martes, 26 de marzo de 2013

El Pital. Mi primer viaje

Soy de la ciudad. Pero, cuando era pequeño me llevaban al campo con bastante regularidad y ese aroma a tierra, la cercanía con los animales, el aire puro y el contacto con los campesinos, me asombraron. Me enamoré.

Sin embargo con el pasar de los años, y el encierro en la ciudad, aprendí a querer las calles, el paisaje de cemento, las lluvias en la ciudad. Me volví a enamorar, esta vez de la selva de concreto, un poco por costumbre que por convicción.

Por eso cuando me mencionaban El Pital, decía: "claro, algún día iré". La verdad, nunca por mis propios medios iba a visitar ese paraje. Mi lugar está en la ciudad, en sus parques y cafés.


 Sabía que no sería por mis propios medios. Llegué a ese cerro por cuestiones laborales. Y cuando me encontré con el paisaje, sentí una emoción indescriptible. Un regreso al pasado, a mi niñez, en cuestión de segundos. La neblina, el frío, el aire puro, el aroma a pinos, a tierra. Pueden ser cuestiones normales para muchos, pero no para mí, no para alguien que olvidó la belleza del campo y ahora la descubre nuevamente.


Fue de esos reportajes que se realizan con mucha más alegría. El entorno lo permitía, el lugar es mágico, capaz de mover emociones hasta en un corazón cuadrado. Compartir con la gente fue lo mejor, escucharlos, verlos, entenderlos, aprender de ellos.


Lo más básico de su vida se respeta, se envidia hasta cierto punto esa relación con la naturaleza, aunque eso no signifique que sus vidas sean fáciles, de hecho son difíciles, pero ahí están, sonriendo, viviendo, tratando de ser felices, en medio de un escenario frío, verde, especial, bello.


Me fui con ganas de volver. Ahora que escribo, ya planeo mi siguiente visita, esta vez guiada por un impulso genuino. Varias veces me preguntaron si prefería la playa o la montaña, y siempre contestaba que la arena y el mar era lo mío. Me equivoqué. Las raíces nunca se olvidan.

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