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viernes, 27 de junio de 2025

Apocalípticamente solo





Soledad a oscuras

A lo lejos miraba el polvo que levantaba el camino de las almas. Una a una se agolpaban con desesperación para cruzar aquella enorme puerta, porque un relámpago anunció el final. Pero el desenlace no fue anunciado con trompetas, así como cuentan los escritos antiguos, ni tampoco con sonidos de instrumentos arcaicos, era un ángel con micrófono que se desgarraba la voz para anunciar el final y el conteo hacia la extinción. El sonido del altavoz atravesaba el desierto. Mientras todas las almas tropezaban con ansia de salvación, por alguna razón no corrí y por eso fui vilipendiado. "Aléjate" me gritaron.

Me senté para ver la estampida y su estela polvorienta. Mi piel se tornó azul, no sentía nada en mi interior y estaba solo. En medio de una duna se hizo la noche y cerré los ojos; al día siguiente, volví a ver y no era el único que estaba en aquel lugar.   


Soledad en la luz

Con el segundo relámpago se cerró la puerta, el desierto quedó atrás, el altavoz calló y la multitud celestial, camino al encuentro con el general, gritó al unísono: "somos uno solo", pero a mis oídos era una algarabía, no entendía el lenguaje común y, poco a poco, mis piernas se debilitaron; en cuestión de minutos me separé del grueso del ejército. Quedé, junto a unos pocos más, petrificado en una especie de estepa, y nos mirábamos sin hablar, estábamos vestidos pero sentíamos frío, estábamos juntos pero sentíamos soledad, nos costó emitir un sonido porque sentíamos miedo. Mucho miedo. 

Entonces logré hablar: "¿no se suponía que, en el final de los tiempos, no sentiríamos miedo?"


Soledad final

Recibí mi nuevo cuerpo y me conecté a una especie de red. Poco a poco la vieja armadura cedió y mi alma se unió a una extensión de la luz. Me entregaron una espada, una armadura blanca y un escudo, todo en una perfecta armonía. Ya no era un individuo, era parte de una fuerza plural, y caminamos al mismo paso de regreso a la puerta, pasamos por la estepa a donde estaban las estatuas vivientes y cuando nos asomamos a la puerta vimos el desierto, ahí estaba un ejército de hombres azules. Me reconocí en ellos, porque había sido uno de ellos.

Me coloqué en la primera línea de ataque, corrí hacia ellos y levanté mi espada en el nombre del general. Destruí a muchos, que sangraron como yo sangré una vez, hasta que me alcanzó una flecha y atravesó mi pecho. Quedé tendido mientras ambos ejércitos seguían la batalla a varios metros de mi cuerpo. Sabía que estaba herido de muerte, solo que no sentía dolor físico, lo que me entristeció fue que los hombres azules sí sangraban, gritaban y sufrían, y yo, que estaba bien armado, sentí soledad al estar lejos del ejército al que pertenecía. 

Y antes de morir alcancé a preguntarme: "¿Quién soy entonces?"


Más allá de la soledad

De boca en boca se comparte aquella historia heroica, sobre los pocos guerreros del ejército ganador que sobrevivieron a la batalla y construyeron su porvenir. Ninguno de ellos experimentó la soledad nunca más... y por fin fueron libres.