaso de un día, el caminar continúa, siempre fijo en un punto. El juego no para.
La noche llega. La oscuridad relaja. Pero la mente no descansa.
Miro el cielo, no hay nubes.
La vida y la muerte se unen en mi cabeza.
Vacío, dolor, alivio, esperanza y redención.
Todo en un momento, como la vida.
Pese a lo dramático... no hay sorpresas.
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