sábado, 2 de noviembre de 2013

Un día muerto para una familia difunta

Desde el inicio los pasos fueron equivocados.
Todo era el producto de mentes huérfanas, influenciadas por un sentimiento de rebeldía que tampoco caló hondo en sus resquebrajados espíritus.

Los aires de cambio parieron una filosofía de vida. En el destierro obligaron a crear un nuevo hombre.
Experimentaron con sus hijos un modelo irreverente, un significado de vida que nunca dio muestras de ser efectivo para el espíritu.

A fuerza de lectura, raciocinio, historia parcializada, discusión y análisis sesudo, intentaron crear una mente diferente en niños comunes, soñadores, necesitados.

Y los pequeños crecieron. En medio de dos culturas, atacados por todos los frentes: culturales, familiares, ideológicos y demoníacos.

Una familia sin familia. Un grupo ensimismado en su sabiduría dio un portazo a la tradición,dio la espalda a un Dios.

El tiempo pasó y comenzó a acumular cuentas. Los dos líderes cambiaban de posiciones ante la vida, con tal de mantenerse en su razón. Uno se aferró a su filosofía y el otro cambiaba constantemente. Uno se hizo a un lado y dio un trono, mientras el otro aprendió a ser sagaz con tal de esconder su debilidad.

Y los ojos pueriles se agudizaron. Y los niños crecieron. Dentro de ellos ya estaban bien delimitadas las fronteras, las divisiones. Sin arraigo familiar, sin suelo en donde sentirse parte, sin una ruta, así se acomodaron para el destino.

Los azares de la vida, las experiencias que hacen a una familia fortalecerse para sobrevivir, comenzaron a destruir al grupo errante, al experimento de las mentes huérfanas.

Lo que debía unir, separó; lo que se esperó para mejorar el espíritu, dejó vacíos los corazones. Lo que se suponía debía ser una familia, se convirtió en un pupilaje de almas.

Entonces vino la revancha de la vida. Los golpes rompieron los lazos y dejaron un amplio espacio vacío.

Los líderes se escondieron ante la tempestad, buscaron darle sentido al fracaso, se excusaron como niños, aquellos analíticos buscaron asilo, levantaron banderas de cobardía.

Como si el destino necesitase de un tiro de gracia para finalizar una historia demente, la muerte acabó con la dama de luz, se la llevó poco a poco frente a los ojos de todos. La oscuridad se expandió y el grupo se desintegró.

Los desterrados del mundo no supieron tomar el rumbo adecuado, siguieron voluntades erradas, se acomodaron a los últimos deseos de la dama de luz, quemaron sus restos sin darse cuenta que hicieron cenizas una oportunidad de unirse. En un día de difuntos, lo que se supone une, aisla a los paralíticos del alma.

Los restos humanos siguen por ahí, rehuyendo, buscando felicidades en otras tierras, como desde un inicio, pero ahora todo está claro: lo que comenzó mal, nunca mejorará.

Cuando se logra abrir lo ojos, ver hacia atrás y entender, ciertamente hay un aire de paz. Una convicción de que los ilusos, los cobardes, tienen todo el mundo a sus anchas y las oportunidades a placer, pero nunca más tendrán la atención de los renovados, nunca más tendrán cabida en los nuevos corazones.





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