martes, 20 de julio de 2021

Lupita




¡Tengo una hija imaginaria! 

Una pequeña morenita, cabello negro y liso, algo peloncita, ojitos vivos, inteligente, muy chispa. Tiene una miradita tierna que a veces muestra un ceño fruncido si se molesta. Una belleza sin igual. Cuando nació era una pelotita de carne que solo puede ser amada. Nació para ser el centro, la raíz de un amor pocas veces experimentado.

Pero su voz es audible, real. Una tierna voz ronca que le da otro sentido a mi vida. Si le cuento algo y espero su aprobación, dice "Ti" con sus ojos y carita tímida. No quiero que diga "Si", me enamora que diga "Ti", me mata de cariño y como yo soy un soñador, un eterno creador de escenarios mentales, imagino que puedo cruzar los cielos y pedirle al Supremo que no me cambie a Lupita, que se salte las reglas celestiales y la inmortalice en su perfecta versión: una niña de amor.

"Pero es imaginaria", me dice El Señor. "Ya sé, ya sé... es una construcción mental gracias al personaje que creó su potencial mamá... ya sé", le dije al Señor, mi respuesta no era para generar polémica, no; era más bien una respuesta impotente ante un anhelo imposible.

¡A mi hija imaginaria le gustan los balones! 

Le encanta jugar mucho. Su mamá la imaginaba jugando voleibol, yo me la imagino bateando y tratando de correr a primera base... aunque Lupita lo hace a su manera, no importa cuánto la anime a una u otra cosa, ella dice: "yo cholita".

Siempre que me escucha decir una palabra fuera de lugar, la repite; y al llamarle la atención, su risa tímida me destruye cualquier plan de disciplinarla. Tiene mi corazón en sus manos. Lupita me gobierna, me conquista.

¡A mi hija imaginaria le gustan los perros!

Lo voz audible endulza mis oídos cuando mira uno y lo señala: "¡Tuto! ¡Tutito!"... esas simples palabras que salen de su hermosa boca, me provocan un cariño renovado por las mascotas. A veces me dice papá o papito, pero me encanta cuando me llama "Tití". Solo el sonido de su voz y su mirada me cambian, ella es la única que rompe mi duro caparazón sentimental.  

Cuando le da gripe su "No" se escucha a "Do". Y como una nota musical inspira al buen músico, su vocecita entra a mi oído, circula en mi sangre y hace que mi cerebro explote de oxitocina. Le gustan los paseos, aunque es un poco enfermiza y no le gusta la lluvia. En el supermercado quiere que le compre todo: un peluche, un chocolate, una pelota y si le explico que no se puede comprar todo, hace su puchero... su llanto, que suena a "iiiiiiii", es suficiente para descuadernar mi manual de papá. Al explicarle otra vez, casi con lágrimas en mis ojos, que no puedo comprar todo, entonces veo su carita triste tratando de comprender... ¡y vuelve a descuadernarme el manual! Al final, en la fila para pagar las compras, mi carretilla esta llena de comida, crema para afeitar, desodorantes, tres peluches, dos chocolates y una enorme pelota roja. De reojo capto su reacción, cuando sus ojos llorosos y felices se posan en mis pupilas, siento un amor pocas veces experimentado. ¿Mal padre? ¡Qué me importa si ella me mira así!     

¡Mi hija imaginaria existe!

Su descripción física, sus atributos, sus características, su forma de ser y hablar, su forma de verme, su forma de amarme y de ser amada, me acompañan en mi alma. Mi hija vive en mis sentimientos, pero las flores que la crearon ya no están. ¡Se me olvidó regar las flores con agua limpia! 
¡Se me olvidó conversar con las flores, hablarles y decirles cuan bellas crecían! 
En un día de espasmos y desconcierto arruiné el jardín, el pequeño y precioso espacio verde del cual, cada cierto tiempo, aparecían lindas tortugas.

Ensucié el jardín.

Hoy que recuerdo a Lupita, porque la recuerdo a diario, me dio por soñar despierto otra vez, soy un soñador sin remedio. Pienso en un viaje al cielo sin necesidad de presentar una prueba de que no tengo el virus de moda. Toco las puertas celestiales, no saludo a Pedro y camino directo al Supremo; sin embargo, cuando llego ante Él, me brotan las lágrimas. Ya sé que mi petición no tiene lugar y trato de reconstruir mi sueño, para exigir otro destino... pero no puedo.

"Es imaginaria, hijo", repite El Señor. "Lo sé, Señor. Lo sé... solo que no se materializó y eso destruye mi corazón", la impotencia me gana. "No está en mis brazos."

"Pero el amor que le tienes está en tu interior. Guárdalo, disfrútalo con medida, suéñalo con bondad, sueña un lindo destino con ella. Sueña. Se vale soñar también, yo te he dotado de esa capacidad", eso dijo y nada más. El sueño que había construido se acabó en un segundo.

¡Tengo una hija imaginaria! Dios ya sabe que ella es la estrella de mis ojos, la luz de mi corazón y todos los días, hasta que la demencia senil acabe con mi cordura, recordaré el "Ti", el "Do", el "Tuto, Tutito", su "Tití", sus ojos fruncidos si no jugaba con ella, su felicidad al ver su pelota roja y los perritos de la calle o su tierna mirada que me hace sentir un amor pocas veces experimentado. Muy pocas veces experimentado.   

¡Es imaginaria! 

No me importa.
       


domingo, 18 de julio de 2021

Grotesco




La luz color carmín era tenue. Daba la sensación de poder atravesar cuerpos, desde la carne hasta la última neurona.

Era el inicio de la obra, una trágica y desconcertante obra. 

Era un pequeño teatro y en medio del escenario había una silla tallada en cedro, ahí estaba sentado un hombre casi obeso, transpiraba mucho; perdón, no estoy siendo específico: sudaba a mares y las gotas se regaban en el piso. Estaba desnudo y amarrado. Trataba de taparse sus genitales y lo lograba porque la soga de la pierna derecha era un poco más larga de la que inmovilizaba su pierna izquierda; de todos modos, su hinchado estómago lograba esconder sus partes íntimas. Parecía como un animal con la sensación de que iba a morir pronto. Los animales como los humanos sufrimos cuando sentimos claramente que se acerca el fin. Pero nosotros nos creemos especiales por nuestra muerte y damos por hecho común y trivial el final de la vida de un animal, casi no reparamos en la muerte de otro ser viviente. Qué pobres somos. Detestables. Podridos. Somos una especie maldita, maldita desde cualquier óptica. Y esta obra tenía, de alguna forma, ese trasfondo.

La luz carmín permitía observar los ojos alterados del hombre y su cabeza estaba cubierta con una maraña de cabello largo. Estaba desesperado, mal oliente, grasiento, era un asco al menos a la vista. La desesperación aumentaba porque él no percibía público alguno y no entendía cómo llegó al escenario, cómo lo desnudaron y amarraron; y lo más aterrador ¿quién se tomó el detalle de la luz carmín, tenue, que daba una sensación de misterio y terror?

"¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí!" sus gritos eran una mezcla de sollozos, rabia y locura. En sus ojos se podía ver la encarnación de Caín, de todos los malditos mencionados en la Biblia, de aquellos que copularon con demonios y vaciaron su alma hasta dejarla oscura. 

El sufrimiento por las ataduras, el hambre del vicio y la sed lo aterrorizaban cada minuto. Sus gritos hacían eco en el pequeño teatro. 

Un minuto parecía una eterninad. ¿Era un sueño? "¿Qué demonios sucede? ¡los mataré a todos!" los gritos eran más de terror que de convicción asesina. Era un escenario bizarro, no apto para cualquier persona, no apto para normales. 

La obra mantenía la misma estructura: el obeso amarrado, el sudor en todo el escenario y su mirada endemoniada, que a ratos cambiaba por una de compasión y necesidad de ayuda. Ansiaba escuchar un sonido. Cualquiera: pasos acercándose al escenario, voces, música, lo que sea... pero todo era un silencio que desgarraba su alma. "Un castigo para los malditos... eso me dan, malditos cobardes", gemía y hablaba al mismo tiempo. En ese momento el hombre amarrado solo quería morir, de tener la oportunidad de acercarse sus manos o brazos a su boca, se habría mutilado, se habría mordido con tal fuerza que se desangraría hasta morir. Pero no podía. No había pausa en su sufrimiento. No podía dormir, no había sosiego, no había nada más que desesperación, odio y llanto. Era un rechinar de dientes, como se explica en pasajes de la Biblia sobre algunas consecuencias de estar el infierno; la diferencia, en esta obra, era la trituración de dientes de un un solo ser... un ser grotesco.

No era una obra con muchas escenas, ni de un solo día. Pasaron semanas. La misma luz carmín tenue, la silla de cedro llena de excremento, había orina y sudor que ya llegaban a la primera fila del pequeño teatro. El hombre estaba embarrado con su propio vómito, no recibía comida ni agua, pero por alguna extraña razón su cuerpo seguía viviendo. "¡Mátenme, clemencia... tengan misericordia!" gritaba con lágrimas, que recorrían sus mejillas sucias y llegaban hasta sus labios heridos; entonces saboreaba sus saladas lágrimas. Pese a sus gritos, cada día de cada semana, su cuerdas vocales no estaban desgarradas, en la obra tenía que ser así para que sus gritos no perdieran la intensidad del dolor, para poder seguir emitiendo sonidos de sufrimiento. 

Un buen día, en medio de la locura, el amarrado por fin escuchó pasos y observó que desde una puerta en la parte alta del teatro, que había pasado desapercibida a su mirada, entró un hombre delgado que vestía un traje rojo, sus dedos eran delicados y adornados con anillos. Era un hombre diferente que podía, de alguna forma, reconocer. "¿Quién eres, maldito? te juro que romperé estos lazos, te alcanzaré y te comeré vivo", esta vez no había desesperación en la voz del hombre obeso, era una voz sin sobresaltos y con una carga de ira retenida. Su mirada era como la de una fiera que esperaba el momento para atacar. "Te voy a comer vivo", dijo en voz baja pero perceptible.

El hombre de traje rojo no se inmutó y seguía en una parte de las gradas en la cual, por la oscuridad y por la tenue luz color carmín, su rostro permanecía oculto. Ni el hombre amarrado ni la delgada figura en las gradas emitieron sonido alguno. Aunque no podían verse a los ojos, sabían que sus miradas se cruzaron durante mucho tiempo. Solo había silencio. Mientras el hombre grotesco trataba de librarse de la silla, el hombre de traje seguía sin moverse.

Así pasaron las horas. Cada uno en su lugar, el amarrado tenía claro su deseo: comerse viva a la delgada figura que estaba en las gradas. Entonces, se rompió el silencio. La puerta volvió a abrirse y apareció un hombre que vestía de negro. Era delgado y con ropa muy fina. Su entrada impactó al hombre amarrado en la silla de cedro. Este nuevo personaje bajó las gradas con agilidad y quedó frente al desesperado ser que estaba en medio del escenario. La luz tenue no impidió que ambos cruzaran sus miradas. El hombre de negro tenía un rostro fino con ojos en los que destacaban unas pupilas tan negras que estremecían a cualquiera, su nariz era delgada y bien formada, sus labios eran como los de un ángel: perfectos. Un rostro perfecto con una mirada penetrante que no expresaba sentimiento alguno.

"¿Quién eres?" preguntó el hombre obeso, asqueroso, lleno de excremento, orina y vómito. ¿También tendré que comerte vivo?" agregó con una sonrisa malvada. 

El fino hombre no contestó y acercó su rostro a la oreja derecha del que vestía el traje color rojo. luego de unos segundos volvió a su postura original, lanzó su última mirada penetrante, subió las gradas abrió la puerta y desapareció entre las sombras.

Por fin el obeso atado a la silla soltó una carcajada y dijo con voz alta: "Me los comeré. Lo saben bien".

Entonces la figura que vestía el fino traje rojo bajó dos gradas más y su rostro quedó al descubierto. El amarrado abrió sus ojos y lo invadió el asombro: ¡se estaba viendo así mismo! era su versión limpia, bella, alucinante, tentadora, de una atracción tremenda. 

"Si en la obra mueres, es decir te asesino, entonces ganas la partida; sin embargo, si te dejo en medio de esta podredumbre sin la capacidad de moverte, de autoflagelarte, de suicidarte, si te dejo vivo por siempre, entonces yo viviré y con el tiempo quien te haya conocido te olvidará. Te convertirás en un misterio mientras yo me quedaré con la audiencia", las palabras tanían un tono serio, limpio, sin sentimientos, sin sobresaltos, sin misericordia alguna. Ninguno de sus sentidos se conmovio ante tal asqueroso escenario.

Se vieron a los ojos por un tiempo. El hombre amarrado por fin pudo sonreir a medias y guardó silencio. La figura de traje rojo le dio la espalda y comenzó a subir lentamente las gradas. Antes de abrir la puerta, el hombre gordo y desnudo sentenció, "ahora que te veo, entiendo todo. Sabes bien que si me dejas vivo un día me desataré y te trituraré... te comeré vivo. Lo sabes bien". El hombre delgado, entre la oscuridad y fuera de la visión del torturado, contestó: "Lo sé. Y también puedo comerte. Solo somos diferentes por fuera. Por dentro tenemos la misma hambre que nunca encuentra saciedad, una hambre de espíritu que está maldita por los siglos de los siglos", luego de estas palabras tomó la manecilla de la puerta, la abrió completamente y antes de salir del teatro alcanzó a escuchar una risa continúa que se convirtió en carcajadas. El torturado seguía amarrado, en medio de la pestilencia, pero por fin tenía claro de qué trataba la obra... sabía que un buen día tendría la oportunidad de romper sus ataduras. La risa era tan fuerte que le dio otro escenario al teatro con la luz color carmín, tan tenue que desesperaba.

Cuando el hombre del traje rojo salió completamente del cuarto se encontró con la figura vestida de negro, caracterizada por sus ojos negros, la cual solo dijo: "¿quieres que me encargue de todo?" el hombre delgado acarició su barbilla, su rostro demostraba una tremenda introspección... "No, yo me encargo, solo permanece cerca", sentenció.

A pasos lentos el hombre de traje negro se alejó. "Si supieras que siempre te he seguido los pasos porque te envidió y te quiero conmigo... pobre hombre iluso que no tiene idea de quién soy", este pensamiento iba acompañado de una risa a medias y con su mirada que no demostraba sentimiento alguno.

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"¿De qué se encargará quién?" dijeron algunas personas alrededor del que vestía de rojo. "Todos hablamos solos, pero parece que hablabas con alguien cuando saliste del baño", dijo asombrada su pareja sentimental.

"Lo sé, lo sé... un día te contaré algo que va más allá de cualquier entendimiento", sonrió el hombre.