"Estaré bien, no te preocupés solamente quiero descansar", Fernanda lo dijo en serio. Cuando comenzó a escuchar la voz de Angie por el teléfono, lo alejó un momento de su oído. No tenía el menor interés de socializar, cada vez más se apartaba como si fuera una necesidad estar a solas, ensimismada.
La voz interior comenzaba a susurrarle: "al diablo con todo, a la mierda todo". Así se mantuvo por varios días, hasta que, como siempre ha sucedido en su vida, el hambre le obligaba a trabajar.
Fernanda pensó en sus años de prostitución. Al principio tenia pena y mucho asco al momento de acostarse con cualquiera. Luego fue balanceando la situación a tal punto de encontrarle cierto gusto. De adolescente no fue promiscua, aunque aceptó que deseaba liberarse de la opresión social y poder ser libre sexualmente. Estudio hasta noveno grado y fue en ese tiempo que se metió de lleno en la sexualidad, primero con sus novios y luego hasta con los conocidos.
Esa libertad se volvió un libertinaje entre sus 18 y 20 años y posteriormente, siguiendo los consejos de una prima y la necesidad de ganar dinero, se atrevió a vender su cuerpo.
Cinco años habían pasado y ya había perdido la cuenta de los hombres con los que compartió cama, asientos traseros de autos, moteles, cines y hasta predios baldíos.
Se vio al espejo y no se sorprendió por la falta de sentimientos de culpabilidad o temor en su interior. Incluso recordó con extrañeza lo preocupada que estuvo por lo acontecido con Don Carlos, ahora pensó que nadie la investigó, aunque se dio cuanta que varias de sus amigas fueron interrogadas por la súbita muerte del anciano.
"Viejo maldito, qué bueno que moriste, cabrón", pensó Fernanda.
Cuando recordó a Gilberto sintió un profundo odio. Una sed de venganza se apoderó de ella. Por eso, cuando se decidió a salir a buscar hombres, una idea para dejar de ser vulnerable acaparó su pensamiento.
Buscó dentro de una gaveta llena de ropa y papeles, cuando metió sus manos sintió la navaja. Era grande y tenía el suficiente filo como para rasgar la piel humana; al instante, recordó cuando se la regaló uno de sus clientes, "por cualquier cosa, tienes esto nena, no quiero que le hagan daño a ese cuerpo que me encanta", dijo el hombre antes de salir del cuarto y retirarse.
"Si alguien se vuelve a pasar de listo...", pensó Fernanda, "lo rebano sin piedad".
Cuando caminaba por las calles parecía perdida, incluso algunos hombres se acercaron para hablar, pero ella parecía desinteresada.
Fue a eso de las 11:25 de la noche que llegó un joven de aproximadamente 25 años. Esta vez debía conversar, ya era hora de trabajar. Él comenzó la plática y le dijo amablemente cuánto costaba pasar la madrugada con ella. Fernanda se sorprendió un poco porque parecía un hombre educado, pero no se confió. "Puede estar con vos hasta las 2:00 de la mañana, no más", sentenció mientras miraba a todos lados.
"Me parece", dijo el joven.
"¿Cómo te llamas?", preguntó el hombre mientras conducía. "María", le dijo Fernanda, quien se puso a pensar lo extraño del personaje: vestía bien, formal, usaba loción y muy agradable, estatura mediana, piel blanca, rostro delicado y ojos color café. El aroma del auto le agradó también, fue en ese momento que pensó en las veces que se había acostado con hombres agradables, pero bastante feos, al menos no de su gusto. Pero este joven era diferente.
"Bueno, me llamo César, es un placer", dijo amablemente. Ella mantenía su mirada al frente.
Luego de un trayecto que le pareció largo, llegaron al motel. Ambos se bajaron pero César quería hablar con ella, al menos saber algo, sin embargo ella parecía apresurada como si el tiempo la obligará a finalizar el trabajo.
"Espérame un momento, ponte cómoda y pide unas bebidas", le dijo César mientras se dirigió al baño.
Fernanda tuvo un mal presentimiento. Recordó el caso de Don Carlos y no dudó en ponerse a la defensiva, sacó la navaja de la cartera y la puso debajo de la cama, cerca de una mesa de noche donde no se miraba. "Si se pone violento o amenazador, lo rajo", pensó sin dudar.
Escuchó la ducha y se acercó a la puerta. "Bueno y a éste qué le pasa", se preguntó. Volvió a la cama y se quitó la chaqueta, el calor comenzaba a desesperarla.
Cuando salió César, ella pudo notar que su cuerpo era delgado a pesar de que la ropa que vestía lo hacía ver con más peso. "No pediste nada, ya veo, en serio, me muero de sed", dijo antes de levantar la bocina y pedir dos cervezas.
Fernanda aprovechó para entrar al baño y refrescarse un poco. Se vio al espejo, estaba nerviosa, no se sentía cómoda, tenía la necesidad de sentirse a la defensiva y ocupar su odio para arremeter en caso César se pusiera violento, sin embargo el chico no parecía malo.
Cuando salió del baño y sin tanto preámbulo, César se le acercó y la tomó en sus brazos amablemente aunque se notaba que quería comenzar con lo pactado.
A Fernanda le costó entrar en calor, más por sus pensamientos que por otra cuestión. Pero César manejó la situación bastante bien como para que ella se olvidara un momento de su miserable actualidad. El joven tenía esa mezcla de querer sexo de lo más básico y carnal, pero a la vez mostraba interés en querer satisfacerla, sin ser violento, ni tan tierno, se mantuvo en esa linea hasta que ella se soltó y comenzó su trabajo, que era de lo mejor, pensó César.
No unieron sus labios, César daba la sensación de buscar el encuentro, aunque se detenía para esperar el impulso de Fernanda, quien nunca besaba a sus clientes, jamás.
Conforme el erotismo y las caricias continuaban, se rompió ese muro que divide el negocio y el placer. Fernanda, aunque podía sentir placer, siempre el negocio, la hora de irse, el eterno control por el tiempo y por el pago, no le permitían una sesión del todo satisfactoria. Pero esta vez fue diferente. Llegó el momento en que se complementaron en ese mundo llamado sexo casual. Fueron los mejores 45 minutos que César tuvo en mucho tiempo, fue lo más placentero para ella y por primera vez se olvidó por un momento del negocio.
Cuando todo finalizó César tomó un sorbo de la cerveza tibia y comenzó a hablar, mientras Fernanda miraba al techo del lugar, estaba cansada pero al menos un poco confiada de que esto no finalizaría en tragedia. "Cuando estaba más joven tenía miedo de estos encuentros, siempre tenía desconfianza, vos sabés, siempre se dice que algo malo te pasará, pero vos, y ahora que te conozco más creo que puedo decir vos, sos diferente además de que estás bien buena", dijo el joven sonriendo, mientras la miraba y tomaba cerveza.
Fernanda sonrió a medias, "puede pasar algo malo si uno viene con malas intenciones, pero si se respeta todo, la podemos pasar bien", dijo con un tono que dio a entender "quiero mi dinero ya".
César lo entendió y se levantó a buscar su pantalón, ella lo observó de reojo. "Aquí está lo acordado aunque queda un poco de tiempo, no estaría mal un poco más", dijo César con una mezcla de sonrisa amable y éxtasis lo cual Fernanda vio sincero. Tomó el dinero, buscó su cartera y dijo "sesión finalizada, pago a tiempo, si hay más acción, es una nueva cuenta", sentenció mitad seria mitad amable. "Por eso te dije si nos quedábamos toda la madrugada, ¿te parece?", preguntó el joven. Fernanda se lo pensó un poco. "Está bien".
Lo que sucedió en las siguientes tres horas se puede resumir en algunas palabras: placer y diversión hasta donde le era permitido a César llegar. Lo que le extrañó a la joven fue que en ese límite se movió audázmente este muchaho, quien se salía de todo el perfil que Fernanda tenía de los clientes.
Antes de que se despertara César, ella recogió la navaja no hubo necesidad de ocuparla.
Cuando amaneció, él la dejó en un parque. "¿María, me das tu celular para llamarte y volver a ir al mismo lugar?", le dijo César. "Siempre llegó a la misma esquina a eso de las 10:00 de la noche", le dijo Fernanda amablemente.
El joven sonrió y arrancó el auto. "Entonces nos veremos", agregó antes de irse.
Fernanda lo vio alejarse. Fue extraño el encuentro y se fue con ese pensamiento hasta que llegó a una tienda y compró huevos, pan y mantequilla. Esta vez se iba a preparar un buen desayuno, la noche fue satisfactoria pero debía reponer fuerzas. Cuando guardó el cambio revisó su celular, tenía 13 llamadas perdidas de Angie, pensó en hablarle pero decidió tomarse la mañana sin ninguna prisa, más tarde podía llamarle. No se imaginó nada malo...
Continuará.
sábado, 21 de septiembre de 2013
viernes, 16 de agosto de 2013
Fernanda Parte IV
Cuando tenía 13 años y los gritos de sus padres la desesperaban, se iba a su cuarto y se paraba frente al espejo. Como las puteadas y acusaciones de sus progenitores eran rutinarias, Fernanda le tomó un gusto especial a ver su reflejo. Coqueteaba con su cuerpo adolescente, lo movía sensual a ratos, en otros momentos se veía ridícula, era una niña aún.
Los gritos se volvieron parte de su vida y mientras las peleas en la sala continuaban, ella se veía más. Le gustaba su delgada figura y sus curvas aún sin pronunciarse, pero eran sus ojos, el tesoro de su corazón. Con el tiempo aprendió a cambiar la mirada, de sexy a inocente, de molestia a ternura. Estaba enamorada de esa parte de su cuerpo.
12 años después, su corazón se hizo un nudo cuando en el espejo vio sus ojos hinchados, morados, lastimados. La noche con Gilberto fue espeluznante. Amaneció adolorida, afónica, con sus brazos maltratados, pero más allá de lo físico, su interior estaba destrozado. Volvió su mirada al suelo, estaba desolada y ese sentimiento se mezcló con la suciedad del cuarto, el olor a humedad, cigarrillos, sangre y sudor. Sus fosas nasales se activaron y sólo pudo sentir dolor. Miró nuevamente al espejo, esperando que todo fuera una pesadilla... pero no. Ahí estaba desfigurada. Su mirada estaba apagada, al igual que su alma.
Ni el hambre la levantó de su cama. Pasó siete horas entre dormida y despierta. Cuando volvía a la realidad, era para sentirse una porquería, por eso trataba de dormir para siempre.
Pero se despertó del todo cuando su celular vibró cerca de ella. Era Angélica la que hablaba, una amiga prostituta que se enteró de la golpiza que le dio Gilberto. "¿Cómo estás, Fernanda?", se escuchó a través del celular. No hubo respuesta.
"A ese cabrón le caerá todo el peso de la ley, ya verás, la Policía dice que no hay duda que lo condenarán. Además Juan, antes de cerrar el bar me dijo que ya conoce al maldito y que si sale libre, lo molerá a batazos", Angélica le puso el tono necesario para animar a Fernanda, pero no funcionó.
"No tengo ganas de vivir", sentenció Fernanda. Un silencio detuvo las emociones de Angélica. "Voy para allá", agregó la amiga, y colgó.
Cuando abrió la puerta, Angélica se apresuró a abrazarla. La sostuvo por varios segundos. Fernanda, pese al dolor de su cuerpo, se mantuvo entre los brazos de su amiga, mientras se derramaba una lágrima del ojo izquierdo.
Entraron al cuarto y estuvieron en silencio unos minutos. Angie, como la llamaba Fernanda, conocía bien a su amiga, sabía que no eran necesarias tantas palabras, que no le gustaban los llantos en exceso ni las felicidades extremas, sabía bien que Fernanda apreciaba la presencia más que las promesas.
"Mirá no me aguanté el antojo y pasé comprando unas pastelitos y unas pupusas, así que me ayudás por favor", dijo Angie, quien era diferente a Fernanda, su cuerpo era voluptuoso, su piel blanca pero también pequeña de estatura. Sus senos eran el gancho para ganar clientes en la calle y en varias ocasiones le quitó admiradores a Fernanda. Pero eso nunca puso en riesgo la amistad que fueron forjando en medio de las necesidades, la vida dura de la prostitución y de los vicios, porque si algo tenía Angie, era afición por el alcohol.
Comieron en medio del desorden del cuarto. Fernanda estaba perdida en su interior, los sentimientos no afloraban, pero tampoco iba a desanimar a su amiga, a romper con el esfuerzo que hacía, se quedó callada y no le dio a entender a Angie lo vacía que estaba.
"Mirá lo que vamos a hacer, es que mientras vos te recuperás voy a estar viniendo y te traeré comida, ya veremos cómo conseguimos para que pagués la renta", dijo. "No hace falta, Angie, no te molestés", respondió Fernanda, pero nada iba a detener a Angie, si algo tenía esa mujer, era voluntad.
Pasaron los días y había dos escenarios: la Fernanda que conversaba con Angie y parecía normal, hasta donde lo permitía la dura realidad, y la nueva mujer, una llena de resentimiento y odio. En esos días su cabeza se revolvió con recuerdos de su niñez en medio de una familia disfuncional y violenta, con la imagen de Don Carlos, con el recuerdo de la cara de Gilberto y los golpes que caían en sus ojos. Algo había cambiado para siempre. Su corazón latía, pero su alma estaba oscura.
En 23 días, donde Angie le ayudó hasta para arreglar y limpiar el pequeño cuarto, sanaron todas sus heridas. Físicamente volvía a ser la misma de siempre, muy atractiva, un poco más delgada, pero bella.
"Vaya babosa, tenés todo para volver a las calles, hoy vuelvo temprano para que vayamos a celebrar y mañana sábado salimos a trabajar, ¿te parece?", Angie la miraba a los ojos y Fernanda sabía que dijera lo que dijera, no iba a detener el plan de su amiga. "Vaya", dijo con cierta emoción.
Por primera vez salió de noche en mucho tiempo. Fueron a un bar alejado del centro de la ciudad, uno muy bonito, uno caro, diría Angie.
Pidieron cervezas y comida. Todo el tiempo fue la mujer voluptuosa la que hablaba, la que contaba y ponía emoción al momento. Fernanda escuchaba, sonreía a ratos, aparentaba atención en otros y se perdía en los sorbos de cerveza cada cierto tiempo.
Unos hombres, cercanos a la mesa de las chicas, estuvieron varios minutos tratando de llamar la atención de ellas, con canciones, piropos y chistes, pero no pudieron ni siquiera acercarse. No había forma. Angie y Fernanda estaban en su mundo, porque una cuestión era trabajo y otra divertirse. De hombres sabían mucho y lidiaban a diario, por eso sería una tontería que en un momento libre perdieran el tiempo en intercambiar palabras con tipos que piensan con sus genitales y no con sus cabezas. Ellas, en lo que llevaban de vida, no habían conocido a un hombre diferente. Todos eran sexo y de eso vivían.
También habían mujeres en el lugar y varias notaron, de alguna forma, que las chicas sentadas al final del bar, tenían una apariencia extraña, como sino perteneciesen a ese lugar.
Luego de varias horas en las cuales Angie volvió a pasarse de tragos, ambas fueron al baño. Mientras Fernanda se veía al espejo, volvió a recordar la dureza de su vida, principalmente la de los últimos días. Cerca de ella estaban dos mujeres que conversaban. Una de ellas le dijo a la otra: "es que hay unas que se pongan lo que se pongan, se les nota... vos sabés a qué me refiero". Su amiga comenzó a reirse y agregó: "es que cualquier lugar es bueno para un levante".
Fernanda por un momento dejó de pensar en su vida y analizó las palabras. Nunca supo si se referían a ella o no, pero se sintió aludida. Complejo, inseguridad, lo que sea, el punto es que la delgada mujer se sintió apenada. Otra vez ese sentimiento de dolor, se acordó de la mención hiriente del policía el día que la golpeó Gilberto.
Pero por primera vez, lejos de llorar, sentir el nudo en la garganta y callar, sintió la necesidad de confrontar a las mujeres. Golpeó suavemente el cuerpo de una de ellas y simuló que no se fijó al caminar. La mujer reaccionó con desprecio, como si la hubiesen ensuciado. Su amiga la tomó del brazo. "Vamos", dijo. Cuando se alejaban, murmuró: "a la zorrita se le pasaron las copas".
Fue suficiente. Fernanda corrió y tomó del cabello a la que hizo el comentario, lo hizo con tal fuerza que la mujer cayó de espaldas. La chica que la acompañaba quedó tan impresionada que tardó varios segundos en reponerse. Fernanda sostenía con una mano el cabello, mientras que con la otra golpeaba el rostro de la mujer con toda la fuerza que tenía.
Angie, que seguía pensando en su borrachera mientras estaba sentada en el inodoro, escuchó la pelea y se levantó de golpe.
La otra chica, luego de la impresión trató de defender a su compañera e intentó golpear a Fernanda. La tomó del cabello, pero Fernanda, como fiera acorralada, la tomó también y comenzó a golpearla. Era tal la furia de la delgada y bajita mujer, que quien estaba a la ofensiva pasó a defenderse con sus brazos en la cabeza.
Angie salió del baño sólo para darle un par de taconazos a la mujer que estaba tendida con sus cabellos enmarañados y posteriormente se avalanzó contra la otra señorita, quien ya había recibido suficientes golpes de Fernanda. Había una diferencia. Las prostitutas habían crecido en la calle y luchaban contra dos jóvenes que lo más atrevido que habían hecho era escaparse con sus novios para tener sexo y ahora gustaban de la vida en bares o discotecas.
Segundos después Angie vio que Fernanda no paraba el ataque y le gritó: "¡Ya estuvo seca, ya!", como pudo la apartó de la mujer que sufría. Ambas salieron del baño y mientras Fernanda salió del establecimiento, Angie le pagó al mesero con tal rapidez que se olvidó de pedir el cambio. El mesero lejos de preocuparse por darle el dinero, trató de coquetear. Ella ni siquiera lo miró.
Ambas caminaron rápido en busca de un taxi, las mujeres golpeadas no andaban solas y pronto podría haber problemas. Encontraron uno en la esquina y fue sencillo que las sacara del lugar inmediatamente, Angie le dijo al taxista que unos hombres las estaban siguiendo.
Mientras el auto se alejaba, la blanca mujer miraba con preocupación a Fernanda. Iba callada viendo sus manos, entre los dedos tenía varios mechones de cabellos, Angie la tocó en el hombro y buscaba sus ojos. La mirada que vio no era la de Fernanda, el susto no le permitió decir nada. Se quedaron calladas incluso al escuchar las palabras del taxista, quien trataba de hacer plática. Fernanda ya no era la misma.
Continuará.
Los gritos se volvieron parte de su vida y mientras las peleas en la sala continuaban, ella se veía más. Le gustaba su delgada figura y sus curvas aún sin pronunciarse, pero eran sus ojos, el tesoro de su corazón. Con el tiempo aprendió a cambiar la mirada, de sexy a inocente, de molestia a ternura. Estaba enamorada de esa parte de su cuerpo.
12 años después, su corazón se hizo un nudo cuando en el espejo vio sus ojos hinchados, morados, lastimados. La noche con Gilberto fue espeluznante. Amaneció adolorida, afónica, con sus brazos maltratados, pero más allá de lo físico, su interior estaba destrozado. Volvió su mirada al suelo, estaba desolada y ese sentimiento se mezcló con la suciedad del cuarto, el olor a humedad, cigarrillos, sangre y sudor. Sus fosas nasales se activaron y sólo pudo sentir dolor. Miró nuevamente al espejo, esperando que todo fuera una pesadilla... pero no. Ahí estaba desfigurada. Su mirada estaba apagada, al igual que su alma.
Ni el hambre la levantó de su cama. Pasó siete horas entre dormida y despierta. Cuando volvía a la realidad, era para sentirse una porquería, por eso trataba de dormir para siempre.
Pero se despertó del todo cuando su celular vibró cerca de ella. Era Angélica la que hablaba, una amiga prostituta que se enteró de la golpiza que le dio Gilberto. "¿Cómo estás, Fernanda?", se escuchó a través del celular. No hubo respuesta.
"A ese cabrón le caerá todo el peso de la ley, ya verás, la Policía dice que no hay duda que lo condenarán. Además Juan, antes de cerrar el bar me dijo que ya conoce al maldito y que si sale libre, lo molerá a batazos", Angélica le puso el tono necesario para animar a Fernanda, pero no funcionó.
"No tengo ganas de vivir", sentenció Fernanda. Un silencio detuvo las emociones de Angélica. "Voy para allá", agregó la amiga, y colgó.
Cuando abrió la puerta, Angélica se apresuró a abrazarla. La sostuvo por varios segundos. Fernanda, pese al dolor de su cuerpo, se mantuvo entre los brazos de su amiga, mientras se derramaba una lágrima del ojo izquierdo.
Entraron al cuarto y estuvieron en silencio unos minutos. Angie, como la llamaba Fernanda, conocía bien a su amiga, sabía que no eran necesarias tantas palabras, que no le gustaban los llantos en exceso ni las felicidades extremas, sabía bien que Fernanda apreciaba la presencia más que las promesas.
"Mirá no me aguanté el antojo y pasé comprando unas pastelitos y unas pupusas, así que me ayudás por favor", dijo Angie, quien era diferente a Fernanda, su cuerpo era voluptuoso, su piel blanca pero también pequeña de estatura. Sus senos eran el gancho para ganar clientes en la calle y en varias ocasiones le quitó admiradores a Fernanda. Pero eso nunca puso en riesgo la amistad que fueron forjando en medio de las necesidades, la vida dura de la prostitución y de los vicios, porque si algo tenía Angie, era afición por el alcohol.
Comieron en medio del desorden del cuarto. Fernanda estaba perdida en su interior, los sentimientos no afloraban, pero tampoco iba a desanimar a su amiga, a romper con el esfuerzo que hacía, se quedó callada y no le dio a entender a Angie lo vacía que estaba.
"Mirá lo que vamos a hacer, es que mientras vos te recuperás voy a estar viniendo y te traeré comida, ya veremos cómo conseguimos para que pagués la renta", dijo. "No hace falta, Angie, no te molestés", respondió Fernanda, pero nada iba a detener a Angie, si algo tenía esa mujer, era voluntad.
Pasaron los días y había dos escenarios: la Fernanda que conversaba con Angie y parecía normal, hasta donde lo permitía la dura realidad, y la nueva mujer, una llena de resentimiento y odio. En esos días su cabeza se revolvió con recuerdos de su niñez en medio de una familia disfuncional y violenta, con la imagen de Don Carlos, con el recuerdo de la cara de Gilberto y los golpes que caían en sus ojos. Algo había cambiado para siempre. Su corazón latía, pero su alma estaba oscura.
En 23 días, donde Angie le ayudó hasta para arreglar y limpiar el pequeño cuarto, sanaron todas sus heridas. Físicamente volvía a ser la misma de siempre, muy atractiva, un poco más delgada, pero bella.
"Vaya babosa, tenés todo para volver a las calles, hoy vuelvo temprano para que vayamos a celebrar y mañana sábado salimos a trabajar, ¿te parece?", Angie la miraba a los ojos y Fernanda sabía que dijera lo que dijera, no iba a detener el plan de su amiga. "Vaya", dijo con cierta emoción.
Por primera vez salió de noche en mucho tiempo. Fueron a un bar alejado del centro de la ciudad, uno muy bonito, uno caro, diría Angie.
Pidieron cervezas y comida. Todo el tiempo fue la mujer voluptuosa la que hablaba, la que contaba y ponía emoción al momento. Fernanda escuchaba, sonreía a ratos, aparentaba atención en otros y se perdía en los sorbos de cerveza cada cierto tiempo.
Unos hombres, cercanos a la mesa de las chicas, estuvieron varios minutos tratando de llamar la atención de ellas, con canciones, piropos y chistes, pero no pudieron ni siquiera acercarse. No había forma. Angie y Fernanda estaban en su mundo, porque una cuestión era trabajo y otra divertirse. De hombres sabían mucho y lidiaban a diario, por eso sería una tontería que en un momento libre perdieran el tiempo en intercambiar palabras con tipos que piensan con sus genitales y no con sus cabezas. Ellas, en lo que llevaban de vida, no habían conocido a un hombre diferente. Todos eran sexo y de eso vivían.
También habían mujeres en el lugar y varias notaron, de alguna forma, que las chicas sentadas al final del bar, tenían una apariencia extraña, como sino perteneciesen a ese lugar.
Luego de varias horas en las cuales Angie volvió a pasarse de tragos, ambas fueron al baño. Mientras Fernanda se veía al espejo, volvió a recordar la dureza de su vida, principalmente la de los últimos días. Cerca de ella estaban dos mujeres que conversaban. Una de ellas le dijo a la otra: "es que hay unas que se pongan lo que se pongan, se les nota... vos sabés a qué me refiero". Su amiga comenzó a reirse y agregó: "es que cualquier lugar es bueno para un levante".
Fernanda por un momento dejó de pensar en su vida y analizó las palabras. Nunca supo si se referían a ella o no, pero se sintió aludida. Complejo, inseguridad, lo que sea, el punto es que la delgada mujer se sintió apenada. Otra vez ese sentimiento de dolor, se acordó de la mención hiriente del policía el día que la golpeó Gilberto.
Pero por primera vez, lejos de llorar, sentir el nudo en la garganta y callar, sintió la necesidad de confrontar a las mujeres. Golpeó suavemente el cuerpo de una de ellas y simuló que no se fijó al caminar. La mujer reaccionó con desprecio, como si la hubiesen ensuciado. Su amiga la tomó del brazo. "Vamos", dijo. Cuando se alejaban, murmuró: "a la zorrita se le pasaron las copas".
Fue suficiente. Fernanda corrió y tomó del cabello a la que hizo el comentario, lo hizo con tal fuerza que la mujer cayó de espaldas. La chica que la acompañaba quedó tan impresionada que tardó varios segundos en reponerse. Fernanda sostenía con una mano el cabello, mientras que con la otra golpeaba el rostro de la mujer con toda la fuerza que tenía.
Angie, que seguía pensando en su borrachera mientras estaba sentada en el inodoro, escuchó la pelea y se levantó de golpe.
La otra chica, luego de la impresión trató de defender a su compañera e intentó golpear a Fernanda. La tomó del cabello, pero Fernanda, como fiera acorralada, la tomó también y comenzó a golpearla. Era tal la furia de la delgada y bajita mujer, que quien estaba a la ofensiva pasó a defenderse con sus brazos en la cabeza.
Angie salió del baño sólo para darle un par de taconazos a la mujer que estaba tendida con sus cabellos enmarañados y posteriormente se avalanzó contra la otra señorita, quien ya había recibido suficientes golpes de Fernanda. Había una diferencia. Las prostitutas habían crecido en la calle y luchaban contra dos jóvenes que lo más atrevido que habían hecho era escaparse con sus novios para tener sexo y ahora gustaban de la vida en bares o discotecas.
Segundos después Angie vio que Fernanda no paraba el ataque y le gritó: "¡Ya estuvo seca, ya!", como pudo la apartó de la mujer que sufría. Ambas salieron del baño y mientras Fernanda salió del establecimiento, Angie le pagó al mesero con tal rapidez que se olvidó de pedir el cambio. El mesero lejos de preocuparse por darle el dinero, trató de coquetear. Ella ni siquiera lo miró.
Ambas caminaron rápido en busca de un taxi, las mujeres golpeadas no andaban solas y pronto podría haber problemas. Encontraron uno en la esquina y fue sencillo que las sacara del lugar inmediatamente, Angie le dijo al taxista que unos hombres las estaban siguiendo.
Mientras el auto se alejaba, la blanca mujer miraba con preocupación a Fernanda. Iba callada viendo sus manos, entre los dedos tenía varios mechones de cabellos, Angie la tocó en el hombro y buscaba sus ojos. La mirada que vio no era la de Fernanda, el susto no le permitió decir nada. Se quedaron calladas incluso al escuchar las palabras del taxista, quien trataba de hacer plática. Fernanda ya no era la misma.
Continuará.
viernes, 9 de agosto de 2013
Más allá de la alta montaña
Nunca será suficiente, aunque busquemos con afán sintonizarnos en la vida.
Con sudor y esfuerzo caminamos, para merecer éxito.
Aceleramos el paso para un mejor porvenir. La obsesión a nuestros ideales.
Los objetivos se pintan en la montaña. Escalamos con los años, anhelamos cada día y definimos lo que nuestro corazón nos dicta.
Y cada etapa pasa en medio de una lucha para ser feliz. ¡Ser feliz!
Los senderos de la montaña se acortan cada vez que vivimos diez años más.
Entonces imaginamos llegar a la cima. Todo lo que gira alrededor esperamos que se sintonice con nuestro esfuerzo, porque merecemos lo mejor, nos unimos, nos abrazamos o nos separamos, porque el día no alcanza si la felicidad es la meta.
Respiramos, sudamos, amamos y, al mismo tiempo, nos endurecemos de corazón.Todo en un círculo vicioso mientras seguimos camino arriba.
El viento de la edad sopla, los engendros de nuestra pasión cantan a la vida, mientras nuestra melodía baja el volumen. Nos acercamos a nuestro meta: la cima de la existencia.
Con el engaño de la experiencia, tomamos nuestro lugar en la parte más alta de la montaña. Nos enseñaron que este momento era la cumbre. Nos mintieron.
Vemos alrededor que hay otros valles, muchos bosques y un cielo infinito que rompe con nuestros esquemas. Vimos la cima como el fin de la vida misma, pero la altura nos decepciona. En la vejez resumimos y aprendemos a encontrar el sentido. Nos urge acomodarnos. Lo necesitamos.
Pero más allá de la alta montaña ¿aspiramos a algo más?
Nunca será suficiente. No con sangre, carne y una mente. Entonces aceptamos la derrota, abrazamos la muerte y esperamos encontrar en un lugar lejano, la paz y felicidad que nos enseñaron a buscar.
Parado ante la inmensidad, pienso: si tan sólo pudiera volver al pasado. Si tuviera la oportunidad de regresar. De comenzar el camino nuevamente. Hubiera traspasado con la visión los cerros, respirado plenamente, enamorado a largas pausas y dormido en cada sombra del camino.
Pero no puedo.
Con sudor y esfuerzo caminamos, para merecer éxito.
Aceleramos el paso para un mejor porvenir. La obsesión a nuestros ideales.
Los objetivos se pintan en la montaña. Escalamos con los años, anhelamos cada día y definimos lo que nuestro corazón nos dicta.
Y cada etapa pasa en medio de una lucha para ser feliz. ¡Ser feliz!
Los senderos de la montaña se acortan cada vez que vivimos diez años más.
Entonces imaginamos llegar a la cima. Todo lo que gira alrededor esperamos que se sintonice con nuestro esfuerzo, porque merecemos lo mejor, nos unimos, nos abrazamos o nos separamos, porque el día no alcanza si la felicidad es la meta.
Respiramos, sudamos, amamos y, al mismo tiempo, nos endurecemos de corazón.Todo en un círculo vicioso mientras seguimos camino arriba.
El viento de la edad sopla, los engendros de nuestra pasión cantan a la vida, mientras nuestra melodía baja el volumen. Nos acercamos a nuestro meta: la cima de la existencia.
Con el engaño de la experiencia, tomamos nuestro lugar en la parte más alta de la montaña. Nos enseñaron que este momento era la cumbre. Nos mintieron.
Vemos alrededor que hay otros valles, muchos bosques y un cielo infinito que rompe con nuestros esquemas. Vimos la cima como el fin de la vida misma, pero la altura nos decepciona. En la vejez resumimos y aprendemos a encontrar el sentido. Nos urge acomodarnos. Lo necesitamos.
Pero más allá de la alta montaña ¿aspiramos a algo más?
Nunca será suficiente. No con sangre, carne y una mente. Entonces aceptamos la derrota, abrazamos la muerte y esperamos encontrar en un lugar lejano, la paz y felicidad que nos enseñaron a buscar.
Parado ante la inmensidad, pienso: si tan sólo pudiera volver al pasado. Si tuviera la oportunidad de regresar. De comenzar el camino nuevamente. Hubiera traspasado con la visión los cerros, respirado plenamente, enamorado a largas pausas y dormido en cada sombra del camino.
Pero no puedo.
sábado, 3 de agosto de 2013
Fernanda Parte III
Se quedó dormida y soñó mucho. Estaba en un valle y sentía el viento en su cuerpo, caminaba en libertad, sin temor. Se adentró a un bosque cercano y fue ahí donde sintió miedo, cada árbol era una amenaza, los sonidos silvestres la desesperaban. Se quedó sentada temblando, y mucho más cuando escuchó unos pasos que se acercaban, que rompían las pequeñas ramas. Levantó los ojos y vio a un hombre, con ojos rojos. Gritó como nunca lo había hecho, antes de ser atacada a golpes.
Se levantó desesperada. La pesadilla hizo que su corazón latiera más fuerte. Casi nunca tenía pesadillas, lo cual la dejó pensativa. Vio el reloj y salió de la cama a toda prisa. Eran las 11:34 de la noche y tenía que salir a trabajar, debía hacerlo tanto para escuchar las voces de la calle en torno a la muerte de Don Carlos y también porque escaseaba el dinero.
Tenía hambre y sólo había galletas y restos de frijoles. Prefirió el último cigarrillo que le quedaba, se sentó y lo disfrutó a medias porque era tarde. Se bañó rápido y se vistió con la ropa más ajustada que tenia. A esa hora los ancianos que le rentaban el cuarto estaban dormidos.
Salió, compró chicles y cigarrillos en una gasolinera y comenzó a caminar a paso rápido. La angustia y la incertidumbre la tenían al borde de la desesperación. "¿Qué dirá la gente sobre la muerte de Don Carlos? Ojalá no pase nada, espero que no pasé a más, Dios mío", se dijo a si misma. En cuestión de 30 minutos ya estaba en una de sus esquinas, poco transitada por sus colegas lo cual era una ventaja.
Era la 1:33 de la madrugada y no había clientes a la vista. Algo pasaba. Caminó un poco más hasta un bar conocido. Entró y pidió una cerveza al encargado del lugar, José, un tipo rudo, mal encarado con cabello largo y vestido de negro. Pese a la dureza que mostraba el personaje, tenía cierta compasión por Fernanda.
"Te mirás de la patada, vos", le dijo mientras le dio la botella. Fernanda ni siquiera lo vio a los ojos, tomó la cerveza y le dio un trago enorme, con el cual esperó que la tensión del día cediera, pero lo que provocó fue un fuerte ardor en su estómago vacío. Aún así, no demostró el malestar.
"Hoy las niñas andan preocupadas, ¿supiste lo de un pistudo que se le paró el corazón anoche?", dijo José en voz baja. Fernanda sintió un pinchazo en el pecho y volvió a ver a José con cara de incredulidad. "¿Cómo?", salió de la boca de la chica lo suficientemente contundente como para no delatarse. "Si, aunque lo raro es que ese viejito se fue a un motel de tercera, era un abogado reconocido, de billetes, por eso es lo raro. Gente como él van al norte de la ciudad, a lo más lujoso a buscar damas de compañía profesionales", expresó el hombre para luego ver con cara de pena a Fernanda. "Sin ofender", agregó.
Fernanda dio otro sorbo a la cerveza y dijo: "Qué raro y ¿has visto a la policía cerca?". José la vio con extrañeza. "¿Por qué andaría la jura por acá? no se sabe si andaba con una mujer o con un bicho, o solo, al menos eso dicen las noticias. Te noto rara ¿ya comiste?".
"Bingo", pensó la chica. "Nada he comido, ni clientes he tenido", dijo. "¿Me podés dar un par de bocas de costilla y otra cerveza? Te las pagaré más tarde cuando venga alguien", prometió Fernanda.
José, que tenía cara de no darle fiado a su propia madre, sonrió a medias. "Ya sabés mi niña, y con lo chula que sos ya va a caer algún hombre", le dijo y al mismo tiempo guiñó un ojo.
Fernanda se quedó pensativa. Sabía que iban a investigar, a ella y a sus amigas. "Calmate, calmate que no pasará nada", pensó. Se comió las dos bocas de costilla de cerdo y la segunda cerveza la tranquilizó un poco, justo a tiempo cuando el bar estaba más lleno de personas. En el camino hacia los baños vio a un par de hombres que estaban bastante tomados, uno de ellos la tomó de la cintura por sorpresa; Fernanda no lo soportó. pero calló. No tenía cliente directo y el borracho podría ser la opción para salvar una noche sin suerte.
Le sonrió y le dijo que necesitaba ir al baño pero que ya volvía para hablar.
Mientras orinaba se puso a rezar. Era demasiada la presión que sentía, no quería más estar preocupada. "Señor, sacame de esto", dijo en voz suave, luego perdió la atención en la oración cuando dos mujeres entraron al baño. Una de las chicas encendió un cigarro mientras esperaba a su amiga, quien entró en uno de los baños aunque parecía que no iba a utilizarlo. Fernanda se levantó y no quiso escuchar lo que hacía la chica ahí adentro.
Salió y se encontró con los dos hombres. Uno de ellos no tenía ni una intención de hablar con ella y se concentró en su bebida; el otro, el que la abordó, le sonrió y la invitó a sentarse en su pierna.
Hablaron largo rato, hasta que se hicieron las 3:00 de la mañana. Fernanda había agotado sus prácticas para enamorar a un hombre. Ya estaba harta, hasta que por fin, el sujeto, llamado Gilberto, se decidió.
"Quiero quedarme con vos hasta mediodía. ¿Te parece?", dijo con lentitud. "Vamos, ya quiero salir de aquí", respondió la chica.
Mientras iban hacia el motel, se puso a pensar en Don Carlos. Algo pasaba en su interior. Sentía culpa, demasiada. Esa actitud de Fernanda, no cayó en gracia a Gilberto, quien rápidamente la tocó con fuerza en la espalda y luego la tomó del rostro. "No te quiero ver así, nena. Se supone que tenés que estar sexy y con ganas", dijo bruscamente. La chica se molestó, pero se guardó el comentario.
Entraron al cuarto.
Fernanda se esforzó, hizo lo que pudo para mostrarse sensual y "con ganas" como dijo Gilberto. Pero no funcionaba. El hombre parecía intentarlo de todas formas, pero el que no mostraba ganas era él.
El alcohol, el cansancio, mezclados con lo ya entrada que estaba la madrugada, no permitieron que estuviera listo. Simplemente no podía tener sexo.
Ella también se desesperó porque no se sentía bien. Su cabeza no estaba ahí, no dejaba de pensar en Don Carlos. Quería irse a casa. "Sabés qué, mejor dejemos esto así, no tengamos prisa", dijo la chica con un tono despreocupado. Gilberto no hizo caso y siguió. Pero todo era en vano.
Cuando Fernanda le dio a entender que no quería más, el hombre se puso violento. "Aquí el del dinero soy yo, ¡¿entendés?!", gritó mientras la sometía con extrema dureza. Fernanda no soportó la humillación y lo golpeó en el rostro. Gilberto, por lo alcoholizado que estaba, no sintió el dolor y se enfureció. Golpeó a la chica en el rostro en tres ocasiones. Fernanda gritó.
Eso no detuvo al endemoniado sujeto quien siguió oprimiéndola para hacerla suya. La chica pataleó, gritó y trató de defenderse, pero fue inútil. El hombre estaba encima y comenzó a golpearle una vez más.
Los golpes hicieron su efecto inmediatamente. Los pómulos de Fernanda se inflamaron y una ceja se cortó. Sus lágrimas se mezclaban con la sangre y el sudor. Era un infierno.
Sus brazos estaban morados, con las pocas fuerzas que le quedaron, gritó lo más fuerte que pudo. "¡Auxilio!".
Gilberto trató de callarla pero no pudo, porque Fernanda le mordió la mano. El teléfono sonó y eso lo detuvo. Escucharon los gritos de la mujer.
El hombre se vistió como pudo y Fernanda aprovechó la oportunidad. Salió corriendo desnuda a la puerta, la abrió y comenzó a gritar. Gilberto la tomó del cabello y la aventó a la cama.
Pero la acción desesperada de la chica surtió efecto, el vigilante del motel se acercó a la habitación y llamó a la policía antes de tocar la puerta. Gilberto, ya vestido, salió a discutir con el agente de seguridad. Pensó que iba a convencerlo que todo había sido un malentendido, pero a los siete minutos la policía llegó al lugar.
La escena que encontró uno de los agentes fue desgarradora. La sangre en el rostro desfigurado, el pequeño cuerpo temblando y el llanto apenado. El olor a intimidad, a loción barata y alcohol, con la escena de Fernanda, provocaron enojo en el agente policial. Apresaron a Gilberto, quien todavía bajo los efectos de la bebida se opuso. Eso lo aprovechó el agente que estaba impactado por la escena, quien lo golpeó ferozmente en el estómago. El hombre ni siquiera pudo quejarse, cayó en el suelo intentando respirar. El otro policía se molestó con la acción de su compañero. "Calmate, tampoco es así la onda, a cuantas prostitutas no les pasa lo mismo, ¿cómo sabes que la chava que está adentro es del todo inocente? De estas no podés confiar", dijo el uniformado.
Lo que contestó su compañero ya no lo escuchó Fernanda. Sintió un dolor indescriptible, una rabia mezclada con impotencia por lo que le había sucedido.
Nunca la habían golpeado tan fuerte en sus 25 años de vida. Lo que le hizo Don Carlos, lo que le hizo Gilberto y el comentario del policía golpearon su alma con tal fuerza, que se oscureció su corazón. Sus lágrimas se derramaban mientras de su boca salía una especie de rugido de furia, de odio... otra noche en el infierno.
Continuará...
lunes, 22 de julio de 2013
Fernanda Parte II
Revisó su bolso y se dio cuenta que nada había dejado en el cuarto, eso la alivió por un momento.
Mientras salía del motel, escondió su rostro para que el vigilante no la observara. Pero no había que temer porque vio al hombre uniformado dormido.
Caminó por las calles, cuando se le ocurrió que para despistar sería bueno encontrar algún cliente, conseguir dinero y volver a casa. "No puedo creer que ese anciano fuera un enfermo, y yo que pensé que por la edad sería amable y no generaría demasiada acción en la cama. Esta mierda de profesión ya comenzó a hartarme", se dijo a si misma mientras caminaba por el oscuro sendero.
A unos metros vio un auto en la esquina. Era un hombre en busca de placer. Contrario a su estrategia de quedarse parada esperando, está vez ella fue a la caza. Introdujo un caramelo en su reseca boca, le faltaba un poco el aliento luego de tremenda experiencia.
Se acercó a la ventana del auto y le sonrió al joven, que tenía un look de estudiante inteligente, con lentes y una cara nerviosa, como si estuviera cometiendo un crimen. "¿Quieres dar un paseo?", dijo Fernanda, quien trató de recuperar la calma y mostrarse sensual.
El chico no lo dudó y le abrió la puerta. Luego de diez minutos, lapso en el cual arreglaron el intercambio de carne por dinero, entraron a un motel y solo estuvieron poco más de 25 minutos. El sexo fue de lo más rápido y normal. Para el chico, primerizo, fue tocar el cielo. Para Fernanda, una mezcla de alivio con verguenza.
Tomó el dinero y lamentó no poder ahorrarlo por completo. Pidió un taxi en la calle, compró una cajetilla de cigarros, y dos paquetes pequeños de galletas, los cuales dividiría uno para cenar y otro para desayunar.
Llegó a su casa y comenzó a llorar. La experiencia con Don Carlos era demasiado y luego haber tenido que acostarse con un sujeto para tener una coartada, fue más doloroso para su interior.
.............................
El cuarto donde vivía era pequeño, desordenado, una mezcla de papeles y ropa, la mayoría era la que usaba en su trabajo. El aroma en el ambiente era de humedad, humo de cigarro y lociones baratas. No era el mejor escenario, pero le gustaba por la paz que sentía. La casa, habitada por una pareja ancianos, era amplia. El cuarto, que estaba en la parte trasera y tenía entrada propia, era el de Fernanda. Por 100 dólares, ella tenía acceso a luz, agua y nada más. Pero tenía paz, no podía temer de los ancianos, ellos eran educados y un poco ingenuos: no se percataban del trabajo de su inquilina.
Se quedó dormida abrazada a su cartera. No soñó nada. Y como si el tiempo pasara demasiado rápido, abrió los ojos seis horas después. Su corazón latía rápido, la pesadilla de Don Carlos volvió a golpearle el alma. Culpa y miedo la invadieron.
Lo primero que hizo fue encender el televisor, quería información acerca de Don Carlos. Su búsqueda fue inútil. Se levantó de golpe, se lavó los dientes, se puso un short, una camisa corta, sandalias, encendió un cigarro y fue a un ciber café a tres cuadras de su cuarto.
¡Ahí sí encontró lo que quería! Su impresión fue tal que dejó de fumar.
Don Carlos, el viejo sadomasoquista y violento, era uno de los abogados más reconocidos de la ciudad. Tenía una reputación alta: un hombre de familia, miembro de una iglesia, cercano a personajes políticos, ejecutivos y religiosos.
La información era parcial. No destacaban cómo lo encontraron, ni parte de la escena, solo habían imágenes de los familiares en las afueras del motel, ahí estaban los hijos del señor, la esposa, los amigos. Que el cadáver fuera encontrado en ese lugar apenaba a los que fueron más cercanos al anciano.
Fernanda sintió cierta calma. Trabajar en las calles, escuchar las historias de policías y ladrones de decenas de borrachos con los que al final compartió cama en sus noches de trabajo, le hacían creer que nadie la seguiría por la muerte de Don Carlos.
Ella sabía lo que miles se preguntaban.
Por la forma que lo encontraron, con la escena de las pastillas, el traje de cuero, los utensilios sexuales y su cuerpo tendido, luego de varias indagaciones y sin un testigo claro, la primera sospecha de la Policía fue que la medicina para la disfunción eréctil, la emoción de sentir un cuerpo femenino desnudo, la edad, el padecimiento de hipertensión y colesterol alto, todos esos factores fueron los que desencadenaron su deceso.
Fernanda volvió pensativa a su cuarto. Algo la aterraba de todo lo sucedido. Se quedó pensando si era buena idea salir a trabajar. Si dependía de ella, no saldría del cuarto, pero la necesidad de comida y de pago del alquiler la hizo tomar la decisión de vender, otra noche más, su cuerpo.
¿Fue asesinato? ¿Fue defensa propia? ¿Fue inevitable? No sentía paz. Se recostó un momento en la cama desordenada y trató de conciliar el suelo. Algo había cambiado en ella, aunque nunca iba a poder imaginar el desenlace de esa mutación de su mente, alma y corazón.
Continuará...
Mientras salía del motel, escondió su rostro para que el vigilante no la observara. Pero no había que temer porque vio al hombre uniformado dormido.
Caminó por las calles, cuando se le ocurrió que para despistar sería bueno encontrar algún cliente, conseguir dinero y volver a casa. "No puedo creer que ese anciano fuera un enfermo, y yo que pensé que por la edad sería amable y no generaría demasiada acción en la cama. Esta mierda de profesión ya comenzó a hartarme", se dijo a si misma mientras caminaba por el oscuro sendero.
A unos metros vio un auto en la esquina. Era un hombre en busca de placer. Contrario a su estrategia de quedarse parada esperando, está vez ella fue a la caza. Introdujo un caramelo en su reseca boca, le faltaba un poco el aliento luego de tremenda experiencia.
Se acercó a la ventana del auto y le sonrió al joven, que tenía un look de estudiante inteligente, con lentes y una cara nerviosa, como si estuviera cometiendo un crimen. "¿Quieres dar un paseo?", dijo Fernanda, quien trató de recuperar la calma y mostrarse sensual.
El chico no lo dudó y le abrió la puerta. Luego de diez minutos, lapso en el cual arreglaron el intercambio de carne por dinero, entraron a un motel y solo estuvieron poco más de 25 minutos. El sexo fue de lo más rápido y normal. Para el chico, primerizo, fue tocar el cielo. Para Fernanda, una mezcla de alivio con verguenza.
Tomó el dinero y lamentó no poder ahorrarlo por completo. Pidió un taxi en la calle, compró una cajetilla de cigarros, y dos paquetes pequeños de galletas, los cuales dividiría uno para cenar y otro para desayunar.
Llegó a su casa y comenzó a llorar. La experiencia con Don Carlos era demasiado y luego haber tenido que acostarse con un sujeto para tener una coartada, fue más doloroso para su interior.
.............................
El cuarto donde vivía era pequeño, desordenado, una mezcla de papeles y ropa, la mayoría era la que usaba en su trabajo. El aroma en el ambiente era de humedad, humo de cigarro y lociones baratas. No era el mejor escenario, pero le gustaba por la paz que sentía. La casa, habitada por una pareja ancianos, era amplia. El cuarto, que estaba en la parte trasera y tenía entrada propia, era el de Fernanda. Por 100 dólares, ella tenía acceso a luz, agua y nada más. Pero tenía paz, no podía temer de los ancianos, ellos eran educados y un poco ingenuos: no se percataban del trabajo de su inquilina.
Se quedó dormida abrazada a su cartera. No soñó nada. Y como si el tiempo pasara demasiado rápido, abrió los ojos seis horas después. Su corazón latía rápido, la pesadilla de Don Carlos volvió a golpearle el alma. Culpa y miedo la invadieron.
Lo primero que hizo fue encender el televisor, quería información acerca de Don Carlos. Su búsqueda fue inútil. Se levantó de golpe, se lavó los dientes, se puso un short, una camisa corta, sandalias, encendió un cigarro y fue a un ciber café a tres cuadras de su cuarto.
¡Ahí sí encontró lo que quería! Su impresión fue tal que dejó de fumar.
Don Carlos, el viejo sadomasoquista y violento, era uno de los abogados más reconocidos de la ciudad. Tenía una reputación alta: un hombre de familia, miembro de una iglesia, cercano a personajes políticos, ejecutivos y religiosos.
La información era parcial. No destacaban cómo lo encontraron, ni parte de la escena, solo habían imágenes de los familiares en las afueras del motel, ahí estaban los hijos del señor, la esposa, los amigos. Que el cadáver fuera encontrado en ese lugar apenaba a los que fueron más cercanos al anciano.
Fernanda sintió cierta calma. Trabajar en las calles, escuchar las historias de policías y ladrones de decenas de borrachos con los que al final compartió cama en sus noches de trabajo, le hacían creer que nadie la seguiría por la muerte de Don Carlos.
Ella sabía lo que miles se preguntaban.
Por la forma que lo encontraron, con la escena de las pastillas, el traje de cuero, los utensilios sexuales y su cuerpo tendido, luego de varias indagaciones y sin un testigo claro, la primera sospecha de la Policía fue que la medicina para la disfunción eréctil, la emoción de sentir un cuerpo femenino desnudo, la edad, el padecimiento de hipertensión y colesterol alto, todos esos factores fueron los que desencadenaron su deceso.
Fernanda volvió pensativa a su cuarto. Algo la aterraba de todo lo sucedido. Se quedó pensando si era buena idea salir a trabajar. Si dependía de ella, no saldría del cuarto, pero la necesidad de comida y de pago del alquiler la hizo tomar la decisión de vender, otra noche más, su cuerpo.
¿Fue asesinato? ¿Fue defensa propia? ¿Fue inevitable? No sentía paz. Se recostó un momento en la cama desordenada y trató de conciliar el suelo. Algo había cambiado en ella, aunque nunca iba a poder imaginar el desenlace de esa mutación de su mente, alma y corazón.
Continuará...
viernes, 5 de julio de 2013
Fernanda
No pasó mucho tiempo, de hecho fueron unos minutos los que necesitó Fernanda para salir del espanto, de la desesperación.
Salió del cuarto rápido. Eso sí, miraba a todos lados. Estaba la posibilidad que un malentendido la pusiera en aprietos.
A su último cliente simplemente se le pasó la mano y lo pagó con su vida. Un gusto obsesivo por lo extremo, y un bochorno que terminó en violencia, fueron demasiado para su corazón.
Fernanda nunca tuvo un problema con las parejas a las que vendía su cuerpo. Los tres años de trabajo sexual habían pasado sin arrebatos, violencia o intimidación. Fernanda no incluye la pena moral de ser una prostituta, esa era una condena con la cual viviría el resto de sus días, no importaba si el cliente era amable, pagaba lo acordado e incluso cariñoso. Nunca iba a tener paz debido a su dedicación.
Fue un sábado negro.
Ese mismo día, pero más temprano, a las 9:54 de la mañana, Don Carlos volvió a tener un deseo sexual. A sus 68 años ya se había olvidado de la pasión, el erotismo, lo carnal. Desde que tenía 61, su vida en la cama se limitó a dormir, nada más.
No fue fácil. En sus veintes, treintas y cuarentas, siempre hubo con quien saciar sus extremos gustos en la cama. Paradójicamente nunca con su esposa. Ella es la mamá de sus tres hijos y la abuela de sus siete nietos. Demasiado título como para ensuciarlo en una de sus sesiones sexuales, al menos eso pensaba Don Carlos.
Nunca escatimó gastos, tiempo, mentiras, hipocresías, intimidaciones, amenazas y ciertamente violencia para lograr su objetivo. Don Carlos siempre tuvo una teoría: "la vida hay que disfrutarla, no importa como".
Y ese sábado, al señor se le metió en la cabeza volver a las andadas. Así de sencillo. Se armó de lo necesario para su misión: pastillas, trajes, dinero, accesorios sexuales y, por supuesto, la dosis de mentira necesaria para no asistir con su familia al cumpleaños de uno de sus nietos, Fernandito, de ocho años. Doña Laura, la esposa recatada y sin ánimos de entablar una discusión, simplemente no se tomó la molestia. Un beso de piquito y Don Carlos ya tenía el boleto al éxtasis.
Fernanda no almorzó bien ese sábado. No se sentía bien. Tenía dolor de cabeza, asco, mareos, y todos los padecimientos naturales de una vida sin vitaminas, de desvelos, cigarrillos y una alimentación deficiente tanto por el hábito cultural como por la falta de plata.
Comenzó su jornada laboral a las 8:45 de la noche. No necesitaba andar caminando por ahí, su cuerpo era lo suficientemente atractivo como para quedarse en un lugar y esperar. Tenía claro que no era bella del todo, pero tenía lo suyo: mediana altura, piel morena, delgada, con un busto bondadoso, sus piernas no tan largas, no tan delgadas. Sus ojos atractivos: amplios, color café y a eso se le sumaba una mirada sensual, pícara, inocente a veces.
Pero Fernanda no era como sus ojos se mostraban, ella no estaba a gusto, sólo actuaba en su papel de mujer sensual. Y le funcionaba.
Don Carlos la observó por un tiempo y se decidió. Eran las 9:15 de la noche. Bastante temprano y así tenía que ser. La mentira del anciano le alcanzaba para llegar a casa a medianoche luego de jugar póquer y hablar de negocios con su colega, Don Fabio, un buen hombre que su única debilidad eran las cartas.
Aunque no era el tipo de Fernanda, aceptó la proposición y se fue con el señor. Poco a poco se sintió intimidada con el aliento a cerveza, las palabras y las fantasías sexuales de Don Carlos. Había algo extraño en el anciano: daba la sensación que estaba actuando en una película. Por eso la chica se limitaba a decir "Aahhh", "¿en serio?", "Wow", "Uuuy" y nada más, un repertorio que repetía una y otra vez. No hacía falta hacerlo de otra forma, el anciano estaba tan metido en su personaje que no leyó en la mirada de la mujer la lástima, la pena y la sorpresa que expresaba.
Entraron a la habitación que rentaron por tres horas. Fernanda pensó que sería una sesión más, dentro de lo normal, pero no. Don Carlos entró al baño con una maleta. Salió diez minutos después portando un atuendo de cuero, que le quedaba bastante mal, en sus manos tenía varios accesorios de castigo. La escena era penosa, lo que provocó una carcajada en la mujer. Error.
El hombre, con el orgullo por los suelos, salió de golpe de su personaje de película de sadismo y arremetió contra la prostituta. La tomó del cuello y comenzó a gritarle todo tipo de insultos. Le recordó lo bueno que es en sus sesiones. No fue suficiente para él. La golpeó en el rostro.
Fernanda cayó en la cama. Estaba preocupada, aterrorizada porque Don Carlos parecía un demonio. La volvió a golpear. E intentó tomarla, violarla y asesinarla, el anciano no podía soportar la verguenza.
La mujer, se levantó y pudo soltarse de los brazos que la atacaban. Se le escapó y cayó al otro lado de la cama. Intentó conciliar, apostarle a la prudencia, aunque era difícil con un hombre de 68 años con un traje de cuero pegado a su cuerpo obeso y con el rostro explotando de furia.
Primero le dijo que se calmara, y que realizara tranquilamente todas sus pasiones. No funcionó.
Mientras huía del señor, le dijo que no siguiera, que no era necesario. No funcionó.
Hasta que le dijo: "¡no arruinés el momento, no seas tonto! ¿Tenés familia? si me matás no volverás a verlos, pensá en tu esposa y tus hijos... detenete viejo loco, todos ustedes son de lo peor, mas vos, ridículo!"
Don Carlos se enfureció más. "¿Cómo te atreves a decir eso, tu mujer de...?". Atrapó a Fernanda y la agarró fuertemente de los brazos mientras intentaba morderle el rostro. Su aliento a alcohol y su cara desencajada, aterrorizaron a la mujer, quien no tuvo más remedio que contraatacar, lanzó una patada sin tanta determinación, pero que dio en el punto: los genitales del señor.
Cayó de golpe al suelo y se retorció de dolor. La pastilla que tomó en el baño minutos antes no surtió efecto.
Don Carlos intentó levantarse pero sus fuerzas lo abandonaron. Su corazón latía violentamente, no de furia sino para respirar. Pero a los pulmones del anciano no llegaba aire. Sus ojos pasaron de la furia a la desesperación. Luchaba para estabilizarse, pero fue inútil. Su corazón no dio más y cayó tendido. De esta aventura no se levantó. Sus ojos quedaron abiertos, mostrando aflicción, su boca abierta como queriendo gritar. El sudor era notorio en la frente. El olor que emanaba de su cuerpo envuelto en cuero era desagradable.
No pasó mucho tiempo, de hecho fueron unos minutos los que necesitó Fernanda para salir del espanto, de la desesperación.
Salió del cuarto rápido. Eso sí, miraba a todos lados. Estaba la posibilidad que un malentendido la pusiera en aprietos.
Continuará....
Salió del cuarto rápido. Eso sí, miraba a todos lados. Estaba la posibilidad que un malentendido la pusiera en aprietos.
A su último cliente simplemente se le pasó la mano y lo pagó con su vida. Un gusto obsesivo por lo extremo, y un bochorno que terminó en violencia, fueron demasiado para su corazón.
Fernanda nunca tuvo un problema con las parejas a las que vendía su cuerpo. Los tres años de trabajo sexual habían pasado sin arrebatos, violencia o intimidación. Fernanda no incluye la pena moral de ser una prostituta, esa era una condena con la cual viviría el resto de sus días, no importaba si el cliente era amable, pagaba lo acordado e incluso cariñoso. Nunca iba a tener paz debido a su dedicación.
Fue un sábado negro.
Ese mismo día, pero más temprano, a las 9:54 de la mañana, Don Carlos volvió a tener un deseo sexual. A sus 68 años ya se había olvidado de la pasión, el erotismo, lo carnal. Desde que tenía 61, su vida en la cama se limitó a dormir, nada más.
No fue fácil. En sus veintes, treintas y cuarentas, siempre hubo con quien saciar sus extremos gustos en la cama. Paradójicamente nunca con su esposa. Ella es la mamá de sus tres hijos y la abuela de sus siete nietos. Demasiado título como para ensuciarlo en una de sus sesiones sexuales, al menos eso pensaba Don Carlos.
Nunca escatimó gastos, tiempo, mentiras, hipocresías, intimidaciones, amenazas y ciertamente violencia para lograr su objetivo. Don Carlos siempre tuvo una teoría: "la vida hay que disfrutarla, no importa como".
Y ese sábado, al señor se le metió en la cabeza volver a las andadas. Así de sencillo. Se armó de lo necesario para su misión: pastillas, trajes, dinero, accesorios sexuales y, por supuesto, la dosis de mentira necesaria para no asistir con su familia al cumpleaños de uno de sus nietos, Fernandito, de ocho años. Doña Laura, la esposa recatada y sin ánimos de entablar una discusión, simplemente no se tomó la molestia. Un beso de piquito y Don Carlos ya tenía el boleto al éxtasis.
Fernanda no almorzó bien ese sábado. No se sentía bien. Tenía dolor de cabeza, asco, mareos, y todos los padecimientos naturales de una vida sin vitaminas, de desvelos, cigarrillos y una alimentación deficiente tanto por el hábito cultural como por la falta de plata.
Comenzó su jornada laboral a las 8:45 de la noche. No necesitaba andar caminando por ahí, su cuerpo era lo suficientemente atractivo como para quedarse en un lugar y esperar. Tenía claro que no era bella del todo, pero tenía lo suyo: mediana altura, piel morena, delgada, con un busto bondadoso, sus piernas no tan largas, no tan delgadas. Sus ojos atractivos: amplios, color café y a eso se le sumaba una mirada sensual, pícara, inocente a veces.
Pero Fernanda no era como sus ojos se mostraban, ella no estaba a gusto, sólo actuaba en su papel de mujer sensual. Y le funcionaba.
Don Carlos la observó por un tiempo y se decidió. Eran las 9:15 de la noche. Bastante temprano y así tenía que ser. La mentira del anciano le alcanzaba para llegar a casa a medianoche luego de jugar póquer y hablar de negocios con su colega, Don Fabio, un buen hombre que su única debilidad eran las cartas.
Aunque no era el tipo de Fernanda, aceptó la proposición y se fue con el señor. Poco a poco se sintió intimidada con el aliento a cerveza, las palabras y las fantasías sexuales de Don Carlos. Había algo extraño en el anciano: daba la sensación que estaba actuando en una película. Por eso la chica se limitaba a decir "Aahhh", "¿en serio?", "Wow", "Uuuy" y nada más, un repertorio que repetía una y otra vez. No hacía falta hacerlo de otra forma, el anciano estaba tan metido en su personaje que no leyó en la mirada de la mujer la lástima, la pena y la sorpresa que expresaba.
Entraron a la habitación que rentaron por tres horas. Fernanda pensó que sería una sesión más, dentro de lo normal, pero no. Don Carlos entró al baño con una maleta. Salió diez minutos después portando un atuendo de cuero, que le quedaba bastante mal, en sus manos tenía varios accesorios de castigo. La escena era penosa, lo que provocó una carcajada en la mujer. Error.
El hombre, con el orgullo por los suelos, salió de golpe de su personaje de película de sadismo y arremetió contra la prostituta. La tomó del cuello y comenzó a gritarle todo tipo de insultos. Le recordó lo bueno que es en sus sesiones. No fue suficiente para él. La golpeó en el rostro.
Fernanda cayó en la cama. Estaba preocupada, aterrorizada porque Don Carlos parecía un demonio. La volvió a golpear. E intentó tomarla, violarla y asesinarla, el anciano no podía soportar la verguenza.
La mujer, se levantó y pudo soltarse de los brazos que la atacaban. Se le escapó y cayó al otro lado de la cama. Intentó conciliar, apostarle a la prudencia, aunque era difícil con un hombre de 68 años con un traje de cuero pegado a su cuerpo obeso y con el rostro explotando de furia.
Primero le dijo que se calmara, y que realizara tranquilamente todas sus pasiones. No funcionó.
Mientras huía del señor, le dijo que no siguiera, que no era necesario. No funcionó.
Hasta que le dijo: "¡no arruinés el momento, no seas tonto! ¿Tenés familia? si me matás no volverás a verlos, pensá en tu esposa y tus hijos... detenete viejo loco, todos ustedes son de lo peor, mas vos, ridículo!"
Don Carlos se enfureció más. "¿Cómo te atreves a decir eso, tu mujer de...?". Atrapó a Fernanda y la agarró fuertemente de los brazos mientras intentaba morderle el rostro. Su aliento a alcohol y su cara desencajada, aterrorizaron a la mujer, quien no tuvo más remedio que contraatacar, lanzó una patada sin tanta determinación, pero que dio en el punto: los genitales del señor.
Cayó de golpe al suelo y se retorció de dolor. La pastilla que tomó en el baño minutos antes no surtió efecto.
Don Carlos intentó levantarse pero sus fuerzas lo abandonaron. Su corazón latía violentamente, no de furia sino para respirar. Pero a los pulmones del anciano no llegaba aire. Sus ojos pasaron de la furia a la desesperación. Luchaba para estabilizarse, pero fue inútil. Su corazón no dio más y cayó tendido. De esta aventura no se levantó. Sus ojos quedaron abiertos, mostrando aflicción, su boca abierta como queriendo gritar. El sudor era notorio en la frente. El olor que emanaba de su cuerpo envuelto en cuero era desagradable.
No pasó mucho tiempo, de hecho fueron unos minutos los que necesitó Fernanda para salir del espanto, de la desesperación.
Salió del cuarto rápido. Eso sí, miraba a todos lados. Estaba la posibilidad que un malentendido la pusiera en aprietos.
Continuará....
martes, 25 de junio de 2013
El frasco de moscas
Fue el mejor presente de navidad que me regalé. Eran los últimos días de 1995. Siempre fue importante comprarme algo, era un adolescente, no captaba la estrategia de mercado que siempre impregna esa época. Aún así, si volviera al pasado, lo repetiría.
Ahorré lo suficiente y cada cierto tiempo me daba una vuelta por el estante de CD`s, solamente para cerciorarme que seguía ahí, esperando por mi.
Ya tenía un disco de Alice in Chains, pero no podía dejar pasar el último lanzamiento: "Jar of flies". Todo de ese trabajo musical me ha impactado.
La portada, por ejemplo.
Es un arte que sigo apreciando. Se dice que el guitarrista de la banda, Jerry Cantrell, realizó un experimento escolar con un frasco de moscas. En uno estaban sobrealimentadas y hubo vida por un tiempo, pero murieron por sobrepoblación. En el otro frasco, con poco alimento, la mayoria de estos insectos vivió por más de un año.
El color, la mitad del rostro del chico, el frasco, la mesa, los dedos. Todo en su perfecto puesto.
De una mosca tengo tres impresiones:
1. Cuando mi mamá las mataba con desesperación.
2. La película "The fly" (1986). Es de mis favoritas y la transformación del personaje de Jeff Goldblum en una inmensa mosca... simplemente impactó mi mente infantil.
3. Y el concepto de Alice Chains para su disco.
Más allá de la apariencia, algo me invitaba a creer que el disco sería especial.
Cuando me lo compré, le dediqué mucho tiempo. Contiene siete temas y me imaginé que serían pesados, con ese sonido contundente, a veces áspero, tan deprimente, todo lo que caracteriza a Alice in Chains.
Mi sorpresa fue escuchar canciones acústicas, suaves, con sonido country a ratos, orquestales en otros. Lo que no faltó es ese toque melancólico de la banda.
"Rotten apple": un llamado a la inocencia perdida. Esas notas de guitarras y la voz de Staley, me impactaron de entrada.
"Nutshell": la calma, el toque acústico, la tristeza: "sin un lugar al cual llamar hogar..." casi me saca una lágrima la primera vez que escuché la canción. Las que derramé con el correr de los años cada que me abrazaba esta pieza de arte musical, esas, estuvieron justificadas.
"I stay away": armoniosa, psicodélica, desesperante y la voz de Staley, otra vez te lleva a otros niveles.
"No excuses": la más aceptable para la mayoría de oídos. La pausa necesaria para no desagradar a los que esperan una canción medianamente comercial.
"Whale & Wasp": instrumental. Una guitarra única. No es un solo estridente, es penetrante... ¡es Alice in Chains para quienes saben de lo que hablo!
"Don´t follow": la que rompe el esquema, nadie se esperaría una armónica en una banda de este calibre. Me costó digerirla, pero con el tiempo le encontré la belleza.
"Swing on this": la más deprimente, la más angustiante, muy a mi estilo. "Come home... let me be. I´m alright". El final tenía que ser así para un disco único.
Mi espectro musical cambió para siempre después de mi regalo de navidad en 1995. Lo que sucedió con el disco se merece una serie de historias aparte, las cuales, sin duda, escribiré pronto.
18 años después, mientras estaba pensando en una información sin mucho sentido, una mosca trató de aterrizar en mi cara. Lo intentó varias veces. No se lo permití. Tomó un descanso en mi cuaderno y me detuve a verla. La observé por un momento y luego de unos segundos de apreciarla, voló lejos. No pude matarla. No podía hacerlo, menos luego de recordar la historia del frasco de moscas. Ese pasado revivido permitió que ese insecto volador no muriera por mi mano. Hay cosas que simplemente te marcan, de una forma u otra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)