Mira el lado brillante del suicidio sin cometerlo, sin dispararte o envenenarte, sin dejar de respirar. Solo debes ser un asesino de pensamientos. ¡Mata a la mente!
Cierra puertas a la imaginación de otros. Sumérgete en tus propios juicios y si es necesario liquidar ideas contrarias ¡liquídalas sin compasión!
Muchos pueden estar a tu lado, luchando, sufriendo como si la guerra se libra en sus vidas. Un espaldarazo único. Pero al final de la noche, solo hay dos contendientes: el ser y la mente. No hay más y la batalla se libra solo.
Alguien dice: "Jesús es el fiel amigo y te ayudará". "Es cierto", pienso. Aún así me repito ¡mata a la mente!
"Es que no es la mente el problema", agrega. "El punto es el corazón. De lo que acumule tu corazón, se llenará tu boca."
"No sé a dónde queda el corazón", respondí al mismo tiempo que palpaba mi parte izquierda del pecho. "Siento un músculo, nada más, por eso, sin lugar a dudas hay que matar a la mente".
"¡Idólatras, todos somos idólatras y ponemos cualquier cuestión en el lugar que merece Jesús!"
"¡Mata a la mente y lo que quede, entrégalo al Hijo de Dios!" le grito en la cara. "Si él fuera mi ídolo, sería la estrella de mi mente... y esa es la que debe desaparecer".
El cristiano se compadeció, como todos, y comenzó a escudriñar la biblia. Fueron 45 minutos de explicaciones y análisis de al menos 17 versículos. Y de nada me sirvió porque lo que quiero es matar a la mente, pero vivir.
Me despedí con respeto y me olvidé de todo. "Qué Dios te bendiga", me dijo a lo lejos con una sonrisa de oreja a oreja. Y yo solo pensaba como parar esta máquina neuronal.
Pasé por una ferretería y me compré cinco clavos muy delgados, de diez centímetros, también agregué un pequeño martillo. Luego pasé a la farmacia a comprarme un fuerte sedante prescrito, tuve que pagarle de más al dispensador.
Un coctel de pastillas y tres tragos de whisky. Esperé un momento y recordé todos los videos de cirugías para remover parte del cerebro.
Me pinté unos puntos negros encima de cada ojo, exactamente a donde debía entrar el clavo. No dejé de tocarme el lugar marcardo, busqué la cama y permanecí unos siete minutos para memorizar el lugar exacto.
Estaba sedado. ¡Mata a la mente!
Introduje el primer clavo lo más profundo que pude, no me dolió porque tengo un umbral del dolor alto, uno de mis dones. Movía el clavo en círculo, una y otra vez, mi nariz no dejaba de expulsar líquido. Sentía como limpiarme una oreja, solo que le hacía cosquillas a la masa gris.
El sangramiento era profuso, pero la locura cura todo.
Repetí el proceso en la parte derecha. ¡Mata la mente!
Y llegó la noche. Había sangre por todas partes y solo se me ocurrió ponerme una toalla que cubriera el rostro y la cabeza. Me quedé dormido por la sedación.
Creo que soñé con Frances Farmer y la canción que Nirvana le dedicó a esa mujer. La canción sonaba y sonaba en mi cabeza.
Cuando abrí los ojos todo era oscuridad y lo poco que pude hilar en mi cabeza fue: "Hola Frances ¿crees que Jesús acepte nuestras mentes mutiladas?"