sábado, 21 de septiembre de 2013

Fernanda Parte V

"Estaré bien, no te preocupés solamente quiero descansar", Fernanda lo dijo en serio. Cuando comenzó a escuchar la voz de Angie por el teléfono, lo alejó un momento de su oído.  No tenía el menor interés de socializar, cada vez más se apartaba como si fuera una necesidad estar a solas, ensimismada.

La voz interior comenzaba a susurrarle: "al diablo con todo, a la mierda todo". Así se mantuvo por varios días, hasta que, como siempre ha sucedido en su vida, el hambre le obligaba a trabajar.

Fernanda pensó en sus años de prostitución. Al principio tenia pena y mucho asco al momento de acostarse con cualquiera. Luego fue balanceando la situación a tal punto de encontrarle cierto gusto. De adolescente no fue promiscua, aunque aceptó que deseaba liberarse de la opresión social y poder ser libre sexualmente. Estudio hasta noveno grado y fue en ese tiempo que se metió de lleno en la sexualidad, primero con sus novios y luego hasta con los conocidos.

Esa libertad se volvió un libertinaje entre sus 18 y 20 años y posteriormente, siguiendo los consejos de una prima y la necesidad de ganar dinero, se atrevió a vender su cuerpo.

Cinco años habían pasado y ya había perdido la cuenta de los hombres con los que compartió cama, asientos traseros de autos, moteles, cines y hasta predios baldíos.

Se vio al espejo y no se sorprendió por la falta de sentimientos de culpabilidad o temor en su interior. Incluso recordó con extrañeza lo preocupada que estuvo por lo acontecido con Don Carlos, ahora pensó que nadie la investigó, aunque se dio cuanta que varias de sus amigas fueron interrogadas por la súbita muerte del anciano.

"Viejo maldito, qué bueno que moriste, cabrón", pensó Fernanda.

Cuando recordó a Gilberto sintió un profundo odio. Una sed de venganza se apoderó de ella. Por eso, cuando se decidió a salir a buscar hombres, una idea para dejar de ser vulnerable acaparó su pensamiento.

Buscó dentro de una gaveta llena de ropa y papeles, cuando metió sus manos sintió la navaja. Era grande y tenía el suficiente filo como para rasgar la piel humana; al instante, recordó cuando se la regaló uno de sus clientes, "por cualquier cosa, tienes esto nena, no quiero que le hagan daño a ese cuerpo que me encanta", dijo el hombre antes de salir del cuarto y retirarse.

"Si alguien se vuelve a pasar de listo...", pensó Fernanda, "lo rebano sin piedad".

Cuando caminaba por las calles parecía perdida, incluso algunos hombres se acercaron para hablar, pero ella parecía desinteresada.

Fue a eso de las 11:25 de la noche que llegó un joven de aproximadamente 25 años. Esta vez debía conversar, ya era hora de trabajar. Él comenzó la plática y le dijo amablemente cuánto costaba pasar la madrugada con ella. Fernanda se sorprendió un poco porque parecía un hombre educado, pero no se confió. "Puede estar con vos hasta las 2:00 de la mañana, no más", sentenció mientras miraba a todos lados.

"Me parece", dijo el joven.

"¿Cómo te llamas?", preguntó el hombre mientras conducía. "María", le dijo Fernanda, quien se puso a pensar lo extraño del personaje: vestía bien, formal, usaba loción y muy agradable, estatura mediana,  piel blanca, rostro delicado y ojos color café. El aroma del auto le agradó también, fue en ese momento que pensó en las veces que se había acostado con hombres agradables, pero bastante feos, al menos no de su gusto. Pero este joven era diferente.

"Bueno, me llamo César, es un placer", dijo amablemente. Ella mantenía su mirada al frente.

Luego de un trayecto que le pareció largo, llegaron al motel. Ambos se bajaron pero César quería hablar con ella, al menos saber algo, sin embargo ella parecía apresurada como si el tiempo la obligará a finalizar el trabajo.

"Espérame un momento, ponte cómoda y pide unas bebidas", le dijo César mientras se dirigió al baño.

Fernanda tuvo un mal presentimiento. Recordó el caso de Don Carlos y no dudó en ponerse a la defensiva, sacó la navaja de la cartera y la puso debajo de la cama, cerca de una mesa de noche donde no se miraba. "Si se pone violento o amenazador, lo rajo", pensó sin dudar.

Escuchó la ducha y se acercó a la puerta. "Bueno y a éste qué le pasa", se preguntó. Volvió a la cama y se quitó la chaqueta, el calor comenzaba a desesperarla.

Cuando salió César, ella pudo notar que su cuerpo era delgado a pesar de que la ropa que vestía lo hacía ver con más peso. "No pediste nada, ya veo, en serio, me muero de sed", dijo antes de levantar la bocina y pedir dos cervezas.

Fernanda aprovechó para entrar al baño y refrescarse un poco. Se vio al espejo, estaba nerviosa, no se sentía cómoda, tenía la necesidad de sentirse a la defensiva y ocupar su odio para arremeter en caso César se pusiera violento, sin embargo el chico no parecía malo.

Cuando salió del baño y sin tanto preámbulo, César se le acercó y la tomó en sus brazos amablemente aunque se notaba que quería comenzar con lo pactado.

A Fernanda le costó entrar en calor, más por sus pensamientos que por otra cuestión. Pero César manejó la situación bastante bien como para que ella se olvidara un momento de su miserable actualidad. El joven tenía esa mezcla de querer sexo de lo más básico y carnal, pero a la vez mostraba interés en querer satisfacerla, sin ser violento, ni tan tierno, se mantuvo en esa linea hasta que ella se soltó y comenzó su trabajo, que era de lo mejor, pensó César.

No unieron sus labios, César daba la sensación de buscar el encuentro, aunque se detenía para esperar el impulso de Fernanda, quien nunca besaba a sus clientes, jamás.

Conforme el erotismo y las caricias continuaban, se rompió ese muro que divide el negocio y el placer. Fernanda, aunque podía sentir placer, siempre el negocio, la hora de irse, el eterno control por el tiempo y por el pago, no le permitían una sesión del todo satisfactoria. Pero esta vez fue diferente. Llegó el momento en que se complementaron en ese mundo llamado sexo casual. Fueron los mejores 45 minutos que César tuvo en mucho tiempo, fue lo más placentero para ella y por primera vez se olvidó por un momento del negocio.

Cuando todo finalizó César tomó un sorbo de la cerveza tibia y comenzó a hablar, mientras Fernanda miraba al techo del lugar, estaba cansada pero al menos un poco confiada de que esto no finalizaría en tragedia. "Cuando estaba más joven tenía miedo de estos encuentros, siempre tenía desconfianza, vos sabés, siempre se dice que algo malo te pasará, pero vos, y ahora que te conozco más creo que puedo decir vos, sos diferente además de que estás bien buena", dijo el joven sonriendo, mientras la miraba y tomaba cerveza.

Fernanda sonrió a medias, "puede pasar algo malo si uno viene con malas intenciones, pero si se respeta todo, la podemos pasar bien", dijo con un tono que dio a entender "quiero mi dinero ya".

César lo entendió y se levantó a buscar su pantalón, ella lo observó de reojo. "Aquí está lo acordado aunque queda un poco de tiempo, no estaría mal un poco más", dijo César con una mezcla de sonrisa amable y éxtasis lo cual Fernanda vio sincero. Tomó el dinero, buscó su cartera y dijo "sesión finalizada, pago a tiempo, si hay más acción, es una nueva cuenta", sentenció mitad seria mitad amable. "Por eso te dije si nos quedábamos toda la madrugada, ¿te parece?", preguntó el joven. Fernanda se lo pensó un poco. "Está bien".

Lo que sucedió en las siguientes tres horas se puede resumir en algunas palabras: placer y diversión hasta donde le era permitido a César llegar. Lo que le extrañó a la joven fue que en ese límite se movió audázmente este muchaho, quien se salía de todo el perfil que Fernanda tenía de los clientes.

Antes de que se despertara César, ella recogió la navaja no hubo necesidad de ocuparla.
Cuando amaneció, él la dejó en un parque. "¿María, me das tu celular para llamarte y volver a ir al mismo lugar?", le dijo César. "Siempre llegó a la misma esquina a eso de las 10:00 de la noche", le dijo Fernanda amablemente.

El joven sonrió y arrancó el auto. "Entonces nos veremos", agregó antes de irse.

Fernanda lo vio alejarse. Fue extraño el encuentro y se fue con ese pensamiento hasta que llegó a una tienda y compró huevos, pan y mantequilla. Esta vez se iba a preparar un buen desayuno, la noche fue satisfactoria pero debía reponer fuerzas. Cuando guardó el cambio revisó su celular, tenía 13 llamadas perdidas de Angie, pensó en hablarle pero decidió tomarse la mañana sin ninguna prisa, más tarde podía llamarle. No se imaginó nada malo...

Continuará.