sábado, 3 de agosto de 2013
Fernanda Parte III
Se quedó dormida y soñó mucho. Estaba en un valle y sentía el viento en su cuerpo, caminaba en libertad, sin temor. Se adentró a un bosque cercano y fue ahí donde sintió miedo, cada árbol era una amenaza, los sonidos silvestres la desesperaban. Se quedó sentada temblando, y mucho más cuando escuchó unos pasos que se acercaban, que rompían las pequeñas ramas. Levantó los ojos y vio a un hombre, con ojos rojos. Gritó como nunca lo había hecho, antes de ser atacada a golpes.
Se levantó desesperada. La pesadilla hizo que su corazón latiera más fuerte. Casi nunca tenía pesadillas, lo cual la dejó pensativa. Vio el reloj y salió de la cama a toda prisa. Eran las 11:34 de la noche y tenía que salir a trabajar, debía hacerlo tanto para escuchar las voces de la calle en torno a la muerte de Don Carlos y también porque escaseaba el dinero.
Tenía hambre y sólo había galletas y restos de frijoles. Prefirió el último cigarrillo que le quedaba, se sentó y lo disfrutó a medias porque era tarde. Se bañó rápido y se vistió con la ropa más ajustada que tenia. A esa hora los ancianos que le rentaban el cuarto estaban dormidos.
Salió, compró chicles y cigarrillos en una gasolinera y comenzó a caminar a paso rápido. La angustia y la incertidumbre la tenían al borde de la desesperación. "¿Qué dirá la gente sobre la muerte de Don Carlos? Ojalá no pase nada, espero que no pasé a más, Dios mío", se dijo a si misma. En cuestión de 30 minutos ya estaba en una de sus esquinas, poco transitada por sus colegas lo cual era una ventaja.
Era la 1:33 de la madrugada y no había clientes a la vista. Algo pasaba. Caminó un poco más hasta un bar conocido. Entró y pidió una cerveza al encargado del lugar, José, un tipo rudo, mal encarado con cabello largo y vestido de negro. Pese a la dureza que mostraba el personaje, tenía cierta compasión por Fernanda.
"Te mirás de la patada, vos", le dijo mientras le dio la botella. Fernanda ni siquiera lo vio a los ojos, tomó la cerveza y le dio un trago enorme, con el cual esperó que la tensión del día cediera, pero lo que provocó fue un fuerte ardor en su estómago vacío. Aún así, no demostró el malestar.
"Hoy las niñas andan preocupadas, ¿supiste lo de un pistudo que se le paró el corazón anoche?", dijo José en voz baja. Fernanda sintió un pinchazo en el pecho y volvió a ver a José con cara de incredulidad. "¿Cómo?", salió de la boca de la chica lo suficientemente contundente como para no delatarse. "Si, aunque lo raro es que ese viejito se fue a un motel de tercera, era un abogado reconocido, de billetes, por eso es lo raro. Gente como él van al norte de la ciudad, a lo más lujoso a buscar damas de compañía profesionales", expresó el hombre para luego ver con cara de pena a Fernanda. "Sin ofender", agregó.
Fernanda dio otro sorbo a la cerveza y dijo: "Qué raro y ¿has visto a la policía cerca?". José la vio con extrañeza. "¿Por qué andaría la jura por acá? no se sabe si andaba con una mujer o con un bicho, o solo, al menos eso dicen las noticias. Te noto rara ¿ya comiste?".
"Bingo", pensó la chica. "Nada he comido, ni clientes he tenido", dijo. "¿Me podés dar un par de bocas de costilla y otra cerveza? Te las pagaré más tarde cuando venga alguien", prometió Fernanda.
José, que tenía cara de no darle fiado a su propia madre, sonrió a medias. "Ya sabés mi niña, y con lo chula que sos ya va a caer algún hombre", le dijo y al mismo tiempo guiñó un ojo.
Fernanda se quedó pensativa. Sabía que iban a investigar, a ella y a sus amigas. "Calmate, calmate que no pasará nada", pensó. Se comió las dos bocas de costilla de cerdo y la segunda cerveza la tranquilizó un poco, justo a tiempo cuando el bar estaba más lleno de personas. En el camino hacia los baños vio a un par de hombres que estaban bastante tomados, uno de ellos la tomó de la cintura por sorpresa; Fernanda no lo soportó. pero calló. No tenía cliente directo y el borracho podría ser la opción para salvar una noche sin suerte.
Le sonrió y le dijo que necesitaba ir al baño pero que ya volvía para hablar.
Mientras orinaba se puso a rezar. Era demasiada la presión que sentía, no quería más estar preocupada. "Señor, sacame de esto", dijo en voz suave, luego perdió la atención en la oración cuando dos mujeres entraron al baño. Una de las chicas encendió un cigarro mientras esperaba a su amiga, quien entró en uno de los baños aunque parecía que no iba a utilizarlo. Fernanda se levantó y no quiso escuchar lo que hacía la chica ahí adentro.
Salió y se encontró con los dos hombres. Uno de ellos no tenía ni una intención de hablar con ella y se concentró en su bebida; el otro, el que la abordó, le sonrió y la invitó a sentarse en su pierna.
Hablaron largo rato, hasta que se hicieron las 3:00 de la mañana. Fernanda había agotado sus prácticas para enamorar a un hombre. Ya estaba harta, hasta que por fin, el sujeto, llamado Gilberto, se decidió.
"Quiero quedarme con vos hasta mediodía. ¿Te parece?", dijo con lentitud. "Vamos, ya quiero salir de aquí", respondió la chica.
Mientras iban hacia el motel, se puso a pensar en Don Carlos. Algo pasaba en su interior. Sentía culpa, demasiada. Esa actitud de Fernanda, no cayó en gracia a Gilberto, quien rápidamente la tocó con fuerza en la espalda y luego la tomó del rostro. "No te quiero ver así, nena. Se supone que tenés que estar sexy y con ganas", dijo bruscamente. La chica se molestó, pero se guardó el comentario.
Entraron al cuarto.
Fernanda se esforzó, hizo lo que pudo para mostrarse sensual y "con ganas" como dijo Gilberto. Pero no funcionaba. El hombre parecía intentarlo de todas formas, pero el que no mostraba ganas era él.
El alcohol, el cansancio, mezclados con lo ya entrada que estaba la madrugada, no permitieron que estuviera listo. Simplemente no podía tener sexo.
Ella también se desesperó porque no se sentía bien. Su cabeza no estaba ahí, no dejaba de pensar en Don Carlos. Quería irse a casa. "Sabés qué, mejor dejemos esto así, no tengamos prisa", dijo la chica con un tono despreocupado. Gilberto no hizo caso y siguió. Pero todo era en vano.
Cuando Fernanda le dio a entender que no quería más, el hombre se puso violento. "Aquí el del dinero soy yo, ¡¿entendés?!", gritó mientras la sometía con extrema dureza. Fernanda no soportó la humillación y lo golpeó en el rostro. Gilberto, por lo alcoholizado que estaba, no sintió el dolor y se enfureció. Golpeó a la chica en el rostro en tres ocasiones. Fernanda gritó.
Eso no detuvo al endemoniado sujeto quien siguió oprimiéndola para hacerla suya. La chica pataleó, gritó y trató de defenderse, pero fue inútil. El hombre estaba encima y comenzó a golpearle una vez más.
Los golpes hicieron su efecto inmediatamente. Los pómulos de Fernanda se inflamaron y una ceja se cortó. Sus lágrimas se mezclaban con la sangre y el sudor. Era un infierno.
Sus brazos estaban morados, con las pocas fuerzas que le quedaron, gritó lo más fuerte que pudo. "¡Auxilio!".
Gilberto trató de callarla pero no pudo, porque Fernanda le mordió la mano. El teléfono sonó y eso lo detuvo. Escucharon los gritos de la mujer.
El hombre se vistió como pudo y Fernanda aprovechó la oportunidad. Salió corriendo desnuda a la puerta, la abrió y comenzó a gritar. Gilberto la tomó del cabello y la aventó a la cama.
Pero la acción desesperada de la chica surtió efecto, el vigilante del motel se acercó a la habitación y llamó a la policía antes de tocar la puerta. Gilberto, ya vestido, salió a discutir con el agente de seguridad. Pensó que iba a convencerlo que todo había sido un malentendido, pero a los siete minutos la policía llegó al lugar.
La escena que encontró uno de los agentes fue desgarradora. La sangre en el rostro desfigurado, el pequeño cuerpo temblando y el llanto apenado. El olor a intimidad, a loción barata y alcohol, con la escena de Fernanda, provocaron enojo en el agente policial. Apresaron a Gilberto, quien todavía bajo los efectos de la bebida se opuso. Eso lo aprovechó el agente que estaba impactado por la escena, quien lo golpeó ferozmente en el estómago. El hombre ni siquiera pudo quejarse, cayó en el suelo intentando respirar. El otro policía se molestó con la acción de su compañero. "Calmate, tampoco es así la onda, a cuantas prostitutas no les pasa lo mismo, ¿cómo sabes que la chava que está adentro es del todo inocente? De estas no podés confiar", dijo el uniformado.
Lo que contestó su compañero ya no lo escuchó Fernanda. Sintió un dolor indescriptible, una rabia mezclada con impotencia por lo que le había sucedido.
Nunca la habían golpeado tan fuerte en sus 25 años de vida. Lo que le hizo Don Carlos, lo que le hizo Gilberto y el comentario del policía golpearon su alma con tal fuerza, que se oscureció su corazón. Sus lágrimas se derramaban mientras de su boca salía una especie de rugido de furia, de odio... otra noche en el infierno.
Continuará...
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario