sábado, 21 de julio de 2018

Fernanda Parte XXIII


"Aquí estoy"

La Muerte



El sonido de la acelaración del auto prendió las alarmas en el hombre de negro y solo tuvo tiempo para moverse a la derecha. Tres impactos de bala rompieron el silencio. Tres plomos salieron desde la ventana del copiloto del carro gris. Dos balas se alojaron en el hombro izquierdo del sujeto vestido de oscuro, Toño, como lo conocen en el bajo mundo. El tercer disparo traspasó la ventana y el parabrisas.

Los dos autos siguieron la marcha y pasaron cerca de la acera a donde Fernanda caminaba. La chica, del susto, cayó al suelo y con sus manos se cubrió la cabeza. Los agresores del auto gris solamente necesitaban volver a colocarse cerca de su presa para finalizar la misión. Pero no contaban con la bravura de Toño. Pese a la sangre y el dolor, no se desesperó y en segundos tomó una sorpresiva decisión: aceleró, logró retomar la delantera espero un poco y luego frenó la marcha para provocar la colisión.

La cabeza del atacante pegó contra el parabrisas y la sangre se mezcló con los pedazos de vidrio. Aunque no quedó inconsciente ya no podía responder adecuadamente, soltó el arma y la sangre se introdujo en sus ojos. Trató de limpiarse; mientras tanto, el conductor se quitó el cinturón y salió del auto para sacar su arma.

Toño, para no ser blanco sencillo, se apresuró a salir por la puerta del copiloto. Sabía que era ahora o nunca, atacar sin mediaciones, no era la primera vez que estaba en un momento crítico y siempre logró salvar la vida. Salió, sacó el arma y comenzó el ataque, al mismo tiempo el conductor del auto gris comenzó a disparar.

El hombre de negro sintió el desesperante dolor cuando el plomo atravesó nuevamente su piel, esta vez en su antebrazo izquierdo; ahora toda la extremidad estaba inmovilizada, pero su brazo derecho estaba intacto al igual que su bravura y sus ganas de salir vivo. Disparó 10 de las 15 balas del cargador de su Beretta 92, tres de ellas dieron en el blanco: el estómago y dos en el brazo derecho del atacante, quien cayó al suelo y buscó resguardarse.

"¡Ahora o nunca!", Toño lo pensó y esta vez disparó al lado del copiloto, ahí estaba todavía el otro hombre agazapado tratando de responder en medio del terror, tenía la lesión en su cabeza y la sangre ya había alcanzado todo su rostro. Esa indecisión hizo la diferencia. Cuando empuñaba nuevamente el arma sintió los dos impactos, uno en el hombro y otro ingresó en la mejilla, le dañó la boca y una parte del cuello. Fue suficiente.

El hombre de negro corrió como pocas veces. A dos cuadras, con pistola en mano, sacó a un taxista de su auto y huyó del lugar.

El saldo: un muerto, un herido grave y Toño recorriendo la ciudad en busca de la casa de seguridad más alejada del lugar del ataque, la sangre no dejaba de brotar y sentía mareos además de un dolor insoportable en todo el brazo izquierdo.

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Todo sucedió muy rápido.

Fernanda al escuchar la segunda ráfaga de disparos corrió en dirección a la unidad de salud y cuando vio que poco a poco la gente comenzó a salir para ver lo que sucedía, se perdió entre la pequeña multitud. Estaba aterrorizada. Otra vez sintió la muerte cerca, como pocas veces.

No dejó de caminar hasta que el sonido de las sirenas de ambulancias y policías se perdieron en la noche. No paró la marcha hasta que el silencio de la oscuridad, otra vez, le diera cierta calma. En diez minutos estaba cerca de un motel de mala muerte que ya había visitado. Pidió un cuarto y aunque el asistente del lugar se extrañó al verla sola, ella ignoró la mirada y esperó a tener la llave en sus manos. Pidió una cajetilla de cigarrillos y se retiró.

Se acostó en la cama sin quitarse nada, sus ojos fijos en el techo. Prendió un cigarro y aunque escuchaba los sonidos de placer de una pareja en el cuarto contiguo, eso no la sacó del trance neurótico, estresante, enloquecido del que era presa otra vez. "No quiero morir... solo quiero salir de aquí. Quiero salir de aquí", el susurro era desesperante pero no tenía respuesta, el techo estaba oscuro, el humo del cigarro nuevamente le daba un aspecto lúgubre al escenario. Ya había vivido esta desesperación. "¿Estaré condenada a esta mierda?" pensó mientras comenzaba con el segundo cigarro que no calmaba nada, pero era la única compañía.

 

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El amanecer del principio del fin 

César desayunó lo de siempre: claras de huevo sazonadas con vegatales y aceite de oliva, se sirvió frutas, jugo de naranja y esta vez, por la noche en vela con whisky, necesitó dos cafés negros.

Él y Laura ya se habían acostumbrado a comer en silencio. Los primeros meses intercambiaban palabras o incluso platicaban. Pero el tiempo pone en su lugar los verdaderos hábitos: el silencio de Laura y la complicidad de César, porque si algo definía a este hombre era su carácter tibio, su comodidad a no enfrentar desafíos. Si necesitaba imponerse para cambiar algo o señalar un malestar, pero eso le traería discusiones profundas, prefería callar. "Eres un cómplice de la mediocridad", le dijo una vez un viejo amigo. Nunca olvidó ese título.

Masticaron lentamente los alimentos, ocuparon adecuadamente las servilletas y aunque no tenían servidumbre a tiempo completo, una mujer llegaba tres veces por semana a limpiar la casa y a cocinar.

Como siempre un beso "cómplice" para despedirse, una muestra de cariño simple,vacía, común.
Laura se dirigió a la empresa de la familia, un consorcio importante en el sector construcción y César, aunque también era parte del círculo de trabajo de la familia extendida, se dedicaba al sector tecnológico y de innovación. Eran distintas compañías pero estaban conectadas entre si, ambos pertenecían a esa clase social acomodada y controladora de muchos mecanismos del desarrollo de un país.

Cuando llegó a su oficina se percató que había poco que hacer, eran días de constantes reuniones de evaluación y planificación por lo tanto eso le daba espacio para hacer otras cosas. Se quedó sentado en la oficina, en silencio, pensando en la desnudez de Fernanda y el placer que ella le daba. Lo que comenzó como una obsesión mutaba a una dependencia, una necesidad de sentirse conectado con algo, porque el resto de su vida era un ir y venir de acontecimientos sin pasión. Y las aventuras con Fernanda tenían desenfreno, calor, locura y erotismo en su más grande expresión.

Tomó el celular y lo colocó en el escritorio. "Esperaré a mediodía para llamar. Me va a contestar, estoy seguro", sus pensamientos no cambiaban, no podía desprenderse de ellos.

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Fernanda abrió los ojos, esperó unos segundos para despertarse por completo y lo primero que la molestó fue la luz de la ventana. El olor a cigarro en el cuarto era desesperante. Por suerte que en su maleta tenía lo necesario para limpiarse la boca y el rostro. Se sentía sucia y desesperada.

Mientras se bañaba ajustaba sus planes a seguir: hablar con César y salir de la ciudad, no había más. Esa decisión al menos le daba fuerzas para seguir.

Puso a cargar su celular, se cambió de ropa y esperó. "Le voy a marcar a César antes de mediodía y nos vamos a ver, tengo que hablar claro y que me ayude a salir de la ciudad... no puede negarse a eso" se dijo a si misma, se acostó y trató de olvidar el terror de la madrugada. No tenía hambre. No se movió de la cama.

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Cuando Toño despertó el dolor había cedido. La madrugada fue complicada: tuvieron que llamar a un médico y en la casa de seguridad, con las medidas del caso, le extirparon las dos balas del hombro y los restos de la que estaba alojada en el antebrazo.

La banda criminal era de tal magnitud que tenía a disposición casas de reunión y planificación, médicos a sueldo, policías pagados, infiltración en sectores de salud, judiciales y laborales. No eran simples delincuentes, eran peligrosos, poderosos y muy bien organizados.

Por eso Bruno estaba preocupado y molesto mientras veía despertar a Toño. Todo el poder y los contactos no le habían servido para dos puntos claves: descubrir las formas de ataque de sus enemigos y dar con esa red de mujeres, que según él, operaba en su territorio y atacaba a su gente. Pero Bruno estaba equivocado, no había tal red de mujeres infiltradas y los pormenores del asesinato deVaquero, el antiguo y temido jefe, habían confundido a todo el grupo delictivo.

Sin saberlo, sin tener plena conciencia, por azares del destino tenía el rostro de la mujer que asesinó a Vaquero. Era esa última fotografía que encontró en el celular de una de las prostitutas que mandó a matar.
Viralizó la imagen entre sus contactos para dar con ella y averiguar más de la "supuesta" red de mujeres al servicio de sus enemigos. Ese rostro es el de Fernanda, la pequeña prostituta que mató a Vaquero en circunstancias salpicadas por la venganza personal, por odio y desesperación, nunca como parte de una estructura criminal.

"Todo fue muy rápido... estaba a punto de atrapar a la mujer cuando me atacaron. Tuve suerte que eran primerizos porque no acertaron a la primera", Toño habló serio y sin pausas. El jefe lo escuchó atentamente.

"Eran enemigos eso está claro, aunque lo que no tengo certeza es si tienen que ver con la red de mujeres ¿y si la ocuparon a ella como carnada? ¿quizás lo que quieren es ubicar a nuestra gente para futuros ataques?" la paranoia de Bruno desesperaba a sus lugartenientes, pero nadie podía decir nada al respecto porque podían morir, así de sencillo.
Era lógico que por el poder que tenía su grupo recibiera ataques de otras bandas, pero Bruno estaba obsesionado con la red de mujeres.

"Hay que seguir pendientes... al mediodía que se redoblen las tareas de infiltración y de búsqueda de enemigos en nuestro territorio. Esta mujer algo tiene que ver, algo sabe, algo tiene, es mucha coincidencia, hay que encontrarla ya", dio la orden y se retiró.

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Las siguientes horas definirán el destino de estos protagonistas. No hay regreso para cada uno de ellos. Es el principio del fin.




 Continuará...


 

sábado, 14 de julio de 2018

Fernanda Parte XXII



"Estaba acompañado por una mujer. Pero Osvaldo murió por el impacto, el auto quedó muy dañado. Lo más seguro es que estuviera tomado y drogado. La acompañante salió ilesa y dicen que se la llevaron a una unidad de salud. ¿Quieres que vaya a verificar?" la voz era ronca con tono pausado, contrastaba mucho con la delgadez del sujeto. Estaba bien vestido para no levantar sospechas. Era uno de los hombres del grupo criminal que lideraba Bruno.
"No. Déjalo así por el momento. Es más sencillo que encontremos esa información con los contactos en las unidades de salud y de los hospitales. Te necesito patrullando, quiero que me informes de movimientos extraños, si ves mujeres que no son conocidas en las zonas, ya sabes qué hacer", Bruno colgó el teléfono y encomendó a uno de sus hombres de confianza la tarea de rastrear en los centros de salud alguna información sobre la acompañante de Osvaldo.

"Nombre o detalles que nos ayuden a determinar si es una espía o simplemente alguien que levantó el imbécil de Osvaldo en los momentos que se suponía debía trabajar", gritó el jefe criminal por celular.

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8:00 pm

El celular de Fernanda volvió a vibrar, pero era imposible que alguien atendiera. El aparato estaba en la maleta, junto con otras pertenencias, en un escritorio de la unidad de salud a donde la atendían; el centro de atención estaba a tan solo siete cuadras del lugar del percance vial.

"Debes descansar, tienes golpes de consideración pero nada grave, en unas horas podrás irte a tu casa", dijo la enfermera amablemente. Fernanda solamente cerró los ojos y recordó los momentos de terror que vivió en las últimas horas. Otra pesadilla más en su corta pero riesgosa vida.

"¿Qué fue del hombre que conducía el vehículo?" la joven apenas pudo hablar con claridad.
"No lo sé. Un sujeto en su pick up te trajo y solo dio detalles que habías sufrido un accidente vial. Quienes creo que tienen información son esos policías que llegaron hace unos minutos", la mirada de la enfermera estaba fija en los agentes, luego escuchó la voz del jefe de turno que la llamaba.

Aunque la prostituta no debía nada y, en todo caso, fue la víctima del ataque, comenzó a sentir temor por el posible interrogatorio. En su maleta vieja, además de la ropa, estaba la pequeña cartera y ahí metió la bolsa con la cocaína, aunque no era una cantidad considerable, sabía por experiencia que los agentes eran abusadores y tendrían una excusa para sobrepasarse.

Fernanda vio que los policías hablaban con el jefe de turno y la enfermera. Minutos después avanzaron hasta la cama a donde se recuperaba. "¿Se encuentra bien, señorita?" dijo el agente a cargo del equipo. "Ya me siento mejor, aunque todavía me duele el pecho... sobreviviré", Fernanda trató de ocultar la ansiedad fingiendo cansancio.

"Lamentablemente su acompañante falleció. Era un taxista ¿lo conocía?"

Este era el momento crucial para la prostituta. ¿Mentir o decir la verdad? ¿Qué podría ser más complicado para sus intereses? No tenía mucho tiempo así que comenzó de inmediato.

"Él se acercó a mi mesa en un restaurante. Compartimos cervezas, no recuerdo muy bien cuántas pero él tomó bastante. Luego dijo que daríamos una vuelta. Estaba bastante tomado, recuerdo que aceleraba sin control, aunque le mencioné que bajara la velocidad. Todo sucedió muy rápido y después del choque no recuerdo nada", Fernanda fue convincente. De todos los golpes que le propinó el taxista solo el del rostro era visible, el pómulo estaba inflamado y el color morado llamaba la atención.  Los policías analizaban las lesiones de la mujer, sabían que un conductor particular la trajo a la unidad de salud. Aunque pudieron seguir con las preguntas, los agentes estaban cansados y todo el análisis y las pruebas indicaban que simplemente un borracho al volante tuvo su merecido por tremenda irresponsabilidad. 

"Solamente necesitamos que firme este documento. Puede descansar y esperamos que se recupere pronto", los agentes facilitaron el papel y la pluma para que Fernanda firmara. Luego del trámite se retiraron. La prostituta respiró profundo para calmar el temblor en su cuerpo, se acostó completamente en la camilla y cerró los ojos. Su mente era un caos. Fue imposible encontrar calma.

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Tampoco había calma en César. Mucho menos luego de 20 intentos para comunicarse con Fernanda. Era una noche en la cual podía perderse de su prometida y de los familiares. La idea de pasar la noche con la prostituta era apasionante, adictiva; pero no solo el deseo lo atraía, también había cierto sentimiento hacia la chica de piel canela con ojos expresivos, de figura delgada y curvilínea por naturaleza.
El joven tenía que ocultar su desesperación para no levantar sospechas. "Pasamos una noche maravillosa ayer, habiamos acordado reunirnos esta noche y no me contesta...¿qué pasará? ¿a dónde estarás, Fernanda?" los pensamientos e interrogantes no cesaban.

"¿Te reunirás otra vez con tus amigos del trabajo?" Laura Aritz, la prometida de César, rompió el silencio. No era una interrogante, de hecho su tono de voz era desinteresado, solamente para salir del compromiso y poder decidir si tratar de interesarse en César o concentrarse en su celular.

Laura tiene la piel blanca, cabello castaño, sus ojos grandes, claros e inexpresivos, de mediana estatura y con cuerpo voluptuoso, la envidia de muchas mujeres; sin embargo ella era reservada, poco expresiva, callada a ratos pero casi siempre alejada. Había crecido en una familia adinerada, educada en los mejores colegios, estudió administración de empresas para seguir la tradición de casi todas las generaciones de su familia, no necesitaba trabajo pero ya estaba enrolada en los pormenores de la compañía de la familia. Tiene todo. Pero estaba moldeada a no preocuparse más de lo debido, y eso mezclado a las características de la familia de su madre: silenciosos, callados, poco interesados, provocaba que en ocasiones Laura pareciera un témpano de hielo.

"Aún no lo sé, pero estaré en la sala revisando unos documentos", dijo César sin cruzar mirada.
Ella no se molestó en seguir hablando. Comenzó a revisar una aplicación sobre modas y maquillajes.

Otras siete llamadas sin respuesta fueron suficientes para que el joven cediera con su intento de encontrarse con Fernanda. "Quizás se encontró con alguno de sus clientes, no lo sé... que sea lo que tenga que ser", le dio el primer sorbo a su vaso con whisky mezclado con hielo y guardó silencio. En ocasiones el alcohol le daba paz. Se quedó sentado en el sillón principal de la sala, en la casa que tanto su familia como la de los Aritz habían preparado para que la nueva pareja siguiera con la tradición de los círculos de familias cercanas y ciertamente adineradas. "¿Tienes otra salida, César?", pensó, su mirada no se apartaba del whisky.



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Medianoche 

Fernanda no tenía a donde ir, con su maleta en mano se quedó cerca de la puerta de la unidad de salud. El dolor de cuerpo había cedido por los analgésicos y esperó un momento para pensar bien sus pasos.
Revisó su celular y vio las llamadas perdidas de César, aunque tuvo el impulso de marcar decidió esperar a estar en un lugar seguro.
No tenía otra opción que buscar un motel cercano. Debía caminar para ahorrarse dinero y evitar hombres, toparse con uno era lo último que quería.

Precisamente un hombre estaba en la esquina opuesta de la unidad de salud. Vestía de negro, de estatura mediana, fornido. Se hacía pasar por taxista, pero no lo era.
Estaba ahí porque había recibido la orden de verificar si una joven de estatura pequeña había recibido atención médica por un percance vial, un choque que había dejado un fallecido: Osvaldo, el taxista, un contacto del crimen organizado liderado por Bruno. El hombre debía encontrar a esta mujer, y si era ella la que acompañó a Osvaldo en su último viaje, debía atraparla y llevarla a una dirección específica.

"Está vestida con un pantalón de mezclilla, los zapatos son cafés y la reconocerás porque tiene un morete en el pómulo", eso le dijeron y era información de un trabajador de la unidad de salud, alguien que formaba parte de la extensa línea de contactos de la banda delincuencial de Bruno, contactos creados a base de dinero, amenazas, golpizas y poder.

Cuando Fernanda comenzó a caminar, bastaron unos metros para que el hombre de negro la reconociera. En calma y sin levantar sospechas ingresó a su auto y analizó la ruta a seguir para interceptarla.

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"Causas y azares para los humanos... 
 Un plan a seguir, un don de la vida eterna, para mí"

La Muerte

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El hombre de negro comenzó la cacería. Pero en una ciudad con una guerra de bandas criminales, nadie puede ser solamente el cazador. No se dio cuenta que un auto gris le seguía la pista. Al interior dos hombres tenían una misión: vengar la ola de crímenes a manos de la gente de Bruno. Y ya tenían a la primera presa.

A dos cuadras de la unidad de salud, Fernanda cruzó a la derecha, sus pasos eran rápidos porque una casa de huespedes estaba a cinco cuadras.
El hombre de negro aceleró. Al mismo tiempo, el carro gris aumentó la velocidad...



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"Aquí estoy..."

La Muerte

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Continuará...