domingo, 31 de marzo de 2013
Esa breve paz
El sollozo nunca fue tan liberador. No fue exagerado, ni dramático. Las lágrimas brotaron sin pausa y el pecho se liberó. La tensión se acabó y la paz recorrió por la sangre.
Al mismo tiempo las palabras fluyeron. Sentimientos guardados, que fueron liberados de golpe. La necesidad del momento permitió sincerarse y aceptar que no hay otro camino que ceder.
Es el llanto del que cualquiera puede sentirse orgulloso de experimentar. La dificultad viene después, cuando hay que responsabilizarse de las palabras. Pero no sólo eso. Cuando una persona se libera, es necesario mantener el ritmo rumbo al cambio, comprometerse y principalmente romper con los viejos hábitos. Los mismos que llevaron a crear el caparazón sentimental, que tenía un objetivo meramente defensivo pero el cual, con los años, mutó a una muralla contraproducente.
¿Se equivocó? Si. ¿Fue despiadado? Si. ¿Egoista? También. ¿Maligno? Siempre. ¿Por lo tanto privado de perdón? Quizás. Porque ser perdonado es una opción, pero pedir perdón, una vez y genuinamente, es una elección que rompe internamente con las cadenas. Si se abusa de este sentimiento, sólo se logra perpetuar un impulso maligno.
El llanto cesó. La tranquilidad tiene espacio. Pero el momento es corto para celebrar. No hay celebración, sólo queda una alerta, la eterna señal que ahora es más intensa, y muy clara: está prohibido volver a fallar.
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