domingo, 23 de agosto de 2020

¿Por qué corres?

 

Casi siempre es ego. Del más puro. Puede ser una sana acción; un plan productivo en el trabajo; ser el mejor padre o madre. Cualquiera de esas acciones, naturales dirían muchos, lleva el sabor dulce y adictivo del ego.

Si se trata de excesos, ya caminé por las calles más oscuras. Uno conoce muy bien sus límites y hasta dónde puede superarlos, si alguna persona no ha llegado a ese estado de comprensión, me temo entonces que no ha madurado lo suficiente. Hay que dejar rodar los cuerpos hasta que las heridas lo hagan sentir vivo. El rodaje y el aprendizaje de las cicatrices, es ego. 

¡Lograr el mayor potencial humano haciendo a un lado lo establecido! entiéndase por establecido todos los valores que nos han impuesto y que por siglos seguimos practicando casi como computadoras; cualquier agente disfuncional, por grande o pequeña que sea su desviación, es descartado o archivado.

El potencial humano puede interpretarse de muchas formas, casi infinitas tomando en cuenta el medio ambiente que nos rodea y la complejidad del cerebro humano. Lograr estudiar es para muchos el mayor de los éxitos; otros lo dan por hecho casi como una acción lógica de la sociedad, un derecho. Muchos logran tener dinero y se sienten exitosos; hay quienes consideran tan normal tener poder y millones de dólares, a tal punto de no verlo como una mera potencialidad humana, de creación de capacidades y oportunidades, nada más es el producto de la lógica que establece el medio ambiente a donde crecieron. Y así podemos contar infinidad de casos.

Queremos sobresalir y lograr cualquier objetivo mediante nuestras capacidades permitidas o prohibidas, naturales o impuestas. Y ese ego ha logrado la evolución más sobresaliente, y al mismo tiempo potencialmente devastadora, de una especie. Somos ego en estado puro.

Una madrugada, de un domingo cualquiera, salí a correr. Ya era un hábito. Pero con las primeras luces del día comenzó un debate mental. 

"¿Por qué corres?" dijo la voz.

"¿Sabes exactamente qué te mueve a realizar esa acción?" 

Y comenzó, como cascada interminable, una serie de razones personales para esa determinación: planteamientos muy lógicos, loables, saludables, la serotonina y otras sustancias, razones casi heroicas para un tipo como yo; sin embargo, y eso es ineludible: me conozco muy bien. Sé exactamente cuál es la prioridad uno: ego.

Entonces la marcha se tornó pesada, cansada, porque sé exactamente a dónde me llevará esa razón: a un muro. Y soy destructor de muros. No hay un obstáculo que me impidiera avanzar en mis objetivos, hasta ahora; pero el punto es: ¿destruiré muros y superaré barreras toda mi vida? 

"¿Para qué?" susurró la voz. 

"¿A dónde quieres llegar?"

"¿Acaso crees que todos tus destinos te harán sentir mejor? quizás... por un tiempo y lo sabes, lo has vivido, lo has sentido en carne propia."

La marcha parecía no tener sentido, aún así continué tal cual me lo había establecido. No iba a parar, no iba a dejarme vencer por pensamientos.

"¿Dejarte vencer? ¿acaso crees que esto es una guerra o alguna disputa?" la voz era firme.

"Si es así, entonces corre el doble, mucho más. Respira fuertemente, exhala con poder y determinación. Y cuando hayas cumplido tu objetivo, vuelves a tu actividad programada." 

Por unos minutos se silenció el debate.

Contemplé el cielo, estaba radiante; escuchaba a las aves, sentía el olor de la tierra mojada en algunos lugares. No dejaba de ver al cielo, no temía tropezar o ser atropellado. No importaba nada en ese momento de contemplación.

Si es ego, sé a dónde terminaré. Lo sé bien. Malo o bueno el resultado, no se trata de eso. Me conozco tan bien que sería imposible mentirme. Puedes mentirle al mundo, nunca a tu interior. 

La respiración mejoró, no había carga ni cansancio, y no era por una cuestión física ni por el hábito de trotar que cambia el cuerpo. No era eso. Fue la voz que rompió el silencio.

"¿Por qué no corres para mí?"

"Nunca te cansarás... y lo sabes. Tu corazón lo sabe."

"Rompe tu ego y dame una oportunidad."

"Te mostraré cosas que jamás has visto. Sin muros. Sin miedo."

Conozco esa voz. Entonces todo comenzó a tener sentido. Una vez más.





miércoles, 19 de agosto de 2020

Los abortos de una revolución que no fue

¡Ah, los chicos que éramos! 

Insertaron en nuestros vírgenes cerebros una ideología, una postura ante la vida y la sociedad.

Las ansias de un juguete eran ridículas para los hombres y mujeres con aspiraciones de convertirse en "nuevos seres humanos".

Desbaratar vínculos sentimentales es válido, si la misión es aliviar al pueblo, a la mayoría. Ante contundente postura, tus pueriles deseos, tus necesidades y sueños, no son más que un sinsentido, una necesidad errónea, creada, provocada. Una debilidad que debe transformarse en fortaleza, así decían los aspirantes a "nuevos".

No somos parte de una cultura, somos multiculturales; pero no por una apertura mental, no me malinterpreten, sino por la necesidad de recorrer países y compartir casas ajenas de pueblos extraños. Fue una extendida huida, una especie de búsqueda de atajos hacia la utopía. Y los que se quedaron en dos o tres casas, que perdieron contacto físico o sentimental con algunos de sus progenitores; bueno, ellos también quedaron vacíos de alguna manera.

Nuestras lecturas estaban alineadas. Todo era parte del plan: música, escritos, pláticas. Nuestros entornos tenían que ser interpretados bajo la sombrilla de la ideología, otra más de las diferencias humanas, después del género. 

¿Somos iguales? 

¿Realmente somos iguales? La misma naturaleza cambia; eso sí, a paso lento en comparación a nuestras ansias de poder.

El ocaso de la niñez llegó y todo cambió. Unos adoptaron las enseñanzas, otros las repudiaron en silencio.

¿Creyeron que sería universal su sentimiento e ideología, "seres humanos nuevos"? 

¿En realidad lo creyeron? 

Entonces, entre masturbaciones adolescentes, hormonas desordenadas y líbidos insaciables, entre maestros, padres, amigos, enemigos, familias quebradas en alguna base; en medio del valle de rebaños, las mentes comenzaron a comprender que no somos especiales, ni únicos, que solo somos una masa en constante cambio. Unos duermen ante la realidad, otros la interpretan y quizás muchos, ni siquiera, tengan o puedan alcanzar a analizar la situación.

Con los años nos convertimos en hombres y mujeres, con todo lo que eso acarrea.

Entonces veo sus ojos entre lentes y arrugas del tiempo, sus palabras presentes con sabores del pasado, explicaciones y excusas de alguien con miras a cambiar el entorno, aunque sea de unas decenas de apasionados ideológicos.

Llegó la tan esperada tarde para cruzar miradas. Mi ojos ebrios provocaron un sinfín de interpretaciones, pero soy más que ojos caídos, hábitos, carne y deseos. Soy la antítesis. Soy el provocador. Por fin tengo frente a mí a una representante del pasado, una agente del orden común, una especie de agitadora, una mujer que me gana en años, solo en eso.

Y hablamos lo necesario.

"Somos los abortos de una revolución que no fue".

No todos, dirá alguien.

"Muy bien, gracias por la opinión. No me interesa. Yo soy una de tantas evidencias, solo que suelo hacerme el desentendido para no herir susceptibilidades, nada más".

Sin embargo, está tomada la decisión: ya no hay tiempo para el silencio. 

Llegó el momento de abrir heridas, sacar la pus y suturar.