sábado, 21 de junio de 2014

El guionista

Abren sus ojos, con la pereza habitual, para luego comenzar un día más.
Besan, abrazan, desayunan, van a trabajar.

Parpadean, socializan, comparten, idean, intercambian muchas palabras, para luego crear un producto o servicio.

Dan gracias a Dios, tuitean sus vidas, comparten fotografías, hasta lo más simple se vuelve digno de mostrar.

Entonces vuelven a casa, cansados, se abrazan con sus seres queridos, ven un programa de televisión, cenan, comparten, van a dormir.

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-- "¿Pero no te parece un poco simple?" menciona uno de los creativos.

-- "Pues, es una familia común", responde el guionista.

-- "Lo sé, pero creo que pudieras ser un poco más creativo ¿no lo crees?"

-- "Lo intentaré, pero por ahora me quedo acá, mis manos están cansadas", inmediatamente el guionista se deshizo de sus instrumentos de trabajo.

Y ahí quedaron las marionetas, sobre la mesa.

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Al siguiente día el guionista repite el trabajo con una mejoría notable. Arma la historia e incluso le da un nombre a su obra: "La vida".

Cada día las marionetas se sienten tan bien manejadas, tan hábiles son las manos del maestro que creen tener una vida real: cuando van a dormir sueñan, descansan y dentro del guión está determinado que son ocho horas el lapso ideal para dormir.

También saben que el desayuno es la comida más importante del día, que el amor es un sentimiento bueno, que se tienen que pagar impuestos y que al morir te vas al infierno o al cielo.

Otros datos del guión: se vive un promedio de 80 años y hay que cuidar la salud. Incluso a las marionetas les gusta el término "libre albedrío".

Cada noche descansan, cada día comen, trabajan, aman, besan y tienen intimidad.

Se preguntan si los sueños son mensajes específicos del más allá.

Y se inventa la palabra cotidianidad.

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-- "¿Te parece la obra y los personajes que he preparado?", dijo con orgullo el guionista a su compañero.

-- "Nada mal... aunque ¿no crees que es muy compleja la vida? digo, pudiera ser más sencilla".

-- "Quizás... veré que hago", la confusión fue tal para el creador del guión que no pudo descansar.

Entonces quemó a tres de las siete marionetas de su historia "La vida".

Las marionetas que amanecieron en sus camas, creyeron que el resto murieron y se fueron al cielo o al infierno. Ya sabían que ante una pérdida, se lloraba. Y lloraron.

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Con el tiempo la obra fue un éxito y en todos los países se replicó.
"La vida", creación única del guionista, se hizo común y más compleja conforme se repetía en cada país.

Fueron sumando tramas para las marionetas: la existencia de los dinosaurios, guerras civiles, conquistas, enfermedades, universo, fútbol, arte, profesiones, cirugías y más.

Como se hizo tan famosa "La vida", la obra se repitió en cada escuela, en cada barrio, en cada rincón de las casas no faltaban las marionetas para divertirse.

Y sumaron y sumaron, y volvieron a sumar tramas, accesorios, historias, a tal punto que la obra se convirtió en lo más complejo que haya existido.

De siete marionetas en la edición original de "La vida", pasaron a ser más de siete mil millones de marionetas, a las cuales, por cierto, les dan un título: personas.
Están repartidas en seis pedazos de tierra llamados continentes, pueden tuitear y comprarse algunas cosas, otras se mueren de hambre pero casi todas se vuelven locas por el dinero, el poder y el sexo.



Todas van a dormir y despiertan, creyendo que tienen vida propia, que les pertenece lo que tienen.
Y cuando muere una, que sucede muy seguido, traen otras de pequeños tamaños y con el tiempo crecen y hacen lo mismo que las demás.

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Me voy a dormir, mientras mis ojos se cierran, entonces una mano en lo más alto se siente cansada y decide dejar los hilos... solo por un momento.






viernes, 20 de junio de 2014

Dos rostros de la multitud

No sé si somos ángeles o demonios.
Quizás dos humanos como la mayoría, nada especial.

Pero en medio de la multitud nos vimos. Entre todos los rostros, nuestros ojos se encontraron.
Puede ser un guiño del destino. Pues sí. El destino está en todos lados, para todos por igual.

Tiramos nuestras cartas a la mesa, con la intención de aceptarnos tal cual éramos. Entonces comenzamos una carrera, un largo camino con el intento de hacerlo eterno, intocable.

Pero más allá de lo que se construye, son las raíces las que se vuelven arquitectas, diseñadoras de un futuro. No menosprecio el poder de la voluntad, ni mucho menos el dedo de la inmensidad, pero la tierra ya cultivada tiene destino, su destino.

Comenzaron las batallas personales, las infidelidades, las eternas discusiones, todo revuelto con las fragilidades propias de una relación. Pasamos de ser hermanos del alma a enemigos.

Y el círculo se hizo enorme, vasto, inalcanzable, aunque no pudiéramos ver su longitud exacta, algo era cierto: siempre cubre el interior y llega al mismo punto. Fueron tantas veces que juramos y otras tantas que nos arrepentimos que parecía que el destino nos tenía apartadas dos butacas en primera línea para una buena historia.

Sin embargo, nos preparó dos asientos para ver nuestra guerra civil. Y ahí, con lágrimas, remordimientos y sentimientos de querer volver atrás, nos quedamos viendo la pantalla, avergonzados.

Tu quizás un ángel; yo, quizás un demonio. Aunque los dos tenemos un poco de todo, también de ingenuos, amorosos, chistosos e interesantes. Cuando unimos nuestros seres, hay una explosión que nos separa, como si la naturaleza estuviera diseñada para mantenernos lejos.

Tu, un demonio que cree tener el poder de la omniscencia; yo, un simple ángel caido, perdido entre las dimensiones de la eternidad. En conclusión: dos seres especiales sin paz.
Hermanos, amantes, novios, compañeros o enemigos, de todo probamos y nada llenó las expectativas.

El tiempo corre y no tiene piedad. Especiales o no, culpables o no, estamos condenados.

El tiempo pasa... y nuestra historía permanecerá intacta, como la imaginamos, con un pequeño detalle: entre las multitudes seguiremos.
 



jueves, 5 de junio de 2014

Los tiempos para morir

Son pequeños espacios para enterrarse y saludar a los gusanos.
Vemos como nos podrimos y nuestra piel se deshace.
Hasta que el último rastro son los huesos, el polvo, la tierra y los cabellos.

Es solo mental.

Pareciera un escenario tétrico, oscuro o no apropiado para alguien que tiene el regalo de la vida.
Siento los dedos que me señalan, al mismo tiempo que las voces recriminan: "¡pesimista! ¡mal agradecido!"

Mientras tanto guardo mis minutos de silencio. Porque estoy vivo, pero tengo mis tiempos para morir.

No soy un fan de la muerte, pero pienso en ella todos los días. Le temo en ciertas ocasiones, pero sin quererlo, en otras, soy un muerto viviente.

Porque no amar, es morir. Si albergamos odio, asesinamos el alma. Si me atrevo a dañar una fidelidad, ciertamente estoy matando algo dentro de mi. Si traicionamos una amistad, nuestro corazón se endurece lentamente.

Somos asesinos por naturaleza. Matamos minutos con tal de vivir una experiencia, y luego de disfrutarla, la mandamos sin remedio a la caja de los recuerdos.

Matamos animales, matamos a nuestros semejantes, física o mentalmente.

Pensamos que sabemos vivir. Por momentos, nos revelamos; en otros espacios, creemos encontrar el sentido a todo. Qué equivocados.

"El regalo de la vida", pienso. "AFORTUNADO", retumba una voz en mi interior.

Esa misma voz, sin embargo, me dice que debo conciliar con la muerte. "¿Conciliar?"

"La mejor forma de conciliar, es vivir sin asesinar tiempos. Llegar a un acuerdo pasa por encontrar en cada segundo la felicidad de respirar, esa sensación de pensar, sentir y amar, no puede ser momentánea, debe ser la regla.
Cuando pasen los años, el archivo del alma solo tendrá documentos llenos de gratificación, hojas con letras escritas por el amor de la vida. Y en ese momento, llegará lo inevitable. Estarás tan acostumbrado a no morir a ratos, que cuando la muerte te tome en sus brazos, no habrá nada que perder, porque ya viviste adecuadamente."

Mantengo la mirada hacia abajo, luego veo a mi alrededor. Respiro. Me deshago de las telarañas mentales y mis pupilas cambian.

En el silencio del cuarto, otra voz, distante, más fría, diferente a la que me habló sobre lo afortunado que soy, se hace escuchar.

Nunca me había hablado. Es la que nadie quiere escuchar.

Entonces me susurra suavemente : ¿quieres conciliar?