sábado, 25 de enero de 2014

Fernanda Parte VII

Los labios se unieron después de varios intentos, era lo único que faltaba de unir entre Fernanda y César. Cuando dos cuerpos se convierten en una frenética masa de piel, carne, sudor y pasión, todo es inevitable. Fue la primera vez que Fernanda besó a un cliente, tanto fue el erotismo, que no se dio cuenta cuando sucedió.

Todo iba más allá de una simple transacción de dinero por carne, ambos sabían desde la primera ocasión que eran el uno para el otro para desahogarse de tanta presión. Ella era la más activa, decidió botar todo el peso emocional que la aprisionaba. Tomó a César y le hizo saber que cada dólar que iba a pagar, lo valía.

Sus miradas se encontraban cada cierto tiempo, porque el chico prefería verla en acción. Fernanda gustaba de apreciar cuánto puede el placer, enloquecer a una persona.

Fueron dos horas de fuego y sentimientos encontrados.

"Sabés que me quedé con las ganas de seguir viéndote", dijo César con una sonrisa pícara mientras miraba los labios de la chica. Fernanda comenzó a extrañarse de esa actitud. "Una cosa es buscar a una prostituta y otra es mostrar interés", pensó, mientras miraba los ojos de quien la acompañaba en la cama.

Desde que comenzó a vender su cuerpo se había acostumbrado a la frialdad, incluso al desprecio enmascarado de los hombres. Podía lidiar con eso emocionalmente, pero lo que este muchacho de piel blanca mostraba era algo nuevo para ella. Se sentía incómoda, pero también interesada.

"¿Vamos a quedarnos más tiempo?", preguntó la chica. César no lo dudó. "Estaremos hasta las 6:00 de la mañana y luego vemos", dijo mientras pidió una cerveza por teléfono.

Entonces Fernanda volvió a pensar, inevitablemente, en Angie. No recordaba haber visto cara a cara al tal Vaquero, aunque si recordó un auto negro, polarizado, al que muchos miraban con temor y respeto. "¿Será ese el auto del Vaquero?", la pregunta y la intriga rondaban la mente de la prostituta.

Hubo más pasión en el cuarto de motel, pero Fernanda esta vez no la disfrutó del todo, no pudo sacarse de la cabeza a Angie, al Vaquero y al inmenso vacío que era su vida.

No podía cambiar radicalmente, si de algo estaba clara era que no tenía las condiciones para ser feliz. Desde muy pequeña fue así y no había forma de cambiarlo, aunque esa noche se sinceró: acostarse con César era especialmente desestresante.

A las 7:00 de la mañana, en la misma esquina del parque, César dejó a la chica. Esta vez le pidió el número de celular y aunque Fernanda lo pensó varias veces, le terminó dando uno de los tres números telefónicos que tenía, el personal, el que menos ocupaba.

Se despidieron con una mirada.

Fernanda no pudo volver a la rutina, lo primero que hizo fue darse un baño y luego fue al hospital.

"¿Quién es el tal Vaquero? ¿Qué pasó? ¡Angie estuviste cerca de morir, por Dios!"

Fernanda no tenía los modales. En lugar de acercarse y abrazar, su forma de expresar el pesar y la preocupación había cambiado. Ahora se dejaba llevar por la rabia. "¡Quiero saberlo, ya!".

Angie no pudo contener el llanto y trató de calmar a su amiga, pero era imposible, Fernanda lloraba de odio, las lágrimas se mezclaban con la cara desencajada y la mirada en ningún momento se conmovía. Algo dentro de ella le decía que Angie le iba a ocultar, al menos, una parte de la verdad.

"Yo pensé que era la oportunidad de salir de todo esto. Pensé que por fin al menos podía vivir en pareja, por lo menos un maldito momento de esta desgraciada vida", Angie dijo estas palabras con la voz entrecortada, como cuando alguien parece que lo ha perdido todo. Su rostro golpeado y sus brazos morados hacían la escena desgarradora.

"Ahora no puedo hacer nada más que soportar este infierno, por dentro no lo quería, sé que no lo quería pero trataba, intenté ser una persona normal. Ese pendejo siempre me vio por lo que soy... una puta". Hubo un silencio antes de que Angie mirara a lo ojos a Fernanda. "Estamos marcadas, tatuadas, para no merecer algo mejor, aún en contra de nuestra voluntad".

Fernanda se sintió identificada al instante. Las palabras parecían salidas de su propio corazón. Un sentimiento de dolor la atacó, tanto que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no desmoronarse, sus manos temblaban. "¿Cómo no te pudiste dar cuenta? Nosotras sabemos bien cuando un hijo de puta tiene otras intenciones."

"Él cree que puede controlar sus adicciones, pero esa es su mayor debilidad. Ese día simplemente se volvió loco. Además, de nada sirve hablar, no puedo ni siquiera ir a la policía. Si lo hago. Estoy muerta."

Fernanda trató por última vez de ser congruente, de acompañar a su amiga en el dolor, pero no podía. Algo en su mente la controlaba, incluso en la dirección contraria a la posición de su amiga. Una fuerza la orientaba a un sentimiento: venganza.

"Tuviste que pensarlo antes de poner en riesgo a tu bebé, no debiste meterte con ese hombre"... unos segundos después se dio cuenta del tremendo error que cometió.

"¿Bebé?", susurró Angie. Ambas se vieron intensamente. "¡Fernanda qué decís! ¡Fernanda! ¡decime la verdad! ¿Estaba embarazada?  ¡No!", los gritos se escucharon incluso en los pasillos, la enfermera y el doctor corrieron a socorrer a la paciente, quien entró en un shock nervioso. El doctor pidió aplicar un sedante, mientras la enfermera trataba de controlar a Angie.

"¡Acaso no le dije que había que ayudarla, salga de aquí ahora mismo!", señaló el médico a la puerta mientras miraba a Fernanda.

La joven salió, estaba perdida, impotente, atada a un dolor incalculable por lo que sucedió. Entonces Carmen apareció en el pasillo, cargaba dos bolsas con artículos de primera necesidad. Fernanda se secó las lágrimas y habló con la tía de Angie.

"Debo irme, regresaré mañana me siento muy cansada. Ya verá que a su sobrina se le hará justicia", dijo mientras abrazaba a la mujer. Carmen sintió algo extraño, pero no sospechó nada malo.

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Fernanda durmió sin remordimientos porque estaba clara de sus propósitos.

Al día siguiente antes de salir a trabajar, tomó la navaja. Estaba decidida.


Jueves, 9:36 pm.

Antes de llegar a su zona de prostitución, sonó su teléfono. Era César. "No puede ser", pensó.
"Fijate que el fin de semana voy a estar libre y me gustaría que fuéramos a la playa, será un trabajo especial, para salir de lo común", la voz del joven parecía un calmante.

"No lo sé, llamame el viernes por la noche, pero eso sí, como siempre me pagás una parte antes y la otra en el lugar", Fernanda estaba confundida porque el odio hacia su realidad parecía contenerse cuando hablaba con César, y solo habían pasado dos noches juntos.

"Te llamo entonces", dijo el joven antes de colgar.

Fernanda volvió a lo suyo. No sería difícil dar con el auto negro, sabía que tenía que moverse en un territorio que no le pertenecía, pero confiaba en que sus piernas, su trasero y su lindo rostro le iban a permitir abrirse paso hasta dar con el Vaquero.

Por primera vez estaba decidida a ocupar su cuerpo para algo más que revolcarse en una cama. Solo tenía que perseverar y esperar el momento perfecto para matar.



Continuará.