viernes, 16 de agosto de 2013

Fernanda Parte IV

Cuando tenía 13 años y los gritos de sus padres la desesperaban, se iba a su cuarto y se paraba frente al espejo. Como las puteadas y acusaciones de sus progenitores eran rutinarias, Fernanda le tomó un gusto especial a ver su reflejo. Coqueteaba con su cuerpo adolescente, lo movía sensual a ratos, en otros momentos se veía ridícula, era una niña aún.

Los gritos se volvieron parte de su vida y mientras las peleas en la sala continuaban, ella se veía más. Le gustaba su delgada figura y sus curvas aún sin pronunciarse, pero eran sus ojos, el tesoro de su corazón. Con el tiempo aprendió a cambiar la mirada, de sexy a inocente, de molestia a ternura. Estaba enamorada de esa parte de su cuerpo.

12 años después, su corazón se hizo un nudo cuando en el espejo vio sus ojos hinchados, morados, lastimados. La noche con Gilberto fue espeluznante. Amaneció adolorida, afónica, con sus brazos maltratados, pero más allá de lo físico, su interior estaba destrozado. Volvió su mirada al suelo, estaba desolada y ese sentimiento se mezcló con  la suciedad del cuarto, el olor a humedad, cigarrillos, sangre y sudor. Sus fosas nasales se activaron y sólo pudo sentir dolor. Miró nuevamente al espejo, esperando que todo fuera una pesadilla... pero no. Ahí estaba desfigurada. Su mirada estaba apagada, al igual que su alma.

Ni el hambre la levantó de su cama. Pasó siete horas entre dormida y despierta. Cuando volvía a la realidad, era para sentirse una porquería, por eso trataba de dormir para siempre.

Pero se despertó del todo cuando su celular vibró cerca de ella. Era Angélica la que hablaba, una amiga prostituta que se enteró de la golpiza que le dio Gilberto. "¿Cómo estás, Fernanda?", se escuchó a través del celular. No hubo respuesta.

"A ese cabrón le caerá todo el peso de la ley, ya verás, la Policía dice que no hay duda que lo condenarán. Además Juan, antes de cerrar el bar me dijo que ya conoce al maldito y que si sale libre, lo molerá a batazos", Angélica le puso el tono necesario para animar a Fernanda, pero no funcionó.

"No tengo ganas de vivir", sentenció Fernanda. Un silencio detuvo las emociones de Angélica. "Voy para allá", agregó la amiga, y colgó.

Cuando abrió la puerta, Angélica se apresuró a abrazarla. La sostuvo por varios segundos. Fernanda, pese al dolor de su cuerpo, se mantuvo entre los brazos de su amiga, mientras se derramaba una lágrima del ojo izquierdo.

Entraron al cuarto y estuvieron en silencio unos minutos. Angie, como la llamaba Fernanda, conocía bien a su amiga, sabía que no eran necesarias tantas palabras, que no le gustaban los llantos en exceso ni las felicidades extremas, sabía bien que Fernanda apreciaba la presencia más que las promesas.

"Mirá no me aguanté el antojo y pasé comprando unas pastelitos y unas pupusas, así que me ayudás por favor", dijo Angie, quien era diferente a Fernanda, su cuerpo era voluptuoso, su piel blanca pero también pequeña de estatura. Sus senos eran el gancho para ganar clientes en la calle y en varias ocasiones le quitó admiradores a Fernanda. Pero eso nunca puso en riesgo la amistad que fueron forjando en medio de las necesidades, la vida dura de la prostitución y de los vicios, porque si algo tenía Angie, era afición por el alcohol.

Comieron en medio del desorden del cuarto. Fernanda estaba perdida en su interior, los sentimientos no afloraban, pero tampoco iba a desanimar a su amiga, a romper con el esfuerzo que hacía, se quedó callada y no le dio a entender a Angie lo vacía que estaba.

"Mirá lo que vamos a hacer, es que mientras vos te recuperás voy a estar viniendo y te traeré comida, ya veremos cómo conseguimos para que pagués la renta", dijo. "No hace falta, Angie, no te molestés", respondió Fernanda, pero nada iba a detener a Angie, si algo tenía esa mujer, era voluntad.

Pasaron los días y había dos escenarios: la Fernanda que conversaba con Angie y parecía normal, hasta donde lo permitía la dura realidad,  y la nueva mujer, una llena de resentimiento y odio. En esos días su cabeza se revolvió con recuerdos de su niñez en medio de una familia disfuncional y violenta, con la imagen de Don Carlos, con el recuerdo de la cara de Gilberto y los golpes que caían en sus ojos. Algo había cambiado para siempre. Su corazón latía, pero su alma estaba oscura.



En 23 días, donde Angie le ayudó hasta para arreglar y limpiar el pequeño cuarto, sanaron todas sus heridas. Físicamente volvía a ser la misma de siempre, muy atractiva, un poco más delgada, pero bella.

"Vaya babosa, tenés todo para volver a las calles, hoy vuelvo temprano para que vayamos a celebrar y mañana sábado salimos a trabajar, ¿te parece?", Angie la miraba a los ojos y Fernanda sabía que dijera lo que dijera, no iba a detener el plan de su amiga. "Vaya", dijo con cierta emoción.

Por primera vez salió de noche en mucho tiempo. Fueron a un bar alejado del centro de la ciudad, uno muy bonito, uno caro, diría Angie.

Pidieron cervezas y comida. Todo el tiempo fue la mujer voluptuosa la que hablaba, la que contaba y ponía emoción al momento. Fernanda escuchaba, sonreía a ratos, aparentaba atención en otros y se perdía en los sorbos de cerveza cada cierto tiempo.

Unos hombres, cercanos a la mesa de las chicas, estuvieron varios minutos tratando de llamar la atención de ellas, con canciones, piropos y chistes, pero no pudieron ni siquiera acercarse. No había forma. Angie y Fernanda estaban en su mundo, porque una cuestión era trabajo y otra divertirse. De hombres sabían mucho y lidiaban a diario, por eso sería una tontería que en un momento libre perdieran el tiempo en intercambiar palabras con tipos que piensan con sus genitales y no con sus cabezas. Ellas, en lo que llevaban de vida, no habían conocido a un hombre diferente. Todos eran sexo y de eso vivían.

También habían mujeres en el lugar y varias notaron, de alguna forma, que las chicas sentadas al final del bar, tenían una apariencia extraña, como sino perteneciesen  a ese lugar.

Luego de varias horas en las cuales Angie volvió a pasarse de tragos, ambas fueron al baño. Mientras Fernanda se veía al espejo, volvió a recordar la dureza de su vida, principalmente la de los últimos días. Cerca de ella estaban dos mujeres que conversaban. Una de ellas le dijo a la otra: "es que hay unas que se pongan lo que se pongan, se les nota... vos sabés a qué me refiero". Su amiga comenzó a reirse y agregó: "es que cualquier lugar es bueno para un levante".

Fernanda por un momento dejó de pensar en su vida y analizó las palabras. Nunca supo si se referían a ella o no, pero se sintió aludida. Complejo, inseguridad, lo que sea, el punto es que la delgada mujer se sintió apenada. Otra vez ese sentimiento de dolor, se acordó de la mención hiriente del policía el día que la golpeó Gilberto.

Pero por primera vez, lejos de llorar, sentir el nudo en la garganta y callar, sintió la necesidad de confrontar a las mujeres. Golpeó suavemente el cuerpo de una de ellas y simuló que no se fijó al caminar. La mujer reaccionó con desprecio, como si la hubiesen ensuciado. Su amiga la tomó del brazo. "Vamos", dijo. Cuando se alejaban, murmuró: "a la zorrita se le pasaron las copas".

Fue suficiente. Fernanda corrió y tomó del cabello a la que hizo el comentario, lo hizo con tal fuerza que la mujer cayó de espaldas. La chica que la acompañaba quedó tan impresionada que tardó varios segundos en reponerse. Fernanda sostenía con una mano el cabello, mientras que con la otra golpeaba el rostro de la mujer con toda la fuerza que tenía.

Angie, que seguía pensando en su borrachera mientras estaba sentada en el inodoro, escuchó la pelea y se levantó de golpe.

La otra chica, luego de la impresión trató de defender  a su compañera e intentó golpear a Fernanda. La tomó del cabello, pero Fernanda, como fiera acorralada, la tomó también y comenzó a golpearla. Era tal la furia de la delgada y bajita mujer, que quien estaba a la ofensiva pasó a defenderse con sus brazos en la cabeza.

Angie salió del baño sólo para darle un par de taconazos a la mujer que estaba tendida con sus cabellos enmarañados y posteriormente se avalanzó contra la otra señorita, quien ya había recibido suficientes golpes de Fernanda. Había una diferencia. Las prostitutas habían crecido en la calle y luchaban contra dos jóvenes que lo más atrevido que habían hecho era escaparse con sus novios para tener sexo y ahora gustaban de la vida en bares o discotecas.

Segundos después Angie vio que Fernanda no paraba el ataque y le gritó: "¡Ya estuvo seca, ya!", como pudo la apartó de la mujer que sufría. Ambas salieron del baño y mientras Fernanda salió del establecimiento, Angie le pagó al mesero con tal rapidez que se olvidó de pedir el cambio. El mesero lejos de preocuparse por darle el dinero, trató de coquetear. Ella ni siquiera lo miró.

Ambas caminaron rápido en busca de un taxi, las mujeres golpeadas no andaban solas y pronto podría haber problemas. Encontraron uno en la esquina y fue sencillo que las sacara del lugar inmediatamente, Angie le dijo al taxista que unos hombres las estaban siguiendo.

Mientras el auto se alejaba, la blanca mujer miraba con preocupación a Fernanda.  Iba callada viendo sus manos, entre los dedos tenía varios mechones de cabellos, Angie la tocó en el hombro y buscaba sus ojos. La mirada que vio no era la de Fernanda, el susto no le permitió decir nada. Se quedaron calladas incluso al escuchar las palabras del taxista, quien trataba de hacer plática. Fernanda ya no era la misma.

Continuará.


viernes, 9 de agosto de 2013

Más allá de la alta montaña

Nunca será suficiente, aunque busquemos con afán sintonizarnos en la vida.
Con sudor y esfuerzo caminamos, para merecer éxito.
Aceleramos el paso para un mejor porvenir. La obsesión a nuestros ideales.

Los objetivos se pintan en la montaña. Escalamos con los años, anhelamos cada día y definimos lo que nuestro corazón nos dicta.

Y cada etapa pasa en medio de una lucha para ser feliz. ¡Ser feliz!
Los senderos de la montaña se acortan cada vez que vivimos diez años más.
Entonces imaginamos llegar a la cima. Todo lo que gira alrededor esperamos que se sintonice con nuestro esfuerzo, porque merecemos lo mejor, nos unimos, nos abrazamos o nos separamos, porque el día no alcanza si la felicidad es la meta.

Respiramos, sudamos, amamos y, al mismo tiempo, nos endurecemos de corazón.Todo en un círculo vicioso mientras seguimos camino arriba.

El viento de la edad sopla, los engendros de nuestra pasión cantan a la vida, mientras nuestra melodía baja el volumen. Nos acercamos a nuestro meta: la cima de la existencia.

Con el engaño de la experiencia, tomamos nuestro lugar en la parte más alta de la montaña. Nos enseñaron que este momento era la cumbre. Nos mintieron.

Vemos alrededor que hay otros valles, muchos bosques y un cielo infinito que rompe con nuestros esquemas. Vimos la cima como el fin de la vida misma, pero la altura nos decepciona. En la vejez resumimos y aprendemos a encontrar el sentido. Nos urge acomodarnos. Lo necesitamos.

Pero más allá de la alta montaña ¿aspiramos a algo más?

Nunca será suficiente. No con sangre, carne y una mente. Entonces aceptamos la derrota, abrazamos la muerte y esperamos encontrar en un lugar lejano, la paz y felicidad que nos enseñaron a buscar.

Parado ante la inmensidad, pienso: si tan sólo pudiera volver al pasado. Si tuviera la oportunidad de regresar. De comenzar el camino nuevamente. Hubiera traspasado con la visión los cerros, respirado plenamente, enamorado a largas pausas y dormido en cada sombra del camino.

Pero no puedo.



sábado, 3 de agosto de 2013

Fernanda Parte III


Se quedó dormida y soñó mucho. Estaba en un valle y sentía el viento en su cuerpo, caminaba en libertad, sin temor. Se adentró a un bosque cercano y fue ahí donde sintió miedo, cada árbol era una amenaza, los sonidos silvestres la desesperaban. Se quedó sentada temblando, y mucho más cuando escuchó unos pasos que se acercaban, que rompían las pequeñas ramas. Levantó los ojos y vio a un hombre, con ojos rojos. Gritó como nunca lo había hecho, antes de ser atacada a golpes.

Se levantó desesperada. La pesadilla hizo que su corazón latiera más fuerte. Casi nunca tenía pesadillas, lo cual la dejó pensativa. Vio el reloj y salió de la cama a toda prisa. Eran las 11:34 de la noche y tenía que salir a trabajar, debía hacerlo tanto para escuchar las voces de la calle en torno a la muerte de Don Carlos y también porque escaseaba el dinero.

Tenía hambre y sólo había galletas y restos de frijoles. Prefirió el último cigarrillo que le quedaba, se sentó y lo disfrutó a medias porque era tarde. Se bañó rápido y se vistió con la ropa más ajustada que tenia. A esa hora los ancianos que le rentaban el cuarto estaban dormidos.

Salió, compró chicles y cigarrillos en una gasolinera y comenzó a caminar a paso rápido. La angustia y la incertidumbre la tenían al borde de la desesperación. "¿Qué dirá la gente sobre la muerte de Don Carlos? Ojalá no pase nada, espero que no pasé a más, Dios mío", se dijo a si misma. En cuestión de 30 minutos ya estaba en una de sus esquinas, poco transitada por sus colegas lo cual era una ventaja.

Era la 1:33 de la madrugada y no había clientes a la vista. Algo pasaba. Caminó un poco más hasta un bar conocido. Entró y pidió una cerveza al encargado del lugar, José, un tipo rudo, mal encarado con cabello largo y vestido de negro. Pese a la dureza que mostraba el personaje, tenía cierta compasión por Fernanda.

"Te mirás de la patada, vos", le dijo mientras le dio la botella. Fernanda ni siquiera lo vio a los ojos, tomó la cerveza y le dio un trago enorme, con el cual esperó que la tensión del día cediera, pero lo que provocó fue un fuerte ardor en su estómago vacío. Aún así, no demostró el malestar.

"Hoy las niñas andan preocupadas, ¿supiste lo de un pistudo que se le paró el corazón anoche?", dijo José en voz baja. Fernanda sintió un pinchazo en el pecho y volvió a ver a José con cara de incredulidad. "¿Cómo?", salió de la boca de la chica lo suficientemente contundente como para no delatarse. "Si, aunque lo raro es que ese viejito se fue a un motel de tercera, era un abogado reconocido, de billetes, por eso es lo raro. Gente como él van al norte de la ciudad, a lo más lujoso a buscar damas de compañía profesionales", expresó el hombre para luego ver con cara de pena a Fernanda. "Sin ofender", agregó.

Fernanda dio otro sorbo a la cerveza y dijo: "Qué raro y ¿has visto a la policía cerca?". José la vio con extrañeza. "¿Por qué andaría la jura por acá? no se sabe si andaba con una mujer o con un bicho, o solo, al menos eso dicen las noticias. Te noto rara ¿ya comiste?".

"Bingo", pensó la chica. "Nada he comido, ni clientes he tenido", dijo. "¿Me podés dar un par de bocas de costilla y otra cerveza? Te las pagaré más tarde cuando venga alguien", prometió Fernanda.
José, que tenía cara de no darle fiado a su propia madre, sonrió a medias. "Ya sabés mi niña, y con lo chula que sos ya va a caer algún hombre", le dijo y al mismo tiempo guiñó un ojo.

Fernanda se quedó pensativa. Sabía que iban a investigar, a ella y a sus amigas. "Calmate, calmate que no pasará nada", pensó. Se comió las dos bocas de costilla de cerdo y la segunda cerveza la tranquilizó un poco, justo a tiempo cuando el bar estaba más lleno de personas. En el camino hacia los baños vio a un par de hombres que estaban bastante tomados, uno de ellos la tomó de la cintura por sorpresa; Fernanda no lo soportó. pero calló. No tenía cliente directo y el borracho podría ser la opción para salvar una noche sin suerte.

Le sonrió y le dijo que necesitaba ir al baño pero que ya volvía para hablar.

Mientras orinaba se puso a rezar. Era demasiada la presión que sentía, no quería más estar preocupada. "Señor, sacame de esto", dijo en voz suave, luego perdió la atención en la oración cuando dos mujeres entraron al baño. Una de las chicas encendió un cigarro mientras esperaba a su amiga, quien entró en uno de los baños aunque parecía que no iba a utilizarlo. Fernanda se levantó y no quiso escuchar lo que hacía la chica ahí adentro.

Salió y se encontró con los dos hombres. Uno de ellos no tenía ni una intención de hablar con ella y se concentró en su bebida; el otro, el que la abordó, le sonrió y la invitó a sentarse en su pierna.

Hablaron largo rato, hasta que se hicieron las 3:00 de la mañana. Fernanda había agotado sus prácticas para enamorar a un hombre. Ya estaba harta, hasta que por fin, el sujeto, llamado Gilberto, se decidió.
"Quiero quedarme con vos hasta mediodía. ¿Te parece?", dijo con lentitud. "Vamos, ya quiero salir de aquí", respondió la chica.

Mientras iban hacia el motel, se puso a pensar en Don Carlos. Algo pasaba en su interior. Sentía culpa, demasiada. Esa actitud de Fernanda, no cayó en gracia a Gilberto, quien rápidamente la tocó con fuerza en la espalda y luego la tomó del rostro. "No te quiero ver así, nena. Se supone que tenés que estar sexy y con ganas", dijo bruscamente. La chica se molestó, pero se guardó el comentario.

Entraron al cuarto.

Fernanda se esforzó, hizo lo que pudo para mostrarse sensual y "con ganas" como dijo Gilberto. Pero no funcionaba. El hombre parecía intentarlo de todas formas, pero el que no mostraba ganas era él.
El alcohol, el cansancio, mezclados con lo ya entrada que estaba la madrugada, no permitieron que estuviera listo. Simplemente no podía tener sexo.

Ella también se desesperó porque no se sentía bien. Su cabeza no estaba ahí, no dejaba de pensar en Don Carlos. Quería irse a casa. "Sabés qué, mejor dejemos esto así, no tengamos prisa", dijo la chica con un tono despreocupado. Gilberto no hizo caso y siguió. Pero todo era en vano.

Cuando Fernanda le dio a entender que no quería más, el hombre se puso violento. "Aquí el del dinero soy yo, ¡¿entendés?!", gritó mientras la sometía con extrema dureza. Fernanda no soportó la humillación y lo golpeó en el rostro. Gilberto, por lo alcoholizado que estaba, no sintió el dolor y se enfureció. Golpeó a la chica en el rostro en tres ocasiones. Fernanda gritó.

Eso no detuvo al endemoniado sujeto quien siguió oprimiéndola para hacerla suya. La chica pataleó, gritó y trató de defenderse, pero fue inútil. El hombre estaba encima y comenzó a golpearle una vez más.

Los golpes hicieron su efecto inmediatamente. Los pómulos de Fernanda se inflamaron y una ceja se cortó. Sus lágrimas se mezclaban con la sangre y el sudor. Era un infierno.
Sus brazos estaban morados, con las pocas fuerzas que le quedaron, gritó lo más fuerte que pudo. "¡Auxilio!".

Gilberto trató de callarla pero no pudo, porque Fernanda le mordió la mano. El teléfono sonó y eso lo detuvo. Escucharon los gritos de la mujer.

El hombre se vistió como pudo y Fernanda aprovechó la oportunidad. Salió corriendo desnuda a la puerta, la abrió y comenzó a gritar. Gilberto la tomó del cabello y la aventó a la cama.

Pero la acción desesperada de la chica surtió efecto, el  vigilante del motel se acercó a la habitación y llamó a la policía antes de tocar la puerta. Gilberto, ya vestido, salió a discutir con el agente de seguridad. Pensó que iba a convencerlo que todo había sido un malentendido, pero a los siete minutos la policía llegó al lugar.

La escena que encontró uno de los agentes fue desgarradora. La sangre en el rostro desfigurado, el pequeño cuerpo temblando y el llanto apenado. El olor a intimidad, a loción barata y alcohol, con la escena de Fernanda, provocaron enojo en el agente policial. Apresaron a Gilberto, quien todavía bajo los efectos de la bebida se opuso. Eso lo aprovechó el agente que estaba impactado por la escena, quien lo golpeó ferozmente en el estómago. El hombre ni siquiera pudo quejarse, cayó en el suelo intentando respirar. El otro policía se molestó con la acción de su compañero. "Calmate, tampoco es así la onda, a cuantas prostitutas no les pasa lo mismo, ¿cómo sabes que la chava que está adentro es del todo inocente? De estas no podés confiar", dijo el uniformado.

Lo que contestó su compañero ya no lo escuchó Fernanda. Sintió un dolor indescriptible, una rabia mezclada con impotencia por lo que le había sucedido.

Nunca la habían golpeado tan fuerte en sus 25 años de vida. Lo que le hizo Don Carlos, lo que le hizo Gilberto y el comentario del policía golpearon su alma con tal fuerza, que se oscureció su corazón. Sus lágrimas se derramaban mientras de su boca salía una especie de rugido de furia, de odio... otra noche en el infierno.

Continuará...