sábado, 25 de enero de 2014

Fernanda Parte VII

Los labios se unieron después de varios intentos, era lo único que faltaba de unir entre Fernanda y César. Cuando dos cuerpos se convierten en una frenética masa de piel, carne, sudor y pasión, todo es inevitable. Fue la primera vez que Fernanda besó a un cliente, tanto fue el erotismo, que no se dio cuenta cuando sucedió.

Todo iba más allá de una simple transacción de dinero por carne, ambos sabían desde la primera ocasión que eran el uno para el otro para desahogarse de tanta presión. Ella era la más activa, decidió botar todo el peso emocional que la aprisionaba. Tomó a César y le hizo saber que cada dólar que iba a pagar, lo valía.

Sus miradas se encontraban cada cierto tiempo, porque el chico prefería verla en acción. Fernanda gustaba de apreciar cuánto puede el placer, enloquecer a una persona.

Fueron dos horas de fuego y sentimientos encontrados.

"Sabés que me quedé con las ganas de seguir viéndote", dijo César con una sonrisa pícara mientras miraba los labios de la chica. Fernanda comenzó a extrañarse de esa actitud. "Una cosa es buscar a una prostituta y otra es mostrar interés", pensó, mientras miraba los ojos de quien la acompañaba en la cama.

Desde que comenzó a vender su cuerpo se había acostumbrado a la frialdad, incluso al desprecio enmascarado de los hombres. Podía lidiar con eso emocionalmente, pero lo que este muchacho de piel blanca mostraba era algo nuevo para ella. Se sentía incómoda, pero también interesada.

"¿Vamos a quedarnos más tiempo?", preguntó la chica. César no lo dudó. "Estaremos hasta las 6:00 de la mañana y luego vemos", dijo mientras pidió una cerveza por teléfono.

Entonces Fernanda volvió a pensar, inevitablemente, en Angie. No recordaba haber visto cara a cara al tal Vaquero, aunque si recordó un auto negro, polarizado, al que muchos miraban con temor y respeto. "¿Será ese el auto del Vaquero?", la pregunta y la intriga rondaban la mente de la prostituta.

Hubo más pasión en el cuarto de motel, pero Fernanda esta vez no la disfrutó del todo, no pudo sacarse de la cabeza a Angie, al Vaquero y al inmenso vacío que era su vida.

No podía cambiar radicalmente, si de algo estaba clara era que no tenía las condiciones para ser feliz. Desde muy pequeña fue así y no había forma de cambiarlo, aunque esa noche se sinceró: acostarse con César era especialmente desestresante.

A las 7:00 de la mañana, en la misma esquina del parque, César dejó a la chica. Esta vez le pidió el número de celular y aunque Fernanda lo pensó varias veces, le terminó dando uno de los tres números telefónicos que tenía, el personal, el que menos ocupaba.

Se despidieron con una mirada.

Fernanda no pudo volver a la rutina, lo primero que hizo fue darse un baño y luego fue al hospital.

"¿Quién es el tal Vaquero? ¿Qué pasó? ¡Angie estuviste cerca de morir, por Dios!"

Fernanda no tenía los modales. En lugar de acercarse y abrazar, su forma de expresar el pesar y la preocupación había cambiado. Ahora se dejaba llevar por la rabia. "¡Quiero saberlo, ya!".

Angie no pudo contener el llanto y trató de calmar a su amiga, pero era imposible, Fernanda lloraba de odio, las lágrimas se mezclaban con la cara desencajada y la mirada en ningún momento se conmovía. Algo dentro de ella le decía que Angie le iba a ocultar, al menos, una parte de la verdad.

"Yo pensé que era la oportunidad de salir de todo esto. Pensé que por fin al menos podía vivir en pareja, por lo menos un maldito momento de esta desgraciada vida", Angie dijo estas palabras con la voz entrecortada, como cuando alguien parece que lo ha perdido todo. Su rostro golpeado y sus brazos morados hacían la escena desgarradora.

"Ahora no puedo hacer nada más que soportar este infierno, por dentro no lo quería, sé que no lo quería pero trataba, intenté ser una persona normal. Ese pendejo siempre me vio por lo que soy... una puta". Hubo un silencio antes de que Angie mirara a lo ojos a Fernanda. "Estamos marcadas, tatuadas, para no merecer algo mejor, aún en contra de nuestra voluntad".

Fernanda se sintió identificada al instante. Las palabras parecían salidas de su propio corazón. Un sentimiento de dolor la atacó, tanto que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no desmoronarse, sus manos temblaban. "¿Cómo no te pudiste dar cuenta? Nosotras sabemos bien cuando un hijo de puta tiene otras intenciones."

"Él cree que puede controlar sus adicciones, pero esa es su mayor debilidad. Ese día simplemente se volvió loco. Además, de nada sirve hablar, no puedo ni siquiera ir a la policía. Si lo hago. Estoy muerta."

Fernanda trató por última vez de ser congruente, de acompañar a su amiga en el dolor, pero no podía. Algo en su mente la controlaba, incluso en la dirección contraria a la posición de su amiga. Una fuerza la orientaba a un sentimiento: venganza.

"Tuviste que pensarlo antes de poner en riesgo a tu bebé, no debiste meterte con ese hombre"... unos segundos después se dio cuenta del tremendo error que cometió.

"¿Bebé?", susurró Angie. Ambas se vieron intensamente. "¡Fernanda qué decís! ¡Fernanda! ¡decime la verdad! ¿Estaba embarazada?  ¡No!", los gritos se escucharon incluso en los pasillos, la enfermera y el doctor corrieron a socorrer a la paciente, quien entró en un shock nervioso. El doctor pidió aplicar un sedante, mientras la enfermera trataba de controlar a Angie.

"¡Acaso no le dije que había que ayudarla, salga de aquí ahora mismo!", señaló el médico a la puerta mientras miraba a Fernanda.

La joven salió, estaba perdida, impotente, atada a un dolor incalculable por lo que sucedió. Entonces Carmen apareció en el pasillo, cargaba dos bolsas con artículos de primera necesidad. Fernanda se secó las lágrimas y habló con la tía de Angie.

"Debo irme, regresaré mañana me siento muy cansada. Ya verá que a su sobrina se le hará justicia", dijo mientras abrazaba a la mujer. Carmen sintió algo extraño, pero no sospechó nada malo.

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Fernanda durmió sin remordimientos porque estaba clara de sus propósitos.

Al día siguiente antes de salir a trabajar, tomó la navaja. Estaba decidida.


Jueves, 9:36 pm.

Antes de llegar a su zona de prostitución, sonó su teléfono. Era César. "No puede ser", pensó.
"Fijate que el fin de semana voy a estar libre y me gustaría que fuéramos a la playa, será un trabajo especial, para salir de lo común", la voz del joven parecía un calmante.

"No lo sé, llamame el viernes por la noche, pero eso sí, como siempre me pagás una parte antes y la otra en el lugar", Fernanda estaba confundida porque el odio hacia su realidad parecía contenerse cuando hablaba con César, y solo habían pasado dos noches juntos.

"Te llamo entonces", dijo el joven antes de colgar.

Fernanda volvió a lo suyo. No sería difícil dar con el auto negro, sabía que tenía que moverse en un territorio que no le pertenecía, pero confiaba en que sus piernas, su trasero y su lindo rostro le iban a permitir abrirse paso hasta dar con el Vaquero.

Por primera vez estaba decidida a ocupar su cuerpo para algo más que revolcarse en una cama. Solo tenía que perseverar y esperar el momento perfecto para matar.



Continuará.


    





domingo, 17 de noviembre de 2013

Fernanda Parte VI

El último bocado de huevo con pan lo asimiló con café endulzado. Fernanda se sentía saciada en todos los aspectos, por eso decidió dormir hasta las 2:00 de la tarde. Se cepilló los dientes, se bañó para quitarse el aroma de César, cambió las sábanas de la cama y se puso un camisón pequeño para sentirse más cómoda. Tomó la almohada y se durmió rápidamente.

Soñó que estaba en un cuarto oscuro y escuchaba gritos lejanos. Buscaba el interruptor de la luz, pero no lo encontraba. Los gritos eran desesperantes, era una mujer que al parecer estaba siendo golpeada.
Fernanda estaba desnuda y tampoco encontraba su ropa. "Auxilio", gritó desesperadamente cuando se dio cuenta que no podía salir del cuarto oscuro.

"¡Fernanda, ayudame, Fernanda!", suplicó la mujer. Era Angie porque su voz es irreconocible. Fernanda trató de salir golpeando la puerta, pero era inútil.
Se puso a llorar y a gritar. "¡Angie!"

Despertó y otra vez se levantó de golpe. Ya se estaba acostumbrando a las pesadillas, su vida misma era una.
Recordó que tenía las llamadas perdidas de Angie y se apresuró a corresponder. Fernanda aún no superaba el daño causado por la violencia sufrida en las últimas semanas y no quería saber nada de la poca gente a su alrededor, pero tenía una corazonada.

Marcó y esperó pacientemente. "Aló", dijo una mujer. Fernanda sabía que no era Angie. "¿Está Angie?".
La persona dudo en contestar. "¿Quién es, qué quiere?", dijo. "Soy Fernanda, amiga de Angie y tengo varias llamadas perdidas, quiero saber si está bien", dijo la joven.
Luego de varios segundos, la respuesta dejó helada a Fernanda. "Angie está grave, recibió una golpiza y su cuerpo fue encontrado cerca del parque central".

Como si recibiera una descarga eléctrica, Fernanda se levantó de la cama.
"¿En cuál hospital están?", dijo con voz desesperada. "Estamos en el Santa María", escuchó en el celular.

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"La situación es crítica, si bien es cierto está fuera de peligro, hay que esperar a ver cuáles serán las consecuencias. Lamento decirle que Angie tenía dos semanas de embarazo y los golpes provocaron el aborto", el doctor lo dijo con esa mezcla profesional y sentimental, él vio desde un inicio a Angie y quedó impactado al conocer el caso.

De los ojos de Fernanda saltaron varias lágrimas. El dolor era descomunal, la impotencia la oprimía y su mente no dejaba de hacer recreaciones de cómo sucedió el ataque. Angie hablaba mucho de la posibilidad de ser madre, pese a que se dedicaba a la prostitución, siempre imaginaba el momento de conocer a alguien y poder encaminar una vida de pareja, con hijos.

 "Cuando salió por la noche, parecía todo normal, aunque toda la tarde estuvo discutiendo por teléfono con alguien. Yo creo que ella estaba saliendo con un hombre, pero no me dijo quién era", dijo entre lágrimas Carmen, la tía de Angie.

"¿Pero quién pudo hacerle esto? ¿Por qué?", se preguntó Fernanda.

Luego de una hora de espera, el doctor llevó a las mujeres a la habitación donde estaba Angie. La escena era dura. Angie tenía una venda en su cabeza, sus ojos estaban morados, sus labios destrozados.

En sus brazos varios moretones eran visibles. Fernanda se estremeció de la impresión y Carmen se puso a llorar desesperadamente. Angie estaba sedada.

"Lo más probable es que no pueda volver embarazarse, los golpes dañaron el útero y estamos analizando extirparlo, sé que es una situación lamentable pero es necesario. Angie necesitará mucha ayuda para superar esto y en eso hay que pensar", dijo el doctor. Las mujeres no pudieron evitar el llanto.

Pero Fernanda no podía seguir llorando sin sentir ese odio intenso. El daño estaba hecho y no había nada que pudiera hacer.

Una hora después,, Fernanda estaba en su casa preparándose para salir. Era momento de averiguar que pasó con Angie. Encendió un cigarrillo y salió a prisa, ni siquiera se percató que la anciana dueña de la casa la vio pasar.

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"¿Quién putas le hizo eso a Angie?", dijo Fernanda con fuerza, pero José, el dueño del bar más reconocido del centro de la ciudad en lo que respecta a prostitución, no se impresionó, destapó dos cervezas y le ofreció una a la mujer. "¿Fueron los idiotas rockeros o los delincuentes que vienen acá?", dijo la chica, pero José no apartó la mirada de la cerveza.

"Te voy a decir algo, pero más vale que te lo guardés bien. Angie se metió con un cabrón peligroso y pensó que era de fiar", sentenció José luego de dar un sorbo a la cerveza.
"Tenía varios días de salir con él, eso incluso me sorprendió porque sus clientes habituales se fueron con otras chicas", agregó mientras miraba a todos lados.    

"¿Y quién es ese cabrón, decime José?", Fernanda parecía endemoniada.

"¡Mirá calmate vos, de nada sirve que te pongas así! No quiero problemas y quiero evitártelos. Le dicen vaquero y es alguien a quien nadie puede tocar porque está metido en todo lo que respecta a crimen. Cuidado y andás hablando por ahí", dijo José con mirada de pocos amigos.

Fernanda se terminó la cerveza y se fue del bar. Llegó a la esquina de siempre, a donde sus clientes la buscan. Tenía miedo, ahora no podía confiar en nadie ni siquiera en la policía. "¡Debo salirme de este infierno ya! No soporto esto, ya no lo soporto", pensó la joven.

Se quedó sola, su única compañía era su cajetilla de cigarros. Su mirada estaba perdida en el asfalto, el frío, la oscuridad, la impotencia y el miedo se unieron. Su alma estaba vacía. Cerca de la medianoche se levantó y comenzó a caminar hacia su casa, cuando vio un auto acercarse. Se impresionó cuando supo que era de César. "Me dijiste que te buscara en el mismo lugar... y aquí estoy", dijo el joven. "Súbete, vamos a dar una vuelta".

Fernanda se subió y no dijo mayor cosa, su mente estaba en pausa, sus sentimientos perdidos. "¿Irse a la cama o no?", pensó. "Qué más da si estoy muerta por dentro. Pero esto pronto terminará".

El auto se perdió en la ciudad en busca de un motel. Un joven con ganas de sexo y una joven planificando como hacer pagar al victimario de Angie.

Continuará...    
   

   


sábado, 2 de noviembre de 2013

Un día muerto para una familia difunta

Desde el inicio los pasos fueron equivocados.
Todo era el producto de mentes huérfanas, influenciadas por un sentimiento de rebeldía que tampoco caló hondo en sus resquebrajados espíritus.

Los aires de cambio parieron una filosofía de vida. En el destierro obligaron a crear un nuevo hombre.
Experimentaron con sus hijos un modelo irreverente, un significado de vida que nunca dio muestras de ser efectivo para el espíritu.

A fuerza de lectura, raciocinio, historia parcializada, discusión y análisis sesudo, intentaron crear una mente diferente en niños comunes, soñadores, necesitados.

Y los pequeños crecieron. En medio de dos culturas, atacados por todos los frentes: culturales, familiares, ideológicos y demoníacos.

Una familia sin familia. Un grupo ensimismado en su sabiduría dio un portazo a la tradición,dio la espalda a un Dios.

El tiempo pasó y comenzó a acumular cuentas. Los dos líderes cambiaban de posiciones ante la vida, con tal de mantenerse en su razón. Uno se aferró a su filosofía y el otro cambiaba constantemente. Uno se hizo a un lado y dio un trono, mientras el otro aprendió a ser sagaz con tal de esconder su debilidad.

Y los ojos pueriles se agudizaron. Y los niños crecieron. Dentro de ellos ya estaban bien delimitadas las fronteras, las divisiones. Sin arraigo familiar, sin suelo en donde sentirse parte, sin una ruta, así se acomodaron para el destino.

Los azares de la vida, las experiencias que hacen a una familia fortalecerse para sobrevivir, comenzaron a destruir al grupo errante, al experimento de las mentes huérfanas.

Lo que debía unir, separó; lo que se esperó para mejorar el espíritu, dejó vacíos los corazones. Lo que se suponía debía ser una familia, se convirtió en un pupilaje de almas.

Entonces vino la revancha de la vida. Los golpes rompieron los lazos y dejaron un amplio espacio vacío.

Los líderes se escondieron ante la tempestad, buscaron darle sentido al fracaso, se excusaron como niños, aquellos analíticos buscaron asilo, levantaron banderas de cobardía.

Como si el destino necesitase de un tiro de gracia para finalizar una historia demente, la muerte acabó con la dama de luz, se la llevó poco a poco frente a los ojos de todos. La oscuridad se expandió y el grupo se desintegró.

Los desterrados del mundo no supieron tomar el rumbo adecuado, siguieron voluntades erradas, se acomodaron a los últimos deseos de la dama de luz, quemaron sus restos sin darse cuenta que hicieron cenizas una oportunidad de unirse. En un día de difuntos, lo que se supone une, aisla a los paralíticos del alma.

Los restos humanos siguen por ahí, rehuyendo, buscando felicidades en otras tierras, como desde un inicio, pero ahora todo está claro: lo que comenzó mal, nunca mejorará.

Cuando se logra abrir lo ojos, ver hacia atrás y entender, ciertamente hay un aire de paz. Una convicción de que los ilusos, los cobardes, tienen todo el mundo a sus anchas y las oportunidades a placer, pero nunca más tendrán la atención de los renovados, nunca más tendrán cabida en los nuevos corazones.





viernes, 18 de octubre de 2013

5 minutos

Me tomé un tiempo al final del día
Para ver miles de rostros en la red
Cada uno sonriendo
Como máscaras

Desde la pantalla todo parece bueno, amable
Son las fotografías estratégicas
Las que buscan embellecer
Las que esconden al verdadero ser

Se fue la noche como la muerte de una estrella
En el mar de información perdí la pasión
Sin sentido extravíé la huella
Y mi alma está tan vacía como cada rostro y su sonrisa

Es un sendero sin fin y no hay paz
Y ahí van como manada miles a pastar
Forman sus vidas, crean su arte
En una penosa marcha a la mediocridad

Hoy navegué para ahogarme en un mar de hipocresía


sábado, 21 de septiembre de 2013

Fernanda Parte V

"Estaré bien, no te preocupés solamente quiero descansar", Fernanda lo dijo en serio. Cuando comenzó a escuchar la voz de Angie por el teléfono, lo alejó un momento de su oído.  No tenía el menor interés de socializar, cada vez más se apartaba como si fuera una necesidad estar a solas, ensimismada.

La voz interior comenzaba a susurrarle: "al diablo con todo, a la mierda todo". Así se mantuvo por varios días, hasta que, como siempre ha sucedido en su vida, el hambre le obligaba a trabajar.

Fernanda pensó en sus años de prostitución. Al principio tenia pena y mucho asco al momento de acostarse con cualquiera. Luego fue balanceando la situación a tal punto de encontrarle cierto gusto. De adolescente no fue promiscua, aunque aceptó que deseaba liberarse de la opresión social y poder ser libre sexualmente. Estudio hasta noveno grado y fue en ese tiempo que se metió de lleno en la sexualidad, primero con sus novios y luego hasta con los conocidos.

Esa libertad se volvió un libertinaje entre sus 18 y 20 años y posteriormente, siguiendo los consejos de una prima y la necesidad de ganar dinero, se atrevió a vender su cuerpo.

Cinco años habían pasado y ya había perdido la cuenta de los hombres con los que compartió cama, asientos traseros de autos, moteles, cines y hasta predios baldíos.

Se vio al espejo y no se sorprendió por la falta de sentimientos de culpabilidad o temor en su interior. Incluso recordó con extrañeza lo preocupada que estuvo por lo acontecido con Don Carlos, ahora pensó que nadie la investigó, aunque se dio cuanta que varias de sus amigas fueron interrogadas por la súbita muerte del anciano.

"Viejo maldito, qué bueno que moriste, cabrón", pensó Fernanda.

Cuando recordó a Gilberto sintió un profundo odio. Una sed de venganza se apoderó de ella. Por eso, cuando se decidió a salir a buscar hombres, una idea para dejar de ser vulnerable acaparó su pensamiento.

Buscó dentro de una gaveta llena de ropa y papeles, cuando metió sus manos sintió la navaja. Era grande y tenía el suficiente filo como para rasgar la piel humana; al instante, recordó cuando se la regaló uno de sus clientes, "por cualquier cosa, tienes esto nena, no quiero que le hagan daño a ese cuerpo que me encanta", dijo el hombre antes de salir del cuarto y retirarse.

"Si alguien se vuelve a pasar de listo...", pensó Fernanda, "lo rebano sin piedad".

Cuando caminaba por las calles parecía perdida, incluso algunos hombres se acercaron para hablar, pero ella parecía desinteresada.

Fue a eso de las 11:25 de la noche que llegó un joven de aproximadamente 25 años. Esta vez debía conversar, ya era hora de trabajar. Él comenzó la plática y le dijo amablemente cuánto costaba pasar la madrugada con ella. Fernanda se sorprendió un poco porque parecía un hombre educado, pero no se confió. "Puede estar con vos hasta las 2:00 de la mañana, no más", sentenció mientras miraba a todos lados.

"Me parece", dijo el joven.

"¿Cómo te llamas?", preguntó el hombre mientras conducía. "María", le dijo Fernanda, quien se puso a pensar lo extraño del personaje: vestía bien, formal, usaba loción y muy agradable, estatura mediana,  piel blanca, rostro delicado y ojos color café. El aroma del auto le agradó también, fue en ese momento que pensó en las veces que se había acostado con hombres agradables, pero bastante feos, al menos no de su gusto. Pero este joven era diferente.

"Bueno, me llamo César, es un placer", dijo amablemente. Ella mantenía su mirada al frente.

Luego de un trayecto que le pareció largo, llegaron al motel. Ambos se bajaron pero César quería hablar con ella, al menos saber algo, sin embargo ella parecía apresurada como si el tiempo la obligará a finalizar el trabajo.

"Espérame un momento, ponte cómoda y pide unas bebidas", le dijo César mientras se dirigió al baño.

Fernanda tuvo un mal presentimiento. Recordó el caso de Don Carlos y no dudó en ponerse a la defensiva, sacó la navaja de la cartera y la puso debajo de la cama, cerca de una mesa de noche donde no se miraba. "Si se pone violento o amenazador, lo rajo", pensó sin dudar.

Escuchó la ducha y se acercó a la puerta. "Bueno y a éste qué le pasa", se preguntó. Volvió a la cama y se quitó la chaqueta, el calor comenzaba a desesperarla.

Cuando salió César, ella pudo notar que su cuerpo era delgado a pesar de que la ropa que vestía lo hacía ver con más peso. "No pediste nada, ya veo, en serio, me muero de sed", dijo antes de levantar la bocina y pedir dos cervezas.

Fernanda aprovechó para entrar al baño y refrescarse un poco. Se vio al espejo, estaba nerviosa, no se sentía cómoda, tenía la necesidad de sentirse a la defensiva y ocupar su odio para arremeter en caso César se pusiera violento, sin embargo el chico no parecía malo.

Cuando salió del baño y sin tanto preámbulo, César se le acercó y la tomó en sus brazos amablemente aunque se notaba que quería comenzar con lo pactado.

A Fernanda le costó entrar en calor, más por sus pensamientos que por otra cuestión. Pero César manejó la situación bastante bien como para que ella se olvidara un momento de su miserable actualidad. El joven tenía esa mezcla de querer sexo de lo más básico y carnal, pero a la vez mostraba interés en querer satisfacerla, sin ser violento, ni tan tierno, se mantuvo en esa linea hasta que ella se soltó y comenzó su trabajo, que era de lo mejor, pensó César.

No unieron sus labios, César daba la sensación de buscar el encuentro, aunque se detenía para esperar el impulso de Fernanda, quien nunca besaba a sus clientes, jamás.

Conforme el erotismo y las caricias continuaban, se rompió ese muro que divide el negocio y el placer. Fernanda, aunque podía sentir placer, siempre el negocio, la hora de irse, el eterno control por el tiempo y por el pago, no le permitían una sesión del todo satisfactoria. Pero esta vez fue diferente. Llegó el momento en que se complementaron en ese mundo llamado sexo casual. Fueron los mejores 45 minutos que César tuvo en mucho tiempo, fue lo más placentero para ella y por primera vez se olvidó por un momento del negocio.

Cuando todo finalizó César tomó un sorbo de la cerveza tibia y comenzó a hablar, mientras Fernanda miraba al techo del lugar, estaba cansada pero al menos un poco confiada de que esto no finalizaría en tragedia. "Cuando estaba más joven tenía miedo de estos encuentros, siempre tenía desconfianza, vos sabés, siempre se dice que algo malo te pasará, pero vos, y ahora que te conozco más creo que puedo decir vos, sos diferente además de que estás bien buena", dijo el joven sonriendo, mientras la miraba y tomaba cerveza.

Fernanda sonrió a medias, "puede pasar algo malo si uno viene con malas intenciones, pero si se respeta todo, la podemos pasar bien", dijo con un tono que dio a entender "quiero mi dinero ya".

César lo entendió y se levantó a buscar su pantalón, ella lo observó de reojo. "Aquí está lo acordado aunque queda un poco de tiempo, no estaría mal un poco más", dijo César con una mezcla de sonrisa amable y éxtasis lo cual Fernanda vio sincero. Tomó el dinero, buscó su cartera y dijo "sesión finalizada, pago a tiempo, si hay más acción, es una nueva cuenta", sentenció mitad seria mitad amable. "Por eso te dije si nos quedábamos toda la madrugada, ¿te parece?", preguntó el joven. Fernanda se lo pensó un poco. "Está bien".

Lo que sucedió en las siguientes tres horas se puede resumir en algunas palabras: placer y diversión hasta donde le era permitido a César llegar. Lo que le extrañó a la joven fue que en ese límite se movió audázmente este muchaho, quien se salía de todo el perfil que Fernanda tenía de los clientes.

Antes de que se despertara César, ella recogió la navaja no hubo necesidad de ocuparla.
Cuando amaneció, él la dejó en un parque. "¿María, me das tu celular para llamarte y volver a ir al mismo lugar?", le dijo César. "Siempre llegó a la misma esquina a eso de las 10:00 de la noche", le dijo Fernanda amablemente.

El joven sonrió y arrancó el auto. "Entonces nos veremos", agregó antes de irse.

Fernanda lo vio alejarse. Fue extraño el encuentro y se fue con ese pensamiento hasta que llegó a una tienda y compró huevos, pan y mantequilla. Esta vez se iba a preparar un buen desayuno, la noche fue satisfactoria pero debía reponer fuerzas. Cuando guardó el cambio revisó su celular, tenía 13 llamadas perdidas de Angie, pensó en hablarle pero decidió tomarse la mañana sin ninguna prisa, más tarde podía llamarle. No se imaginó nada malo...

Continuará.

 










viernes, 16 de agosto de 2013

Fernanda Parte IV

Cuando tenía 13 años y los gritos de sus padres la desesperaban, se iba a su cuarto y se paraba frente al espejo. Como las puteadas y acusaciones de sus progenitores eran rutinarias, Fernanda le tomó un gusto especial a ver su reflejo. Coqueteaba con su cuerpo adolescente, lo movía sensual a ratos, en otros momentos se veía ridícula, era una niña aún.

Los gritos se volvieron parte de su vida y mientras las peleas en la sala continuaban, ella se veía más. Le gustaba su delgada figura y sus curvas aún sin pronunciarse, pero eran sus ojos, el tesoro de su corazón. Con el tiempo aprendió a cambiar la mirada, de sexy a inocente, de molestia a ternura. Estaba enamorada de esa parte de su cuerpo.

12 años después, su corazón se hizo un nudo cuando en el espejo vio sus ojos hinchados, morados, lastimados. La noche con Gilberto fue espeluznante. Amaneció adolorida, afónica, con sus brazos maltratados, pero más allá de lo físico, su interior estaba destrozado. Volvió su mirada al suelo, estaba desolada y ese sentimiento se mezcló con  la suciedad del cuarto, el olor a humedad, cigarrillos, sangre y sudor. Sus fosas nasales se activaron y sólo pudo sentir dolor. Miró nuevamente al espejo, esperando que todo fuera una pesadilla... pero no. Ahí estaba desfigurada. Su mirada estaba apagada, al igual que su alma.

Ni el hambre la levantó de su cama. Pasó siete horas entre dormida y despierta. Cuando volvía a la realidad, era para sentirse una porquería, por eso trataba de dormir para siempre.

Pero se despertó del todo cuando su celular vibró cerca de ella. Era Angélica la que hablaba, una amiga prostituta que se enteró de la golpiza que le dio Gilberto. "¿Cómo estás, Fernanda?", se escuchó a través del celular. No hubo respuesta.

"A ese cabrón le caerá todo el peso de la ley, ya verás, la Policía dice que no hay duda que lo condenarán. Además Juan, antes de cerrar el bar me dijo que ya conoce al maldito y que si sale libre, lo molerá a batazos", Angélica le puso el tono necesario para animar a Fernanda, pero no funcionó.

"No tengo ganas de vivir", sentenció Fernanda. Un silencio detuvo las emociones de Angélica. "Voy para allá", agregó la amiga, y colgó.

Cuando abrió la puerta, Angélica se apresuró a abrazarla. La sostuvo por varios segundos. Fernanda, pese al dolor de su cuerpo, se mantuvo entre los brazos de su amiga, mientras se derramaba una lágrima del ojo izquierdo.

Entraron al cuarto y estuvieron en silencio unos minutos. Angie, como la llamaba Fernanda, conocía bien a su amiga, sabía que no eran necesarias tantas palabras, que no le gustaban los llantos en exceso ni las felicidades extremas, sabía bien que Fernanda apreciaba la presencia más que las promesas.

"Mirá no me aguanté el antojo y pasé comprando unas pastelitos y unas pupusas, así que me ayudás por favor", dijo Angie, quien era diferente a Fernanda, su cuerpo era voluptuoso, su piel blanca pero también pequeña de estatura. Sus senos eran el gancho para ganar clientes en la calle y en varias ocasiones le quitó admiradores a Fernanda. Pero eso nunca puso en riesgo la amistad que fueron forjando en medio de las necesidades, la vida dura de la prostitución y de los vicios, porque si algo tenía Angie, era afición por el alcohol.

Comieron en medio del desorden del cuarto. Fernanda estaba perdida en su interior, los sentimientos no afloraban, pero tampoco iba a desanimar a su amiga, a romper con el esfuerzo que hacía, se quedó callada y no le dio a entender a Angie lo vacía que estaba.

"Mirá lo que vamos a hacer, es que mientras vos te recuperás voy a estar viniendo y te traeré comida, ya veremos cómo conseguimos para que pagués la renta", dijo. "No hace falta, Angie, no te molestés", respondió Fernanda, pero nada iba a detener a Angie, si algo tenía esa mujer, era voluntad.

Pasaron los días y había dos escenarios: la Fernanda que conversaba con Angie y parecía normal, hasta donde lo permitía la dura realidad,  y la nueva mujer, una llena de resentimiento y odio. En esos días su cabeza se revolvió con recuerdos de su niñez en medio de una familia disfuncional y violenta, con la imagen de Don Carlos, con el recuerdo de la cara de Gilberto y los golpes que caían en sus ojos. Algo había cambiado para siempre. Su corazón latía, pero su alma estaba oscura.



En 23 días, donde Angie le ayudó hasta para arreglar y limpiar el pequeño cuarto, sanaron todas sus heridas. Físicamente volvía a ser la misma de siempre, muy atractiva, un poco más delgada, pero bella.

"Vaya babosa, tenés todo para volver a las calles, hoy vuelvo temprano para que vayamos a celebrar y mañana sábado salimos a trabajar, ¿te parece?", Angie la miraba a los ojos y Fernanda sabía que dijera lo que dijera, no iba a detener el plan de su amiga. "Vaya", dijo con cierta emoción.

Por primera vez salió de noche en mucho tiempo. Fueron a un bar alejado del centro de la ciudad, uno muy bonito, uno caro, diría Angie.

Pidieron cervezas y comida. Todo el tiempo fue la mujer voluptuosa la que hablaba, la que contaba y ponía emoción al momento. Fernanda escuchaba, sonreía a ratos, aparentaba atención en otros y se perdía en los sorbos de cerveza cada cierto tiempo.

Unos hombres, cercanos a la mesa de las chicas, estuvieron varios minutos tratando de llamar la atención de ellas, con canciones, piropos y chistes, pero no pudieron ni siquiera acercarse. No había forma. Angie y Fernanda estaban en su mundo, porque una cuestión era trabajo y otra divertirse. De hombres sabían mucho y lidiaban a diario, por eso sería una tontería que en un momento libre perdieran el tiempo en intercambiar palabras con tipos que piensan con sus genitales y no con sus cabezas. Ellas, en lo que llevaban de vida, no habían conocido a un hombre diferente. Todos eran sexo y de eso vivían.

También habían mujeres en el lugar y varias notaron, de alguna forma, que las chicas sentadas al final del bar, tenían una apariencia extraña, como sino perteneciesen  a ese lugar.

Luego de varias horas en las cuales Angie volvió a pasarse de tragos, ambas fueron al baño. Mientras Fernanda se veía al espejo, volvió a recordar la dureza de su vida, principalmente la de los últimos días. Cerca de ella estaban dos mujeres que conversaban. Una de ellas le dijo a la otra: "es que hay unas que se pongan lo que se pongan, se les nota... vos sabés a qué me refiero". Su amiga comenzó a reirse y agregó: "es que cualquier lugar es bueno para un levante".

Fernanda por un momento dejó de pensar en su vida y analizó las palabras. Nunca supo si se referían a ella o no, pero se sintió aludida. Complejo, inseguridad, lo que sea, el punto es que la delgada mujer se sintió apenada. Otra vez ese sentimiento de dolor, se acordó de la mención hiriente del policía el día que la golpeó Gilberto.

Pero por primera vez, lejos de llorar, sentir el nudo en la garganta y callar, sintió la necesidad de confrontar a las mujeres. Golpeó suavemente el cuerpo de una de ellas y simuló que no se fijó al caminar. La mujer reaccionó con desprecio, como si la hubiesen ensuciado. Su amiga la tomó del brazo. "Vamos", dijo. Cuando se alejaban, murmuró: "a la zorrita se le pasaron las copas".

Fue suficiente. Fernanda corrió y tomó del cabello a la que hizo el comentario, lo hizo con tal fuerza que la mujer cayó de espaldas. La chica que la acompañaba quedó tan impresionada que tardó varios segundos en reponerse. Fernanda sostenía con una mano el cabello, mientras que con la otra golpeaba el rostro de la mujer con toda la fuerza que tenía.

Angie, que seguía pensando en su borrachera mientras estaba sentada en el inodoro, escuchó la pelea y se levantó de golpe.

La otra chica, luego de la impresión trató de defender  a su compañera e intentó golpear a Fernanda. La tomó del cabello, pero Fernanda, como fiera acorralada, la tomó también y comenzó a golpearla. Era tal la furia de la delgada y bajita mujer, que quien estaba a la ofensiva pasó a defenderse con sus brazos en la cabeza.

Angie salió del baño sólo para darle un par de taconazos a la mujer que estaba tendida con sus cabellos enmarañados y posteriormente se avalanzó contra la otra señorita, quien ya había recibido suficientes golpes de Fernanda. Había una diferencia. Las prostitutas habían crecido en la calle y luchaban contra dos jóvenes que lo más atrevido que habían hecho era escaparse con sus novios para tener sexo y ahora gustaban de la vida en bares o discotecas.

Segundos después Angie vio que Fernanda no paraba el ataque y le gritó: "¡Ya estuvo seca, ya!", como pudo la apartó de la mujer que sufría. Ambas salieron del baño y mientras Fernanda salió del establecimiento, Angie le pagó al mesero con tal rapidez que se olvidó de pedir el cambio. El mesero lejos de preocuparse por darle el dinero, trató de coquetear. Ella ni siquiera lo miró.

Ambas caminaron rápido en busca de un taxi, las mujeres golpeadas no andaban solas y pronto podría haber problemas. Encontraron uno en la esquina y fue sencillo que las sacara del lugar inmediatamente, Angie le dijo al taxista que unos hombres las estaban siguiendo.

Mientras el auto se alejaba, la blanca mujer miraba con preocupación a Fernanda.  Iba callada viendo sus manos, entre los dedos tenía varios mechones de cabellos, Angie la tocó en el hombro y buscaba sus ojos. La mirada que vio no era la de Fernanda, el susto no le permitió decir nada. Se quedaron calladas incluso al escuchar las palabras del taxista, quien trataba de hacer plática. Fernanda ya no era la misma.

Continuará.


viernes, 9 de agosto de 2013

Más allá de la alta montaña

Nunca será suficiente, aunque busquemos con afán sintonizarnos en la vida.
Con sudor y esfuerzo caminamos, para merecer éxito.
Aceleramos el paso para un mejor porvenir. La obsesión a nuestros ideales.

Los objetivos se pintan en la montaña. Escalamos con los años, anhelamos cada día y definimos lo que nuestro corazón nos dicta.

Y cada etapa pasa en medio de una lucha para ser feliz. ¡Ser feliz!
Los senderos de la montaña se acortan cada vez que vivimos diez años más.
Entonces imaginamos llegar a la cima. Todo lo que gira alrededor esperamos que se sintonice con nuestro esfuerzo, porque merecemos lo mejor, nos unimos, nos abrazamos o nos separamos, porque el día no alcanza si la felicidad es la meta.

Respiramos, sudamos, amamos y, al mismo tiempo, nos endurecemos de corazón.Todo en un círculo vicioso mientras seguimos camino arriba.

El viento de la edad sopla, los engendros de nuestra pasión cantan a la vida, mientras nuestra melodía baja el volumen. Nos acercamos a nuestro meta: la cima de la existencia.

Con el engaño de la experiencia, tomamos nuestro lugar en la parte más alta de la montaña. Nos enseñaron que este momento era la cumbre. Nos mintieron.

Vemos alrededor que hay otros valles, muchos bosques y un cielo infinito que rompe con nuestros esquemas. Vimos la cima como el fin de la vida misma, pero la altura nos decepciona. En la vejez resumimos y aprendemos a encontrar el sentido. Nos urge acomodarnos. Lo necesitamos.

Pero más allá de la alta montaña ¿aspiramos a algo más?

Nunca será suficiente. No con sangre, carne y una mente. Entonces aceptamos la derrota, abrazamos la muerte y esperamos encontrar en un lugar lejano, la paz y felicidad que nos enseñaron a buscar.

Parado ante la inmensidad, pienso: si tan sólo pudiera volver al pasado. Si tuviera la oportunidad de regresar. De comenzar el camino nuevamente. Hubiera traspasado con la visión los cerros, respirado plenamente, enamorado a largas pausas y dormido en cada sombra del camino.

Pero no puedo.