sábado, 13 de abril de 2013

Nómada

Los turistas respiraban y sus rostros se relajaban con cada exhalación. Caminaban con sus enormes mochilas en la espalda, sus sensaciones de descubrimiento al máximo y siguiendo el camino, uno más, que se acumulaba en su corazón. Conocer otras culturas, distintos países, probar otras comidas, ver nuevos rostros, y sentirse parte de una aventura, es sin duda una de las experiencias más gratificantes para un ser humano.

Cuando los rubios y las mujeres blancas se perdían entre la multitud del centro capitalino, Franco terminaba su último sorbo de café, estaba sentado en una pequeña cafetería matando sus pocos minutos de ocio. Sus ojos siguieron a los extranjeros desde que aparecieron en escena.

No les apartó la mirada en ningún momento, y mientras los apreciaba trató de entender la expresión de sus rostros, la energía y la emoción que emanaban de sus espíritus.

Pero la sensación de descubrir estaba apagada en Franco. Él también descubrió, también caminó en otros rumbos, conoció otros países y a muchas personas. Todo lo hizo por los azares de su vida, como parte de una familia nómada.

Esos aromas a casa nueva los conoce tan bien, que cuando, por casualidad, entraba a un recinto cualquiera que estuviera habitado desde hace poco tiempo, él podía aún detectar esa sensación de cuarto nuevo. Su olfato nunca fallaba, estaba entrenado. Es como acordarse de alguien especial, cuando se siente el perfume de un extraño.

Su eterno viaje comenzó desde muy pequeño, en ocasiones sin quererlo, pero en otras con aquellas ganas de descubrir.

Los más pequeños detalles de su infancia estuvieron marcados por ese cambio, ese trote por el mundo que no permite apegarse a nada, ni a lo más fundamental como una amistad.

"Sí tuve amigos", pensó Franco. Para ese momento se habían perdido de su visión los turistas y volvía su mirada a la taza entre sus manos.

Sí los había tenido, pero nunca pudo, o quiso, apegarse. Entendió que de haberlo querido, tampoco lo habría logrado, no se puede con una vida en eterno movimiento.

Se acordó cuando la desesperación se apoderó de su ser en una de esas tantas llegadas a una nueva casa. Había dejado atrás amores y las pequeñas raíces a las que se acomoda un adolescente. Se rompieron de raíz en un viaje sin retorno, que si bien fue bello desde le punto de vista de la aventura, marcó un antes y un después en su vida.


Franco pidió otro café. La experiencia de ver a los turistas sólo le valió un pasaje directo al pasado. Cuando perdió sus sagrados juguetes luego de llegar a otro lugar; otro amor perdido por un cambio de ciudad, cuando volvió a meter en cajas los recuerdos de su vida, porque era necesario buscar otro techo; la ocasión  cuando le botaron sus cosas luego de un experimento de vivir con otra familia, y que finalizó en un bochorno, en fin, los recuerdos se agolparon uno tras otro. Una sonrisa se dibujó en su rostro. "Tantas cosas que he vivido, Dios mío", pensó mientras probaba el café caliente.

Los dedos golpeaban en la mesa, y su mente volaba. Se percató de que el tiempo había pasado, y cayó de lleno en la realidad. Su olfato se agudizó y  la misma sensación de siempre apareció: la que obliga a que hay que desarraigarse una vez más. El sentimiento le arruinó el segundo café, el cual se enfrió.

Luego de un par de años de vivir en su actual casa, el destino volvía a repetirse. El llamado del camino tocó a su corazón una vez más. Por eso su olfato estaba agudo, porque los recuerdos del olor a cuarto nuevo ya no son agradables, desde ningún punto de vista.

Se levantó y pagó la cuenta. Era momento de moverse y buscar otro techo.


Franco siguió la ruta que tomaron los turistas. En ese momento entendió que no tenia la capacidad de sentir la emoción de los extranjeros que estaban de visita. Hasta que no encontrara un lugar al cual le pudiera llamar hogar, no una simple casa de paso, estaba incapacitado de hallarle el sabor a un nuevo viaje, al descubrimiento de otro país.

Quienes tienen raíces y viajan, guardan esa agradable experiencia.Quienes han sido nómadas, llaman al camino, hogar, con todo y las desventajas emocionales que eso conlleve. Franco lo tenía claro. Siguió el camino con una lucha interna para dejar atrás las experiencias de los últimos dos años que vivió en su actual casa. Se dijo a si mismo: "quizás el destino me tenga deparado un hogar o me vuelva lo suficientemente fuerte para vivir como nómada".

viernes, 12 de abril de 2013

Ricardo González: La luz y el calor

Ricardo González: La luz y el calor: No reparé en tu presencia hasta que el calor de la multitud me hizo perder la calma. La temperatura y el ánimo contrastaban: la primera era...

La luz y el calor

No reparé en tu presencia hasta que el calor de la multitud me hizo perder la calma.
La temperatura y el ánimo contrastaban: la primera era alta, el segundo era tan bajo, que poco había en el escenario como para elevarlo a un nivel adecuado.
La mayoría mostraba reverencia, y otros la aparentaban. Canto, lágrimas, reflexión y pasión, todo eso se conjugaba en la gente; en mi caso, calor y una pizca de incomodidad por sentirme fuera de lugar

Entonces mi mirada cayó de lleno en tus ojos. No era una mirada mutua, tu visión en otro objetivo, mientras que la mía directa en esa luz especial de tus pupilas.

Tu rostro con una mezcla angelical y terrenal, y un cabello desordenado que en nada ensombrecía la bondad de tu belleza.

No hubo mirada mutua hasta buen tiempo después. Fue corta, sincera y percibí que tu atención se detuvo un momento en mis ojos. Fue fugaz cuando quise que fuera eterna. Y finalizó antes de ilusionarme.

El calor, la gente, el sudor, la temperatura, todo pasó a segundo plano desde que te vi. Pero al mismo tiempo aplaqué ese prematuro y bello sentimiento. Cuando mis ojos se llenan de belleza, sólo se queda en ese sagrado lugar. No pasa más allá, no llega a mi voluntad, mucho por mi incredulidad, otro poco por el pesimismo.

Te paseaste por el lugar y fue todo lo que necesité para deleitarme en el interior. Toda una multitud a mi alrededor, y yo tan perdido con tu presencia. Todos relacionados en una misma fecha y en un mismo fervor, en cambio yo tan separado del tumulto y tan cerca de ti.

Los minutos fueron crueles porque tenía claro el destino, habían dos caminos: darme la vuelta con la conciencia clara de saber que era la primera y última vez que te iba a ver, o acercarme a ti.

Rompí el silencio. Me acerqué y te hablé. Mis labios y mente se movieron, pero mis ojos no podían apartarse de tu mirada, eso fue una alerta. Porque si respondiste y conversaste, fue bello pero secundario. Había una alarma en mi corazón, una contundente que me decía la peligrosidad de quedarme adormecido en tus ojos.

Los minutos pasaron y el destino se repitió. Con el tiempo te perdiste en la multitud, mientras el calor, la desesperación ocasionada por el tumulto, y la incomodidad volvían a mi ser poco a poco, desesperante.

No olvidé la mirada ni la experiencia. Las guardé dentro de mi con la esperanza de volver a vivirlas.

Son esos momentos que uno puede ocultar, pasar por alto o guardar para siempre. Con todo el derecho de hacerlos públicos o mandarlos al olvido. Yo no olvido.

El tiempo ha pasado, y el mundo es pequeño, muy pequeño. Lo último que se puede perder en una historia como esta, es la esperanza. Esa luz volverá a aparecer, no lo dudo, en el mismo rostro angelical o en otro. La belleza puede convertirse en amor, el pesimismo pueda dar lugar a la felicidad, y con el tiempo, quizás, algo bueno traiga esta historia a mi corazón.



domingo, 7 de abril de 2013

La vida puede esperar

Hoy vi pasar los minutos, sentí a la vida como siempre, sin dar una mínima tregua. Pasaron los segundos y en medio de esa vorágine, tuve capacidad para hacer un alto.

Sin poder evitarlo llegó ese momento de resumir, y abrí mi interior, donde aparece esa verdad contundente, que no deja nada para interpretar, que es fría.

Porque no hay nada más intrépido que contarse las limitaciones, revisarlas y sentir la imperiosa necesidad de transformación. Porque al pasar los días, el orden de este mundo te hace creer en un camino, y te sientes parte de un destino; pero el gran desengaño viene cuando le cierras los ojos a la vida, y te abres espacio en el interior. Unos encontrarán seguridad, pero hay otros que caminan en un pantano de indecisiones, y de temores. Porque tenemos, ante los demás, un rostro específico, sin embargo frente a un espejo, y sin la muralla que cargamos día a día ¿quiénes somos?

Hoy vi mis fronteras, analicé mis temores, conté mis fortalezas. No me engañé ni interpreté a mi favor, no permití ni una sola alabanza, me quedé en primera fila, en silencio, para ver la película de quien soy.

Entonces, el gran desengaño es un efecto dominó. Porque cuando el temor llega, y le plantas cara, no con odio, sino con humildad y determinación, entonces ahí deja de ser una amenaza y se convierte en una oportunidad. Y esa oportunidad ha llegado, por fin.

Conté mis errores, los enumeré por tamaño. Ahora la existencia tiene un nuevo color y muestra un nuevo camino e invita a cambiar, a transformarse, a destruir los viejos edificios que se alzaron en el desconcertante día a día, en medio de una sociedad que no te permite respirar, que te mantiene alerta.

¿Qué sentido tiene vivir encadenado, acomodado a las propias deficiencias? ¿Qué gracia se puede encontrar en ser uno más siguiendo un ritmo brutal de vida? Este proceso de respirar no tiene un guión, uno mismo lo crea. Nos han enseñado a seguir una norma y ha mantenernos en un camino dictado. Vivimos para el futuro y muchas veces el pasado, pesa demasiado.
La sociedad sigue, el mundo no para, los amigos van y vienen, las familias mueren, a veces no nos necesitan, en ocasiones no somos indispensables. Entonces, si todo sigue, ¿por qué no podemos parar? La vida puede esperar, siempre y cuando sea para resumir, diagnosticar deficiencias y plantearse nuevos retos. Llegó el momento de aspirar a una verdadera independencia, no la física, ni la regional, ni la mundial, ni la monetaria, sino la más importante: la del interior del alma.




viernes, 5 de abril de 2013

El día de Nirvana

Sábado 9 de abril, 1994

No tuve otra opción que acompañar a mi papá al taller. De haber podido evitar esa salida, hubiera hecho todo lo que estaba a mi alcance, pero a los 15 años no hay mucho margen de maniobra en una casa con una madre y un padre presentes.

No pude realizar mi ritual matutino, escuchar a mi banda favorita: Nirvana.

Por ese tiempo disfrutaba mucho el disco Nevermind, aunque me gustaba mas el Incesticide, que lo lanzaron en 1992. Pero tengo que aceptarlo, mi favorito era In Utero, el último trabajo musical que la banda había lanzado en septiembre de 1993.

Sin embargo ese día era de taller. Pintaba un sábado aburrido, otro día sin pena ni gloria. Vivíamos en Santa Tecla y por primera vez fui a una zona desconocida para mí: la colonia Rábida, en San Salvador.
Primero llegamos a una venta de repuestos que resultó no tener nada de lo que buscaba mi papá. La mañana se tornaba deprimente, porque había que ir a otro establecimiento.

No recuerdo lo que hablé con él, quizás algo sin sentido porque mi mente no lo archivó. Entonces llegamos a un centro de repuestos para autos y lo único interesante fue que, en el estante, estaban las ediciones de los dos principales periódicos del país: La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy.

Mi papá tomó el segundo, y no tuve otra opción que tomar La Prensa Gráfica. En ese momento mi vida era la música, y leer era quizás mi pasatiempo número cuatro.

Leí la parte final, la dedicada a deportes. Luego recuerdo que comencé a leer desde la portada. Entonces mi papá me dijo con cierto asombro: "¡debés ver la noticia que aparece! mirá este periódico, mirá la parte de espectáculos."

Pasé las páginas con calma, esperando algo de mi banda favorita. Al llegar a la hoja indicada, sentí un golpe en el pecho y contuve el aliento. Una sensación de vacío y confusión recorrió mis entrañas, fue el titular más devastador de mi corta vida:

"Líder de Nirvana se suicida"

Cerré el periódico. Vi a mi papá, que tenía cara de asombro. Volví a ver a la calle, por un momento pensé que me había equivocado, sentí que había una posibilidad de que todo fuera un mal entendido. Volví con rapidez a la misma página... no había duda. Me senté y no quité mi mirada de la imagen de Kurt, en blanco y negro, con una sonrisa casi diabólica y un cigarro en sus manos.

Comencé a leer y sentía una tristeza, una sensación de perder algo tan preciado. ¡Por Dios, tenía 14 años, la edad en que los héroes lo son todo! La entrega a los ideales juveniles es la vida misma, por eso es de las mejores etapas de la vida. La lectura no paró, sólo por momentos para volver a ver la foto de Kurt.

No recuerdo que pasó con el carro, lo que se me viene a la mente es haber ido a otro taller sobre el bulevar Venezuela. No reparaba en nada de lo que decía o hacía mi padre, sólo ponía verdadera atención cuando se refería a Nirvana. Fuimos a comer algo cerca de la Terminal de Occidente, y me dijo que Nirvana no era una banda mala, de hecho me dijo que le gustaba "Heart-Shaped Box", el primer single de In Utero. Recuerdo que dijo que Guns & Roses no le gustaba mucho, por el "ruido" de algunas de sus canciones, yo pensé: "¿Guns? ¡esos no son nada, papá! Acaba de morir Kurt, por Dios."

Cuando llegamos a casa, a la primera persona que me dirigí fue a mi hermana menor, Natalia, y le dije lo que había pasado. Su asombro fue grande, no olvidaré su rostro, sus ojos. No podía creerlo. No recuerdo que pasó con mi mamá y el resto de la familia, ni tampoco que hablamos por la noche, sólo tengo presente que escuché mis discos mientras veía fotos de Cobain.

Llegó el domingo 10 de abril, y desperté con la sensación de que algo malo había sucedido. Segundos después de tantos pensamientos, reparé en la muerte de Kurt, y me sentí mal.

Lo primero que hice fue escuchar Nevermind. Cerca de la mitad del disco, recuerdo que se me acercó mi papá y dijo con un tono de burla: "ve, está oyendo a su ídolo. Va a llorar por su ídolo." No me sorprendió ni me afectó, no era la primera vez que hacía algo de tan mal gusto.

Cuando sonó la última canción del álbum, "Something in the way", no pude evitar sentir tristeza. El melancólico sonido de la guitarra, la voz de Kurt sonaba en lo profundo de mi ser, y el coro de la canción me petrificó: "something in the way mmmm, something in the way, yeah, mmm"




Una lágrima rodó por mi joven mejilla. La limpié rápidamente. No quería que nadie me viera. Nadie lo hizo. Era domingo 10 de abril, de 1994. En tiempos de información lenta, días después supe que en realidad había muerto el 5 de abril.

19 años después, cuando me preparaba para irme al trabajo, alguien mencionó en la televisión que un día como hoy murió Kurt Cobain. Me quedé inmóvil y los recuerdos llegaron de golpe. Aunque durante tanto tiempo conté la historia a muchas personas, esta es la primera vez que la escribo, y es la primera vez que la vivo intensamente, como aquel fin de semana de abril de 1994, aquellos tiempos inolvidables, preciosos, difíciles, confusos, llenos de música, sentimientos, y recuerdos que vivirán por siempre en mi corazón.

 


jueves, 4 de abril de 2013

Amor, odio, amor

"Si pudiera desaparecerte de esta tierra, lo haría con tal rapidez que ni siquiera le daría el espacio al mínimo remordimiento". Fue lo único que ella pudo decir, luego de ver derrumbada su vida. Sólo habían pasado instantes de la traición. La más grande decepción de su vida.

"Si pudiera volver al pasado, nunca habría comenzado algo con esta mujer. Me arrepiento de haberla conocido", fue lo único que pensó él. Ni siquiera se le pasó por la mente el grado de traición que cometió.

Ambos estaban amarrados. Él podía manejar la fuerza de ella. En cambio la mujer trataba por todas formas de zafar al menos un brazo, principalmente el que sostenía el cuchillo, para poder enterrarlo en algún lugar del cuerpo que la sometía. No importaba el lugar, el objetivo era infligir algún tipo de dolor.

La escena era vergonzosa. Una más luego de 15 años de relación sentimental, a veces placentera, en ocasiones decepcionante, amarga y triste.

Ella cumplió. Él amó un tiempo, luego engañó. La mujer midió sus sentimientos carnales hacia otros hombres. Él cayó, una y otra vez en el pecado. El hombre fue meticuloso en su mentira, ella no reparó en la confianza y tampoco en la obsesión hacia él. Lo convirtió en un rey, en un Dios. Para él, no había una deidad ni en el cielo. Su esposa, y el resto no eran más que musas, artefactos y compañías.

Ambos permanecieron trabados uno al otro. Nadie cedió. Los ojos no se desprendían. La mujer contenía las lágrimas con odio. Él ya planeaba su próximo paso: huir lo más lejos posible.

Entonces un sentimiento partió el alma del hombre. Sus brazos se debilitaron y su fuerza comenzó a ceder. Cayó hincado pidiendo ayuda y tocándose el pecho. Ella no se sorprendió, sólo perdió la atención cuando imaginó el cuchillo ensartado en el mismo lugar donde su esposo se apretaba. Pero se detuvo. Mantuvo la calma y vio como la vida, poco a poco, se le escapaba a su pareja.

Lo vio morir. Los años de excesos pasaron la factura. Entonces, cuando lo vio tirado en el suelo, y el sentimiento de venganza era un éxtasis en su pecho, comenzó a ceder... no fue su físico, ni sus fuerzas, fue su ánimo. Y como un arcoíris, se fueron dibujando en su alma aquellos pequeños momentos felices, los de triunfo, los de besos con amor, los de palabras de aliento, los espacios de entendimiento y las largas pláticas para planear cualquier cosa. Fue incapaz de deleitarse en el odio. Y lloró. Con lágrimas de dolor, porque en el fondo de su corazón, y pese al daño, nunca, nunca le deseó ese destino. Si lo hizo al calor de la traición, nunca en plena conciencia. Se puede odiar en cualquier momento. Pero sólo se puede amar una vez.  

miércoles, 3 de abril de 2013

El final

También me sucede. Y en esos momentos el monitor se vuelve un castigo.
Ninguna idea parece ser suficiente, ni atractiva para comenzar a mover los dedos en el teclado.
Quizás porque con el tiempo, escribir se vuelve una obsesión. Y cada palabra, cada frase, cada sentencia, debe llevar ese toque especial, que marque la vida, que deje una huella en el alma. No es sencillo si la vida misma se está expresando.

Y cuando arranca la inspiración, sólo temo llegar a la conclusión. Porque el final es lo más importante... en todo. Me atrapó esa frase, cuando la escuché en una de mis películas favoritas: La ventada secreta.


Hay temas que enamoran, otros que pueden abordarse con sencillez, pero siempre guardando la belleza y la fluidez correcta de las ideas. Pero otros obsesionan, y los sentimientos se desbordan. Esos son los más especiales, pero también los más desgastantes.

Encuentro el momento, mi realidad queda plasmada, las palabras fluyen desde el interior y poco a poco la historia toma forma, toma vida. Y entonces llega el final. Ese pequeño espacio que le da sentido a todo, porque no importa que sucedió, porque a veces se olvida de donde venimos, si al final nos califican por donde estamos.

La esencia es contar una vida. Habrán muchos Todd Downey, algunos Morton Rainey y otros John Shooter, pero sólo hay un Ricardo, y esa tarea es exclusiva, titánica, brutalmente sincera y quizás cansada. Sin embargo lo más importante es el final y será genial. Por ahora, hay que darle espacio a la vida, algo tan natural, que no siempre se vuelve un hábito. Estoy seguro, que con el tiempo la vida misma me dará el sentido exacto de mi presencia en este mundo.