sábado, 21 de noviembre de 2020

Desde el infierno

No hay llamas ni humo, tampoco seres oscuros destazándome con sus tridentes. No hay una alberca llena de excremento a donde alojan los cuerpos hasta el cuello. No hay anillos o pisos que lleven a un lugar u otro. No escucho el rechinar de los dientes. Todo lo que Dante describió en su particular infierno no lo veo, ni percibo olor a azufre. Nada. Absolutamente nada de lo que me contaron, leí, investigué y escuché sobre el espacio de Satanás, existe en este lugar.

Aquí veo luz y sombras cada cierto tiempo. A cada minuto hay sonidos de teléfonos inteligentes y accesorios digitales. Vibraciones, ruidos cortos, esquizofrénicos, que han moldeado la masa cerebral para siempre. Siento hambre y me debato entre perder los estribos o seguir estrictamente las medidas que ralentizan la llegada de la muerte. Siento miedo y me lo trago. El computador es mi ventana, el sol no brilla igual desde hace tiempo, a veces no me entero que existe.

En este infierno salgo a dar un paseo por recomendación. Veo, olfateo, el tacto no tiene mucho sentido cuando mis manos están en mis bolsillos, solo siento las llaves, algunas monedas y el celular, como si fuera una arma, de hecho lo es: acelera la descomposición cerebral y física, amenaza con adelantar el fin de la respiración. Menos letal, eso sí, pero es una arma. 

Siento deseos por las mujeres pero también sufro de holgazanería sentimental, ese esfuerzo del coqueteo que para muchos es lo más sabroso antes del sexo, a mi realmente me aburre.

No sé qué sienten los demás, puedo imaginarlo, anticiparlo, pero en gran medida hay cientos de cosas que no sé hacer. Esa inutilidad es con dolo.

Pero yo soy uno más. En general, aquí en el infierno, hay millones de pasos ansiosos, todos deben algo, pierden algo, anhelan mucho, entregan a medias y nunca nos libramos de nuestras propias cadenas. Todos con el mismo destino, los más ingenuos piensan que pueden crear el propio, pero eso es mentirse un poco para hacer llevadero este lugar.

En este infierno hay una esquizofrenia de identidades. Los demonios crearon la figura “persona” para identificarse. También establecieron la utopía angelical y la trascendencia. Los demonios, con el tiempo, ocultaron su identidad genuina y construyeron los cimientos para una nueva forma de relacionarse. 

Los criaturas del mal se autodeterminaron como personas con diversas realidades, sentimientos, creencias y necesidades. Y nos creimos el plan. No nos gusta mostrar nuestra esencia y hay descalificación cuando la practicamos; aunque hay millones de opciones para ser demoníacos, por ejemplo los pederestas de los monumentos espirituales o los hombres que desarrollan guerras, dos simples ejemplos.

Los demonios crearon el bien y el mal para intentar mejorar como "personas". Simbolizamos la maldad: el rostro del cabro con cuerpo de persona, en lugar de pies pezuñas. Ocupamos el arte para darle sentido al pentagrama, reconocimos la sangre para rituales y hasta nombramos al maligno por excelencia: Satanás. 

En la creación del orden social, tuvimos el cinismo de patentar la "demonología", para apartar lo bueno de lo malo. Nos inventamos los nombres para personas, en diferentes idiomas, para normalizarnos, legalizarnos: Carlos, Eugenia, Alberto, Christopher, Xi, Abdula y miles más. Todo para olvidarnos de nuestros verdaderos nombres. Por eso Belcebú, Ipus y Levatán no se usan para identificarnos en la sociedad. Eso sería "malo".

Nos creimos el mal chiste. Hay unos cuantos fanáticos que dicen creerse endemoniados, discípulos del Diablo y utilizan simbologías apropiadas, se distinguen mucho de la mayoría. Pero son lindas e inocentes aves en comparación con demonios reales, los que están al mando del rebaño: bien vestidos, bien cristianos, familiares y políticamente correctos.
  
Cuando regreso de dar una vuelta por el infierno, me encierro en mi cuarto para encontrar aquellas felicidades efímeras, creerme persona y actuar como tal, con toda la complejidad que representa. 

Soy una fuente de deseos, una masa de carne y sangre que se mueve, piensa y actúa. He olvidado mis raíces. A todos nos pasa. Perdimos la memoria, no sabemos en realidad quiénes somos, pero nos creemos personas, eso sucede con el 99 por ciento de la población.

Desde mi ventana puedo ver todo lo que realizamos, todo lo que disfrazamos de bueno, lo que catalogamos de malo y las millones de vidas que nos quitamos unos a otros y a cientos de otras especies, porque esa es una de nuestras características: matar, destruir, liquidar. Y por más que intentemos trascender, bajo el formato que sea, no somos capaces como especie dejar de aniquilarnos. 

Hoy tuve el rol de persona, es decir un demonio camuflajeado. Somos malditos porque creamos la maldición y así moriremos mientras el resto continúa con esta mentira. 

La humanidad estará por unos cientos de años más, desarrollándose, mutilándose, engañándose como siempre, negándose su naturaleza y llamando sociedad al infierno.



  


 


sábado, 7 de noviembre de 2020

Perdiste, mi hermano


Primero fue respeto. Pero eso dura poco, mucho más si el sujeto en cuestión tiene las credenciales de imbécil con una maestría en hipocresía, y con el agravante de ser políticamente obsoleto. Respetar a esta persona solo es posible por una obra del cielo; pero, como soy muy terrenal, y con esta carne que corrompe, tenerle cortesía a semejante adefesio sería una injusticia lógica.

Segundo, fue competencia. ¡Soy competitivo hasta en sueños!
Mucho más cuando mi contrincante cree que es bueno y tiene una falsa humildad. 
Al tenerle enfrente quiero tumbarlo en el juego, con nivel pero sin compasión. Sus contrincantes no son los míos, la mira está en él. Si lo hago caer, el resto se disipará.

Tercero, fue la edad. Ya pasó la gran inseguridad. Ahora todo sabe distinto, el olfato es agudo, los sentidos en su máxima expresión. Su mirada se turba, olfateo su miedo, detecto su falsa sonrisa, sus palabras son inseguras, se confunde... huelo sangre, como un tiburón a la distancia.

Cuarto. La ofensiva. Primero fue un desastre, porque me perdí en el juego que impone. No se lo atribuí a su inteligencia, de cierto que es una de sus carencias; su mejor arma es el poder, el don de la palabra para hacer creer que está de tu lado. Ahí se han perdido muchos. Lo detecté a tiempo como para reorganizarme.

Pero no se trata de atacar sin pensar. No. Primero me reforcé, pensé cada paso y con la evidencia cambiaba el camino hasta que me perdí de su mira, la que tiene en todos aquellos que atentan a su poder. En público me uní a su juego, seguí el plan sin que nadie sospechara nada. En ese tránsito, sin anuncio apareció el lobo interno, desde las sombras y los arbustos hasta el cuello. De ahí no quité el colmillo. Y brotaba  la sangre a cada movimiento de mi mandíbula.

Antes me derrotaron bien, por mi estupidez de atacar de día y a terrreno abierto. Las derrotas ayudan y ahora, en esta pelea, ya era tarde para mi contrincante intentar zafarse. No tuvo oportunidad, solo pudo ser testigo del ascenso de su enemigo. La disputa interna se la gané, entre la noche y su estupidez.

Quinto. La separación. Dos machos alfa no pueden estar en la misma manada, mucho menos el derrotado; la diferencia es que la batalla era interna, no en carne y sangre. Al líder le tumbaron el ego y sintió la inseguridad hasta en el mas recóndito de sus orificios; y fue su apuesta, su soldado escogido quien apretó el gatillo para desplomar su frágil y diminuta burbuja de seguridad. Cuando todo quedó evidenciado solo pude sentir una mezcla de victoria y anhelo de esperar a un contrincante mucho más preparado. Nunca mas mi mirada se posó en la suya. El depredador no sabe de compasión.

Entonces el destino legal estaba marcado, había que salir del campo de batalla; y así fue, caminé sin volver atrás. El tiempo pone en su lugar a cada uno y los senderos se dividen, se pierden para siempre. 

Mi plan ya estaba armado, era el arma escondida en la batalla. Y si un día mi camino se atraviesa con el perdedor, con gusto volveré a darle una clase; no me malinterpreten, no soy fuerte o seguro, para nada, soy humano; sin embargo, lo que me sobra es fuego de competencia y esa fuerza, cuando encuentra egos construidos en bases muy inseguras, sacia su hambre al destruirlos. No queda más que tumbarlos internamente, en el campo de las ideas y los sentimientos, a donde duele más que un puñetazo en la cara.  


Pasajeros de una vida ajena


Cada día es una oportunidad porque el final se acerca
Y las madrugadas son más largas porque los ojos viejos descansan menos
El tiempo avanza al desenlace inequívoco

Las dedicatorias a vivir el día son solo adornos, un papel de regalo para esconder nuestra fragilidad
Respira y siente el aroma, déjate alucinar por las maravillas del mundo
Aunque las neuronas quieran ser inmortales, aunque el cerebro sueñe ideales eternos

Y nos enseñaron el más allá. Y escuchamos de reencarciones. Y del espiritu que espera trascender
Y nos perdemos en lo que nos convenza. O quizás nos encontramos en el Dios que nos enseñaron
Nos acobijamos en las sábanas de lo desconocido, con la fe de que habrá un amanecer eterno

¿Quién soy yo? la tarea sigue en proceso
¿Quiénes me salvarán? no sé si necesito salvar o ser salvador, lo más cómodo es la espera de un héroe
¿A dónde iré? el camino es amplio si me dejo llevar, estrecho si lucho contra mis ansias

Un día prepararé una sopa somnífera, con sabor a delirio y dormiré días completos
Extraño la facilidad juvenil para el sueño, pero no extraño la ingenuidad y la torpeza
Cada día es un camino al campo de batalla, con espadas espirituales, gomas de mascar y excesos culinarios

Me fumo el futuro en medio de la lluvia. Me como las neuronas a medianoche. Muero a gotas
La luz del cuarto es mi sol, el televisor mi maestro y la computadora paga mis cuentas
Soy un maniquí con un motor adaptado. Un ser esculpido en lo material

Espíritus del más allá, fe ciega, palabras del Señor, lecturas, dichos, vengan a la inhospitalidad
Aquí hay un sujeto para el experimento, que reboza ideas y con una montaña rusa de emociones
Aquí está uno más de esta creación, uno más de la especie maldita

No hay vuelta atrás. Nadie espera a nadie. El tiempo se lo come todo y solo somos testigos
Pasajeros de una vida que no nos pertenece, invitados con máscaras a fiestas ajenas
Sin pureza esperamos a los ídolos, aunque ya los matamos en una delirante, alucinante y roja noche