Revisó su bolso y se dio cuenta que nada había dejado en el cuarto, eso la alivió por un momento.
Mientras salía del motel, escondió su rostro para que el vigilante no la observara. Pero no había que temer porque vio al hombre uniformado dormido.
Caminó por las calles, cuando se le ocurrió que para despistar sería bueno encontrar algún cliente, conseguir dinero y volver a casa. "No puedo creer que ese anciano fuera un enfermo, y yo que pensé que por la edad sería amable y no generaría demasiada acción en la cama. Esta mierda de profesión ya comenzó a hartarme", se dijo a si misma mientras caminaba por el oscuro sendero.
A unos metros vio un auto en la esquina. Era un hombre en busca de placer. Contrario a su estrategia de quedarse parada esperando, está vez ella fue a la caza. Introdujo un caramelo en su reseca boca, le faltaba un poco el aliento luego de tremenda experiencia.
Se acercó a la ventana del auto y le sonrió al joven, que tenía un look de estudiante inteligente, con lentes y una cara nerviosa, como si estuviera cometiendo un crimen. "¿Quieres dar un paseo?", dijo Fernanda, quien trató de recuperar la calma y mostrarse sensual.
El chico no lo dudó y le abrió la puerta. Luego de diez minutos, lapso en el cual arreglaron el intercambio de carne por dinero, entraron a un motel y solo estuvieron poco más de 25 minutos. El sexo fue de lo más rápido y normal. Para el chico, primerizo, fue tocar el cielo. Para Fernanda, una mezcla de alivio con verguenza.
Tomó el dinero y lamentó no poder ahorrarlo por completo. Pidió un taxi en la calle, compró una cajetilla de cigarros, y dos paquetes pequeños de galletas, los cuales dividiría uno para cenar y otro para desayunar.
Llegó a su casa y comenzó a llorar. La experiencia con Don Carlos era demasiado y luego haber tenido que acostarse con un sujeto para tener una coartada, fue más doloroso para su interior.
.............................
El cuarto donde vivía era pequeño, desordenado, una mezcla de papeles y ropa, la mayoría era la que usaba en su trabajo. El aroma en el ambiente era de humedad, humo de cigarro y lociones baratas. No era el mejor escenario, pero le gustaba por la paz que sentía. La casa, habitada por una pareja ancianos, era amplia. El cuarto, que estaba en la parte trasera y tenía entrada propia, era el de Fernanda. Por 100 dólares, ella tenía acceso a luz, agua y nada más. Pero tenía paz, no podía temer de los ancianos, ellos eran educados y un poco ingenuos: no se percataban del trabajo de su inquilina.
Se quedó dormida abrazada a su cartera. No soñó nada. Y como si el tiempo pasara demasiado rápido, abrió los ojos seis horas después. Su corazón latía rápido, la pesadilla de Don Carlos volvió a golpearle el alma. Culpa y miedo la invadieron.
Lo primero que hizo fue encender el televisor, quería información acerca de Don Carlos. Su búsqueda fue inútil. Se levantó de golpe, se lavó los dientes, se puso un short, una camisa corta, sandalias, encendió un cigarro y fue a un ciber café a tres cuadras de su cuarto.
¡Ahí sí encontró lo que quería! Su impresión fue tal que dejó de fumar.
Don Carlos, el viejo sadomasoquista y violento, era uno de los abogados más reconocidos de la ciudad. Tenía una reputación alta: un hombre de familia, miembro de una iglesia, cercano a personajes políticos, ejecutivos y religiosos.
La información era parcial. No destacaban cómo lo encontraron, ni parte de la escena, solo habían imágenes de los familiares en las afueras del motel, ahí estaban los hijos del señor, la esposa, los amigos. Que el cadáver fuera encontrado en ese lugar apenaba a los que fueron más cercanos al anciano.
Fernanda sintió cierta calma. Trabajar en las calles, escuchar las historias de policías y ladrones de decenas de borrachos con los que al final compartió cama en sus noches de trabajo, le hacían creer que nadie la seguiría por la muerte de Don Carlos.
Ella sabía lo que miles se preguntaban.
Por la forma que lo encontraron, con la escena de las pastillas, el traje de cuero, los utensilios sexuales y su cuerpo tendido, luego de varias indagaciones y sin un testigo claro, la primera sospecha de la Policía fue que la medicina para la disfunción eréctil, la emoción de sentir un cuerpo femenino desnudo, la edad, el padecimiento de hipertensión y colesterol alto, todos esos factores fueron los que desencadenaron su deceso.
Fernanda volvió pensativa a su cuarto. Algo la aterraba de todo lo sucedido. Se quedó pensando si era buena idea salir a trabajar. Si dependía de ella, no saldría del cuarto, pero la necesidad de comida y de pago del alquiler la hizo tomar la decisión de vender, otra noche más, su cuerpo.
¿Fue asesinato? ¿Fue defensa propia? ¿Fue inevitable? No sentía paz. Se recostó un momento en la cama desordenada y trató de conciliar el suelo. Algo había cambiado en ella, aunque nunca iba a poder imaginar el desenlace de esa mutación de su mente, alma y corazón.
Continuará...
lunes, 22 de julio de 2013
viernes, 5 de julio de 2013
Fernanda
No pasó mucho tiempo, de hecho fueron unos minutos los que necesitó Fernanda para salir del espanto, de la desesperación.
Salió del cuarto rápido. Eso sí, miraba a todos lados. Estaba la posibilidad que un malentendido la pusiera en aprietos.
A su último cliente simplemente se le pasó la mano y lo pagó con su vida. Un gusto obsesivo por lo extremo, y un bochorno que terminó en violencia, fueron demasiado para su corazón.
Fernanda nunca tuvo un problema con las parejas a las que vendía su cuerpo. Los tres años de trabajo sexual habían pasado sin arrebatos, violencia o intimidación. Fernanda no incluye la pena moral de ser una prostituta, esa era una condena con la cual viviría el resto de sus días, no importaba si el cliente era amable, pagaba lo acordado e incluso cariñoso. Nunca iba a tener paz debido a su dedicación.
Fue un sábado negro.
Ese mismo día, pero más temprano, a las 9:54 de la mañana, Don Carlos volvió a tener un deseo sexual. A sus 68 años ya se había olvidado de la pasión, el erotismo, lo carnal. Desde que tenía 61, su vida en la cama se limitó a dormir, nada más.
No fue fácil. En sus veintes, treintas y cuarentas, siempre hubo con quien saciar sus extremos gustos en la cama. Paradójicamente nunca con su esposa. Ella es la mamá de sus tres hijos y la abuela de sus siete nietos. Demasiado título como para ensuciarlo en una de sus sesiones sexuales, al menos eso pensaba Don Carlos.
Nunca escatimó gastos, tiempo, mentiras, hipocresías, intimidaciones, amenazas y ciertamente violencia para lograr su objetivo. Don Carlos siempre tuvo una teoría: "la vida hay que disfrutarla, no importa como".
Y ese sábado, al señor se le metió en la cabeza volver a las andadas. Así de sencillo. Se armó de lo necesario para su misión: pastillas, trajes, dinero, accesorios sexuales y, por supuesto, la dosis de mentira necesaria para no asistir con su familia al cumpleaños de uno de sus nietos, Fernandito, de ocho años. Doña Laura, la esposa recatada y sin ánimos de entablar una discusión, simplemente no se tomó la molestia. Un beso de piquito y Don Carlos ya tenía el boleto al éxtasis.
Fernanda no almorzó bien ese sábado. No se sentía bien. Tenía dolor de cabeza, asco, mareos, y todos los padecimientos naturales de una vida sin vitaminas, de desvelos, cigarrillos y una alimentación deficiente tanto por el hábito cultural como por la falta de plata.
Comenzó su jornada laboral a las 8:45 de la noche. No necesitaba andar caminando por ahí, su cuerpo era lo suficientemente atractivo como para quedarse en un lugar y esperar. Tenía claro que no era bella del todo, pero tenía lo suyo: mediana altura, piel morena, delgada, con un busto bondadoso, sus piernas no tan largas, no tan delgadas. Sus ojos atractivos: amplios, color café y a eso se le sumaba una mirada sensual, pícara, inocente a veces.
Pero Fernanda no era como sus ojos se mostraban, ella no estaba a gusto, sólo actuaba en su papel de mujer sensual. Y le funcionaba.
Don Carlos la observó por un tiempo y se decidió. Eran las 9:15 de la noche. Bastante temprano y así tenía que ser. La mentira del anciano le alcanzaba para llegar a casa a medianoche luego de jugar póquer y hablar de negocios con su colega, Don Fabio, un buen hombre que su única debilidad eran las cartas.
Aunque no era el tipo de Fernanda, aceptó la proposición y se fue con el señor. Poco a poco se sintió intimidada con el aliento a cerveza, las palabras y las fantasías sexuales de Don Carlos. Había algo extraño en el anciano: daba la sensación que estaba actuando en una película. Por eso la chica se limitaba a decir "Aahhh", "¿en serio?", "Wow", "Uuuy" y nada más, un repertorio que repetía una y otra vez. No hacía falta hacerlo de otra forma, el anciano estaba tan metido en su personaje que no leyó en la mirada de la mujer la lástima, la pena y la sorpresa que expresaba.
Entraron a la habitación que rentaron por tres horas. Fernanda pensó que sería una sesión más, dentro de lo normal, pero no. Don Carlos entró al baño con una maleta. Salió diez minutos después portando un atuendo de cuero, que le quedaba bastante mal, en sus manos tenía varios accesorios de castigo. La escena era penosa, lo que provocó una carcajada en la mujer. Error.
El hombre, con el orgullo por los suelos, salió de golpe de su personaje de película de sadismo y arremetió contra la prostituta. La tomó del cuello y comenzó a gritarle todo tipo de insultos. Le recordó lo bueno que es en sus sesiones. No fue suficiente para él. La golpeó en el rostro.
Fernanda cayó en la cama. Estaba preocupada, aterrorizada porque Don Carlos parecía un demonio. La volvió a golpear. E intentó tomarla, violarla y asesinarla, el anciano no podía soportar la verguenza.
La mujer, se levantó y pudo soltarse de los brazos que la atacaban. Se le escapó y cayó al otro lado de la cama. Intentó conciliar, apostarle a la prudencia, aunque era difícil con un hombre de 68 años con un traje de cuero pegado a su cuerpo obeso y con el rostro explotando de furia.
Primero le dijo que se calmara, y que realizara tranquilamente todas sus pasiones. No funcionó.
Mientras huía del señor, le dijo que no siguiera, que no era necesario. No funcionó.
Hasta que le dijo: "¡no arruinés el momento, no seas tonto! ¿Tenés familia? si me matás no volverás a verlos, pensá en tu esposa y tus hijos... detenete viejo loco, todos ustedes son de lo peor, mas vos, ridículo!"
Don Carlos se enfureció más. "¿Cómo te atreves a decir eso, tu mujer de...?". Atrapó a Fernanda y la agarró fuertemente de los brazos mientras intentaba morderle el rostro. Su aliento a alcohol y su cara desencajada, aterrorizaron a la mujer, quien no tuvo más remedio que contraatacar, lanzó una patada sin tanta determinación, pero que dio en el punto: los genitales del señor.
Cayó de golpe al suelo y se retorció de dolor. La pastilla que tomó en el baño minutos antes no surtió efecto.
Don Carlos intentó levantarse pero sus fuerzas lo abandonaron. Su corazón latía violentamente, no de furia sino para respirar. Pero a los pulmones del anciano no llegaba aire. Sus ojos pasaron de la furia a la desesperación. Luchaba para estabilizarse, pero fue inútil. Su corazón no dio más y cayó tendido. De esta aventura no se levantó. Sus ojos quedaron abiertos, mostrando aflicción, su boca abierta como queriendo gritar. El sudor era notorio en la frente. El olor que emanaba de su cuerpo envuelto en cuero era desagradable.
No pasó mucho tiempo, de hecho fueron unos minutos los que necesitó Fernanda para salir del espanto, de la desesperación.
Salió del cuarto rápido. Eso sí, miraba a todos lados. Estaba la posibilidad que un malentendido la pusiera en aprietos.
Continuará....
Salió del cuarto rápido. Eso sí, miraba a todos lados. Estaba la posibilidad que un malentendido la pusiera en aprietos.
A su último cliente simplemente se le pasó la mano y lo pagó con su vida. Un gusto obsesivo por lo extremo, y un bochorno que terminó en violencia, fueron demasiado para su corazón.
Fernanda nunca tuvo un problema con las parejas a las que vendía su cuerpo. Los tres años de trabajo sexual habían pasado sin arrebatos, violencia o intimidación. Fernanda no incluye la pena moral de ser una prostituta, esa era una condena con la cual viviría el resto de sus días, no importaba si el cliente era amable, pagaba lo acordado e incluso cariñoso. Nunca iba a tener paz debido a su dedicación.
Fue un sábado negro.
Ese mismo día, pero más temprano, a las 9:54 de la mañana, Don Carlos volvió a tener un deseo sexual. A sus 68 años ya se había olvidado de la pasión, el erotismo, lo carnal. Desde que tenía 61, su vida en la cama se limitó a dormir, nada más.
No fue fácil. En sus veintes, treintas y cuarentas, siempre hubo con quien saciar sus extremos gustos en la cama. Paradójicamente nunca con su esposa. Ella es la mamá de sus tres hijos y la abuela de sus siete nietos. Demasiado título como para ensuciarlo en una de sus sesiones sexuales, al menos eso pensaba Don Carlos.
Nunca escatimó gastos, tiempo, mentiras, hipocresías, intimidaciones, amenazas y ciertamente violencia para lograr su objetivo. Don Carlos siempre tuvo una teoría: "la vida hay que disfrutarla, no importa como".
Y ese sábado, al señor se le metió en la cabeza volver a las andadas. Así de sencillo. Se armó de lo necesario para su misión: pastillas, trajes, dinero, accesorios sexuales y, por supuesto, la dosis de mentira necesaria para no asistir con su familia al cumpleaños de uno de sus nietos, Fernandito, de ocho años. Doña Laura, la esposa recatada y sin ánimos de entablar una discusión, simplemente no se tomó la molestia. Un beso de piquito y Don Carlos ya tenía el boleto al éxtasis.
Fernanda no almorzó bien ese sábado. No se sentía bien. Tenía dolor de cabeza, asco, mareos, y todos los padecimientos naturales de una vida sin vitaminas, de desvelos, cigarrillos y una alimentación deficiente tanto por el hábito cultural como por la falta de plata.
Comenzó su jornada laboral a las 8:45 de la noche. No necesitaba andar caminando por ahí, su cuerpo era lo suficientemente atractivo como para quedarse en un lugar y esperar. Tenía claro que no era bella del todo, pero tenía lo suyo: mediana altura, piel morena, delgada, con un busto bondadoso, sus piernas no tan largas, no tan delgadas. Sus ojos atractivos: amplios, color café y a eso se le sumaba una mirada sensual, pícara, inocente a veces.
Pero Fernanda no era como sus ojos se mostraban, ella no estaba a gusto, sólo actuaba en su papel de mujer sensual. Y le funcionaba.
Don Carlos la observó por un tiempo y se decidió. Eran las 9:15 de la noche. Bastante temprano y así tenía que ser. La mentira del anciano le alcanzaba para llegar a casa a medianoche luego de jugar póquer y hablar de negocios con su colega, Don Fabio, un buen hombre que su única debilidad eran las cartas.
Aunque no era el tipo de Fernanda, aceptó la proposición y se fue con el señor. Poco a poco se sintió intimidada con el aliento a cerveza, las palabras y las fantasías sexuales de Don Carlos. Había algo extraño en el anciano: daba la sensación que estaba actuando en una película. Por eso la chica se limitaba a decir "Aahhh", "¿en serio?", "Wow", "Uuuy" y nada más, un repertorio que repetía una y otra vez. No hacía falta hacerlo de otra forma, el anciano estaba tan metido en su personaje que no leyó en la mirada de la mujer la lástima, la pena y la sorpresa que expresaba.
Entraron a la habitación que rentaron por tres horas. Fernanda pensó que sería una sesión más, dentro de lo normal, pero no. Don Carlos entró al baño con una maleta. Salió diez minutos después portando un atuendo de cuero, que le quedaba bastante mal, en sus manos tenía varios accesorios de castigo. La escena era penosa, lo que provocó una carcajada en la mujer. Error.
El hombre, con el orgullo por los suelos, salió de golpe de su personaje de película de sadismo y arremetió contra la prostituta. La tomó del cuello y comenzó a gritarle todo tipo de insultos. Le recordó lo bueno que es en sus sesiones. No fue suficiente para él. La golpeó en el rostro.
Fernanda cayó en la cama. Estaba preocupada, aterrorizada porque Don Carlos parecía un demonio. La volvió a golpear. E intentó tomarla, violarla y asesinarla, el anciano no podía soportar la verguenza.
La mujer, se levantó y pudo soltarse de los brazos que la atacaban. Se le escapó y cayó al otro lado de la cama. Intentó conciliar, apostarle a la prudencia, aunque era difícil con un hombre de 68 años con un traje de cuero pegado a su cuerpo obeso y con el rostro explotando de furia.
Primero le dijo que se calmara, y que realizara tranquilamente todas sus pasiones. No funcionó.
Mientras huía del señor, le dijo que no siguiera, que no era necesario. No funcionó.
Hasta que le dijo: "¡no arruinés el momento, no seas tonto! ¿Tenés familia? si me matás no volverás a verlos, pensá en tu esposa y tus hijos... detenete viejo loco, todos ustedes son de lo peor, mas vos, ridículo!"
Don Carlos se enfureció más. "¿Cómo te atreves a decir eso, tu mujer de...?". Atrapó a Fernanda y la agarró fuertemente de los brazos mientras intentaba morderle el rostro. Su aliento a alcohol y su cara desencajada, aterrorizaron a la mujer, quien no tuvo más remedio que contraatacar, lanzó una patada sin tanta determinación, pero que dio en el punto: los genitales del señor.
Cayó de golpe al suelo y se retorció de dolor. La pastilla que tomó en el baño minutos antes no surtió efecto.
Don Carlos intentó levantarse pero sus fuerzas lo abandonaron. Su corazón latía violentamente, no de furia sino para respirar. Pero a los pulmones del anciano no llegaba aire. Sus ojos pasaron de la furia a la desesperación. Luchaba para estabilizarse, pero fue inútil. Su corazón no dio más y cayó tendido. De esta aventura no se levantó. Sus ojos quedaron abiertos, mostrando aflicción, su boca abierta como queriendo gritar. El sudor era notorio en la frente. El olor que emanaba de su cuerpo envuelto en cuero era desagradable.
No pasó mucho tiempo, de hecho fueron unos minutos los que necesitó Fernanda para salir del espanto, de la desesperación.
Salió del cuarto rápido. Eso sí, miraba a todos lados. Estaba la posibilidad que un malentendido la pusiera en aprietos.
Continuará....
Suscribirse a:
Entradas (Atom)