Aquí veo luz y sombras cada cierto tiempo. A cada minuto hay sonidos de teléfonos inteligentes y accesorios digitales. Vibraciones, ruidos cortos, esquizofrénicos, que han moldeado la masa cerebral para siempre. Siento hambre y me debato entre perder los estribos o seguir estrictamente las medidas que ralentizan la llegada de la muerte. Siento miedo y me lo trago. El computador es mi ventana, el sol no brilla igual desde hace tiempo, a veces no me entero que existe.
En este infierno salgo a dar un paseo por recomendación. Veo, olfateo, el tacto no tiene mucho sentido cuando mis manos están en mis bolsillos, solo siento las llaves, algunas monedas y el celular, como si fuera una arma, de hecho lo es: acelera la descomposición cerebral y física, amenaza con adelantar el fin de la respiración. Menos letal, eso sí, pero es una arma.
Siento deseos por las mujeres pero también sufro de holgazanería sentimental, ese esfuerzo del coqueteo que para muchos es lo más sabroso antes del sexo, a mi realmente me aburre.
No sé qué sienten los demás, puedo imaginarlo, anticiparlo, pero en gran medida hay cientos de cosas que no sé hacer. Esa inutilidad es con dolo.
Pero yo soy uno más. En general, aquí en el infierno, hay millones de pasos ansiosos, todos deben algo, pierden algo, anhelan mucho, entregan a medias y nunca nos libramos de nuestras propias cadenas. Todos con el mismo destino, los más ingenuos piensan que pueden crear el propio, pero eso es mentirse un poco para hacer llevadero este lugar.
En este infierno hay una esquizofrenia de identidades. Los demonios crearon la figura “persona” para identificarse. También establecieron la utopía angelical y la trascendencia. Los demonios, con el tiempo, ocultaron su identidad genuina y construyeron los cimientos para una nueva forma de relacionarse.
Los criaturas del mal se autodeterminaron como personas con diversas realidades, sentimientos, creencias y necesidades. Y nos creimos el plan. No nos gusta mostrar nuestra esencia y hay descalificación cuando la practicamos; aunque hay millones de opciones para ser demoníacos, por ejemplo los pederestas de los monumentos espirituales o los hombres que desarrollan guerras, dos simples ejemplos.
Los demonios crearon el bien y el mal para intentar mejorar como "personas". Simbolizamos la maldad: el rostro del cabro con cuerpo de persona, en lugar de pies pezuñas. Ocupamos el arte para darle sentido al pentagrama, reconocimos la sangre para rituales y hasta nombramos al maligno por excelencia: Satanás.
En la creación del orden social, tuvimos el cinismo de patentar la "demonología", para apartar lo bueno de lo malo. Nos inventamos los nombres para personas, en diferentes idiomas, para normalizarnos, legalizarnos: Carlos, Eugenia, Alberto, Christopher, Xi, Abdula y miles más. Todo para olvidarnos de nuestros verdaderos nombres. Por eso Belcebú, Ipus y Levatán no se usan para identificarnos en la sociedad. Eso sería "malo".
Nos creimos el mal chiste. Hay unos cuantos fanáticos que dicen creerse endemoniados, discípulos del Diablo y utilizan simbologías apropiadas, se distinguen mucho de la mayoría. Pero son lindas e inocentes aves en comparación con demonios reales, los que están al mando del rebaño: bien vestidos, bien cristianos, familiares y políticamente correctos.
Cuando regreso de dar una vuelta por el infierno, me encierro en mi cuarto para encontrar aquellas felicidades efímeras, creerme persona y actuar como tal, con toda la complejidad que representa.
Soy una fuente de deseos, una masa de carne y sangre que se mueve, piensa y actúa. He olvidado mis raíces. A todos nos pasa. Perdimos la memoria, no sabemos en realidad quiénes somos, pero nos creemos personas, eso sucede con el 99 por ciento de la población.
Desde mi ventana puedo ver todo lo que realizamos, todo lo que disfrazamos de bueno, lo que catalogamos de malo y las millones de vidas que nos quitamos unos a otros y a cientos de otras especies, porque esa es una de nuestras características: matar, destruir, liquidar. Y por más que intentemos trascender, bajo el formato que sea, no somos capaces como especie dejar de aniquilarnos.
Hoy tuve el rol de persona, es decir un demonio camuflajeado. Somos malditos porque creamos la maldición y así moriremos mientras el resto continúa con esta mentira.
La humanidad estará por unos cientos de años más, desarrollándose, mutilándose, engañándose como siempre, negándose su naturaleza y llamando sociedad al infierno.