sábado, 6 de junio de 2015

Fernanda Parte XIII


Fernanda estaba encima del cuerpo de Vaquero y al mismo tiempo acariciaba sus enormes brazos. Ambos estaban desnudos en medio de la gran cama del motel.

A simple vista parecía una mujer admirada luego de una noche de intimidad salvaje, al menos eso denotaban sus ojos y sus labios. Pero todo era una máscara, en el corazón de la prostituta la sensación de venganza era la única que habitaba, una actuación a fuerza de odio, no de temor.

Solo dos detalles le quitaron un momento la atención: Vaquero parecía exhausto y su respiración variaba, a pesar del cansancio, tenía la suficiente fuerza para mantenerse alerta; el otro detalle, usó preservativos en todo momento, desde la primera vez que la tomó por sorpresa hasta el último encuentro en la ducha. "El gran criminal de la ciudad no era tonto", pensó la mujer, al mismo tiempo no pudo evitar preguntarse por qué ella no estaba preocupada por su seguridad. "Ya nada importa", dijo en su mente con esa frialdad que la caracterizaba.

Habían pasado cuatro horas, estaba cerca el amanecer y la duda comenzó a crecer en Fernanda ya que no podía pensar en nada hasta tener seguro si Vaquero iba a continuar pagando por sus servicios. Inesperadamente el hombre se vistió y habló: "me acompañarás al menos el fin de semana, no importa la ropa en el lugar a donde vamos", la mirada del hombre fija en la mujer, no era una propuesta era un mandato al que Fernanda no podía, no debía, refutar. "Lo que gustes", dijo la chica. "Bastardo", pensó al mismo tiempo.



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En la casa de seguridad, en uno de los tantos pasajes del centro capitalino, solo habían dos sillones, una cama, una mesa pequeña con cuatro sillas, un refrigerador y una cocina. Cuando Vaquero entró dos de sus lugartenientes lo estaban esperando, uno pequeño, moreno, con sobrepeso y rostro serio; el otro, de piel blanca, delgado, alto y tatuado de ambos antebrazos, era Bruno el más peligroso de la banda solo por debajo del jefe.

Aunque tuvieron una noche de estimulantes, alcohol y mujeres, ya se habían recuperado lo suficiente como para seguir con la vida criminal.

"Déjenme solo unas cuantas horas, luego seguimos con el plan acordado", dijo Vaquero mientras señalaba a Fernanda la cama para que pasara. El jefe estaba cansado, pero se mantenía activo.

"Debemos terminar el plan y acabar con esa célula de enemigos al sur de la capital, no podemos esperar", dijo el hombre de piel blanca, el subjefe de 30 años con ansias de poder. Sabía que cometía un error al levantar el tono de esa forma a Vaquero, pero alguna vez debía arriesgarse si quería darse a respetar. Sus ojos eran igual de fríos que los de su jefe, intimidantes, odiosos. "No podemos descuidarnos...", antes de que Bruno continuara hablando, Vaquero lo observó de tal forma que no hizo falta expresarse verbalmente... la plática se había acabado.

Ambos hombres, que ignoraron en todo momento a Fernanda, salieron de la casa de seguridad. Mientras el pequeño hombre veía el piso y acariciaba la pistola a la altura de su cintura, Bruno miraba al frente, con furia. "Un buen día todo terminara... un buen día estaré en su lugar", el hombre tatuado lo pensaba como su objetivo de vida, sin embargo aún no tenía el valor de acabar con su jefe, era impensable, improbable... al menos por ahora.

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El rostro de la muerte comenzó a tomar forma. No como lo imaginan los vivos, no como nos han enseñado. Esa particular forma aparece en pequeños azares, insignificantes acciones que no dicen nada al ojo humano, pero que lleva el impulso único de la desolación.

En el sur de la capital, los ojos de un hombre  no se apartaban de la fotografía. Las pupilas obsesionadas con la figura en la imagen: el corpulento cuerpo vestido de negro, con el sombrero característico, el bigote de siempre... era Vaquero, el objetivo de este nuevo criminal.
Aunque el humo de los cigarros impregnaba el ambiente, los ojos no parpadeaban, no se movían, brillaban como nunca, con hambre de odio.

Al mismo tiempo, pero en la casa de seguridad, Vaquero tampoco apartaba  la mirada de su objetivo: la espalda y el trasero de Fernanda, quien estaba recostada de lado en la cama, con su rostro frente a la pared. Una mezcla de deseo, atracción y gusto por inflingir dolor invadió al delincuente, solamente posible en la mente de un desequilibrado... eso era el corpulento jefe criminal. En ese instante, en sus ojos, floreció el impulso de matar.

Y cuando la mente del hombre construyó ese escenario, en ese preciso segundo, ambos ojos de Fernanda estaban abiertos, radiantes, con un brillo especial. La mujer que aparentaba dar una siesta miraba fíjamente al concreto. Su mente trabajaba a mil por hora, tejiendo una a una las imágenes, los pensamientos, las intenciones, detallando la acción a tomar para vengarse del culpable de la muerte de su amiga. Ojo por ojo.

En sintonía estaban los tres, el nuevo rufián, Vaquero y la prostituta. Los unía un mismo objetivo: saciar sus más profundas intenciones.

Y en las miradas, la muerte se fortalecía.

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Luego de finalizar tres botellas de cerveza, Vaquero comió un poco y encendió un cigarro. "Te recuerdo cuando entraste al billar hace unas semanas, recuerdo que nos observabas... nunca te había visto. ¿Desde cuándo eres prostituta?", el tono de voz era grave. Fernanda se sorprendió por la buena memoria del sujeto, no contestó al instante porque lo notó pálido, seguía sin dormir sin embargo no cedía al cansancio. "Hace cinco años y parece que seguiré en esto", la mujer lo dijo con franqueza sin mostrar repudio, al contrario, parecía interesada. "Me gusta de hecho, no puedes hacer esto sin saciar algunos deseos", ahora los ojos de la morena estaban fijos en los de Vaquero, por unos segundos dirigió la mirada a la entrepierna del criminal. Ella conocía los puntos débiles, la vulnerabilidad masculina y no fallaba si se lo proponía, se acercó a Vaquero y comenzó la seducción.

Varios minutos después terminaron en el cuarto, sudando de éxtasis. Fernanda soportó una vez más los gustos particulares de un desequilibrado, pero no podía hacer caer a este semental. Ella quería verlo agotado a tal punto que el sueño lo envolviera, pero Vaquero seguía alerta, siempre cuidando detalles, como si fuera a ser atacado en medio de la calma de la casa de seguridad.

Aún así la prostituta no se desesperó tampoco se extrañó cuando vio a Vaquero buscar entre su chaqueta sus estimulantes, legales e ilegales, que le permitían no solo mantenerse en pie, también le daban fuerza. El tipo volvía a recargarse luego de aspirar y fumar, sin contemplaciones. Entonces Fernanda se arriesgó, "podrías darme un poco",  dijo suavemente. Esperó un insulto o incluso un golpe, con este tipo de hombre no podía estar segura, pero el criminal no lo pensó y le ofreció.

"Nos vamos a divertir más", dijo el tipo mientras ambos se acomodaron en los sillones. Pasaron cinco horas, los placeres adictivos permitieron abrir un pequeño espacio de confianza ya que el criminal se relajó, de hecho era inconcebible sospechar de la pequeña, esbelta y atractiva mujer. Vaquero confió en sus fortalezas, en su trayectoria delictiva, su fuerza e influencia, su hombría.

Fernanda preparaba más bebidas y tuvo que pedir otras dosis de estimulantes para superar el cansancio resagado. Aunque estuviera intoxicada, su objetivo se mantenía inmaculado, solo debía esperar el momento.

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Como si la muerte apresurara el paso, esa tarde noche mientras el jefe criminal saciaba sus gustos más exigentes en la casa de seguridad, sus lugartenientes se encontraban en el billar, la base central de la banda, alertas a la espera de la llamada que les diera luz verde para atacar a sus enemigos del sur.

Sin embargo a dos cuadras del lugar, un auto negro se estacionó en la esquina, adentro el nuevo rufián sostenía la misma foto, a ratos la miraba y luego volvía su mirada a la calle. Se mantenía alerta hasta dar con su objetivo.

Tres hombres más lo acompañaban, el objetivo: asesinar a Vaquero, sus acompañantes y romper con la hegemonía de esta banda en un amplio territorio de la capital.

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Todo sucedía al mismo tiempo: mientras los rostros de Vaquero y Fernanda mutaban por el éxtasis tóxico y carnal; en el billar, los rostros de los lugartenientes no mostraban ningún tipo de emoción, solo fumaban y esperaban para atacar a sus enemigos. Y a unos metros del lugar, adentro del automóvil, los enemigos de Vaquero también esperaban.

Entonces la muerte tomó una forma diferente, más clara. Sonó un celular....

Continuará.